– Es cierto, milord. Pero en lo que atañe a su marido y sus hijos, es demasiado indulgente.
– Es que esa jovencita tiene un corazón de oro, Will -dijo Thomas Bolton con una sonrisa. Cuando compró Otterly, muchos años atrás, decidió que Banon, la segunda hija de su prima, sería su heredera.
En un principio, Philippa, la primogénita de Rosamund, iba a heredar Friarsgate y Elizabeth recibiría una generosa dote. A los doce años Philippa partió a la corte para servir a la reina Catalina de Aragón y enseguida se dio cuenta de que ningún caballero aceptaría casarse con una heredera cuyas tierras estuvieran en el norte, y renunció a ellas. Entonces, lord Cambridge le compró una pequeña propiedad en Oxfordshire y luego le encontró el marido perfecto, que la introdujo en la nobleza. Incluso los reyes consideraban a Crispin un candidato magnífico para la joven. Como condesa de Witton, Philippa le dio a su marido tres varones y una dulce niñita.
Cuando Rosamund temió por el futuro de su amado Friarsgate, su hija menor, Elizabeth Meredith, declaró que se haría cargo de la finca. Se convino entonces que, al cumplir los catorce años, la joven tomaría posesión de Friarsgate y Rosamund podría retirarse finalmente a Claven's Carn, la casa de su marido escocés Logan Hepburn, y criar a sus cuatro hijos y a su hijastro.
Elizabeth, tal como su madre, había nacido para ser la dama de Friarsgate. Amaba con pasión su propiedad y le fascinaba criar ovejas. Ahora estaba tratando de cruzar diferentes razas para obtener una lana de mejor calidad. Pasaba dos días a la semana encerrada en su escritorio, supervisando los negocios de exportación que su madre y su tío habían iniciado y gestionado con mucho éxito. Todavía nadie había podido igualar los tejidos de lana azul que Friarsgate vendía a los comerciantes holandeses.
Lo cierto es que era una gran administradora de sus tierras y, paradójicamente, ese era su mayor problema. Nada le importaba más que su adorado Friarsgate. Era su razón de ser. Elizabeth no tenía conciencia del transcurso del tiempo ni se molestaba en pensar qué pasaría en un futuro lejano, cuando ella no estuviese. Sin embargo, como todas las grandes propiedades, Friarsgate debía asegurarse un heredero.
Thomas Bolton suspiró. La hija menor de Rosamund era sin duda la más bella, pero carecía de modales refinados. Se los habían enseñado, por supuesto, pero los había olvidado porque no los necesitaba. Nunca tenía ocasión de sentarse a una mesa sofisticada o de tocar un instrumento, lo que en una época solía hacer bastante bien. Vestía como una campesina y no como una joven heredera. Hablaba sin rodeos y, a veces, con rudeza. En su afán por supervisar Friarsgate, había perdido los refinamientos que le habían inculcado.
Antes de presentarla en sociedad, lord Cambridge debía reeducarla, y esa era una de las razones por las que decidió pasar el invierno en Friarsgate, además de la agradable perspectiva de gozar de una temporada tranquila. Una vez que llegaran a Greenwich, iban a necesitar la ayuda de Philippa. Y Thomas Bolton sabía que no podrían contar con ella a menos que se asegurara de que Elizabeth no le haría pasar vergüenza. Ante todo, lord Cambridge debía disuadir a su sobrina de irritar deliberadamente a Philippa.
William Smythe era un fiel compañero y un servidor eficaz. A la mañana siguiente, tenía todo dispuesto para que pudieran partir de Otterly. El carro que llevaba el equipaje había salido al alba hacia Friarsgate. Seis hombres armados escoltarían a lord Cambridge y a su secretario. Era una larga cabalgata, pero, si viajaban deprisa, llegarían a destino antes del crepúsculo.
– ¡Oh, tío! ¿Nos abandonas? -preguntó Banon Meredith Neville mientras desayunaban en el salón-. ¿Cuándo piensas volver? ¡Jemima, deja de molestar a tu hermana!
– Querida, como sabes, tu madre se apoya mucho en mí para estos asuntos. Elizabeth debe conseguir un marido y parece que no es capaz de hacerlo sola. Debo arrastraría a la corte y esperar que ocurra un milagro. Reza por nosotros. -Comió un huevo y se regocijó mientras sentía el sabor a cebollín y queso. Luego, bebió un trago de su vino matutino-. Hay que reconocer que tu hermana menor no es una criatura fácil.
– ¿Le vas a pedir ayuda a Philippa? -preguntó Banon con curiosidad-. ¡Katherine, Thomasina, Jemima y Elizabeth! Es hora de la lección. Vayan a buscar al preceptor y lleven a Margaret con ustedes. Ya sé que tiene apenas tres años, pero es bueno que comience cuanto antes su educación. -Banon suspiró.
– No tengo otra opción. Los contactos de Philippa en la corte son excelentes. -Lord Cambridge saludó a las pequeñas que se retiraban del salón. Las adoraba pese a que eran muy revoltosas y su corazón se enterneció cuando las niñas lo colmaron de besos.
– No estoy tan segura -acotó Banon-. Como sabrás, la reina ya no está en buenos términos con el rey. Enrique corteja abiertamente a una joven llamada Bolena. Dudo que mi hermana mayor apruebe esa conducta, dada su profunda devoción por Catalina.
– Es cierto, pero el bienestar de sus hijos es más importante para ella que su lealtad a Catalina. Debe velar por el futuro de sus niños, y el que lo decidirá será el rey, no la reina. Tu hermana, si la conozco bien, no servirá a la señorita Bolena, pero tampoco correrá el riesgo de ofenderla.
– Bueno, tío, pronto lo sabremos. ¿Cuánto tiempo permanecerás en Friarsgate y cuándo partirás para la corte?
– Hay tanto por hacer-suspiró, mientras tomaba un trozo de pan casero recién horneado y lo untaba con mantequilla-. No hay que dar más vueltas al asunto. Elizabeth necesita someterse a un proceso de reeducación. Hay que recordarle cómo deben comportarse las damas. Debe comenzar por practicar los buenos modales. La corte no está llena de ovejas. Al menos, no de las que nos proveen la lana -acotó lord Cambridge-. Y además necesita ropa. Me temo que Maybel y Edmund ya no ejercen ninguna autoridad sobre ella.
– Es que ya son ancianos, tío. Edmund cumplirá setenta y uno la próxima primavera, pero todavía es fuerte para administrar Friarsgate en ausencia de Elizabeth. -Sus ojos celestes se quedaron pensativos mientras los dedos regordetes tamborileaban sobre la mesa-. ¿Y qué hará mi hermana cuando Edmund no pueda ayudarla? Creo que jamás consideró esa posibilidad. Ella parece pensar que nada cambia, pero está equivocada.
– Vamos por orden, mi ángel. Y lo primero que hay que hacer es civilizar a tu hermanita y luego llevarla a la corte para mostrarla en su mejor versión. De seguro, encontraré al hijo menor de algún noble lo bastante insensato como para aceptar vivir en el norte. Revolveré cielo y tierra y la traeré de vuelta, casada, antes de fin de año. -Luego lord Cambridge se puso de pie-. Debo partir ahora, Banon, para llegar a Friarsgate antes de que caiga la noche. Te haré saber la fecha de mi regreso. Mientras tanto, Otterly queda bajo tu protección. -Besó a su sobrina en la mejilla y, mientras salía del salón, saludó amigablemente a su marido, Robert Neville.
– Bueno -dijo Banon, volviéndose hacia su esposo-, ¿qué piensas de todo esto?
– Tom sabe lo que está haciendo -contestó Robert Neville. Era un hombre de pocas palabras, lo que era una suerte, ya que todos los que lo rodeaban tenían demasiadas cosas que decir. Él aceptó de inmediato la idea de que su mujer administrara Otterly. Le resultaba conveniente, pues le permitía salir de caza y disfrutar de otros pasatiempos masculinos. Se inclinó hacia su mujer y la besó en la mejilla, sabiendo que eso era lo que se esperaba de él. Luego, le sonrió con picardía y le dijo:
– Tendremos Otterly para nosotros solos todo el invierno, preciosa. Solo nos tenemos que ocupar de los niños y las noches todavía son largas.
La comitiva de lord Cambridge viajó todo el día y, como habían anticipado, al atardecer estaban descendiendo las colinas de Friarsgate. Los campos estaban yermos y en los surcos del arado se había depositado la escarcha. El lago estaba cubierto por una capa de hielo. Mientras la luz se extinguía, la luna se alzaba y se reflejaba en las aguas congeladas. William Smythe se adelantó para anunciar la llegada. Había que avisar al cocinero y también había que hacer lugar en los establos para los animales y sus jinetes. Los mozos de cuadra se hicieron cargo del caballo de Thomas Bolton y condujeron a los hombres armados al establo.
La puerta principal se abrió de pronto y apareció Elizabeth para saludar a su tío.
– No esperaste mucho para venir desde que recibiste la petición de mi madre -le dijo burlonamente-. ¿O es que vienes a decirme que eres demasiado viejo para ir a la corte? Eso es lo que opinaba mamá. -Le dio un beso en la mejilla y luego, tomándolo del brazo, lo condujo hacia el salón. Llevaba una larga falda de lana azul, un cinturón ancho de cuero y una camisa de mangas largas de lino blanco. "Ese color le sienta de maravillas", pensó lord Cambridge.
– Querida, nunca seré demasiado viejo para ir al palacio -le respondió un poco indignado. Rosamund pensaba que, por el hecho de haber cumplido sesenta años, ya no era el hombre que había sido. Bueno, pronto se daría cuenta de que estaba equivocada. Él lograría convertir a Elizabeth en una princesita-. Ni tampoco para ayudar a las hijas de Rosamund, cachorrita -le dijo sonriendo con placer mientras ella le besaba su helada mejilla. Luego, se dejó caer en una silla tapizada frente al fuego. Se sacó los guantes y acercó las manos al hogar para calentarlas-. ¡Por Dios! ¡Qué frío hace!
– Vino para milord -ordenó Elizabeth a los sirvientes.
Lord Cambridge hizo una mueca de dolor.
– Querida, no grites como si estuvieras en una taberna repleta de gente. La voz de una dama, para llamar a los criados, debe ser suave pero firme.
– ¡Oh, no! ¿Las lecciones tienen que empezar ya mismo?
– Sí, es obvio que necesitas civilizarte con urgencia y no lograrás disuadirme. Tu madre tiene razón: debes conseguir un marido. Friarsgate necesita contar con una nueva generación que lo cuide como ahora lo haces tú. Voy a convertirte de nuevo en una dama y después, querida niña, saldremos juntos a cazar un agradable joven que no se asuste ante tu presencia y que te despose para darte los hijos que estas tierras saben tan bien alimentar. -Llevó una copa a los labios y bebió la mitad de un solo trago-. ¿Y qué tenemos hoy para cenar? No he probado bocado desde que dejamos Otterly, salvo un trozo de queso duro y un poco de pan. Tesoro, necesito una buena comida para emprender esta difícil tarea.
Elizabeth lanzó una carcajada.
– Tío, no has cambiado en nada. Y eres la única persona que podrá hacerme parecer una dama presentable para atrapar a un saludable corderito en la corte.
Lord Cambridge enarcó la ceja.
– Deberás aprender a suavizar el lenguaje, independientemente de tus pensamientos -le aconsejó mientras terminaba de beber el resto del vino. Sentía que estaba frente a una tarea hercúlea.
Elizabeth le prodigó una sonrisa.
– Bueno, tío, ¿pero no es eso lo que vamos a hacer? ¿No vamos a tratar de conseguir un marido para que yo pueda darle herederos a Friarsgate?
– Podrías expresarlo de una manera un poco más delicada, querida. Y, por otra parte, siempre existe la posibilidad de que te enamores. -Elizabeth emitió un sonido extraño.
– ¿Amor? ¡No, gracias! El amor debilita el cuerpo. Philippa renunció a Friarsgate por amor. Hasta mamá hizo lo mismo. Yo nunca renunciaré a Friarsgate.
– ¡Ah!, pero si encontramos el hombre adecuado, él nunca te pedirá ese sacrificio. Tu propio padre, que pasó toda su vida en el palacio, estaba más que dispuesto a venir a Friarsgate por amor a tu madre. Y enseguida comenzó a querer esta tierra. El caso de Philippa es diferente. Ella tomó esa decisión porque su gran pasión es la corte. Y tu madre jamás se hubiese mudado a Claven's Carn si no contase contigo para administrar Friarsgate. Debes recordar que está criando a sus hijos en la casa de su padre, como corresponde. De no ser así, no te hubiese legado Friarsgate tan pronto. ¡No debes olvidarlo!
– ¡Oh, tío! Dudo que encuentre un hombre que sienta tanta devoción por Friarsgate como yo. Philippa renunció a la herencia porque ningún hombre en la corte la desposaría por ser la propietaria de estas tierras tan lejanas -dijo Elizabeth. Se quitó un mechón de su largo cabello rubio que le caía sobre la cara-. Te juro que nunca haré algo semejante.
– Y yo te juro que, en algún lugar, hay un hombre que deseará venir a Friarsgate porque tú estás aquí. -Le dio una palmadita en el brazo-, Bueno, ¿y dónde está mi cena? Estoy a punto de desmayarme del hambre. ¿Dónde está Will?
– Aquí estoy, milord -dijo William Smythe mientras entraba en el salón-. Estaba acomodando tus cosas. Buenas tardes, señorita Elizabeth -y le hizo una gentil reverencia.
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