– Veré cómo anda la cena.

Lord Cambridge se sentó junto a Rosamund y le ofreció una copa de vino.

– Supongo que me hará falta un trago. ¿Dónde está Elizabeth?

– Donde debe estar: en el campo contando las ovejas. Es una excelente ama y señora de Friarsgate.

– Sin marido ni herederos. ¿No había ningún candidato potable en la corte? ¿Alguien a quien mi hija pudiera amar?

– Nadie, absolutamente nadie. Estuvo flirteando un poco con el hijo bastardo del difunto Jacobo Estuardo y mensajero personal de Jacobo V en la corte de Enrique Tudor. A propósito, nuestro rey te manda saludos.

– ¿Y Catalina no?

– La reina no estaba en la corte. La enviaron a Woodstock. Ana Bolena es quien gobierna ahora en su lugar. Enrique está muerto de amor por ella.

– ¡Pobre Catalina! Pese a ser una reina y a su gran devoción a Dios, ha tenido una vida mucho más desdichada que la de cualquier mujer humilde. Siento una gran pena por ella, Tom. Y de haber estado en la corte, estoy segura de que Catalina le habría conseguido un buen esposo a mi hija. Pero me decías que se te ocurrió una posible solución para este problema. Dímela ya mismo, te lo suplico.

– Baen MacColl acaba de regresar a Friarsgate… -empezó a decir lord Cambridge.

– ¿El escocés que estuvo aquí el invierno pasado? ¿Para qué ha vuelto? ¿Qué pretende?

– Su padre, el amo de Grayhaven, envió una carta solicitando que recibiéramos a su hijo en Friarsgate y le enseñáramos todo sobre el negocio de la lana, pues tiene la intención de instalar una empresa similar en sus tierras. Edmund no vio razones para oponerse y le dio su beneplácito. Pues bien, resulta que el invierno pasado surgió una cierta atracción entre Baen y Elizabeth. Y aún persiste. El joven no puede recibir ningún legado de su padre porque los legítimos herederos son sus hermanos. Elizabeth lo aceptaría como marido si logra convencerlo, por supuesto, porque el muchacho es extremadamente leal a su padre y no quiere defraudarlo.

– ¿Sugieres que un escocés sea dueño de Friarsgate?

– Baen no tiene aspiraciones políticas, Rosamund. Sólo profesa lealtad a su familia.

– No olvides que los escoceses se vuelven férreos nacionalistas cuando se ven enfrentados a una guerra con Inglaterra. Logan y yo tuvimos suerte hasta ahora, pero si estallara la guerra entre nuestros países, no sé qué haríamos, Tom.

– Se encerrarían en Claven's Carn y esperarían a que el conflicto llegara a su fin. Además, cuando hay guerra, los ingleses suelen apuntar a Edimburgo, que queda tan lejos de Friarsgate como de Claven's Carn. Siempre hemos estado seguros en esta región.

– ¿Qué sabemos realmente de este Baen MacColl?

– En primer lugar, sabemos que es un buen hombre. Quédate unos días con nosotros y lo comprobarás con tus propios ojos.

– ¿Tiene intenciones de casarse con mi hija?

– Querida prima, ese tema no se ha tocado aún. Sólo se tocará en el momento en que Elizabeth lo decida.

– ¡O sea que el escocés ni siquiera ha manifestado interés por mi hija! -protestó Rosamund.

– Es un joven humilde, tesoro, y se considera indigno de ella explicó lord Cambridge tratando de aplacar la ira de su prima.

– Y aun así Elizabeth tratará de convencerlo.

– Me temo que sí.

– Lamento que no haya conseguido un esposo inglés en la corte. Pero, ¿por qué tiene que elegir precisamente a este hombre?

– Porque desde que conocí al conde de Glenkirk, mamá -interrumpió Elizabeth, que acababa de entrar en el salón-, siempre he tenido debilidad por los escoceses. ¡Bienvenida a casa!

Rosamund la estrujó con fuerza y luego la miró fijamente a los ojos.

– ¿Estás enamorada de él?

– Creo que sí. No sé muy bien qué es el amor, pero estoy aprendiendo.

– ¿Se ha aprovechado de ti, hija mía? -preguntó Rosamund con temor.

– No, mamá, fue al revés: ¡yo me aproveché de él! -rió la joven pero él se resiste y dice tonterías sobre el honor y su condición social.

– Seguiré tu consejo, Tom, y me quedaré unos días para observar a este escocés tan quisquilloso -suspiró Rosamund.

– Por favor, mamá, no le digas nada. Lo último que deseo es espantarlo -suplicó Elizabeth-, Realmente me gusta.

A los pocos días Rosamund descubrió que también le agradaba Baen MacColl. Era algo rudo y de una extraña manera le recordaba a Owein Meredith. Era atento, sentía un gran amor y respeto por la tierra y trataba a la dama de Friarsgate con consideración, igual que Owein. Pero había un problema: era escocés y, para colmo, nacido y criado en las Tierras Altas. Era evidente, a los ojos de la madre, que a Elizabeth le gustaba. ¿Por qué había puesto la mira en un escocés? La noche anterior a su regreso a Claven's Carn, Rosamund contó sus preocupaciones a Thomas Bolton.

– No sé qué hacer, Tom. Por primera vez en mi vida no sé qué hacer. Tienes que ayudarme.

Sentado tranquilamente en una silla, lord Cambridge acariciaba a su gatito Dominó, que ronroneaba en su regazo.

– Tú fuiste la primera en darle el ejemplo, querida. Elizabeth es distinta de la mayoría de las mujeres de su edad. Es muy consciente de sus responsabilidades como terrateniente. No se contentará con sentarse junto al fuego tejiendo y criando un niño tras otro. Siente devoción por Friarsgate y necesita un hombre que la comprenda y no intente convertirla en algo que no es. ¿Preferiría yo que fuera inglés y no escocés? ¡Qué importa eso, tesoro! Por primera vez en su vida tu hija se ha enamorado de un hombre, y él también la ama. Sospecho que empezó en el invierno. Pero Baen también tiene un gran sentido y sabe muy bien qué y quién es. No sé qué pasará, Rosamund. Mi consejo querida prima, es que dejemos que la naturaleza y el destino siga su curso.

– ¿Y qué hará Elizabeth para resolver los dilemas del muchacho? ¿Cómo conseguirá arrancarle la promesa de mantenerse neutral en ¿en caso de que estalle una guerra entre ambos países? ¡Friarsgate no puede quedar en medio de dos bandos opuestos!

– Dejemos que ellos resuelvan esos asuntos a su manera. Ya encontrarán juntos una solución, porque el amor sin duda zanjará cualquier diferencia. Elizabeth convencerá al renuente escocés de que debe permanecer a su lado, te lo aseguro. Y el señor Colin Hay no se opondrá a que su hijo bastardo despose a una heredera, aun cuando ello implique perderlo.

– Logan se pondrá furioso cuando se entere de que Elizabeth se ha enamorado de un escocés. ¡Le encantaría que ella desposara a alguno de los hijos de sus amigos!

– ¡Ay, los viejos tiempos! Recuerdo cómo era tu Logan cuando te perseguía para casarse contigo. Apasionado, temerario… ¡hasta peligroso, diría! Ahora que está satisfecho contigo y con sus hijos, se ha vuelto un ser normal y aburrido. Parece que ese es el destino de los hombres una vez que contraen matrimonio. ¿Por qué viniste con John? Estuvo casi todo el tiempo con el padre Mata; apenas pude verlo.

– Mata le presentará al prior Richard dentro de unos días.

– ¿Logan finalmente dio el brazo a torcer? ¿Cómo no me lo dijiste antes, tesoro?

– No dio el brazo a torcer, primito. Logan comprendió que la vocación de John no es ser dueño de Claven's Carn, pero aún mantiene la esperanza de que cambie de opinión antes de tomar los votos definitivos.

– Pero no cambiará de opinión y, por consiguiente, tu hijo Alexander se convertirá en el heredero de su padre. ¿Me equivoco? John trazará su propio camino, como lo hará Elizabeth.

– Y como lo hice yo -acotó Rosamund-. Gracias, Tom.

CAPÍTULO 10

A la mañana siguiente, antes de partir, Rosamund salió a busca Baen MacColl para hablar con él. Cuando lo vio, comprendió la atracción que su hija sentía por el escocés. Era hermoso, corpulento, viril.

– ¿Ha tenido noticias de los Glenkirk? ¿Cómo está el conde?

– Bien, pero muy anciano. No lo he visto últimamente. Dicen que ha dejado sus asuntos en manos de lord Adam, su hijo. Parece que la memoria le falla desde hace varios años, pero la gente lo sigue queriendo y respetando como siempre. Mi padre es amigo de Adam Leslie. ¿Conoció usted a Patrick Leslie?

– Sí, hace mucho tiempo. Cuando regrese y vea a lord Adam, por favor mándele saludos a él y a toda la familia de parte de Rosamund Bolton -sonrió con aire nostálgico-. Es usted un buen hombre, Baen MacColl. Me alegra que haya vuelto a Friarsgate y espero que obtenga todo lo que desea durante su estadía aquí.

– Gracias, señora -replicó. Tenía una sonrisa encantadora y hablaba en un tono dulce y seductor-. La señorita Elizabeth ha sido muy amable y solidaria.

– Mi hija siente debilidad por los escoceses -dijo sin rodeos-. No puedo criticarla porque yo misma me he casado con un escocés.

De manera tácita, Rosamund había dado su aprobación al matrimonio entre su hija y el joven MacColl. Ahora, todo dependía de Elizabeth.

– Adiós, señor -Rosamund concluyó el diálogo y le dio una amigable palmadita en el brazo.

Thomas Bolton, que había oído la conversación de principio a fin, acercó a su prima fingiendo que acababa de entrar en el salón.

– ¿Estás lista, querida? Permíteme que te acompañe hasta el caballo. Ayer mandé un mensajero para avisar al bueno de tu marido que regresabas a casa. Los guardias de Friarsgate te escoltarán hasta la frontera y luego seguirás viaje con los hombres de Claven's Carn. No te preocupes por Johnnie, llegará sano y salvo a St. Cuthbert. – Tomándola del brazo, la condujo fuera del salón.

– ¡Escuchaste todo, viejo ladino!

– No todo -mintió-, apenas lo suficiente para saber que no te opones al enlace entre el bastardo de Grayhaven y la heredera de Friarsgate.

Lord Cambridge se conmovió al descubrir que la llama del amor que Rosamund había sentido por Patrick Leslie aún no se había extinguido del todo, y seguía ardiendo secretamente en su corazón. ¡Quién podría olvidar una pasión tan intensa!

Elizabeth los esperaba afuera.

– Cabalgaré un trecho contigo, mamá.

Lord Cambridge despidió a Rosamund con gran efusividad y exclamó en tono dramático:

– ¡Quién sabe cuándo volveremos a vernos, mi paloma!

– Querido Tom -replicó Rosamund mirándolo desde lo alto de su cabalgadura-, te aseguro que será muy pronto. ¿Cuándo piensas regresar a Otterly?

– Will llegó anoche. Mi ala está a medio terminar. La malvada de tu hija convenció al constructor de colocar una puerta entre mi nueva morada y el resto de la casa. Pero Will logró que la quitaran y taparan el agujero con ladrillos. Además, retó severamente a Banon y al constructor. Parece que no podré regresar a Otterly hasta octubre, si la nieve lo permite, claro está. Le escribiré a mi heredera regañándola por lo que hizo, te lo aseguro. -Estrechó la mano de Rosamund entre las suyas y la besó-. Buen viaje, mi niña, y dale mis más calurosos saludos a tu marido.

Las dos mujeres y los guardias armados partieron rumbo a Claven’s Carn. El día estaba nublado, hacía calor y amenazaba lluvia.

– Me gusta el escocés -dijo Rosamund a su hija-. Sí logras llevarlo al altar, cuentas con mi consentimiento.

– Gracias, mamá. ¿Y qué dirá Logan?

– Por ahora, no se enterará de nada. No querrás que tu padrastro te mande un ejército de pretendientes escoceses mientras intentas conquistar a Baen MacColl. Le explicaré a Logan que no encontraste un buen partido en la corte y que Tom está considerando otras posibilidades entre las familias que él conoce. Logan cree en mí, de modo que no insistirá en el tema.

– ¡Pobre! Lo manipulas con total descaro y él no se da cuenta.

– ¡Por supuesto que no! Los escoceses son muy orgullosos, ten eso muy en cuenta, Elizabeth. Me gusta Baen. Será un buen marido y respetará tus derechos, como lo hizo tu papá. Lo único que me preocupa es la excesiva lealtad hacia el padre. Sospecho que en algún momento tendrás que recurrir al amo de Grayhaven, si deseas desposar a su hijo. Y en ese caso conviene pedir a Logan que interceda, pues sólo un escocés es capaz de comprender a otro escocés.

– Si Baen no me ama lo bastante para quedarse a mi lado, entonces no me interesa. No soy un trofeo, mamá.

– ¡Sí que lo eres, hija mía! Cuando el señor de Grayhaven comprenda que la vida que le ofreces a Baen es mucho mejor que la que él puede brindarle, no dudará en entregarte a su hijo. Esa es tu ventaja; no la desperdicies por el orgullo, ¡te lo suplico!

– Si Baen me ama se quedara a mi lado -insistió-. La decisión ha de ser suya y de nadie más.

Rosamund prefirió no contradecir a su hija y se quedó en silencio. Si seguía discutiendo, lo único que lograría era afianzar aun más la posición de Elizabeth.

La joven acompañó a su madre hasta la frontera con Escocia, donde Logan Hepburn y media docena de hombres de su clan esperaban a la señora de Claven's Carn para escoltarla hasta la casa.