Los criados les sirvieron vino en sus copas. Elizabeth cortó en dos el pollo relleno con pan, cebolla y salvia, colocó una mitad en su plato y la otra en el de Baen, y le agregó varias fetas de jamón. Él no dijo una palabra, pero estaba sorprendido porque lo trataba como a un igual. Miró a su alrededor esperando descubrir caras de asombro ante las atenciones que la dama de Friarsgate prodigaba al bastardo escocés. No vio nada raro, y dio las gracias en voz baja. Comió y bebió hasta que, en un momento, dejándose llevar por la fantasía, comenzó a imaginar cómo sería su vida si fuera el señor del lugar y estuviera casado con Elizabeth. Sería maravilloso, pero al rato volvió a la realidad y el cálido rubor que había encendido sus mejillas desapareció súbitamente.

– No deberías servirme -le dijo cuando ella le puso varios trozos de queso en el plato.

– ¿Por qué no?

– Porque no merezco ocupar este lugar ni soy digno de ti.

– Esa decisión me corresponde tomarla a mí, Baen. Después de todo, soy la dama de Friarsgate. Francamente, tu maldita humildad empieza a resultarme irritante. No te queda bien y estoy segura de que tu padre opinaría lo mismo que yo. Ya te he dicho que tengo la intención de casarme contigo.

– No digas esas cosas -susurró Baen.

– Las seguiré diciendo hasta que seas sincero conmigo y expreses lo que siente tu corazón.

– ¿Cómo sabes lo que siente mi corazón? Jamás te he dicho una palabra.

– Tus miradas son muy elocuentes, Baen. En la corte he aprendido a interpretar la expresión de los ojos, que muchas veces no concuerda con lo que dicen los labios. Podría haberme enamorado de Flynn Estuardo, el medio hermano del rey Jacobo, por lo que vi en sus ojos. Ahora los tuyos me dicen que me deseas y me amas. Pero, como te rehúsas a expresar tus sentimientos, me veo obligada a hablar por los dos. Quiero que seas mi esposo.

– ¡Eso es imposible! No puedo defraudar a mi padre. Siempre estuviste rodeada de amor y bondad, Elizabeth. No sabes los terribles sufrimientos que padecí en la casa del esposo de mi madre. Me odió aun antes de que yo naciera. Si mi madre no me hubiera protegido desde el momento del parto, ese hombre infame me habría abandonado en las colinas para que muriera de hambre y de frío. Y si me devoraban los lobos, mejor para él. En su lecho de muerte, mamá me reveló la identidad de mi verdadero padre y cómo me había concebido. Apenas finalizó el funeral, huí para siempre de esa casa nefasta, donde ella fue tan desgraciada, y fui a ver a Colin Hay. Él podría haberme rechazado o alojado en los establos, y yo lo habría entendido. Pero no hizo nada de eso, Elizabeth. Al contrario, me acogió en su casa con los brazos abiertos. La esposa lo regañó por sus pecados juveniles y luego se echó a reír. Me alzó la barbilla, me miró a los ojos, y dijo que siempre había querido tener muchos hijos varones y que yo era el único que le había ahorrado los dolores del parto. Les debo lealtad a los Hay de Grayhaven.

– Come -le aconsejó Elizabeth con voz dulce-. Estás muy angustiado, Baen. En toda pareja siempre hay uno que es más fuerte que el otro. Veo que yo tendré que ser la más fuerte, como lo es Banon en su Matrimonio.

– Si me permito amarte, romperás mi corazón.

– No. Tú romperás el mío si me dejas por tu familia. Eres el amor d mi vida. Nunca hubo ningún hombre antes que tú ni lo habrá después Estamos destinados a amarnos, Baen.

Él apartó la mirada y se dispuso a comer. La comida estaba fría y ya no tenía hambre. Ella acababa de ofrecerle un paraíso que no podía aceptar. Lo más prudente era alejarse de inmediato de Friarsgate, pero eso era imposible. Su padre le había encomendado una misión que aún no había concluido. Todavía le faltaba aprender muchas cosas sobre el negocio de la lana y su rentabilidad. A su juicio, Grayhaven no tenía superficie ni rebaños ni pasturas suficientes para crear una empresa similar a la de Friarsgate. Pero cabía la posibilidad de instalar una más pequeña. No podía irse y defraudar a su padre.

– No has terminado la cena.

– Ya no tengo apetito.

– Vamos, Baen, eres un hombre robusto que necesita alimentarse bien -dijo Elizabeth. Untó una rodaja de pan, colocó encima una feta de queso y se la dio-. Cómetelo o te lo meteré en la boca con mis propias manos -ordenó y llenó su copa de vino.

Las atenciones de la joven lo conmovieron.

– Serás una buena madre algún día.

– Lo sé. Y tendremos los hijos más hermosos del mundo, Baen MacColl.

– ¿Cómo podré amarte y luego dejarte? -preguntó en voz baja.

– Harás lo que debas hacer. No creo que tengas que elegir entre tu padre y yo, pero si debieras hacerlo, aceptaría tu decisión. ¿Acaso me queda otra alternativa? -Elizabeth no creyó ni por un instante en lo que acababa de decir.

– Es cierto -replicó Baen con seriedad. La amaría aun sabiendo que el romance no prosperaría y que ella lo estaba incitando a hacer algo que podría llevarlos a la perdición. Pero la atracción que sentían era demasiado intensa para negarla-. ¿Cómo podría no amarte, Elizabeth?

CAPÍTULO 11

Era una locura y ambos lo sabían. Y aunque Elizabeth se preguntase qué la había inducido a hablarle con tanta franqueza, no ignoraba que Baen MacColl era un hombre honorable. La amaría hasta la muerte, pero jamás le diría una palabra. En consecuencia, no le quedaba otra alternativa que abrirle su corazón. Y en cuanto a su padre, el amo de Grayhaven, ¿exigía realmente tanta fidelidad de su hijo bastardo? ¿O quizás era Baen quien exageraba en lo tocante a sus obligaciones filiales? Fuera como fuese, debía enterarse de la verdad. Estaba resuelta a manejar la situación y, por cierto, ya tenía un plan.

Thomas Bolton la había incitado a seducir al escocés, y eso era exactamente lo que haría. Lo atraparía en sus redes, serían amantes y él nunca la dejaría. No sintió el menor sentimiento de culpa con respecto a su designio. El amo de Grayhaven no necesitaba realmente a Baen MacColl, pero ella sí. Y cuando la suerte estuviera echada, lo engatusaría para que aceptase un casamiento provisorio, cuya validez duraba un año y un día. Al cabo de ese tiempo, o incluso antes, lo habría convencido de que su destino era ella, no su padre. Y entonces se casarían con todas las formalidades del caso, bajo los auspicios de la Iglesia. Elizabeth sonrió tan complacida como una gata que acaba de comerse a una laucha. Su plan era perfecto.

Esa noche, en el salón, jugó al ajedrez con Will y luego dijo estar fatigada.

– Debo hablar con Maybel y Edmund antes de acostarme -agregó.

Baen la observó mientras abandonaba el salón. Se sentía confundido. Ella no era noble, aunque había heredado una importante propiedad. Su padre había sido un caballero. Sin embargo, su madre no era más que una campesina. Al fin y al cabo, no eran tan diferentes en cuanto a su condición social. Además, Rosamund Bolton parecía simpatizar con él y lord Cambridge no se oponía a su amistad con Elizabeth. En rigor, todos los habitantes de Friarsgate lo habían recibido con beneplácito. Pero no estaba seguro de atreverse a desposarla ni de convertirse en un hombre rico.

¿Qué diría Colin Hay de una boda semejante? ¿Permitiría que su hijo mayor se casara con la dama de Friarsgate? A su padre no le agradaban los ingleses en absoluto. Empero, Baen no consideraba que hubiera una gran diferencia entre su familia y la de la joven. Ambas se dedicaban a la tierra, amaban el país y respetaban a la Iglesia. Pero para que ese milagro se produjera, él debería renunciar a su lealtad a su patria y a su familia. Ya no sería un escocés, pero ¿podría ser un inglés? Se trataba de un verdadero dilema y probablemente le conviniese seguir siendo quien era: el bastardo del amo de Grayhaven; el hermano de Jamie y de Gilly.

Friar se acercó, puso el húmedo hocico en su mano y lanzó una suerte de gemido. Baen lo miró sonriendo. El animal meneaba todo el cuerpo en su afán por comunicarse.

– Ya lo sé, ya lo sé. Quieres correr un poco antes de ir a dormir, ¿eh, muchacho? -Luego, dirigiéndose a William Smythe, agregó-: No dejes que Elizabeth trabe la puerta. Sacaré a pasear al perro y volveré enseguida.

Cuando el escocés hubo desaparecido del salón, Thomas Bolton, que aparentemente se había dormido en la silla, dijo, sin molestarse en abrir los ojos:

– Mi sobrina ha comenzado la campaña para cortejarlo. Y creo que él la ama.

William Smythe sonrió.

– Estás empeñado en que se case con el escocés, ¿verdad, milord?

– Hacen una pareja perfecta, no lo niegues. Si se hubiese tratado de Philippa o de Banon, me habría opuesto categóricamente. Pero no en el caso de Elizabeth. Me pregunto por qué las hijas de mi querida Rosamund son tan diferentes. Philippa se enamoró de la corte apenas arribó allí. Y ahora es una aristócrata de la cabeza a los pies. Y mi adorable Banon con su marido Neville son el ejemplo perfecto de la nobleza rural. En cuanto a Elizabeth, es una campesina dedicada a Friarsgate y a las ovejas. Necesita a un hombre fuerte que ame la tierra, y ese hombre es Baen MacColl. -Hizo una breve pausa y luego agregó, con una sonrisa irónica-: Hasta no hace mucho, querido Will, los Bolton no eran sino una rica familia de granjeros. Fue mi adorada Rosamund quien los sacó de la oscuridad de Cumbria y los llevó a la corte. Pero Elizabeth ama su tierra. Y si ella ha elegido al escocés, entonces, por el amor de Dios, lo tendrá, no importa cuánto debamos esforzarnos para que ello suceda, querido muchacho. Y ahora sírveme un poco de vino. Este tipo de conversaciones me agota.

Se recostó en la silla y extendió lánguidamente la mano para tomar la copa donde Will había vertido el vino. Tras beber unos sorbos, exclamó:

– ¡Qué delicia! Así vale la pena vivir.

– ¿Cómo te las ingeniarás para concretar ese matrimonio?

– ¿Yo? Querido mío, yo no haré nada, salvo sentarme en una silla y dejar que mi sobrina arregle el asunto. Ella es lo bastante astuta para lograrlo. Por lo demás, el escocés goza de la aprobación de Rosamund y de mis simpatías. Los antecedentes familiares de ambos son muy parecidos. El padre de Elizabeth era un caballero. El suyo pertenece a la pequeña nobleza. Para mí es suficiente. Las cosas se arreglarán por sí solas, y deseo que ello suceda lo antes posible. Quiero estar en Otterly en otoño. Por consiguiente, debes volver y procurar que el ala izquierda se termine a tiempo y que no se comunique en absoluto con la casa de Banon. Tendremos privacidad.

"¡Imagínate, Will, gozar finalmente de un poco de paz y quietud! Pasaremos el invierno tan cómodos y calentitos como dos ratones en un granero repleto. Por otra parte, cuando estuvimos en Londres descubrí un escondrijo donde vendían libros y manuscritos por una ganga. Sin duda pertenecían a algún anciano noble cuyo heredero era, evidentemente, un bárbaro carente de toda educación. Los compré y los hice enviar a Otterly. Así pues, nos dedicaremos a catalogar mi hallazgo. ¡Es un auténtico tesoro, querido Will! Tal vez te necesiten en Friarsgate.

– No. Elizabeth sabe manejar por sí sola la situación. En unas pocas semanas viajaré a casa y todo se arreglará.

En ese momento, Baen MacColl entró en el salón, precedido por e| perro.

– Querido muchacho, ¿has disfrutado de tu paseo con Friar?

– Por cierto, milord. Es una noche bellísima y el aire, a defiere del de las Tierras Altas, tiene una frescura encantadora.

– Proviene del mar -murmuró Thomas Bolton-. Por eso el cutis de mis sobrinas es tan terso, especialmente el de Elizabeth. Otterly está más lejos del mar y la casa de Philippa en Brierewode se halla rodeada de tierra, sin una gota de agua salada a la vista. Elizabeth es adorable, ¿no te parece, muchacho? Es la más hermosa de las hijas de Rosamund.

– Sí, es adorable -repuso Baen ruborizándose.

Al ver las encendidas mejillas del joven, lord Cambridge sonrió Luego se puso de pie y, dejando la copa de vino sobre una mesa, dijo:

– Querido muchacho, me voy a la cama. Estoy lisa y llanamente exhausto. Elizabeth no ha bajado aún y puede que no lo haga. ¿Tendrías la amabilidad de verificar si todo está en orden?

– Sí, milord, lo haré con gusto -respondió Baen inclinándose en señal de respeto.

– Buenas noches entonces, mi querido -dijo Thomas Bolton. Después enlazó su brazo en el de Will Smythe y ambos abandonaron el salón.

Friar se había echado junto al fuego y dormitaba. Baen se encaminó a la puerta principal de la casa y corrió el cerrojo. Acto seguido, se paseó por la planta baja de la residencia, asegurándose de que el fuego de las chimeneas ardiera al mínimo y quitando la pavesa de las velas. Satisfecho de que todo estuviera bien, se sentó por un momento junto al hogar. Le parecía de lo más natural realizar las tareas propias del dueño de casa. Con un suspiro se levantó y subió las escaleras, rumbo a su dormitorio.