– Y el muy tonto la dejó -dijo Tom con irritación-. Pero si la ama…
– Se marchó de Friarsgate el mismo día que tú. No sabe nada de embarazo. Ella se enteró hace poco tiempo, tan ocupada estaba con las ovejas, el negocio de la lana y miles de tareas más. Ahora que Edmund ya no está en condiciones de hacer su trabajo, toda la carga recae ella. Cuando se dio cuenta de que estaba encinta, mandó por mí, aunque no alcanzo a comprender por qué, ya que se niega a seguir mis consejos. Philippa y Elizabeth han resultado ser de lo más testarudas en materia de hombres. Recuerdo cómo Philippa aullaba y pataleaba a causa del estúpido incidente con Giles FitzHugh, y después terminó encontrando la felicidad junto a Crispin St. Claire.
– Y se convirtió en condesa -murmuró lord Cambridge.
– Elizabeth nunca será condesa, pero ama al escocés, y él la ama. Sin embargo, insiste en que no será su esposo. La panza aumenta cada día también la furia que siente por Baen. No le perdona que haya elegido a su padre y está empecinada en olvidarlo. ¡Pero yo no permitiré semejante cosa, Tom!
– Estoy absolutamente de acuerdo contigo, Rosamund. Y estoy feliz de verte, pero ¿no podías haberme escrito una carta en lugar de cabalgar hasta aquí con este frío espantoso?
– Necesito tu ayuda, Tom. -Haré cualquier cosa que me pidas.
– ¿Cualquier cosa? -preguntó Rosamund con voz seductora.
– ¡Por supuesto! Cualquier… Oh, Rosamund…
– Te ruego que vayas a Escocia, Tom. Saldrías mañana mismo.
– ¿A Escocia? ¿En esta época del año? ¿Quieres que muera congelado, tesoro?
– No antes de reunirte con el señor de Grayhaven -replicó Rosamund con una sonrisa maliciosa-Si mando a Logan solo para hablar con él, perderá los estribos y acabará peleando con el pobre hombre. Mi marido no podrá hacerlo solo. Te necesita, Tom. Yo te necesito. Tu adorada sobrina te necesita. Además, mi querido, fuiste testigo del romance desde un principio.
– ¿Qué culpa tengo yo de las travesuras de tu hija? -protestó lord Cambridge ligeramente ofendido-. Tus hijas son indomables y lo sabes mejor que yo.
– No respondiste mi pregunta, Tom.
– Debes reconocer que parte de la culpa es tuya, querida. Si no aprobabas a Baen MacColl, ¿por qué no le enseñaste a Elizabeth tus métodos secretos para evitar… eh… bueno… las complicaciones de ciertas travesuras?
– No lo hice porque jamás pensé que se acostaría con él antes del matrimonio. De lo contrario, le habría confiado mi secreto. Pero, de acuerdo, admito mi cuota de responsabilidad, pero ¡tú también tienes la culpa!
– Es que estábamos demasiado preocupados por la felicidad de Elizabeth -admitió lord Cambridge- y se la veía tan contenta cuando estaba con el escocés.
– Entonces irás a Grayhaven, y promete que nunca lamentarás el día en que apareciste en mi familia, Tom. Él lanzó una sonora carcajada.
– Querida, apenas recuerdo los tiempos en que no te conocía y tampoco deseo recordarlos. Nos hemos amado desde que nos vimos por primera vez, y no me arrepiento de nada que haya ocurrido a partir de ese momento. Está bien, iré al norte con tu bello marido y los vigorosos hombres de su clan y cabalgaré en medio de este horripilante invierno. Traeremos de vuelta a Baen MacColl, lo colocaremos frente al altar de la iglesia de Friarsgate junto a Elizabeth, y el padre Mata los unirá en sagrado matrimonio. ¡Ay, no sabes cuánto agradezco a Dios que sea la última de tus hijas! -concluyó con un bufido.
Rosamund se rió y le tiró un beso.
– Gracias, Tom.
– Bien. ¿Tienes hambre? Seguro que sí; fue un largo viaje. Will, ¿te parece que le mostremos la entrada a la casa principal? Suelo cenar con Banon y su familia.
– Si lady Rosamund es capaz de mantener el secreto… -replico Will en tono jocoso.
Thomas Bolton se levantó de la silla y tomó del brazo a su prima para conducirla a la misteriosa galería. Una de las paredes estaba cubierta de ventanas y en la de enfrente colgaban retratos de lord Cambridge, su difunta hermana, sus padres, Rosamund y cada una de sus hijas. Cuando llegaron al extremo más alejado, Thomas Bolton tocó algo en la pared de madera y de pronto se abrió una puerta. La atravesaron y Will la cerró detrás de él.
– Por aquí -dijo lord Cambridge señalando un estrecho corredor que era, obviamente, un pasadizo secreto.
– ¡Tienes una mente perversa, Tom! -exclamó Rosamund mientras oía las risitas ahogadas de su primo.
Tras caminar unos metros, lord Cambridge se detuvo y corrió un pestillo casi oculto. Se abrió una segunda puerta e ingresaron en la mansión de Otterly.
– ¿Notaste algo en la pared? Ese acceso es prácticamente invisible, querida.
– ¡Qué ingenioso!
– Banon es adorable pero es incapaz de controlar a las niñas, como comprobarás con tus propios ojos. ¡Escucha cómo están gritando ahora mismo!
Finalmente, llegaron al salón de Otterly. Las cinco hijas de Banon, cuyas edades iban de nueve a tres, se corrían unas a otras.
– ¡Abuela! -gritaron al unísono al ver a Rosamund y la rodearon como un enjambre de abejas.
– ¡Así que mamá conoce el secreto y yo no! -reprochó Banon a su tío.
– Otterly sigue siendo mío, tesoro -replicó lord Cambridge con calma.
– Perdona, no quise ser grosera, pero sabes que odio los secretos. Y tú pareces disfrutar ocultándome el tuyo.
– Un hombre necesita su privacidad. Cuando tus hijas sean mayores, te revelaré el misterio. Mientras tanto, te ruego aceptes mi decisión en este asunto -dijo acariciándole la mejilla-. Sabes muy bien que eres mi preferida y que por eso te nombré mi heredera.
– De acuerdo -repuso y tomó el brazo de lord Cambridge-¿Por qué vino mamá?
– ¡Niña curiosa! Espera a que ella misma te lo diga, si así lo decide -la retó lord Cambridge dándole golpecitos en el dorso de la mano. Banon se echó a reír.
Robert Neville entró en el salón para saludar a su suegra. Era un nombre tranquilo que amaba a su esposa e hijas. Dejaba que Banon gobernara la casa a su antojo, pues de ese modo podía entregarse libremente a los típicos pasatiempos de un caballero.
– ¡Rosamund, qué agradable sorpresa! -dijo besándole la mano y haciendo una reverencia.
– ¡Gracias, Rob! Disculpa que haya venido a Otterly sin avisar con mayor antelación, pero ha surgido una emergencia familiar que requiere una rápida solución. -Se volvió a sus nietas que estaban peleando por una tontería-. ¡Niñas, basta! Katherine, como hermana mayor, deberías poner un poco de orden en lugar de provocarlas. Esa conducta es inaceptable.
– ¡Es que no me obedecen, abuela! Además, la culpa es de ella, se defendió, señalando a una de sus hermanas.
– ¿Y por qué tengo que obedecerte? -preguntó Thomasina, de ocho años.
– Debes escuchar a tu hermana porque es un año y diez días mayor que tú, si la memoria no me falla -explicó Rosamund y luego se dirigió a Katherine-. Y tú, jovencita, tienes que darles el ejemplo en vez de querer dominarlas por el simple hecho de ser la mayor.
– ¿Acaso mamá y sus hermanas se llevaban mejor que nosotras, abuela? -preguntó Thomasina en un tono impertinente.
– Sí -dijo Rosamund categóricamente-. Ahora, lávense las manos, pequeñas. Esta noche, si lo desean, pueden cenar con nosotros.
Las cinco niñas miraron a su madre, que les hizo un gesto de aprobación, y luego se retiraron a cumplir la orden de su abuela.
– Las invitaste a cenar para no tener que hablar de Elizabeth.
– Te lo contaré todo después de comer.
Banon hizo una mueca de fastidio, pero no cuestionó la decisión de su madre.
Fue una cena maravillosa. Katherine, Thomasina, Jemima, Elizabeth y Margaret Neville exhibieron unos modales exquisitos y, cuando sus padres las enviaron a la cama, dieron el beso de las buenas noches a cada uno de los miembros de la familia y se retiraron sin una queja
– Se han portado excelentemente bien -les dijo Rosamund mientras abandonaban el salón.
Banon se mantuvo en silencio un largo rato hasta que no pudo so portar más la incertidumbre.
– ¿Qué pasó en Friarsgate, mamá?
Rosamund le explicó en detalle todo cuanto había acontecido.
– Jamás imaginé que Bessie fuera tan apasionada. Es peor que yo, mamá cuando me casé con Rob, estaba embarazada de Katherine, pero ambos sabíamos que íbamos a contraer matrimonio. ¿Crees que Logan y el tío Tom lograrán convencer al escocés? ¿Y qué pasa si ella cumple su amenaza y se rehúsa a desposarlo?
– Por una vez en su vida -declaró la madre con firmeza-, tu hermana menor hará lo que se le ordene. Haremos un contrato matrimonial que proteja sus intereses, pero se casará con Baen MacColl le guste o no. El niño necesita un padre y Friarsgate necesita un heredero. Cualquier otro problema lo resolverán entre ellos, querida, pero habrá boda.
– O la furia de Logan incendiará las Tierras Altas -acotó Thomas Bolton-. Ahora, mis palomas, debo retirarme para ayudar a Will a preparar el equipaje. Quiero presentarme ante el señor de Grayhaven con mis mejores galas. Hay que dar una buena imagen de la familia. ¡Buenas noches a todos!
– Dudo que el señor de Grayhaven haya visto alguna vez a un hombre como lord Cambridge -comentó riendo Robert Neville.
– Ni que vuelva a ver otro igual -acordó Banon-. Esperemos que el hombre sobreviva al encuentro con el tío.
– Y que mi marido tolere su compañía -terció Rosamund-. Logan le tiene cariño, pero no termina de entenderlo. Y a Tom le encanta confundirlo.
– Ojalá valga la pena todo este sacrificio. ¿Lo conoces, mamá? ¿Te parece digno de Elizabeth?
– Sí, querida. Estoy segura de que Bessie será muy feliz una vez que se le pase el enojo con nosotros y con ella misma por haberlo dejado partir.
CAPÍTULO 13
Colin Hay, el amo de Grayhaven, miró al hombre que se hallaba frente a él sonriendo de oreja a oreja. Era un dandi vestido a la última moda, con calzones de terciopelo escarlata y medias de seda tejidas en hilos dorados y escarlatas. Llevaba una liga de centelleantes cristales rojos cosidos sobre un lazo dorado en una de sus bien torneadas piernas. La casaca de terciopelo, también del mismo color, tenía mangas acolchadas, un cuello de piel y estaba ribeteada en marta cebellina, en tanto que el cuello y las mangas de la camisa remataban en un volado. El sombrero tenía un ala vuelta hacia arriba y lo coronaba una pluma de avestruz.
– Mi querido señor -dijo la aparición con el tono afectado propio de un aristócrata inglés del norte-, finalmente tengo el placer de conocerlo. -Y le tendió la mano repleta de anillos, recién liberada de un guante adornado con perlas.
Colin Hay tomó la blanda mano y se la estrechó, pues no deseaba ser descortés y no tenía nada contra el caballero, al menos por el momento. Lo sorprendió la firmeza del apretón de manos, insólita en una criatura de esas características.
– Milord -dijo, pensando que el hombre pertenecía indudablemente a la nobleza. Luego deslizó la mirada hacia el compañero del dandi inglés, tranquilizándose al reconocer el atuendo y la actitud de un escocés de la frontera. Y volvió a tender la mano, esta vez a su compatriota.
Logan se la estrechó con fuerza.
– Milord, soy Logan Hepburn, señor de Claven's Carn. Mi compañero es Thomas Bolton, lord Cambridge de Otterly. Estoy casado con su Prima, Rosamund Bolton.
– ¿Es de Friarsgate? Bienvenidos a Grayhaven, entonces. Vengan y siéntense junto al fuego, caballeros.
– Con gusto -replicó lord Cambridge, acercándose al hogar-. El clima en estas comarcas no es generoso con los viajeros, querido señor. Por lo menos dos veces pensé que moriría congelado. Si el asunto que nos trae aquí no fuera de la mayor importancia, estaría a salvo en casa catalogando los libros de mi biblioteca.
– ¿Por qué han hecho semejante viaje en pleno invierno? Coincido con lord Cambridge. Esta es la peor época del año para viajar.
– ¿Dónde está su hijo? -inquirió Logan, abruptamente.
– ¿Cuál de ellos? Tengo tres.
– Baen. Baen MacColl.
– Está con las ovejas y volverá al atardecer, cuando se asegure de que los pastores y los rebaños estén a cubierto durante la noche. El pobre ha emprendido una batalla perdida de antemano. Las ovejas ya no prosperan en Grayhaven. Al principio lo hicieron y pensamos que era una buena idea, pero luego comprobamos que no era así. Baen está muy decepcionado. Si desean venderle más ovejas, entonces han viajado en vano, me temo.
Thomas Bolton sonrió.
– Hay solo una ovejita que él debe adquirir, lo quiera o no. Pero la compra le resultará harto provechosa, se lo aseguro, señor.
– ¡Tom! -exclamó Logan escandalizado-. No puedes tomar a broma un asunto de tanta gravedad.
– ¿Qué ocurre, pues? No necesitan la presencia de mi hijo para decirme de qué se trata.
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