– Es mejor que él esté presente-replicó lord Cambridge con seriedad-. De ese modo, no habrá necesidad de repetir el relato dos veces. ¿Podría mandar a buscarlo? Falta mucho para el anochecer, querido señor.

– Sí, que venga ya mismo, así aclaramos las cosas de una vez por todas -exigió Logan Hepburn.

– Aunque más no sea para satisfacer mi curiosidad -repuso Colin Hay. Luego, dirigiéndose a un sirviente, ordenó-: Busca a Baen y dile que se presente en el salón lo antes posible.

El hombre hizo una reverencia y partió a toda prisa.

– Por casualidad, ¿no tendría un poco de queso? No probamos bocado desde el alba, cuando nos dieron por desayuno unas galletas de avena secas, seguramente escondidas durante años en la alforja de algún miembro del clan. Sabían a cuero viejo -dijo lord Cambridge, escociéndose ligeramente y bebiendo un sorbo de vino.

– Ya es la hora del almuerzo. En invierno, la comida principal se sirve al mediodía, pues, salvo Baen, pocos se aventuran a salir a la intemperie ¿Vienen ustedes de lejos?

– De Claven's Carn, en las fronteras occidentales -dijo Logan.

– Y yo de Otterly, que queda a una considerable distancia de aquí -agregó Thomas Bolton.

– Debe de ser un asunto muy importante o no hubiesen viajado desde tan lejos y con este tiempo -comentó Colin Hay, preguntándose por qué deseaban hablar solamente en presencia de Baen. Si su hijo hubiese preñado a una criada, no se habrían molestado en venir. Luego se acordó de la dama de Friarsgate. Cuando el muchacho hablaba de ella -lo que hacía en raras ocasiones, pues desde su regreso de Inglaterra se había mostrado taciturno- se le iluminaban los ojos. ¿Cuál era su nombre? No podía recordarlo, o tal vez nunca lo había sabido.

Al cabo de una hora Baen apareció en el salón de su padre.

– ¿Te encuentras bien? -le preguntó al entrar. Luego vio a Thomas Bolton y a Logan Hepburn y empalideció-. ¡Elizabeth! ¿Le ha ocurrido algo a Elizabeth? -inquirió con voz ahogada.

– ¡Querido, querido muchacho! -exclamó lord Cambridge abrazando efusivamente a Baen-. Es una delicia volver a verte, aunque hubiera preferido hacerlo en un clima más cálido.

– Tom, ¿le ha ocurrido algo a Elizabeth? -repitió el joven.

– No, querido, goza de perfecta salud, dadas las circunstancias -repuso con una sonrisa irónica.

– ¡Está embarazada y es tu hijo quien le abulta el vientre! -le espetó Logan sin rodeos-. Por lo tanto, volverás a Friarsgate y cumplirás con tu deber.

– No puedo -respondió Baen angustiado.

– ¿Y por qué no puedes? -le preguntó Logan a punto de estallar de furia.

– Le debo fidelidad a mi padre.

– ¡Mi hijastra no es una criada sino la dama de Friarsgate, y ese niño heredará sus tierras! ¡No puedes abandonarla, Baen MacColl no lo permitiré!

– Tampoco yo -terció de pronto el amo de Grayhaven-¿Acaso me estás diciendo, pedazo de tonto, que dejarás a esa muchacha a causa de tu lealtad hacia mí? ¿Cómo se te ha ocurrido una idea tan estúpida? -le dio una palmada en la cabeza y agregó-: ¿La amas?

– Nos casamos de manera provisoria. ¿Eso no es suficiente?

Su padre le dio otra palmada.

– Respóndeme, cabeza de chorlito: ¿la amas?

– Sí, papá, pero…

– Entonces te casarás formalmente por la Iglesia y le darás un apellido a mi nieto. No engendrarás un bastardo, como hice yo. Te amo, Baen, pero no hay nada para ti en Grayhaven. Especialmente ahora, cuando nos va mal con las ovejas. ¿Por qué no deberías tener una esposa, hijos y un hogar propios? Si estuviera viva, Ellen se alegraría tanto como yo. Serás el señor de una magnífica propiedad, hijo mío.

– No -dijo Logan Hepburn-. Será el esposo de la dama de Friarsgate y nada más. Sólo el padre del heredero, a menos que ella se lo permita. No le mentiré, lord Hay. Elizabeth está muy enojada con Baen por haberla dejado, al punto de que estaba dispuesta a criar sola a su hijo. En suma, Friarsgate pertenece a la dama, aunque se case con ella.

– Comprendo -repuso Baen.

– Yo no -dijo su padre-. ¿Quién administra ahora las tierras de la muchacha?

– Elizabeth se ha hecho cargo de Friarsgate desde los catorce años -explicó lord Cambridge-. Y administra las tierras con eficacia, tal como lo hizo su madre antes de casarse con el querido Logan. Jamás pensó en ceder el control de su propiedad a un marido. Y Baen lo sabe.

Y como, según él, no piensa compartir con nadie la lealtad hacia usted, procuró no sucumbir a la atracción que experimentaba por mi adorable sobrina. Pero Elizabeth es una muchacha muy testaruda, lord Hay deseaba a su hijo y lo sedujo descaradamente.

– ¿Lo sedujo? -preguntó el amo de Grayhaven con incredulidad, y luego comenzó a reír-. Al parecer, es una joven lista y de genio vivo

Y un hombre engendra hijos fuertes en una muchacha así. Ahora bien continuó en un tono serio-, si él se casa con ella, ¿qué papel desempañará en Friarsgate?

– Será el esposo de la dama, una posición muy respetable, milord. No obstante, ella le concederá el cargo de administrador de Friarsgate como parte del contrato matrimonial. Hasta hace poco, su tío abuelo cumplía esa función, pero lamentablemente ya no puede hacerlo, pues ya es muy anciano.

– ¿Por qué la dejaste? -le preguntó Colin Hay a su hijo.

– Fue la decisión más difícil de mi vida, papá, pero mi lealtad hacia ti es incuestionable y no puedo compartirla con nadie. Me has amado y me has tratado tan bien como a tus hijos legítimos. Te debo la vida, papá. Tú me enseñaste lo que significan el deber y la lealtad.

Los ojos verdes de Colin Hay se llenaron de lágrimas, pero no iba a permitirse tamaña debilidad y, con impaciencia, se las secó con el puño. Acto seguido, se dirigió, furioso, a Baen:

– ¡No me debes nada, tonto! Un hombre ama a sus hijos y hace todo lo que puede por ellos. Obligarte a contraer matrimonio con esa muchacha de quien estás enamorado es lo mejor que puedo hacer por ti. Sabes que aquí nada te pertenece. Jamie y Gilly están primero. Y, como van las cosas, no creo que hereden mucho. No puedes rehusarte a este casamiento.

– Pero me convertiré en un inglés.

– No -dijo Logan Hepburn en un tono más amable-, serás un fronterizo, muchacho. Y aunque los escoceses robamos las vacas y las ovejas de los ingleses cuando podemos, y viceversa, un fronterizo es un fronterizo, no importa cuál de los lados de esa línea invisible considere su hogar. No somos totalmente ingleses ni totalmente escoceses. El viento sopla desde una dirección diferente en la parte occidental de la frontera.

– En su condición de esposo de la dama y de administrador, deben respetar y obedecer a mi hijo. No quisiera que sufriese ninguna humillación.

– Baen ya goza del respeto de los habitantes de Friarsgate -repuso el señor de Claven's Carn.

– Ruego a Dios que la guerra no nos separe -murmuró el amo de Grayhaven. Luego, dirigiéndose a Baen, agregó-: Quiero que regreses a Friarsgate y te cases con la señorita. Quiero que hagas por tu hijo lo que yo no pude hacer por ti. Dale un nombre a mi nieto. Y si en verdad deseas complacerme, acepta llevar mi apellido de ahora en adelante.

– No me disgusta llamarme Baen MacColl.

– Pues ahora serás Baen, el hijo de Colin Hay, y no el bastardo de ningún anónimo Colin.

Baen asintió lentamente con la cabeza.

– Siempre me sentí orgulloso de ser tu hijo, papá. Y supongo que en Inglaterra Hay será un apellido más apropiado para mis niños que MacColl. Si logro recuperar el amor de Elizabeth, te prometo que tendrás más de un nieto en Friarsgate.

– Entonces, regresa allí con mi bendición. ¡Y no olvides llevarte esas malditas ovejas antes de que me las coma!

– ¡Papá! Esas no son ovejas para comer -protestó Baen.

– Todas las ovejas son para comer-repuso el amo de Grayhaven lanzando una carcajada.

En ese momento, los dos hijos legítimos de Colin Hay entraron en el salón. La apariencia de lord Cambridge los dejó boquiabiertos. Nunca habían visto a nadie vestido con tanto lujo. Thomas Bolton, por su parte, les dedicó una mirada apreciativa. Evidentemente eran dos jóvenes muy apuestos, aunque algo rústicos para su gusto.

– Vengan, muchachos, y les presentaré a lord Cambridge y al señor de Claven's Carn. Y feliciten a su hermano, pues se casará muy pronto.

James y Gilbert Hay prorrumpieron en exclamaciones en las que se mezclaban la alegría y la sorpresa.

– Con la inglesita, ¿no es cierto? -dijo James.

– Sí -replicó Baen con voz calma.

Sus hermanos menores intercambiaron una mirada de complicidad, pero prefirieron no decir nada en presencia de los huéspedes.

– Tan pronto como reúna su rebaño volverá a Inglaterra. Las ovejas serán su dote -les informó el amo de Grayhaven.

Al oír esas palabras, los dos se desternillaron de risa. La preocupación de su hermano por las ovejas siempre les había causado gracia.

– Les agradezco a ambos sus buenos deseos -dijo Baen en un tono seco.

– Si te llevas las ovejas, ¿qué les serviré a los huéspedes el día de mi boda con Jean Gordon? -le preguntó James, muerto de risa.

– Deja que los Gordon se ocupen del asunto. Además, la boda se celebrará dentro de unos años, cuando la novia crezca. Al menos, la mía es una mujer hecha y derecha -repuso con sorna.

– Y con un niño en el vientre -intercedió Gilbert, incapaz de refrenar la lengua, pese a la furiosa mirada de su padre. A su juicio, el único motivo que justificaba la presencia de esos caballeros en Grayhaven y en pleno invierno, no era sino la preñez de la muchacha, pero Baen se rió ante el sarcasmo de su hermano menor.

– Sí-admitió-, pero nos desposamos provisoriamente este verano, Gilly. Ahora volveré a Friarsgate con la bendición de mi padre a fin de casarme con ella por la Iglesia.

– ¿Regresarás a Grayhaven?

– No. Debo administrar las tierras de Elizabeth y no tendré tiempo de retornar a Grayhaven. Mis obligaciones con respecto a Friarsgate me lo impedirán.

– Entonces, ¿no volveremos a verte? -murmuró Gilbert, acongojado.

– Puedes visitarme, Gilly. Papá te ha prometido en matrimonio a Alice Gordon, la hermana de Jean, y ella es una niñita que hasta no hace mucho usaba pañales. Ya tendrás tiempo de viajar, y los Hay de Grayhaven siempre serán bien recibidos en Friarsgate, ¿no es cierto, caballeros? -dijo, dirigiéndose a Tom y a Logan.

– Sí -contestó el señor de Claven's Carn sonriendo-. Los escoceses son siempre bien recibidos en Friarsgate. A menos, por supuesto, que lleguen en manada y sin invitación previa.

Todos festejaron la ocurrencia. James Hay se acercó a su hermano mayor y le dio un fuerte abrazo. En el fondo, lo aliviaba saber que Baen tendría un futuro y partiría muy pronto. Su padre siempre se había preocupado por encontrar un lugar para él. Ahora sería el administrador de Friarsgate, de modo que se alegraba de la buena suerte de su hermano. Y no sentiría tristeza alguna cuando se fuera de Grayhaven. Gilly, en cambio, lo echaría de menos, porque siempre había admirado a su hermano mayor. No al heredero de Colin Hay, sino a Baen MacColl. Por cierto, James también lo quería pero jamás pudo comprender por qué, pese a ser el heredero, el preferido de su padre no era él sino Baen.

– Te deseo lo mejor -le dijo con una amplia sonrisa, pensando que la partida de su hermano le sacaba un gran peso de encima y, al mismo tiempo, arrepintiéndose de albergar semejantes pensamientos.

Pasarían varios días antes de que Baen estuviera listo para abandonar Grayhaven. Marzo había comenzado y el tiempo era desapacible y húmedo. Colin Hay le proporcionó un carro cubierto para transportar los pocos corderos nacidos el mes anterior. Todavía eran demasiado pequeños para viajar con el rebaño y los caminos aún estaban cubiertos de nieve. No era la mejor época del año para trasladar a los animales, pero Baen estaba ansioso por retornar a Friarsgate y encontrarse de nuevo con Elizabeth.

El amo de Grayhaven releyó el contrato matrimonial. No le complacían en absoluto los estrictos términos impuestos por Elizabeth a su futuro esposo. Baen no tendría derecho a la propiedad, pues en caso de morir ella en el parto, su madre volvería a heredar las tierras. Si Elizabeth moría luego de parir a un heredero o a una heredera, la finca le correspondería a la criatura, cuya legítima tutora sería la abuela materna. Y si el niño fallecía, Friarsgate le pertenecería a Rosamund Bolton y no a Baen MacColl. Elizabeth lo había nombrado su administrador, pero todas las decisiones que se tomasen con respecto a Friarsgate debían ser aprobadas por ella. Como esposo y como administrador de la propiedad, gozaría de una posición respetable y recibiría una pequeña porción de las ganancias en moneda. Eso era todo.

– ¡Qué contrato! -exclamó Colin Hay, dirigiéndose a Logan y a lord Cambridge-. ¿Lo han leído? Evidentemente, no es una mujer fácil.