Habían partido desde el este de Escocia y ya estaban en el oeste, no muy lejos de la frontera con Inglaterra.

– ¡Estas son mis tierras! -exclamó de pronto Logan una tarde mientras cabalgaban.

– ¿Cómo puedes distinguir unas tierras de otras, querido muchacho, si todas son el mismo infierno? -preguntó lord Cambridge. Esa había sido la peor de sus aventuras y juró para sus adentros no volver a emprender ningún viaje, salvo alguna visita ocasional a Friarsgate.

Nunca en su vida se había sentido tan sucio ni de sus ropas había emanado semejante hedor-. ¿Eso significa que estamos cerca de Claven's Carn? -inquirió esperanzado.

– Sí. Llegaremos al anochecer -sonrió Logan Hepburn. Rosamund, su apasionada y adorable esposa, lo estaría esperando. Esa noche dormiría, finalmente, en su propia cama, libre de las chinches, pulgas y piojos que lo habían devorado durante el viaje. Prefería los meses cálidos, cuando era posible dormir en el páramo sobre la suave hierba o en los aromáticos brezales, en vez de pasar la noche en lechos infestados por toda clase de alimañas.

Le hizo una seña a uno de sus hombres y le ordenó avisarle a Rosamund que llegarían a la hora de la cena. Luego se dirigió a Baen:

– Mañana viajaremos a Friarsgate. Los pastores vendrán después. Es preciso que tú y Elizabeth resuelvan sus problemas lo antes posible. El niño debería nacer en un hogar feliz.

– Con su permiso, una vez llegados a Claven's Carn mandaré de regreso a los hombres de mi padre.

– Sí, es una idea más práctica que cambiar la guardia en la frontera -coincidió Logan.

– ¿Le enviaste un mensajero a la querida Rosamund? -preguntó lord Cambridge.

– Cenarás espléndidamente, Tom, y tendrás una cama confortable donde dormir.

– Es mejor que no sea demasiado confortable o jamás me levantare ¡Quiero volver a Otterly de una vez por todas!

– Pero ahora estás mucho más cerca de Otterly que antes – mentó Baen risueño-. Unos pocos días más y podrás descansar san y salvo, en tu nido. Espero que nos invites a visitarte pronto.

– No demasiado pronto -repuso lord Cambridge con mordacidad-. Me llevará semanas recuperarme de esta aventura. Pero he puesto mi grano de arena en cuanto a convencer a tu querido y honorable padre de las ventajas de casarte con Elizabeth. Y fui una novia deliciosa, no lo niegues, aunque, lamentablemente, nadie se enterará. Un vez más le he hecho un gran servicio a mi adorada prima Rosamund resolviendo el problema de la menor de sus hijas. Por si no lo sabes, soy el mejor desfacedor de entuertos de toda Inglaterra.

Sus dos compañeros se echaron a reír y Thomas Bolton no tardó en imitarlos. Se sentían mucho más distendidos ahora que el viaje estaba por llegar a su fin. Dentro de unos pocos días todo se habría arreglado.

El sol ya se había puesto cuando arribaron a la propiedad. Encerraron a las ovejas en un corral y los corderos encontraron a sus madres antes de que los hombres entrasen en la residencia y se dirigiesen al salón con paso cansino. Al ver a su padre, los hijos de Logan corrieron a saludarlo.

Rosamund salió a recibirlo con una sonrisa de placer en su bello rostro. Caminó directamente hacia su marido y, tomándole la cara entre las manos, le dio un cálido beso.

– Bienvenido a casa, milord. Has tenido éxito, por lo que veo, y me has traído un nuevo yerno.

Luego abrazó a su primo y lo besó en la mejilla.

– ¡Gracias, querido Tom!

– No tienes idea de lo que hemos pasado para lograr que esta historia tenga el final feliz que se merecen sus protagonistas, mi ángel. Estoy cansado, estoy sucio y estas ropas hediondas serán pasto de las llamas en cuanto me las saque. Pero sí, hemos tenido éxito y hemos traído el novio a casa -dijo lord Cambridge, besándola en ambas mejillas y mirándola con una sonrisa satisfecha.

Rosamund se volvió hacia Baen.

– ¿La amas?

– Sí -repuso el joven sin vacilar-, la amo desde el momento en que la vi.

– Bien; deberás ser paciente para hacer razonar a mi hija, al menos hasta que se le pase la furia provocada por tu partida. Ella nos prohibió intervenir, pero yo no permitiré que mi nieto sea bastardo.

– El niño será legítimo, como corresponde.

– ¿Entonces estás convencido de que has engendrado un varón? -dijo Rosamund, risueña.

– Los Hay solemos engendrar varones, señora.

Rosamund lanzó una carcajada y luego agregó:

– ¿Ya no te llamas MacColl?

– Mi padre me pidió que llevara su apellido y yo acaté su deseo.

– Baen Hay es un nombre más apropiado para un fronterizo, aunque algunos pueden llamarme MacColl.

– Tu padre se comportó con mucha sensatez -admitió ella.

Los sirvientes aparecieron con la comida y Rosamund condujo a los hombres a la mesa. Cuando terminaron de devorar la apetitosa cena, Rosamund se levantó y, acercándose a su primo, le susurró algo al oído. Una radiante sonrisa se dibujó en el rostro de Thomas Bolton, que la abrazó y abandonó el salón.

– ¿Sé puede saber qué le dijiste? -preguntó Logan.

– Que lo aguardaba una bañera con agua caliente y ropa limpia. Tal vez no sea de su agrado, porque no es demasiado elegante, pero está limpia.

Logan y Baen comenzaron a reír, mas la risa les duró poco.

– Y cuando Tom haya terminado con sus abluciones, le tocará el turno a Baen y luego a ti, mi querido Logan. No van a infestar mis camas con sus pulgas. Además, les lavaré la cabeza. Y ahora debo ir a ocuparme de Tom.

– De modo que la amas -murmuró Logan-. Eso te facilitará las cosas, pues las mujeres de Friarsgate son testarudas y decididas. No tiene sentido discutir con ellas.

– Se parecen a Ellen, mi madrastra. Papá la adoraba, aunque de vez en cuando se enredase con otras.

– No se le ocurra seguir su ejemplo.

– No. Papá se casó con Ellen para tener hijos. Yo amo a Elizabeth Meredith con toda mi alma.

– Me alegra que lo digas. Elizabeth era una niñita cuando me casé con Rosamund. Y como ella no recuerda a su padre y yo sólo engendré varones, la considero mi propia hija y quiero que sea feliz.

– También yo, pero me llevará tiempo recuperar su confianza. Ahora sé que me he comportado como un tonto.

– Así es muchacho, como un tonto cabeza dura. Pero te aconsejo que se lo digas. A las mujeres les gusta que los hombres admitan sus errores.

En ese momento apareció un criado y le comunicó a Baen que la señora lo estaba esperando. El joven no opuso reparo alguno y lo siguió dócilmente a las cocinas. Se quitó las ropas en silencio y se sumergió en la honda tina de roble. El agua aún estaba caliente. Rosamund le alcanzó un trapo y un jabón, y comenzó a frotarlo con un cepillo. Por último, le lavó la cabeza, masajeando el cuero cabelludo.

– Asunto concluido -anunció Rosamund-. Al menos no apestarás cuando desposes a mi hija. Mañana iré contigo a Friarsgate. Últimamente, Elizabeth se ha mostrado un tanto susceptible.

– ¿Se encuentra bien? -preguntó Baen con ansiedad, mientras salía del baño y Rosamund se apresuraba a envolverlo en una toalla.

– Hasta ahora el embarazo no le ha causado ninguna molestia. Ahora, vístete y dile a mi marido que venga -le encomendó Rosamund con una sonrisa.

Elizabeth había tenido suerte, aunque por el momento estuviese enojada con el escocés. El joven era alto, fornido, apuesto y tenía un corazón tan grande como sus pies, cuyo tamaño, había notado, era considerable.

Baen le comunicó a Logan que su esposa lo estaba esperando, y luego un sirviente lo condujo al dormitorio, donde encontró a lord Cambridge roncando en un catre. Se metió en la cama, pensando que Thomas se la había cedido porque él era mucho más alto, y se durmió apenas puso la cabeza en la almohada.

Partieron de Claven's Carn antes del alba. Si cabalgaban de prisa, arribarían a Friarsgate al anochecer. Baen estaba ansioso por llegar a destino. Thomas Bolton calculaba que en dos o tres días retornaría a Otterly. En cuanto a Logan Hepburn, no veía la hora de terminar con el asunto y regresar a casa con su adorada esposa. Con las tres hijas de Rosamund convenientemente casadas, su vida volvería muy pronto a normalidad.

A mediodía se detuvieron el tiempo suficiente para comer y dar un respiro a los caballos. Después prosiguieron la marcha a galope tendido, bajo un cielo diáfano y un sol radiante.

Cuando llegaron a lo alto de las colinas, las nubes rosas y malvas, orladas con el último oro de la tarde, se desplazaban a la deriva, mientras el pálido azul del cielo viraba poco a poco hacia el azul profundo. Rosamund miró a su yerno y supo que si Baen permanecía junto a Elizabeth, Friarsgate estaría en buenas manos. El rostro del joven reflejaba el más puro amor. Sus ojos contemplaban las praderas, la casa, el lago con una expresión semejante al éxtasis y, al mismo tiempo, como si no pudiera creer que finalmente estaba allí y que allí se quedaría para siempre.

– No he enviado a ningún mensajero -dijo Rosamund.

Baen se dio vuelta y le sonrió, exultante.

– Quiere que mi llegada sea una sorpresa, ¿verdad?

– Pensé que era mejor llegar sin aviso previo. Ella estará en el salón y no tendrá tiempo de esconderse de ti. Quiero que se casen mañana mismo, por tu bien y por el bien de Elizabeth.

– Mi querida Rosamund, ¿podemos continuar el viaje, por favor? -dijo lord Cambridge con voz lastimera-. Luego de haber pasado semanas sobre la montura, mi pobre trasero se ha resentido. ¡Y me muero de hambre!

CAPÍTULO 14

Elizabeth se sobresaltó al oír ruidos de pasos en la entrada del salón Alzó la cabeza y lo primero que vio fue el rostro de Baen MacColl. Sintió un ardor en las mejillas y tuvo que hacer un enorme esfuerzo para ponerse de pie.

– ¡Ajá! Conque lograron arrancarte de los brazos de tu padre. Has perdido el tiempo, señor. Ya no me interesa ser tu esposa. Seguiremos con la parodia del matrimonio provisorio hasta que venza el plazo. He decidido criar sola a mi bebé. No te necesito, ¡así que vete ya mismo!

Baen la contempló con su enorme panza y pensó que era la mujer más hermosa del mundo. Caminó hacia ella, la abrazó y le dio un largo beso.

– Te he extrañado como a nadie en mi vida, pequeña.

Ella reculó con una agilidad sorprendente en su condición, alzó la mano y le pegó una bofetada.

– ¡Canalla! ¿Cómo te atreves a besarme? Te dije que no volvieras cuando me dejaste. ¡Te detesto!

– ¡No digas eso! -exclamó lord Cambridge llevándose la mano al corazón en un gesto de profunda angustia-. He ido y vuelto de las heladas Tierras Altas, he cabalgado semanas y semanas para devolverte a este caballero, querida Elizabeth, ¡y ahora me dices que todo ha sido en vano! -Se desplomó en un sillón y extendió el brazo para tomar la copa de vino que le ofrecía un sirviente.

Una leve sonrisa se dibujó en el rostro de la joven, pero al instante desapareció.

– No te burles de mí, tío. Desde el momento en que supe que estaba embarazada, te dije a las claras que podía criar perfectamente sola a mi hijo. No necesito a este hombre.

– ¿Qué? -dijo Baen-. Me sedujiste, me dejaste ir y ahora juegas a ser la víctima. Me usaste para conseguir un heredero. Ese niño es tan mío como tuyo; yo planté la semilla en tu vientre.

– ¡Cerdo mentiroso! ¡Bien que te gustó que te sedujera!

Baen tomó la mano de Elizabeth y la apoyó en su corazón.

– Habría sido un tonto si te hubiera rechazado.

– ¡Maldito escocés! ¡Canalla, alimaña, rata sucia!

– Me suenan esas palabras. ¿Me parece a mí o tú me las dijiste alguna vez? -preguntó Logan Hepburn a su esposa.

– Sí, querido -respondió Rosamund.

– ¡Iré a la cama! -gritó Elizabeth, furiosa.

– ¡De ninguna manera, jovencita! Te sentarás a la mesa junto a tu esposo y ordenarás que nos sirvan una cena decente. Hemos cabalgado todo el día y solo hemos comido unos míseros pasteles de avena ¡Estamos muertos de hambre!

– Él no es mi esposo.

– ¿No se casaron en secreto el verano pasado?

– Sí -replicó Elizabeth mirando ferozmente a su madre-. Pero no es lo mismo que casarse formalmente. Es solo una promesa de matrimonio y he cambiado de parecer.

– ¡Pues yo no! -dijo Rosamund-. Mañana por la mañana el padre Mata formalizará la unión entre tú y Baen MacColl. Mi nieto nacerá legítimo, pues será el próximo heredero de Friarsgate.

– ¿Por qué estás tan segura de que será un varón?

– Porque los Hay suelen engendrar varones -explicó Baen a su prometida. Tomándola de la cintura, la acercó a él y le acarició la panza. Sintió que el niño se movía impetuosamente y, con una sonrisa de satisfacción, declaró-: Será un niño, no tengo dudas. Llevas a nuestro hijo en tu vientre, Elizabeth.

Ella también había notado la reacción del bebé ante el contacto con su padre. Por un instante, la ternura estuvo a punto de traicionarla, pero controló sus emociones y se puso firme una vez más.