– ¿Cómo te habrías sentido si lo hubiese hecho?
Ella se ruborizó visiblemente.
– Bueno, quizá un poco menos… utilizada.
Travis cerró los ojos y apoyó la frente en la suya.
– Yo nunca pretendí utilizarte. Ni que te sintieras utilizada.
– Pero ¿de qué otra manera podía sentirme? -su orgullo herido pareció resucitar-. ¿Crees que pasar una sola noche contigo era lo único que quería?
– ¡Claro que no! Pero yo pensé que, cuanta menos gente supiera lo nuestro, mejor.
La cólera acumulada durante nueve largos años la desbordó de golpe. Quiso golpearlo, devolverle todo el dolor que él le había infligido. Pero no podía, porque Travis seguía sujetándola de los brazos.
– ¿Y qué hubiera pasado si hubiera sido yo la embarazada?
– Pensé en ello. Mucho.
– ¿Y?
– Me habría divorciado de Melinda.
– ¿Y habrías esperado también que me echara a tus brazos? -ella sacudió la cabeza, tensa-. Yo nunca me habría casado contigo, Travis -afirmó con los dientes apretados-. Porque eso habría sido una trampa, para ti, para mí y para nuestro hijo, ¡y al final él habría terminado pagando las consecuencias, como Josh las está pagando por culpa de Charmaine y de Wade!
– No puedes creer una cosa semejante…
– Claro que sí -insistió ella-. Yo nunca…
Pero Travis acalló sus protestas con un beso apasionado. Savannah quiso empujarlo y salir de la habitación con la cabeza bien alta, pero no pudo resistirse.
– No -susurró de nuevo, pero él la estrechó entre sus brazos, apretándola contra su cuerpo. Y cuando ella sintió que su lengua le presionaba los dientes, entreabrió los labios.
Un dulce calor comenzó a expandirse por su cuerpo y le aceleró el pulso. Travis gimió y profundizó el beso. Savannah tembló cuando notó que los labios abandonaban su boca para recorrer la aterciopelada piel de su cuello.
– Travis… -susurró, jadeante, mientras sentía unas manos buceando bajo su suéter, explorando su piel desnuda… hasta que encontraron un seno.
Él volvió a besarla en los labios mientras le acariciaba el endurecido pezón. Vagos pensamientos de que debía detenerse asaltaron la mente de Savannah, pero no podía concentrarse en nada más que en el poder de su contacto, de sus caricias. Travis se apoyó entonces en la chimenea, abrió las piernas y la obligó a sentir la dura prueba de su excitación.
– Vuelve a decirme que no me deseas -susurró contra su pelo.
Savannah se sentía embriagada de pasión. Cuando Travis la agarró de las nalgas para estrecharla una vez más contra sí, pudo sentir el alocado latido de su pulso.
– Yo no… no puedo…
– Dime que nunca me has amado.
– Travis… por favor… -jadeó en un intento desesperado por asimilar lo que estaba sucediendo. No podía caer nuevamente bajo su hechizo, no podía volver a amarlo… y, aun así, su cuerpo se negaba a moverse.
Travis se apartó para mirarla a los ojos. No había resto alguno de pasión en su mirada, pese a que sus cuerpos seguían en íntimo contacto.
– Nunca te avergüences de lo que sucedió entre nosotros. Tanto si lo crees como si no, lo cierto es que yo te amaba con locura.
– Pero aun así no fue suficiente…
– Nos vimos atrapados en una maraña de mentiras, Savannah. Mentiras tejidas por gente en la que confiábamos. De lo contrario, las cosas habrían sido muy diferentes, eso te lo puedo asegurar -declaró, sincero.
– No importa -repuso ella.
– Claro que importa -la soltó con brusquedad-. ¡Y mucho! -se acercó al mueble de las bebidas para servirse otra copa-. Porque ahora que he vuelto, las cosas van a cambiar radicalmente. Nadie, ni Henderson, ni tu padre ni tu cuñado van a seguir manipulándome por más tiempo. Eso se ha acabado. Y cuando haya arreglado las cosas con Reginald, me iré.
– Querrás decir que huirás.
– Todo lo contrario -la corrigió, decidido-. Por primera vez en mi vida estoy haciendo las cosas exactamente como quiero. No estoy huyendo de nada, sino enterrando el pasado. Y con ese pasado, todos mis errores.
– ¿Los errores como yo? -le espetó-. Por si acaso lo has olvidado, yo nunca te he manipulado. Jamás.
– Intencionadamente no, supongo. ¡Pero ten por seguro que siempre has sido capaz de poner mi mundo patas arriba!
Y, tras fulminarla con la mirada, se marchó. Savannah se quedó en el despacho, abrazándose estremecida. «Oh, Travis», pensó, furiosa. «¿Por qué te has molestado en volver? ¿Por qué no te marchaste para siempre y me dejaste en paz de una vez por todas?».
Cuatro
Dormir resultó casi imposible aquella noche. Savannah dio vueltas y más vueltas en la cama, consciente de lo cerca que estaba de Travis. Pensaba en todas las razones que le había dado él para justificarse, ansiando desesperadamente creer que él también, como ella, había sido una simple víctima del destino.
– Eso no es más que una ilusión, un sueño… -se dijo, furiosa-. Si realmente me hubiera querido, habría vuelto y, al menos, me habría explicado lo sucedido, habría resuelto las cosas con Melinda… -«pero ¿cómo? En aquel entonces él creía que Melinda estaba embarazada». O, al menos, eso le había dicho.
¿Y su padre? Travis sospechaba de él. Lo tenía por un personaje ávido de poder que lo había manipulado y arruinado la vida. Savannah cerró los ojos e intentó dormir, pero seguía despierta cuando los primeros rayos de sol entraron en la habitación.
Finalmente se levantó, tomó una ducha caliente y se vistió. Sin molestarse en maquillarse, se recogió la melena con una cinta. La mañana era fría y húmeda. El cielo, oscurecido por nubarrones grises, no podía tener un aspecto más ominoso. Estremecida, atravesó el aparcamiento, pasó por delante de la camioneta de Lester y subió los escalones que llevaban a la oficina situada encima de las cuadras de los potrillos.
Sacándose los guantes, entró en la pequeña habitación. El aroma a café se mezclaba con el de la grasa de caballo para lustrar el cuero. Lester ya estaba dentro, leyendo el periódico al lado de la ventana. Desde allí podía dominar los potreros cercanos a las cuadras.
– Buenos días -la saludó, preocupado.
– ¿Qué pasa? -inquirió Savannah mientras se servía una taza de café.
– Probablemente no sea nada. Es sólo una sensación. Todo estaba en orden cuando me marché de aquí anoche.
– Lo sé. Yo estuve revisando los caballos después de que tú te marcharas.
– ¿De veras? -se levantó de la silla para acercarse al panel del sistema de alarma-. Entonces ¿viste esto?
– ¿El qué?
Lester le señalaba un cable suelto del panel.
– Tuvo que romperse anoche.
La asaltó un escalofrío. Se levantó también para examinar el cable.
– Yo no lo toqué. Usé mi llave para entrar a las cuadras y luego subí aquí con unos papeles.
– ¿Estaba roto entonces?
– No que yo me diera cuenta -le leyó el pensamiento-. ¿Crees que lo ha cortado alguien?
– No.
Savannah se relajó, pero su alivio no duró mucho.
– Arrancado quizá, no cortado. El corte no es limpio -Lester se rascó la mandíbula, pensativo-. O se soltó solo o alguien lo arrancó a propósito.
– Pero ¿por qué? -pensó en los caballos: eran valiosos, pero sería muy difícil robar alguno. Lo mismo podía decirse del resto del equipo. En la oficina no guardaban dinero en efectivo, por no hablar del resto de las dependencias-. ¿Has revisado los caballos?
– Están perfectamente. Y no falta ninguno.
– ¿No hay ningún otro desperfecto?
– No que yo sepa. Y he mirado bien.
– Entonces debe de haberse soltado solo.
Lester frunció el ceño, pensativo.
– Pero resulta extraño que haya sucedido en ausencia de Reginald y sólo dos días después de la llegada de Travis…
– ¿Crees que Travis ha podido tener algo que ver? -preguntó Savannah con un nudo en la garganta.
– No -sacudió la cabeza-, ese chico es íntegro. Pero hay mucha gente interesada en que se presente a gobernador… o en que no se presente.
– Me cuesta creer que un cable roto de un sistema de alarma pueda estar relacionado con una intriga política de esa clase -comentó ella, y bebió un trago de café.
Lester volvió a la mesa y se quedó mirando por la ventana.
– Ojalá que no, Savannah. Ojalá que no.
– Seguramente se soltaría solo. La instalación es bastante antigua.
– Quizá -pero no parecía nada convencido.
– Llamaré a la empresa que lo instaló para que lo arreglen.
– Buena idea.
Lester, sin embargo, seguía taciturno, preocupado.
– ¿Ha pasado algo más?
– No sé si es que estoy empezando a chochear, pero… cuando esta mañana entré en la cuadra de los sementales, tuve la sensación… de que había alguien más allí.
– ¿Pero no había nadie?
– No -se removió incómodo en su silla-. Los caballos… bueno, parecían diferentes, como si hubieran visto a alguien. Y luego creí escuchar un sonido, arriba, en el altillo. Así que eché un vistazo -se encogió de hombros-. No encontré nada.
– Quizá fuera un ratón.
– O quizá no fuera nada. Ya no tengo el oído de antes.
– Bueno, en cualquier caso, haré que un mozo fumigue. Si hay ratones, no quiero que se coman todo el grano.
– Ya me he encargado de ello. ¿Sabes una cosa? Tengo ganas de que vuelva Reginald.
– Llegará esta misma tarde.
– Bien.
Lester, que se hallaba de cara a la puerta, frunció ligeramente el ceño cuando Travis entró en la habitación. Savannah se tensó de inmediato. Su cerebro rebobinó rápidamente la discusión de la noche anterior.
– Buenos días -después de servirse una taza de café, Travis se apoyó en el alféizar de la ventana. Estirando sus largas piernas, observó a Savannah mientras daba un sorbo.
– Buenos días -Lester le devolvió el saludo y miró su reloj-. Tengo una sesión de trabajo con Vagabond dentro de cuarenta y cinco minutos. ¿Queréis acompañarme?
– Claro -aceptó Travis.
– ¿Y tú, Savannah?
Mientras dejaba su taza vacía sobre la mesa, ella notó la mirada de desafío de Travis. Estaba esperando una evasiva por su parte.
– Me encantaría -respondió en el tono más alegre posible-. A ver si ha mejorado algo desde la última vez que lo vi correr.
– Conseguir que ese animal preste atención a su jockey es como pedirle a un gallo que cacaree a medianoche -rezongó Lester. Se caló su gorra y abandonó la oficina.
Savannah se encontró con la mirada divertida de Travis. Estaba sonriendo.
– ¿Qué es lo que te hace tanta gracia?
– Me estaba preguntando simplemente si aún seguías enfadada.
– No estaba enfadada.
Él soltó una carcajada.
– Ya. Y un oso gris no tiene garras.
Sin prestar atención a su comentario, Savannah se levantó para dirigirse hacia la puerta. Era demasiado temprano para que Travis le amargara el día y, además, no estaba para juegos.
– Te veré en la pista de entrenamiento. Quiero echar un vistazo a los caballos antes de ir a ver a Vagabond.
– ¿Por alguna razón en particular?
– Esta mañana Lester descubrió esto -se acercó al panel del sistema de alarma y señaló el cable suelto-. Sólo quiero revisar bien las instalaciones y asegurarme de que el sistema se averió solo, sin que nadie lo saboteara.
Travis examinó detenidamente el cable.
– ¿Crees que alguien lo cortó a propósito?
– No. Pero prefiero asegurarme, porque además Lester cree haber oído un ruido en la cuadra de los potros esta mañana -a continuación le explicó su conversación con el preparador.
Travis la escuchó atentamente mientras terminaba su café. El brillo de diversión casi había desaparecido de sus ojos.
– Te acompaño.
– ¿No tienes nada mejor que hacer?
– No.
Una sonrisa suavizó de repente sus rasgos. No era de extrañar que todo el mundo quisiera que se presentara a las elecciones a gobernador, pensó Savannah. Con su carisma, el triunfo estaba garantizado.
– Pues entonces vamos -le espetó bruscamente, irritada consigo misma por el traicionero rumbo de sus pensamientos.
– Aún sigues enfadada.
– Sólo preocupada -mintió. Bajó la escalera y enfiló a paso rápido por el sendero que llevaba a la cuadra de los sementales.
Antes de que hubiera podido dar cuatro pasos, Travis se puso a su altura y le rodeó los hombros con el brazo en un gesto posesivo.
– Alegra esa cara, Savannah.
– Mira quién habla.
– Al menos, yo no estoy enfadado.
La sonrisa de Travis le derretía el corazón. Le entraban ganas de acurrucarse contra su pecho. Él seguía sin soltarla.
– ¿Qué estás haciendo?
– Demostrarte mi afecto incondicional -respondió, inclinándose para besarle el cabello.
«Como si todo el dolor de estos nueve años nunca hubiera existido», pensó Savannah, apretando los dientes y acelerando aún más el paso.
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