– Lo que me preocupa es poder controlarlo.

– Un estímulo más para tu trabajo, ¿no? -observó Travis.

Lester soltó una carcajada. Ordenó al jockey que diera una vuelta más a medio galope.

– Basta por hoy. Llévalo dentro -le gritó al jinete antes de volverse hacia Travis-. Siempre me pregunté por qué no decidiste quedarte con nosotros, aquí en el rancho.

– Es curioso -repuso Travis mirando a Savannah-. Últimamente, yo me he estado preguntando lo mismo.

– Ya sabes que podríamos seguir utilizando tus servicios. Nunca sobra un hombre que sepa tratar y trabajar con caballos -se marchó hacia las cuadras, dejándolos solos.

Ella podía sentir la mirada de Travis clavada en su espalda.

– ¿Crees que debería aceptar su oferta y quedarme? -inquirió él.

El corazón de Savannah dio un vuelco.

– Creo que ése sería el peor error de tu vida -mintió. Inmediatamente se giró en redondo para alejarse de allí.


Aquel día, víspera de vacaciones, Joshua salió del colegio más temprano que de costumbre. A la una y media entró corriendo en la casa y dejó los libros sobre la mesa de la cocina.

– ¿Por qué tanta prisa? -quiso saber Savannah. Estaba sentada a la mesa, haciendo cuentas.

– ¿No te acuerdas? ¡Travis me prometió que saldríamos todos a cortar un árbol de Navidad!

– ¿Que te dijo qué? -preguntó Charmaine, entrando en aquel momento en la cocina.

– Que hoy saldríamos a cortar un árbol.

– Pero el abuelo compra todos los años uno en Sacramento… -Charmaine miraba a uno y a otra, sorprendida.

– Lo sé -dijo Savannah-. Pero es que Travis se lo ha prometido.

– ¿Cuándo?

– Esta mañana. Antes del desayuno, en la cuadra de los sementales.

– ¿Otra vez merodeando por allí? -se volvió hacia su hijo. Josh se quedó helado-. ¿Cuántas veces tengo que decirte que no salgas a las cuadras si no es acompañado por papá o el abuelo? ¡Esos caballos son peligrosos!

Travis entró procedente del porche trasero y alcanzó a escuchar la última frase.

– Tranquila, Charmaine. Savannah y yo estábamos con él.

– Me da igual. Mystic casi mató a Lester el año pasado, ¿sabías eso? Y, en otra ocasión, coceó a uno de los mozos de cuadra. A punto estuvo de romperle una pierna.

– A mí no me coceará, mamá.

– Es un animal, Joshua, y no puedes confiar en él. No vuelvas a salir a las cuadras sin el abuelo, ¿entendido?

– Entendido -rezongó Josh, bajando la mirada.

– Eh, chico. Venga, vamos a buscar ese árbol -Travis intentó animarlo-. ¿Quieres venir? -le preguntó a Charmaine.

– Será mejor que no. Alguien tiene que quedarse con mamá. Además, tengo que hacer algunas cosas en el taller…

Minutos después subían los tres a la camioneta con Arquímedes, el gran perro ovejero del abuelo. Se internaron por la pista que atravesaba los pastos del sur, hacia las colinas. Empezó a caer nieve mezclada con agua en el parabrisas.

– Quizá nieve para Navidad -comentó Josh con tono entusiasmado, mirando por la ventanilla.

– Yo no contaría con ello -repuso Savannah.

– Aguafiestas -rió Travis-. Dime una cosa: ¿qué es esa tontería de que Mystic estuvo a punto de matar a Lester? No me lo creo.

– ¡Es que no es verdad! -exclamó el niño.

– Lester resbaló cuando estaba en el cubículo de Mystic y el caballo lo pisó. Fue un accidente. Nada del otro mundo -le explicó Savannah.

– ¿Seguro?

– Lo dice el propio Lester. La única que no está de acuerdo es Charmaine.

– Mamá está acobardada con Mystic, eso es todo. ¡Ahí hay uno! -gritó de repente Josh, señalando por enésima vez un pequeño abeto.

– No es lo suficientemente grande -decidió Travis, pero aun así aparcó la camioneta en la cuneta de la pista, cerca de un pequeño claro.

Mientras sacaba el hacha del maletero del vehículo, Josh y Savannah, acompañados de Arquímedes, se internaron en el bosque. La nieve había cuajado en aquella zona y se acumulaba en las ramas de arces y robles, cubriendo el suelo de un fino manto blanco.

Josh se adelantó con Arquímedes. Travis no tardó en alcanzar a Savannah. Le pasó un brazo por los hombros.

– Así es precisamente como debería ser todo. Tú, yo, un niño o dos, un perro y la Navidad.

Savannah se sonrió y sacudió la cabeza.

– Como debería haber sido, querrás decir.

– Todavía podría ser, Savannah.

El corazón de ésta estuvo a punto de dejar de latir.

– Es usted muy persuasivo, señor abogado… -replicó, negándose a discutir con él en aquel momento. La nieve continuaba cayendo, acumulándose en las ramas de los árboles. Las montañas parecían desaparecer bajo las nubes.

– ¿Aparte de un insufrible y un arrogante?

– Desde luego. Eso ha quedado bastante claro -volvió a sonreír.

– ¡Aquí! -gritó de repente Josh. Estaba bailando de alegría alrededor de un abeto-. ¡Es perfecto!

Mientras Travis podaba las ramas bajas y lo talaba, Josh anduvo correteando por el bosque y lanzando bolas de nieve al desprevenido Arquímedes.

Aprovechándose de que el niño estaba de espaldas, Savannah le lanzó una bola. Josh se giró en redondo y su contraataque fue tan furioso que la obligó a refugiarse detrás de un árbol.

Cuando se atrevió a asomar la cabeza detrás del tronco del enorme arce, dos bolas le pasaron rozando la nariz. Travis se había incorporado al juego y estaba haciendo acopio de munición.

– ¡No es justo! -gritó ella-. Dos contra uno.

– Tú tienes a Arquímedes -se burló Josh.

– Los aliados de cuatro patas no cuentan -una bola de nieve hizo impacto en su espalda y se volvió para descubrir a Travis, que se había escabullido hasta el arce-. ¡Basta ya! ¡Me rindo!

– ¿De veras? -murmuró Travis, sonriente, antes de abrazarla y besarla con pasión.

Pero Josh retomó su ataque y Travis tuvo que soltarla. Rompiendo su anterior alianza, lo acribilló a bolazos hasta que el crío alzó las manos, riéndose.

– ¡Me rindo yo también!

– De acuerdo, entonces quedamos empatados. Hay que llevar el árbol a la camioneta. Tenemos que estar de regreso en el rancho antes de que se nos eche encima la tormenta.

Josh sonreía de oreja a oreja mientras Travis y Savannah cargaban el abeto. La pista estaba muy resbaladiza y la camioneta dio muchos tumbos. Savannah intentaba mantenerse alejada, pero el traqueteo la empujaba hacia Travis. El calor de su muslo contra el de ella resultaba irresistible. Le parecía natural que sus dedos le rozaran la rodilla cada vez que cambiaba de marcha.

Con una estremecedora sensación, descubrió que, a pesar de sus vehementes promesas, estaba volviendo a enamorarse. Otra vez.

Cinco

El salón olía a abeto, velas perfumadas, leña de chimenea y chocolate caliente. Savannah todavía estaba ayudando a Josh a decorar el árbol. Charmaine ya había subido a acostar a Virginia. La noche era muy tranquila, con la nieve acumulándose en los marcos y alféizares de las ventanas. Las luces del árbol se reflejaban en los cristales.

Savannah dejó su tazón vacío sobre la repisa de la chimenea antes de subirse a la escalera para enderezar la estrella que coronaba el abeto.

– Ojalá Travis viniera a ayudarnos -se quejó Josh.

– Vendrá.

– ¿Cuándo?

– Cuando haya terminado.

– ¿Por qué está tardando tanto?

– No tengo la menor idea -respondió ella con sinceridad-. Dijo que tenía que arreglar unos papeles -suspirando, bajó la escalera.

– ¿Por eso lleva tanto tiempo encerrado en el despacho del abuelo?

– Buena pregunta -admitió, mirando de reojo la puerta cerrada del despacho, al otro lado del vestíbulo-. Supongo que necesita tranquilidad… para concentrarse.

– ¿En qué?

– Mira, Josh, de verdad no lo sé. ¿Te apetece otro tazón de chocolate?

– ¡Sí!

– Termina tú de decorar el árbol. Yo vuelvo ahora mismo -salió del salón y se detuvo un momento a la puerta del despacho: Travis llevaba cerca de dos horas encerrado allí dentro. Cuando le había pedido que se quedara con ellos a decorar el árbol, su respuesta había sido que necesitaba hacer algo antes de que llegaran Reginald y Wade. Su mirada se había ensombrecido misteriosamente y Savannah había experimentado un inmediato escalofrío.

Llamó suavemente a la puerta. Travis abrió al momento y Savannah no pudo reprimir una sonrisa. Un rizo rebelde de su cabello castaño le había caído sobre la frente. Se había remangado el suéter.

– Tu imagen es como un bálsamo para unos ojos tan cansados como los míos -murmuró él en voz baja.

– Vaya, muchas gracias… -miró detrás de él. Resultaba obvio que estaba trabajando en el escritorio de su padre. La mesa estaba llena de papeles y el libro de contabilidad del rancho estaba abierto sobre una silla cercana-. ¿Por qué, entonces, sigues aquí encerrado?

– Porque estoy trabajando -frunció ligeramente el ceño.

– ¿Ni siquiera puedes escaparte un momento para ver el árbol? Josh se muere de ganas de enseñártelo.

– Dentro de unos minutos.

– De acuerdo, tú ganas. Adelante, sigue haciéndote el misterioso. ¿Qué te apetece tomar? ¿Una taza de café, un chocolate caliente?

Travis negó con la cabeza, sonriente.

– Nada. En cuanto haya terminado, me reuniré con el resto de la familia, ¿de acuerdo?

– Eres como mister Scrooge, el de la novela de Dickens -le dio un beso en la punta de la nariz.

– Asegúrate de colgar el muérdago -le ordenó, risueño. Acto seguido volvió a encerrarse en el despacho.

– Feliz Navidad -musitó Savannah con ironía ante la puerta cerrada.

Perpleja por el comportamiento de Travis, entró en la cocina y rellenó los tazones de chocolate. ¿Por qué estaría revisando los libros del rancho? Tenía un mal presentimiento, pero se esforzó por pensar en otra cosa. Había pasado un día demasiado maravilloso con Josh y con Travis para estropearlo con infundados temores y preocupaciones. Travis no hacía daño a nadie. Además, Wade y Reginald volverían en cualquier momento. La perspectiva de su llegada constituía ya de por sí una buena fuente de preocupación.

– ¡Es el mejor árbol de Navidad del mundo! -exclamaba orgulloso Josh minutos después, mientras recibía de manos de Savannah su tazón de chocolate.

– Creo que tienes razón -repuso ella, riendo.

– Tenemos que llamar a Travis y a mamá…

– Sí, pero antes hay que recoger todo esto -señaló las cajas vacías que rodeaban el árbol-. Has hecho un buen trabajo, pero todavía te queda un poco…

Justo en aquel instante, oyó un coche acercándose. El pulso empezó a latirle a toda velocidad.

– Parece que tu padre y el abuelo por fin han llegado.

– Ya era hora.

– Supongo que las carreteras estarían atascadas por culpa de la nieve. Para no hablar del aeropuerto.

La puerta se abrió de pronto y entró Reginald.

– Vaya, vaya…, pero ¿qué es lo que tenemos aquí? -inquirió, con la mirada clavada en el árbol, mientras se quitaba los guantes.

– ¡Nuestro árbol de Navidad, abuelo! -anunció el niño, orgulloso-. ¡La tía Savvy, Travis y yo hemos ido a buscarlo hoy, arriba, en las colinas! ¡Incluso disputamos una batalla de bolas de nieve!

– ¿Ah, sí? -se quitó el abrigo antes de acercarse al árbol, acariciando la cabeza de su nieto-. ¿Y quién ganó?

– ¡Travis y yo!

Reginald se volvió hacia Savannah.

– ¿Dos contra uno?

– Arquímedes iba conmigo -lo informó, irónica-. La verdad, no me fue de gran ayuda.

– Ya me lo imagino -Reginald se echó a reír.

– Bueno, ¿qué te parece el árbol? -preguntó Josh, emocionado.

– Fantástico.

– Lo encontré yo y Travis lo cortó.

– El año que viene probablemente serás capaz de cortarlo tú mismo. Pero ¿dónde está todo el mundo? -preguntó Reginald a su hija.

– Charmaine subió a acostar a mamá hará unos tres cuartos de hora.

– Dime -frunció el ceño, mirando hacia las escaleras-, ¿cómo la has encontrado estos días?

– Bueno, la verdad es que ha mejorado bastante desde que Travis volvió al rancho. El hecho de tenerlo aquí parece que le ha levantado el ánimo. Ha cenado dos veces en el salón y, hace un rato, incluso nos estuvo ayudando a decorar el árbol.

– Magnífico -suspiró, aliviado-. Ahora mismo subo a verla.

Reginald abandonó el salón cuando Wade entraba en la casa. Éste parecía tenso, agitado.

– Hola, papá -lo saludó Josh-. ¿Has visto el árbol? Travis y yo lo hemos cortado.

Ante la mención del nombre de Travis, Wade frunció el ceño y empezó a pellizcarse nervioso las guías del bigote.

– Ah -dijo sin mucho entusiasmo antes de mirar el reloj-. ¿Cómo es que estás levantado tan tarde?

– Josh me ha ayudado a decorar el árbol -intervino Savannah, con la intención de evitar la discusión que parecía inminente-. Ha hecho un trabajo estupendo, ¿verdad?