– Dios mío -exclamó Savannah. Las huellas del caballo se perdían en dirección a las colinas-. Se congelará -susurró con los ojos llenos de lágrimas.

– No si podemos evitarlo -dijo Travis-. Vamos.

Echaron a correr hacia la casa. Savannah no se molestó en quitarse las botas antes de subir corriendo las escaleras.

– ¿Qué pasa? -inquirió Charmaine, soñolienta, saliendo de su habitación.

Sin detenerse a responder a su hermana, Savannah entró en la habitación del niño. Las sábanas estaban por el suelo. En el armario faltaba su abrigo, así como su sombrero y sus deportivas favoritas. Charmaine entró detrás.

– ¿Dónde está Josh? -inquirió, aterrada.

– No lo sé -admitió Savannah-. Creemos que se ha llevado a Mystic.

– ¡Mystic! ¿Qué quieres decir?

– Lo único que sabemos es que Mystic no está -la informó Travis-. Hay unas huellas pequeñas que van a las cuadras y parece que alguien lo sacó de su cubículo y cabalgó hacia las colinas.

– ¡No! No puede haber sido Josh -musitó Charmaine, sacudiendo la cabeza-. Él no habría hecho eso. Tiene que estar aquí, en el rancho, por alguna parte, escondido quizá…

– Él me dijo que quería montar a Mystic -le aseguró Savannah.

– ¿Qué diablos está pasando aquí? -Wade apareció de pronto en la puerta, con cara de sueño.

– Dicen que Josh ha desaparecido -susurró Charmaine, desesperada.

– ¿Desaparecido?

– Se ha ido, Wade -señaló a Savannah y a Travis-. Y piensan que se ha llevado a Mystic.

– ¿Que Josh se ha llevado a Mystic? Eso es imposible. Ese demonio de caballo no deja que nadie se le acerque. Dios mío, ¿no estaréis hablando en serio? -inquirió, espabilándose al momento.

– Por supuesto que sí -le confirmó Travis.

– No me lo creo. Tiene que estar aquí, en alguna parte -insistió Charmaine, buscándolo frenéticamente en la habitación-. ¿Josh? ¡Josh!

Travis la agarró de un brazo.

– Ya hemos mirado por todas partes. Si no, no os habríamos avisado.

– Pero… ¡está helando fuera! -Charmaine se liberó bruscamente-. Josh no puede haber salido con este frío… y no se llevaría el caballo -poco a poco fue asimilando la gravedad de la situación-. Dios mío…

– Hay que llamar al sheriff -propuso Savannah.

– ¡Al sheriff! -Charmaine estaba horrorizada. Fuera de sí, se desahogó con la persona que tenía más cerca-. Si todo esto es cierto, la culpa es tuya, Savannah. Tú le has contagiado esa pasión tuya por los caballos… ¡y le habrás metido en la cabeza la estúpida idea de montar a esa fiera!

Travis se interpuso entre las dos.

– ¡No es momento de acusar a nadie! Tenemos que encontrar a Josh.

– Esto es una locura -masculló Wade-. Josh no se llevaría a Mystic. ¿Para qué iba a llevarse a un caballo de carreras?

– Quizá porque es el único amigo que tiene. O al menos eso piensa él… -señaló Savannah, esforzándose por contener las lágrimas.

– ¡Te equivocas! -Wade se puso a pasear por la habitación, nervioso-. No es más que una de esas rabietas suyas. Seguro que estará escondido en alguna parte, riéndose de nosotros…

– Sólo tiene nueve años… -gimoteó Charmaine.

– ¡Sí, y tú lo maltrataste y lo humillaste anoche! -espetó Savannah a Wade sin poder contenerse.

– Vamos, dejadme en paz de una vez… ¿Sabes una cosa, Savannah? Tu hermana tiene razón. Le has estado llenando la cabeza al chico con todo tipo de ideas absurdas. Nunca debiste haberle transmitido tu afición por los caballos. Si algo le sucede a mi hijo… ¡te hago personalmente responsable de ello!

– Y si algo le sucede a Savannah o a Josh… -intervino Travis, colérico-, ¡tú tendrás que responder ante mí, Benson! Y ahora, basta de discutir y en marcha. Savannah, ¿quieres llamar al sheriff? Quédate aquí con Virginia por si acaso llama alguien. Los demás nos dedicaremos a seguirle el rastro.

– Yo voy contigo -insistió Savannah.

– Ni hablar. Tú te quedas a esperar a Lester y al resto de los trabajadores. Alguien tiene que llevar el rancho y encargarse de Charmaine. Si no perdemos más tiempo, quizá para el mediodía hayamos alcanzado al chico.

Travis ya se dirigía hacia las escaleras, seguido de Wade. De repente se giró hacia él, fulminándolo con la mirada.

– Será mejor que le cuentes a tu suegro lo que ha sucedido.

Wade asintió con la cabeza y se encaminó a la habitación de Reginald. De repente, Savannah apareció en el rellano.

– Te acompaño -volvió a insistir-. Josh es mi sobrino.

Travis soltó un exasperado suspiro y bajó a toda prisa las escaleras. Ella se apresuró a seguirlo.

– Usa la cabeza. Eres necesaria aquí.

– Pero yo conozco a Josh. Sé adonde puede haber ido.

– Lo encontraremos. Tú quédate con tu hermana. Tanto si es consciente de ello como si no, te necesita.

– ¡No puedo quedarme aquí! ¡No mientras Josh puede estar ahora mismo… en cualquier parte!

Travis se volvió para mirarla. Ella tenía los ojos llenos de lágrimas.

– Escucha, Savannah, tú eres la única de todo este maldito rancho en quien se puede confiar. Quédate aquí. Ayuda a tu madre y a la policía.

– Pero…

– ¡Y deja de culparte a ti misma! Si Joshua se marchó fue por culpa de su padre, no tuya.

– Pero yo le contagié mi amor por los caballos… -susurró con voz ronca de emoción.

– Porque eres su amiga -la expresión de Travis se suavizó-. Y, en este momento, Josh necesita de todos los amigos que pueda reunir. Así que quédate aquí, ¿de acuerdo? Y ayúdame.

El rumor de la camioneta de Lester lo hizo ponerse en marcha. Soltó a Savannah y salió de la casa. Minutos después, Wade y Reginald se reunieron con Travis y Lester. Sin perder el tiempo, formaron un equipo de rastreo a caballo y en coches.

Había empezado a nevar de nuevo, con fuerza. El valle estaba cubierto de un espeso manto blanco. Reginald y Wade se adelantarían en el jeep. Travis insistió en rastrear las huellas a caballo por si Josh se internaba en el bosque o en algún lugar inaccesible para el todo terreno. Lester y Johnny peinarían el recinto del rancho en camioneta, por si se hubiera escondido en alguna parte.

Savannah seguía en la puerta de la casa, estremecida de frío, impotente. Mientras el rumor de los vehículos se apagaba a lo lejos, musitó una plegaria.

– Vuelve a casa, Josh -rezó, desesperada-. ¡Por favor, vuelve a casa!

Siete

Savannah se apoyó en el escritorio de su padre y cerró los ojos mientras intentaba escuchar la voz que le hablaba al otro lado de la línea.

Había muchas interferencias y el ruido de fondo de la comisaría era casi tan alto como la voz del ayudante del sheriff. Smith parecía cansado, como si se hubiera quedado trabajando durante toda la noche, y las palabras que le dirigía no podían ser más descorazonadoras.

– No es que no reconozca la gravedad de su problema, señorita Beaumont -le dijo, sincero-. Haremos todo cuanto esté en nuestra mano, pero tiene que entender que esta tormenta de nieve está causando muchos problemas en todas partes. Varios pueblos están sin electricidad, para no hablar del estado de las carreteras. Tenemos dos camiones cruzados en la autopista y caravanas de más de diez kilómetros. De todas formas, enviaremos a alguien al rancho cuanto antes.

– Gracias -dijo Savannah antes de colgar. Estaba exhausta. Travis y los demás estaban solos en la búsqueda. Debería haberlo acompañado. Al menos, de esa manera se habría sentido útil.

Se llevó a los labios la taza de café, que se le había enfriado. Bebió un sorbo, frunció el ceño y volvió a dejarla sobre el escritorio. A continuación telefoneó a los ranchos cercanos. Otra pérdida de tiempo. Nadie había visto a Josh ni a Mystic. Se esforzó por contener las lágrimas.

Encendió el televisor. Según las noticias, la tormenta de nieve seguía en su apogeo y no parecía que fuera a amainar pronto. Sirvió dos tazas de café en una bandeja y la subió al dormitorio de su madre.

Entró después de llamar suavemente a la puerta. Virginia estaba sentada en su lecho, con las manos entrelazadas sobre el regazo y la mirada clavada en las colinas que se divisaban por la ventana.

– ¿Alguna novedad?

– Todavía no -respondió Savannah.

– ¿Y la policía?

– Acabo de llamar a la comisaría. Están muy ocupados con la tormenta.

– Ya me lo imagino… Dios mío, ¿quién habría pensado que caería tanta nieve? Pero el sheriff… ¿cómo es que no viene el sheriff?

– Su ayudante me aseguró que enviarían un agente lo antes posible.

– ¿Un agente? Menuda ayuda.

– Mamá… -le reprochó cariñosamente Savannah.

– Lo sé, lo sé. No es que haya perdido la esperanza, por supuesto. Es que no puedo evitar pensar en Josh en esas montañas… -se le quebró la voz-. Pobrecito…

– Mira, te he traído café. ¿Te apetece comer algo?

– No tengo hambre.

– ¿Estás segura?

– Sí.

– Como quieras -le dejó una taza y el azucarero sobre la mesilla-. Voy a ver cómo se encuentra Charmaine y luego bajaré a echar un vistazo a los caballos. Si necesitas algo, estaré de vuelta dentro de una hora.

– No necesitaré nada -susurró Virginia-. Pero en cuanto a Charmaine… -una sombra de dolor cruzó su rostro-, quizá sea mejor que la dejes sola.

– Ya. Me sigue echando la culpa, ¿verdad?

– Es incapaz de pensar con claridad. Josh es la única alegría de su vida. Incluso Wade… -se encogió de hombros-. Bueno, es distinto cuando tienes un hijo.

– Creo que prefiero verla.

– Pero recuerda que se encuentra bajo una tensión terrible.

Savannah salió al pasillo. Al pasar por delante de la habitación de Josh, se detuvo en seco al ver a su hermana, todavía en bata, sentada en la alfombra y llorando en silencio.

– ¿Te apetece una taza de café? -se atrevió a preguntarle-. ¿O quizá un poco de compañía?

Dejando la bandeja con la taza sobre la cómoda, se apoyó en el marco de la puerta, expectante.

– No, gracias.

– Charmaine, sé lo que estás pasando y…

– Con que sabes lo que estoy pasando, ¿eh? -la interrumpió su hermana, soltando un suspiro-. ¡No lo sabes! ¡No puedes! -la miró airada, con los ojos llorosos-. ¿Cómo puedes entenderlo tú… que ni siquiera tienes un hijo?

– Pero yo quiero a Josh. Mucho.

– Demasiado. ¡Lo tratas como si fuera tu hijo, no el mío!

– Sólo quiero ser su amiga.

– ¡No! Tú has querido hacer de madre, Savannah. Tú lo animaste a que se apasionara por los caballos.

– Sí. Lo mismo que hicieron nuestros padres con nosotras cuando éramos niñas.

Charmaine sacudió la cabeza, con el rostro bañado en lágrimas.

– No lo entiendes porque tú no tienes un hijo. Esos caballos son peligrosos, y Mystic… Hasta Lester tiene problemas para montarlo. Y tú has dejado que un niño, mi niño, lo frecuentase. Mira ahora lo que ha sucedido. Ahora mismo está ahí fuera, con ese diablo de caballo, probablemente herido y quizá… quizá muerto. Y todo porque tú querías ser su amiga -empezó a sollozar, pasándose las manos por el pelo, frustrada.

– ¿Se te ha ocurrido pensar que si Josh ha huido… es por la discusión que tuvo con Wade?

– ¿Que ha huido, dices? ¡No, Josh no ha huido! Es evidente que estaba disgustado con su padre, pero simplemente salió a montar a caballo, nada más. ¡No tenía ninguna intención de huir! -le temblaban los dedos mientras se ataba el cinturón de la bata.

– Espero que tengas razón -susurró Savannah. No tenía sentido replicar nada. Su hermana sólo quería desahogarse y ella era la víctima más fácil.

– Por supuesto que tengo razón. Soy su madre. Lo conozco bien. Y ahora déjame en paz -se levantó del suelo, temblorosa-. No puedo seguir en esta casa ni un minuto más. Si Travis o Wade vuelven, o tú te enteras de algo… estaré en el estudio.

– Serás la primera en saberlo.

Charmaine pasó de largo a su lado sin mirarla siquiera. Minutos después, Savannah escuchó el portazo del despacho. Se abrazó, desesperada. Seguro que Travis encontraría a Josh y que, en cuestión de un par de horas, todo estaría arreglado. Era una cuestión de tiempo…

Volvió a echar un vistazo a su madre: se había quedado dormida. Recogió de la mesilla la taza de café, que no había probado, y bajó a la cocina. Luego, dejándose llevar por un impulso, marcó el número de Sadie Stinson. El ama de llaves vivía a un par de kilómetros del rancho, en dirección opuesta a las colinas, pero existía la remota posibilidad de que Josh hubiera buscado consuelo en su compañía. Nadie respondió.

Recogió su abrigo para ir a las cuadras. No dejaba de repetirse que todo se acabaría arreglando. Mientras tanto, tenía trabajo que hacer. Había que dar agua a los caballos.


El ayudante del sheriff, un joven pelirrojo de mirada seria y sonrisa tensa, se presentó esa mañana en la granja. Tras disculparse por no haber acudido antes, tomó declaración a todo el mundo y luego fue con Savannah hasta la oficina situada encima de las cuadras de los potrillos.