– ¿Así que usted no cree que el caballo haya sido robado? -inquirió. Savannah le ofreció una taza de café y se sentó al lado de la ventana.

– No, todo indica que fue Josh quien se lo llevó.

– ¿El chico dejó alguna nota?

– Ninguna que hayamos encontrado.

– Y no se molestó en despedirse de nadie.

El joven ayudante de sheriff anotó algo en su libreta.

– Bien. Ahora el caballo: Mystic. ¿Es el mismo que ganó el Gran Premio de este año?

– Sí.

– Así que es muy valioso.

– Mucho.

– Y estará asegurado, supongo.

– Por supuesto. ¿Adonde quiere ir a parar?

– Sólo estoy revisando todos los supuestos. ¿Diría usted que Mystic es el caballo más valioso del rancho?

– Sin duda alguna.

– ¿Y sería fácil que otra persona, alguien ajeno al rancho, lo reconociera?

– No lo sé. Su pelaje es negro brillante, así que supongo que sí. La mayor parte de los purasangre son zainos o castaños.

– ¿Y los otros potros?

– Tenemos otro negro, Black Magic, pero es algo mayor que Mystic. De hecho, es su padre.

– Entiendo. Pero ¿podría alguien diferenciarlos?

– Temperamentalmente son como la noche y el día. Black Magic es muy dócil y Mystic, todo lo contrario. Y Magic tiene las patas blancas. Ambos están registrados en el Jockey Club, con sus descripciones. Supongo que alguien con un mínimo conocimiento previo no se habría equivocado de caballo -reflexionó Savannah-. Pero no creo que tengamos que preocuparnos de eso. Josh ha desaparecido. Estaba muy encariñado con Mystic y esa noche había tenido una horrible discusión con su padre.

– Ya. ¿Así que usted piensa que el niño se escapó con el animal más valioso del rancho durante la peor tormenta de nieve de los últimos quince años? -inquirió, suspicaz.

– Sólo tiene nueve años y estaba muy afectado, de modo que… sí, eso creo yo.

– Bueno -se guardó la libreta y apuró su taza de café-. Echemos un vistazo a la cuadra de donde desapareció el caballo.

Savannah lo guió por el sendero que llevaba a las cuadras de los sementales. Smith entró y se dedicó a observarlo todo, tomando notas. Después de registrar todos los rincones y preguntarle de nuevo por qué Lester creía haber oído a alguien allí la noche anterior, salió por fin del edificio.

Para cuando hubo terminado con la investigación y se alejaba ya del rancho a bordo de su vehículo, Savannah estaba tan agotada como deprimida.

– Yo creía que ese policía iba a hacer algo útil, aparte de husmearlo todo y hacer unas cuantas preguntas -comentó Charmaine con tono amargo cuando la vio entrar en la cocina.

– Me ha prometido que peinará todas las carreteras y que facilitará la descripción de Josh y de Mystic a todos los agentes del condado -le informó Savannah mientras se quitaba el abrigo y lo colgaba detrás de la puerta-. Y cuando tenga más agentes libres, volverán. No sé qué más pueden hacer.

– Yo albergaba la esperanza de que, a estas horas, Josh ya hubiera regresado a casa.

– Y yo.

Charmaine bajó la mirada al suelo, mordiéndose el labio.

– Soy consciente de que me he portado mal contigo, Savannah. No debí haberte echado la culpa.

– Lo sé.

– Antes te dije unas cosas horribles…

– Bueno, siempre lo haces cuando te enfadas.

– Pero entonces ¿por qué lo soportas?

– Porque sé que estás haciendo todo lo posible y que estás terriblemente preocupada por Josh. Y… -vaciló por un momento, pero finalmente decidió decirle lo que pensaba- porque te empeñas en no culpar a Wade.

– Tienes razón -admitió Charmaine cerrando "os ojos-. Gracias por ser tan comprensiva.

– Para eso somos hermanas, ¿no?

Savannah desvió la mirada hacia la ventana y contempló las cuadras con el telón de fondo de las colinas. Sus pensamientos estaban con Travis y Josh… allí donde se encontraran.


Travis volvió a estudiar las huellas en la nieve y maldijo entre dientes. Los cascos de Mystic se habían ido desdibujando hasta casi desaparecer en un bosque de abedules, cerca de un arroyo helado.

Se encontraba en los límites del rancho de los Beaumont. La tierra que se extendía al otro lado de la cresta rocosa era propiedad del gobierno federal.

– No puede haber entrado allí -se dijo por tercera vez-. No hay puerta, y Mystic es demasiado listo para intentar saltar la cerca.

Frunciendo el ceño, pensó en el chico. Debía de estar terriblemente asustado. Quizá Reginald y Wade ya lo habrían encontrado. Habían transcurrido dos horas. Rezó para que el niño estuviera en aquel momento en su casa.

Aquel tiempo era una maldición para cualquier persona o animal. Se había levantado un viento muy fuerte y la nieve seguía cayendo, helada. Un niño de nueve años no podía sobrevivir en aquellas condiciones.

Pensó en Savannah, en su hermoso rostro y sus fascinantes ojos azules. Menos de doce horas antes, la tenía en sus brazos, desnuda, febril de pasión… Se quedaría destrozada si el niño no aparecía. Volvió a montar y se esforzó nuevamente por encontrar el rastro.

– ¡Josh! -gritó, haciendo bocina con las manos enguantadas-. ¡Josh!

La única respuesta fue el silbido del viento.


Durante varias horas, Savannah intentó mantenerse ocupada en la casa. Cuando finalmente consiguió contactar con Sadie Stinson para contarle lo de Josh, el ama de llaves insistió en desafiar la tormenta y conducir hasta el rancho. Pese a sus protestas, no cedió.

En aquel momento, sin embargo, se alegraba de que Sadie estuviera con ella. El simple sonido de los cacharros en la cocina y el aroma a estofado consiguieron que se sintiera algo más relajada.

– Cuando ese niño vuelva a casa, tendrá hambre -había asegurado-. ¡Y seguro que los hombres también comerán algo! No te preocupes, Savannah. Josh es un chico muy listo: seguro que se las arreglará. Y en cuanto a Travis, no dudo ni por un momento de que acabará encontrándolo.

Aunque Savannah conocía el inveterado optimismo de aquella mujer, le agradeció sus palabras de ánimo. Reinaba en la casa un ambiente opresivo, asfixiante. Al mirar por la ventana, observó que el cielo seguía oscuro y nublado, pero al menos ya no nevaba tanto. «Quizá la tormenta esté empezando por fin a amainar», pensó sin demasiadas esperanzas.

Salió de la casa y se dirigió a las cuadras para ordenar a los escasos mozos que permanecían en el rancho que sacaran a los caballos para ejercitarlos un poco.

– Mantenedlos en los potreros cercanos -dijo a uno de ellos-. Quiero que estiren un poco las patas -alzó la mirada al cielo-. No sé cuándo parará esta tormenta. Si hiela, quiero a todos los caballos dentro.

«¿Y Josh? ¿Qué pasará con Josh?», se preguntó, deprimida, pero procuró concentrarse en el trabajo que tenía por delante. La visión de los potrillos no pudo menos que arrancarle una sonrisa. La mayoría nunca había visto la nieve antes, de manera que saltaban y hacían cabriolas nada más salir de los establos.

De repente oyó el sonido de un motor. El corazón le dio un vuelco en el pecho. Un todo terreno plateado aparcó cerca de la casa. No reconoció el vehículo, pero podía pertenecer a alguno de sus vecinos. ¡Quizá alguien había visto a Josh!

Casi resbaló mientras subía los escalones del porche. Al entrar en el salón, vio a Charmaine de pie junto a la chimenea, nerviosa, muy pálida. Dos jóvenes desconocidos estaban sentados en el sofá. Uno de ellos, el más bajo, llevaba una cámara y el otro, una grabadora.

– Te presento a John Herman y Ed Cook, del Register. Mi hermana, Savannah Beaumont.

Ambos se levantaron para estrecharle la mano.

– Es un placer, señorita Beaumont.

– Se han enterado de lo de Mystic y Josh -la informó Charmaine. Su voz apenas era un susurro. Se apoyaba en la repisa de la chimenea como si fuera a caerse al suelo en cualquier momento.

– No creo que podamos decirles gran cosa -admitió Savannah, forzando una sonrisa. ¿«Qué diablos está haciendo la prensa aquí y quién los habrá enviado?», se preguntó para sus adentros-. Al menos de momento.

– Pero seguro que podrá confirmarnos el rumor de que Mystic ha desaparecido… -sugirió John, el más alto.

– Sí, es verdad. Desapareció anoche.

– Lo robaron.

– No, no lo robaron -lo interrumpió Charmaine-. Al parecer mi hijo Josh lo sacó a dar un paseo.

John Herman arqueó las cejas, escéptico.

– ¿Con esta tormenta? -sacudiendo la cabeza como si no creyera una sola palabra, encendió la grabadora-. Deben de estar ustedes muy preocupadas. De lo contrario no habrían llamado a la policía. ¿Qué ocurrió realmente?

– Ya se lo hemos dicho todo.

– ¿Adonde cree que puede haber ido su hijo montado en un caballo así? -preguntó el periodista a Charmaine.

– No tengo ni idea.

– ¿Es que se ha escapado?

– ¡No! -exclamó Charmaine, furiosa, apartándose de la chimenea para acercarse a la ventana.

– Entonces ¿quién anda ahí fuera, buscándolo?

– Algunos de los trabajadores del rancho. Hemos avisado a los vecinos, claro está, así como a la oficina del sheriff.

– Quizá nosotros podamos serles de alguna ayuda.

– ¿Cómo?

– Si nos facilitan una fotografía de Josh, la publicaremos en el periódico. Tal vez alguien que haya podido ver al chico lo reconozca. En cuanto al caballo, tenemos numerosas imágenes suyas en el archivo, ¿verdad, Ed?

– Sí, unas treinta, creo.

– Bien.

– Bueno, merece la pena intentarlo, ¿no? -sonrió John.

– Sí -afirmó Charmaine-. Tengo una foto muy reciente de Josh. Arriba, en su habitación. Voy a buscarla -contenta de tener una excusa para abandonar el salón, y entusiasmada también por aquella nueva oportunidad de encontrar a su hijo, subió apresuradamente las escaleras.

– Les agradeceré toda la ayuda que puedan brindarnos -dijo Savannah, relajándose un tanto.

– Bien. Entonces quizá quiera explicarnos algunas cosas…

– Ustedes dirán.

– ¿Por qué ha regresado Travis McCord al rancho Beaumont? Aquí es donde se crió, ¿verdad?

– Vino a vivir con nosotros cuando tenía diecisiete años -respondió con un nudo de emoción en el pecho.

– Y ahora ha vuelto. Circulan varios rumores sobre él. Hay gente que sostiene que ha renunciado a presentarse a gobernador del Estado.

– Ignoraba que hubiera anunciado siquiera su candidatura -replicó, tensa.

– Oficialmente no. Pero ciertas personas, entre ellas la empresaria Eleanor Phillips, afirman haber donado dinero para su campaña.

– ¿Sin haber anunciado formalmente su candidatura? -preguntó Savannah, procurando disimular una punzada de temor-. Eso no parece un movimiento muy inteligente por su parte. ¿Está seguro de haber cotejado bien esa información?

El periodista esbozó una sonrisa incómoda.

– Sí, pero de todas formas me gustaría solicitar una entrevista con el señor McCord.

– Ahora mismo no está.

– Entonces quizá usted o alguna persona quiera contarnos su versión de los hechos. Ya sabe, por qué McCord regresó aquí procedente de Los Ángeles con la idea de dejar la abogacía y renunciando a sus intenciones de presentarse a gobernador.

– No puedo decirle nada porque nada sé al respecto -mintió Savannah-. Y aunque lo supiera, tampoco estoy muy segura de que quisiera contárselo. Lo que haga Travis McCord con su vida es asunto de su exclusiva incumbencia.

– ¡Aquí tienen! -Charmaine se presentó de pronto, tendiéndoles la reciente foto de Josh-. Les agradezco sinceramente su ayuda.

– No es nada -repuso el periodista, sosteniendo la mirada helada de Savannah-. Si cambia de idea o tiene algo que añadir a la historia, ya sabe… -le ofreció su tarjeta-. Ah, y dígale por favor a McCord que nos pondremos en contacto con él.

– Lo haré -prometió Savannah mientras su hermana los acompañaba hasta la puerta. Una vez que se hubieron marchado, lo primero que hizo fue tirar la tarjeta al fuego de la chimenea.

Charmaine se detuvo en el vestíbulo antes de volver a subir las escaleras.

– ¿Crees que la publicación de la foto de Josh en el periódico servirá de algo?

– No lo sé, pero nunca está de más. Daño no hará. Esperemos, sin embargo, que Josh esté de vuelta para cuando el Register salga a la calle.

– Oh, Dios mío, sí -susurró Charmaine, desesperada-. Si no aparece esta noche… -contempló por la ventana el cielo cada vez más oscuro.

– Aparecerá -le prometió Savannah.

Sus propias palabras le sonaban vacías.


A la caída de la noche, Lester y el mozo de cuadra volvieron para informar de que no habían encontrado rastro alguno ni de Josh ni de Mystic. Mientras el preparador revisaba los caballos, Savannah lo acompañó para ponerlo al tanto de lo acontecido en la casa.

– ¿Por qué no se ha presentado ese maldito electricista para reparar el cable del sistema de alarma?