– La tormenta. O, al menos, eso fue lo que me dijo cuando lo llamé -respondió Savannah.

– Justo lo que necesitamos. ¿Qué tal está reaccionando tu madre?

– No muy bien -admitió-. Josh siempre ha sido muy especial para ella.

– Para ella y para todos -el preparador frunció el ceño-. Excepto quizá para su propio padre. ¿Sabes?, no entiendo por qué ese hombre lo trata tan mal. Si yo fuera Reginald… -se interrumpió-. Bueno, supongo que tu padre sabrá lo que se hace. Que Wade sea un mal padre no significa que no sepa llevar un rancho. Y aunque me cueste admitirlo, creo que en ese sentido ha hecho un trabajo pasable.

– Pasable pero no brillante, ¿verdad?

– Como te dije una vez, Wade es un contable, un contable más o menos bueno, supongo. Pero jamás imaginé que un día querría ponerse a trabajar con caballos…

Una hora después Savannah estaba en la casa, revisando los libros de contabilidad y preguntándose por lo que Travis habría estado consultando la víspera. Nunca se le habían dado bien los números y ese día, con todas las preocupaciones que la asaltaban, era absolutamente incapaz de concentrarse en nada. Así que cerró los libros y se recostó en el sillón, pensativa.

Apenas la noche anterior había estado durmiendo en brazos de Travis. Nunca se había sentido más segura, más querida. Y en ese momento él estaba allí afuera, con aquella tormenta, buscando a Josh en la oscuridad…

Se levantó al escuchar el distante rumor de un motor. El corazón se le aceleró cuando reconoció el jeep de su padre. Recogió su abrigo y salió precipitadamente de la casa.

Charmaine no tardó en reunirse con ella en el porche.

– Oh, Dios mío -susurró en el instante en que apareció el jeep-. Que traigan a Josh con ellos, por favor… -echó a correr hacia el garaje, seguida de su hermana.

Reginald apagó el motor y bajó del vehículo. Parecía exhausto. Sus ojos cansados buscaron los de su hija mayor.

– Supongo que esa mirada quiere decir que no habéis localizado a Josh… -Charmaine estuvo a punto de desmayarse-. ¿No lo habéis encontrado? -preguntó, angustiada.

Wade bajó también del jeep. Cuando iba a pasarle un brazo por los hombros a Charmaine, ésta lo rechazó bruscamente. Tenso, lanzó una helada mirada a Savannah.

– Ahora supongo que me echas la culpa a mí -dijo a su esposa.

– Yo no culpo a nadie -susurró Charmaine antes de golpear el capó del vehículo con el puño cerrado-. ¡Sólo quiero que Josh vuelva sano y salvo a casa!

– ¿Y Travis? -inquirió Savannah, angustiada-. ¿Por qué no ha regresado con vosotros?

– La última vez que lo vimos no había tenido mucha suerte -explicó Reginald-. Iba a intentar seguir el rastro todo lo posible. Tuvimos que volvernos porque parecía como si el caballo se hubiera evaporado.

– Yo ni siquiera estoy seguro de que ése fuera el rastro de Mystic -añadió Wade, pellizcándose nervioso las guías del bigote-. Lo peor de todo es que Travis no lo encontrará, al menos esta noche. Esas huellas apenas eran visibles. Ahora que ya ha oscurecido, seguir rastreando sería una pérdida de tiempo. Tendremos que avisar a la policía para que mañana lo busquen con helicópteros.

– ¡No! -chilló Charmaine, sacudiendo enérgicamente la cabeza y mirando airada a su marido-. ¡Tenemos que encontrarlo! ¡Esta misma noche! ¡Morirá congelado si no lo localizamos pronto!

Savannah no podía menos que estar de acuerdo con su hermana. Ella misma se moría de ganas de incorporarse a la partida de búsqueda. Travis y Josh estaban en alguna parte, tal vez heridos… Sin embargo, procuró controlarse y pasó a relatarle a su padre lo ocurrido durante el día.

– Hace un rato hemos estado hablando con la oficina del sheriff.

– Será mejor que volvamos a llamar -reflexionó Reginald en voz alta.

Una vez dentro de la casa, Savannah telefoneó al ayudante Smith y le contó que la partida de rastreo había vuelto sin Josh y sin Mystic. Charmaine, intentando dominarse, le habló a Wade de los periodistas, de la entrevista con el ayudante del sheriff y de lo que había dicho.

– ¿Dónde podrá estar? -exclamó Wade, rabioso, mientras se servía una copa.

– Tiene que estar en alguna parte del rancho -repuso Reginald.

– Pero hemos registrado hasta el último rincón.

– Sólo las zonas a las que podía acceder el jeep.

– El resto es cosa de McCord. Tendrá que bajar a los barrancos e internarse en los bosques. Como te dije antes, nuestra única esperanza son los helicópteros de mañana.

Savannah entró en aquel momento en el salón. Sólo alcanzó a escuchar la última frase de la conversación, pero, por el brillo de temor de los ojos de Charmaine, dedujo que no se había tomado ninguna decisión importante.

– Voy a subir a ver a tu madre -informó Reginald. Lo dijo con tono temeroso, como si le diera miedo hablar con ella-. ¿Cómo ha pasado el día?

– Muy preocupada, como todos.

Sadie entró en aquel momento con la intención de levantarles el ánimo.

– La cena está preparada. Vamos, a comer todos. Ya idearéis algún plan mientras cenáis. Hay que llenar el estómago.

– Yo no tengo hambre -dijo Charmaine, pero Sadie la miró con severidad.

– La mesa está puesta para todos, incluida Virginia. ¡Una buena cena caliente os sentará bien!

Tanto insistió el ama de llaves que, finalmente, todo el mundo se sentó a la mesa. La conversación transcurrió en un ambiente tenso, tirante. Pese a lo sabroso de la comida, Savannah apenas la probó. Su cerebro funcionaba a toda velocidad. Si Travis no volvía a casa durante la próxima hora, ella misma saldría a buscarlo. Su padre se pondría furioso, por supuesto, así que tendría que salir sigilosamente y convencer al vigilante apostado en las cuadras.

No podía permanecer cruzada de brazos en aquella casa ni un minuto más. Estaba decidida a encontrar a Josh y a Travis esa misma noche, antes de que amaneciera.

Ocho

A las once en punto, Savannah se hallaba sola. Todo el mundo se había acostado después de escuchar las noticias. Agotada tras un día que había sometido sus nervios a tan dura prueba, se sentó en la cama. Pese a su cansancio, estaba demasiado inquieta. Y preocupada.

Con renovada determinación, se acercó al armario, se puso su ropa de montar y bajó sigilosamente las escaleras. Se detuvo en la cocina para recoger dos cajas de fósforos, dos bengalas y una interna de armario. Añadió a todo eso unas cuantas barritas energéticas y se las guardó en un visillo del abrigo.

«Salir con este tiempo es una locura», se dijo reentras se ponía los guantes y se enrollaba una bufanda al cuello, antes de salir por la puerta trasera. El aire frío de la noche penetraba el cuero de su abrigo como si fuera un cuchillo. Atravesó el patio y tomó el sendero que llevaba a las cuadras.

El viento silbaba y ululaba entre los árboles. Tenía que encontrar a Josh y a Travis, sin tiempo que perder. Según las últimas noticias, la tormenta no levantaría hasta pasados varios días. «Ahora o nunca», se dijo mientras caminaba por la nieve.

– ¡Alto! -gritó una voz masculina cuando ya se disponía a abrir la cuadra principal-; ¡Señorita Beaumont! ¿Qué está haciendo?

Era Johnny, el mozo de cuadra que se había ofrecido a hacer de vigilante.

– Voy a salir a buscar a Josh.

– ¿Esta noche? ¿Está loca?

– Quizá, pero no puedo seguir de brazos cruzados ni un minuto más.

El joven se puso muy nervioso. Estaba acostumbrado a recibir órdenes de Savannah, pero no podía creer que pensara seriamente en desafiar una tormenta de aquellas características y, además, de noche.

– Su padre me ordenó que no dejara salir ninguno de los caballos de las cuadras.

– Ya lo sé, Johnny, pero Mattie es «mi» yegua.

– Pero salir ahora con esta tormenta…

– Tendré cuidado -prometió ella.

– Pero señorita Beaumont…

– No tienes que responder de mí ante mi padre. Yo asumo la plena responsabilidad de mis actos -al ver que seguía sin convencerlo, continuó insistiendo-. Mira, te prometo que no saldré de los límites del rancho. Si la tormenta empeora, volveré. Ya conoces a Mattie: sabría encontrar el camino de vuelta a las cuadras en medio de un terremoto.

– Bueno, usted es la jefa -cedió al fin-. Pero creo que debería informar a Wade o a Reginald.

– ¿Y preocuparlos aún más? Porque si les gusta como si no, pienso salir en busca de Josh.

Terminó de abrir la puerta y entró en la cuadra. Ya no oyó ninguna protesta más de Johnny. «Quizá se lo diga a mi padre», pensó mientras ensillaba a Mattie. La yegua, viendo interrumpido su descanso, soltó un relincho.

– Tranquila, chica -susurró-. Por el momento todo va bien.

Al parecer, Johnny había decidido no informar inmediatamente a Reginald. Si lo hubiera hecho, su padre se habría presentado allí corriendo. Le dio las gracias en silencio.

Sacó la yegua de la brida por la puerta trasera y atravesó los potreros, encorvada contra el viento. Luego montó y picó espuelas.

– Vamos.

Decidida a guiarse por su intuición, ignoró el rumbo de las primeras huellas de Mystic y enfiló hacia el estanque. Mientras rodeaba lentamente el pequeño lago, llamó varias veces a Josh. Nada. Gritó de nuevo. Ninguna respuesta.

– Primera derrota -masculló. Alejándose del lago, llegó hasta un campo cercano, con un antiguo manzano y una casa-árbol que Josh se había construido el verano anterior. Después de atar a Mattie, desmontó y subió por la escala de tablas provista de una linterna. El interior del escondite estaba desierto. No había señal alguna del niño.

– Estupendo -musitó de nuevo, apagando la linterna.

Volvió a bajar la escala y montó de nuevo. Durante un rato estuvo explorando todos los escondites favoritos de Josh en los campos que rodeaban la cuadra de los sementales. Cuando terminó, decidió seguir las casi inexistentes huellas de Mystic rumbo a las colinas.

Pudo hacerlo mientras las del todo terreno de Reginald seguían apenas visibles. Inclinada la cabeza contra el viento, se prometió a sí misma que, si volvía a encontrar a Josh y a Travis, jamás volvería a perderlos de vista. Jamás.


Travis maldijo entre dientes. ¿Dónde diablos se habría metido el chico? Josh no podía haberse desvanecido en el aire. Por supuesto, existía la remota posibilidad de que hubiera vuelto a la casa, pero lo dudaba. Reginald le había dicho que lanzaría bengalas y haría tres disparos de rifle en cuanto lo descubrieran.

Encorvado contra el viento, pensó en detenerse para encender un fuego. Estaba helado hasta los huesos, con el rostro desollado por el viento y la nieve, y Jones, su potro, necesitaba un descanso.

Finalmente desmontó y dejó a Jones que bebiera de un riachuelo casi congelado. Escrutó los alrededores, acercándose hasta el borde de un claro. Estiró las piernas y los tensos músculos de la espalda: tenía la sensación de que llevaba días cabalgando.

Cuando llegara la mañana, no tendría más opción que regresar a la casa. Tanto su caballo como él mismo necesitaban descansar. Quizá las pistas resultaran más transitables y encontraran por fin al chico. Continuó escrutando los oscuros pinos con ojos entrecerrados. Un ligero movimiento llamó su atención y se esforzó por distinguir algo a través de la cortina de nieve.

Todo estaba quieto. Se preguntó si no estaría empezando a imaginarse cosas, en su desesperación por encontrar al chiquillo. ¿Dónde demonios se habría metido? Había revisado cada centímetro cuadrado de la propiedad Beaumont y no había encontrado el menor rastro de Mystic. En cualquier caso, había que continuar la búsqueda.

Regresó con su caballo y volvió a montar.

– Vamos -murmuró, furioso, mientras cruzaba las rocas heladas del riachuelo. Una vez más gritó el nombre de Josh en la oscuridad.

Nuevamente creyó detectar un movimiento entre los árboles. En esa ocasión no lo dudó: picó espuelas y se dirigió hacia lo que fuera que andaba escondido entre las sombras.


Pese a los guantes, Savannah tenía los dedos entumecidos por el frío, casi insensibles. «Quizá Johnny tuviera razón», pensó. «Quizá lo de salir a buscar a Josh no tenga ningún sentido. ¡Si no estoy de vuelta en casa por la mañana, mis padres se llevaran un susto de muerte!». Aun así, se resistía a volver.

Se mordió el labio y escrutó los alrededores. Durante cerca de una hora, desde el lugar en que las huellas del todo terreno se habían desviado hacia la casa, no había visto señal alguna ni de Josh ni de Travis. Si habían dejado algún rastro, la nieve se había encargado de borrarlo.

Travis. Le parecía mentira que apenas la noche anterior hubiera dormido en sus brazos. Tenía la sensación de que había transcurrido una eternidad desde entonces. «Dios mío, ¿dónde estará? ¿Se encontrará bien?». Estaba ronca de tanto gritar su nombre para hacerse oír por encima del rugido del viento.