Se estremeció nada más entrar en el claro donde Travis, Josh y ella habían cortado el árbol de Navidad apenas dos días antes. La tormenta seguía en todo su apogeo. Nevaba tanto que resultaba imposible distinguir nada.
Savannah estaba ya a punto de renunciar cuando un ligero movimiento entre los árboles llamó su atención. Mattie piafó y relinchó nerviosa. Ante ella apareció el gran caballo negro.
– ¡Mystic! -exclamó con el pulso acelerado-. ¿Josh?
Se quedó paralizada al ver que la silla de Mystic faltaba y que llevaba las riendas sueltas, arrastrándolas por el suelo.
– Oh, Dios mío -gimió mientras desmontaba y ataba a Mattie a la rama de un roble-. ¡Josh! Josh, ¿puedes oírme? -«por favor, Dios mío, que esté sano y salvo», rezó, desesperada.
Mystic estaba muy asustado. Por su comportamiento, resultaba obvio que algo le dolía, y mucho. Se acercó confiada hacia el potro, con la intención de tranquilizarlo.
– ¡Ten cuidado! -gritó una voz, y Savannah se giró en redondo y descubrió a Travis, saliendo de la espesura con Jones de la brida. Un inmenso alivio inundó su alma. Tanto él como su montura parecían exhaustos.
– ¡Gracias a Dios que estás bien! -exclamó, corriendo hacia él. Se abrazó a su cuello, llorando-. ¿Dónde está Josh?
– No lo sé. No lo he visto.
– Pero Mystic…
– Lo sé -admitió mientras la apartaba suavemente-. Yo creí lo mismo: que los encontraría a los dos juntos. Pero no. Ahora tengo que tranquilizar a Mystic -clavó la mirada en el potro mientras ataba a Jones al lado de Mattie-. Hay que tener mucho cuidado -susurró a Savannah-. Está herido y aterrorizado. Llevo unos cien metros siguiéndolo. Tiene un problema en una de las patas delanteras.
– No…
– Chist -Travis empezó a avanzar hacia el caballo-. No pasa nada, chico, tranquilo -y extendió lentamente una mano hacia su cabeza.
Por toda respuesta, el animal abandonó el claro.
– Maldito seas -masculló Travis-. Esto mismo me sucedió hace un par de horas cuando me topé con él, pero en su estado ya no puede ir mucho más lejos… -encendió la linterna para enfocar sus huellas y el rastro de sangre.
– Oh, Dios mío, ¿qué crees que ha podido pasar? ¿Dónde puede estar Josh?
– Ojalá lo supiera -repuso, echando nuevamente a andar-. Vamos.
Lentamente, con la callada determinación de un depredador rastreando a su presa, Travis siguió al potro. No tardó en localizarlo detrás de un arce, con su piel de ébano brillante de sudor a pesar del frío. Con los ojos desorbitados, el animal observó a Savannah y a Travis mientras se acercaban.
– Tranquilo, no pasa nada… -susurraba ella.
El caballo soltó un gemido, intentó retroceder y finalmente se quedó inmóvil mientras Travis lograba recoger su brida del suelo. Lo primero que hizo fue palparle las patas a la busca de su herida.
Cuando tocó el punto sensible de la pata delantera, Mystic dio un violento respingo.
– Quieto -le ordenó-. Maldita sea…
– ¿Qué pasa?
– Creo que la tiene rota.
Travis ató a Mystic a un árbol cercano y se concentró en examinar la herida con la linterna. A Savannah se le revolvió el estómago con la visión de la sangre.
– Quizá sólo sea un esguince -murmuró, esperanzada.
– Quizá -pero no parecía muy convencido.
– ¿Qué hacemos ahora?
– Lo primero, pensar en cómo vamos a devolverlo a las cuadras. Y luego encontrar a Josh, por supuesto. Mientras tanto, tal vez podrías explicarme rápidamente por qué diablos estás aquí.
– No tenemos tiempo.
Travis suspiró, sabía que tenía razón. Tenían cosas mucho más importantes de las que ocuparse.
– De acuerdo, tú ganas. Por ahora. Pero cuando todo esto haya terminado, quiero una explicación. Y espero que sea buena.
– La tendrás -replicó Savannah antes de concentrarse nuevamente en el caballo-. Creo que no debería caminar más de lo estrictamente imprescindible.
– Soy de la misma opinión -se frotó la barbilla-. Montando a Mattie, tardarás sólo una hora, quizá menos, en atravesar los campos para regresar a casa. Yo me quedaré aquí con Mystic, esperando a que Lester o Reginald suban con la camioneta por la carretera federal… Creo que esa carretera atraviesa el terreno del otro lado de la valla, hacia el norte. Es el camino más corto.
– Sí, es verdad.
– Y vuelve con alicates. Tendremos que cortar la valla de alambre para sacar a Mystic.
Savannah vaciló.
– No quiero dejarte.
– Sólo será un rato -sonrió, cansado-. Hasta que llevemos al caballo de vuelta a las cuadras. Tendrás que avisar enseguida a un veterinario. Ah, y tráete un caballo de refresco y un par de mantas para estos dos -señaló a Mystic y a Jones.
– ¿Para qué el caballo de refresco?
– Jones está agotado.
– ¿Y tú quieres seguir buscando a Josh? -Savannah no sabía si alegrarse o preocuparse aún más.
– Encontré al caballo, ¿no? El niño no puede estar muy lejos. Si se cayó cuando Mystic se hirió la pata, tiene que estar por aquí. El animal no ha podido alejarse tanto. No con una lesión tan grave.
Lo que estaba diciendo Travis tenía plena lógica y, por primera vez en aquella noche, Savannah abrigó la firme esperanza de que al final podrían llevar al niño de vuelta a casa, sano y salvo. «A no ser que esté muerto», pensó con una punzada de pánico.
– No pienses eso -le reprochó Travis, leyéndole el pensamiento-. Lo encontraremos y estará perfectamente. Ya lo verás.
– Oh, Dios mío, eso espero…
– Vamos -la urgió, besándola en la frente-. No pierdas la fe. No ahora. Josh, Mystic y yo contamos contigo.
– Está bien -musitó. Reacia, montó a Mattie.
Una fuerza parecía retenerla al lado de Travis. Como si algo en el aire frío de la noche le advirtiera de que abandonarlo en aquel momento acabaría en tragedia.
– Adelante -insistió él-. Sólo hay que aguantar un poco más. Y después, todo habrá terminado.
– ¿Y Josh?
– Lo encontraré -prometió Travis, solemne-. No cejaré hasta localizarlo -al ver su expresión preocupada, añadió-: En cuanto a mí, puedes estar tranquila. ¿Es que no sabes que no hay nada que pueda separarme de ti?
– Eso espero -murmuró Savannah, y se inclinó para besarlo en los labios. Sólo en aquel instante tomó conciencia de la desesperación con que lo amaba. El corazón se le partía en dos ante la perspectiva de abandonarlo.
Aun así, se marchó. No había tiempo que perder. La vida de Josh estaba en juego.
Mientras emprendía el regreso al rancho, volvió a llamar a Josh a gritos.
– ¡Josh! ¿Dónde estás? -no recibió más respuesta que el rugido del viento. «Dios mío, que lo encuentre, por favor», rezó para sus adentros. ¿Dónde estaría? ¿Se encontraría vivo?
De repente Mattie se detuvo. Savannah escrutó la oscuridad, pero no vio nada. Poco esperanzada, llamó por última vez a Josh.
El corazón le dio un vuelco en el pecho cuando, a lo lejos, alcanzó a escuchar una leve respuesta, un débil eco en medio de la noche. Pero lo primero que pensó fue que se lo había imaginado. Gritó de nuevo y esperó, conteniendo la respiración. Esa vez la réplica resultó inequívoca.
Emocionada, picó espuelas, siguiendo el sonido de la voz de Josh.
– Ya voy -chilló para hacerse oír por encima del silbido del viento. Para alivio suyo, distinguió entre los árboles a Travis montando a Jones.
– Yo también lo he oído. Habría venido antes, pero tenía que volver a ensillar a Jones -le explicó Travis y, a continuación, voceó el nombre de Josh a pleno pulmón.
Los gritos de respuesta de Josh se oían cada vez más cerca.
– Está vivo -susurró Savannah, llorando de alivio. Minutos después llegaban al borde de un empinado barranco-. Josh, ¿dónde estás?
Su voz resonó en el cañón nevado.
– Aquí… -respondió el chico desde el fondo.
– Ya estamos aquí, Josh -Savannah desmontó de un salto y corrió hacia el borde del cortante. El fondo estaba tan negro… Apenas podía distinguir la figura inerte entre la nieve-. ¡Enseguida te sacamos de ahí!
A su lado, Travis intentaba identificar la ruta más rápida de descenso. A continuación, sacó una soga de su silla y ató un extremo al tronco de un pino.
– Bajaré yo solo.
– ¡Pero Josh me necesita! -protestó ella.
– Aunque sólo sea por esta vez, haz lo que te digo, por favor. Si me veo en apuros, gritaré. Lo último que necesito es que tú te hagas daño intentando salvar al chico.
– Sácalo entonces de allí.
– Descuida.
Después de atarse la soga a la cintura, empezó al descenso. Savannah no lo perdía de vista desde el borde del barranco. El niño estaba hecho un ovillo bajo la escasa protección de un pequeño árbol.
– ¿Cómo te encuentras? -preguntó Travis una vez que se acercó lo suficiente.
Josh no respondió. Le castañeteaban los dientes. Estaba temblando de pies a cabeza.
– Déjame que te examine bien… -Travis se concentró en palparle los miembros, buscando alguna lesión o hueso roto-. Sé que esto te va a costar un poco, pero tenemos que volver a casa cuanto antes. ¿Podrás hacerlo, Josh?
El niño asintió débilmente, pero no hizo ningún intento por levantarse. Travis le echó su abrigo por encima y lo levantó delicadamente en brazos. Consideró sus opciones. O se llevaba rápidamente el niño en aquellas condiciones o esperaba a que Savannah volviera con ayuda. Pero eso podría tardar horas.
– Mira, Josh, voy a intentar sacarte de aquí. ¿Crees que podrás hacerlo? -volvió a preguntarle.
– No lo sé…
– Animo: lo conseguiremos. Ya lo verás -y empezó a subir por la empinada ladera, con el niño apretado contra su pecho.
Savannah lo observó mientras ascendía lentamente por la pendiente cubierta de nieve. Los minutos se le hicieron eternos. Vio que resbalaba varias veces, caía hacia abajo un trecho hasta que conseguía levantarse de nuevo. Finalmente, alcanzó la cumbre del barranco.
– Oh, Josh -susurró, besando al niño y sollozando en silencio-. Gracias a Dios que estás vivo -aterrada, miró a Travis-. Se está congelando.
– Hay que llevarlo a la casa cuanto antes, pero no creo que esté en condiciones de montar solo, y Jones está demasiado agotado para cargar con los dos. ¿Podrás llevarlo tú?
– Por supuesto.
Una vez que Savannah montó en Mattie, Travis la ayudó a instalar al niño en su silla.
– ¿Dónde está Mystic? -inquirió Josh con voz débil en el instante en que se pusieron en marcha. Se acurrucaba contra su tía, temblando de frío y de miedo.
– Está atado y a salvo. Enviaremos a buscarlo cuando lleguemos a casa -le aseguró Travis.
El trayecto de vuelta duró una eternidad. Josh no volvió a abrir la boca más que para gemir. A Savannah le dolían terriblemente los brazos de sujetarlo. Para cuando distinguieron los primeros edificios del rancho, el sol ya asomaba en el horizonte.
Lester los descubrió en el potrero más cercano a las cuadras. Sonrió de oreja a oreja y de inmediato ordenó a Johnny que despertara a todo el mundo en la casa.
– Hola, hijo. No sabes cuánto me alegro de volver a verte -le dijo a Josh mientras lo ayudaba a bajar del caballo.
Charmaine y Wade se reunieron con ellos segundos después. Charmaine apenas había tenido tiempo para ponerse una bata sobre el camisón y calzarse las botas.
– ¡Josh! -tenía el rostro bañado en lágrimas-. Oh, cariño, ¿estás bien? Déjame mirarte…
– Será mejor que entre cuanto antes en casa -dijo Travis.
– No. Dámelo -lo estrechó contra su pecho, emocionada-. ¡Que Dios te bendiga por haberlo encontrado!
– Hay que llamar a una ambulancia -fue la respuesta de Travis-. Está congelándose de frío.
– ¡Oh, cariño… ¡ -susurró Charmaine llevándolo hacia la casa.
Josh se colgaba del cuello de su madre como un desesperado. Charmaine estaba sollozando y a Savannah se le saltaban las lágrimas.
– ¿Y Mystic? -quiso saber Lester.
– Tenemos que volver a buscarlo -explicó Travis, mirando cómo Charmaine entraba en la casa con su hijo-. Está herido. En la pata delantera derecha, probablemente el tobillo.
Lester frunció el ceño.
– Voy a buscar la camioneta -y salió disparado.
Travis se volvió hacia Savannah. Tenía el semblante muy serio, preocupado. Se le notaban las ojeras de cansancio.
– Yo volveré a buscar el caballo mientras tú te ocupas de Josh. Asegúrate de que llaman a la ambulancia. Y no te olvides del veterinario.
– Descuida -echó a correr hacia la casa.
Después de quitarse las botas en el porche, entró en la cocina y sonrió al ver a Arquímedes bajo la mesa.
– Sadie te despellejará vivo como te encuentre aquí.
Se quitó los guantes y los dejó sobre el mostrador. Frotándose las manos, se dirigió al despacho. Wade acababa de colgar el teléfono.
– ¿La ambulancia? -preguntó.
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