– Está en camino.
– Bien. ¿Qué tal está Josh?
– Charmaine lo ha subido a su habitación -contestó, preocupado-. No tiene buen aspecto.
– No me extraña. Se cayó del caballo y ha pasado veinticuatro horas bajo una tormenta de nieve.
– Espero que se recupere.
Savannah entrecerró los ojos. De repente volcó sobre su cuñado toda la furia y frustración que había acumulado durante las últimas horas.
– ¡Estaría bastante mejor si tú lo hubieras tratado como a un verdadero hijo!
– Yo lo intento…
– ¡Tonterías!
– No se me dan bien los niños…
– Es tu hijo, maldita sea. No quiero excusas. Lo único que quiere ese niño es una oportunidad. ¡Necesita tu amor y tu cariño!
– Lo sé, lo sé -admitió Wade, pasándose una mano por el pelo-. Pero no puedo evitar que me saque de quicio.
– Dios mío, has estado a punto de perder a tu hijo y lo único que se te ocurre es que te saca de quicio. Eso es sencillamente repugnante, Wade. ¡Piensa en lo mucho que ha sufrido!
– Savannah, no es momento para ponerse así… -repuso, pálido-. ¿Qué pasa con Mystic? ¿Dónde está?
– Sigue en las montañas. Travis y Lester van a ir a buscarlo -se apartó de él, asqueada, y marcó el número del veterinario del rancho, Steve Anderson.
Cuando le explicó la situación, el veterinario le aseguró que estaría allí lo antes posible. Acaraba de colgar cuando entró Reginald. Tenía aspecto de no haber dormido en toda la noche.
– ¿Qué es eso que he oído de que te has escapado de casa esta noche? ¿Has salido con esta tormenta?
– No podía dormir.
– Acabo de bajar de la habitación de Josh. Ese niño ha vivido un verdadero infierno. Y tú has cometido la mayor estupidez del mundo al salir con esta tormenta. Dios mío, Savannah… ¡Podríamos haberte perdido a ti también!
– Pero no ha sido así. Y Josh está a salvo.
– Gracias a Dios. Creo que necesito una copa.
– Yo también -lo secundó Wade, dirigiéndose al mueble de las bebidas.
– ¿Y tú qué haces que no estás arriba con tu hijo? -exclamó Reginald, airado.
Wade se detuvo en seco y se volvió para mirar a su suegro.
– Acabo de llamar a la ambulancia.
– Ya.
– Estoy tan preocupado como tú por Josh, pero pensé que sería mejor que pasara un rato a solas con su madre.
Savannah estaba harta de las excusas de su cuñado. Suspirando, informó a su padre de que Travis y Lester se disponían a salir a buscar a Mystic.
– Los acompañaré.
– Antes tienes que saber algo, papá. Mystic está herido.
– ¿Es grave?
– No lo sé, pero tiene una lesión en una pata delantera, a la altura del tobillo. Bueno, ya lo verás por ti mismo. Ya he llamado al veterinario.
– El caballo se pondrá bien -afirmó Wade, buscando la mirada de su cuñada en busca de apoyo.
– Eso espero -repuso ella antes de dirigirse hacia el vestíbulo-. Quiero ver a Josh antes de que llegue la ambulancia.
– Antes entra a ver a tu madre -le pidió Reginald mientras la acompañaba y descolgaba su abrigo del perchero-. Está terriblemente preocupada por el chico.
– Por supuesto.
– Dile a Josh que subo en un minuto -dijo Wade a Savannah-. Antes quiero asegurarme de que hay gente suficiente para salir a buscar a Mystic.
– Claro -suspiró, cansada. «Vuelve a dejar tu hijo para lo último», le reprochó en silencio mientras subía las escaleras.
El niño estaba en la cama.
– ¿Cómo te encuentras, campeón?
Josh intentó sonreír, pero no pudo. A Savannah se le desgarró el corazón al verlo.
– La ambulancia estará aquí enseguida. Ellos re curarán, ya lo verás.
– ¿Y Mystic? -inquirió con un hilo de voz.
– El abuelo y Travis lo traerán enseguida. Y ahora no pienses más en él. Tienes que concentrarte en curarte, ¿de acuerdo?
Josh se dio la vuelta en la cama y cerró los ojos, rendido de cansancio.
La ambulancia llegó poco después. Dos sanitarios lo pasaron a una camilla y bajaron las escaleras. Savannah vio que Wade paseaba nervioso entre el despacho y el salón.
– ¿Tía Savvy? -susurró Josh, haciendo detenerse a los sanitarios en la misma puerta.
– ¿Qué, cariño?
– ¿Vendrás conmigo?
– Por supuesto -respondió, pero Wade alzó una mano para protestar.
– Ni hablar, Savannah. Quiero que dejes a mi hijo en paz. Si no lo hubieras animado a montar ese caballo, ahora mismo no nos encontraríamos en esta tesitura.
– Pero papá…
– Yo sólo he querido y quiero lo mejor para Josh.
– Por favor -suplicó el niño en tono desgarrador-. Ven conmigo…
Tragándose las ganas de llorar, Savannah lo miró y sacudió la cabeza.
– Iré a visitarte después, Josh. Antes tengo que recibir al veterinario para que pueda curar a Mystic.
– ¿Es que está herido?
– No lo sabemos, pero lo ha pasado tan mal como tú. Te prometo que en cuanto sepamos algo, te avisaré.
– De acuerdo -repuso con evidente esfuerzo.
– Bien. Y en cuanto vuelvas a casa, celebraremos la Navidad.
– Pero Navidad es mañana…
– Te esperaremos para celebrarla.
– ¿Me lo prometes?
– Te lo prometo -se separó de él, conteniendo las lágrimas.
– Yo iré con Josh -dijo Charmaine mientras majaba las escaleras cargando con un saco de dormir-. Wade nos seguirá en el coche.
– Yo también voy -declaró Virginia, apareciendo de pronto en el rellano. Se había vestido para salir.
– No tendrías que estar levantada -le reprochó Charmaine.
– Ya lo sé, pero Josh es mi nieto y quiero hacerle compañía en el hospital.
– ¿Señora? -le preguntó uno de los sanitarios a Charmaine, a la espera de su decisión.
– No hay tiempo que perder: nosotros nos vamos ya. Vosotros arreglaros como queráis -dijo a Wade y a Virginia antes de seguir a los sanitarios a la ambulancia.
– Ya está todo dicho -afirmó Virginia, tozuda.
– Pero mamá… -protestó Savannah. No llegó a acabar la frase, acallada por la mirada de desafío de su madre.
– ¿Estás segura? -preguntó Wade-. Sabes que deberías descansar y…
– Pienso ir al hospital. Será una buena oportunidad para que tú yo hablemos de tu relación con Josh.
– No creo que…
– Tendremos tiempo para hacerlo. Vamos, en marcha -Virginia terminó de bajar las escaleras.
– Está bien -cedió Wade, tenso, pero de inmediato se volvió hacia Savannah- Quiero que me avises enseguida cuando el veterinario examine a Mystic.
– Yo espero lo mismo de ti cuando el médico examine a Josh.
Y lo vio salir de la casa detrás de Virginia, con expresión preocupada.
Travis y Lester regresaron una hora después. Steve Anderson, el veterinario del rancho, ya estaba esperando en la oficina situada encima de las cuadras cuando la gran camioneta entró en el patio.
– Bueno, vamos a ver esa lesión -dejó la taza sobre la mesa y se levantó.
Travis bajó primero de la camioneta. Savannah dedujo por su expresión que traer de vuelta a Mystic les había costado más de lo que esperaban. La tensión resultaba evidente en sus rasgos.
– No tiene buen aspecto -admitió, pasándole un brazo por los hombros-. Lester está de acuerdo conmigo. Creemos que se ha roto la articulación.
– Quizá no -replicó ella, esperanzada.
Lester y Reginald ya habían abierto la puerta trasera. El caballo se encontraba en un estado de shock. Con los ojos desorbitados, dio un violento respingo cuando el veterinario se inclinó hacia él.
– Parece una fractura. Los huesos de la articulación -dijo Lester mientras Steve procedía a examinarlo.
El veterinario frunció el ceño nada más ver la herida. Cuando intentó ponerle una férula en la pata, el animal se revolvió.
– Hay que llevarlo inmediatamente a la clínica -reflexionó en voz alta-. Necesitaré hacerle una radiografía y probablemente habrá que operar. Ojalá no tenga nada roto. Sin embargo, debo ser realista. Me temo que Lester está en lo cierto.
A Savannah se le hizo un nudo en la garganta. Travis procuraba consolarla en silencio.
– Será mejor que nos pongamos en marcha -aconsejó Steve.
– Adelante -dijo Reginald-. Travis, ¿querrías conducir tú la camioneta?
– Claro -respondió, ceñudo.
– Yo también voy -afirmó Savannah con tono firme-. Esta vez no me vais a dejar aquí sola.
– No. Tú tienes que quedarte aquí -replicó su padre.
– ¿Por qué?
– Es evidente. Necesitas descansar.
– ¡Estoy perfectamente!
Reginald montó en cólera.
– ¡Ya has jugado bastante a la heroína saliendo a buscar a Josh! Ya está bien. Te necesitamos aquí. Piensa un poco. ¿Y si Charmaine llama para darnos noticias de Josh? ¿Es que no quieres enterarte de su estado?
Savannah miró impotente a su padre y luego a Travis.
– Está bien -cedió, reacia-. Pero esto empieza a parecer una conspiración…
– No te creas -repuso Reginald, ya más tranquilo-. Necesito que alguien se quede aquí para encargarse de todo. Tan pronto como sepamos algo más sobre Mystic, te llamaremos.
Steve ya se dirigía hacia su todo terreno. Reginald y Lester subieron a la camioneta. Travis parecía terriblemente cansado. Pese a ello, Savannah vio brillar una promesa en sus ojos.
– Volveré. Pronto.
– Te estaré esperando -sonrió alzando una mano para acariciarle la barbilla.
Savannah se quedó donde estaba mientras veía alejarse la camioneta. Nunca en toda su vida se había sentido tan sola. Josh estaba de camino al hospital. Travis, Lester y Reginald se llevaban a Mystic hacia un destino en el que prefería no pensar. Mientras ella se quedaba sola como única responsable del rancho.
Estremecida, volvió a la casa y dejó entrar a Arquímedes. Era su única compañía.
Miró las primeras luces del alba por la ventana de la cocina y sacudió la cabeza. En aquel instante lo habría dado todo por estar en brazos de Travis.
Nueve
El tiempo parecía arrastrarse con desesperante lentitud mientras esperaba a saber algo de Josh y de Mystic. Ya casi había oscurecido cuando por fin sonó el teléfono. Era Charmaine. Parecía exhausta.
– Josh se pondrá bien.
Savannah se apoyó en la pared de la cocina, aliviada.
– ¡Gracias a Dios!
– Pero tendrá que quedarse unos días en el hospital. Tiene la clavícula y varias costillas rotas, aparte de un buen montón de moratones y arañazos. Afortunadamente no hay señal alguna de hemorragia interna. En dos o tres días debería estar fuera del hospital.
– Menos mal.
– Y que lo digas -Charmaine suspiró-. Dime, ¿sabes algo de Mystic? Josh no deja de preguntar por esa maldita criatura.
– Todavía no. El veterinario estuvo aquí y se lo llevó a la clínica de Sacramento. Todo el mundo, incluido el propio Steve, parece pensar que se ha roto una pata.
– ¿Se trata de una lesión grave?
– Muy grave.
– Entiendo -susurró Charmaine-. Pero se pondrá bien aunque ya no pueda volver a correr, ¿verdad?
– No lo sé. Supongo que muchos caballos lo hacen -reflexionó Savannah en voz alta-. Todo depende del caballo, de su fuerza mental, de la calidad de la atención veterinaria y de la suerte, entiendo yo. El problema es que el temperamento de Mystic trabaja en su contra. Estaba muy alterado. Y eso no es bueno.
– Pero seguro que podrán salvarlo.
– Eso espero, por el bien de todos -repuso Savannah. Sabía que si Mystic no sobrevivía, la culpa consumiría a Josh.
– Conservemos entonces la esperanza. Mira, te llamaré si cambiamos de planes… pero, al menos, por esta noche, Wade y yo nos quedaremos aquí.
– ¿Cómo está Wade?
– No muy bien. Josh ha admitido que si se llevó el caballo fue porque estaba enfadado con su padre. También me dijo que su intención era escaparse de casa. Incluso me contó cómo había arrancado el cable del sistema de alarma otra noche para poder entrar en los establos de noche.
Savannah soltó un profundo suspiro. Así que había sido él…
– Y ahora Josh tiene verdadero pánico a que su padre lo castigue… y le prohíba que vuelva a ver a Mystic. Un desastre, vamos.
– ¿Hay algo que yo pueda hacer?
– Ahora no.
– Llamaré a Josh por la mañana, cuando se encuentre mejor.
– Le encantará.
– ¿Cómo está mamá?
– Bien. Se queda aquí con nosotros.
Savannah pensó en la frágil salud de su madre.
– ¿Sabes? Creo que es la que mejor lo lleva de todos -comentó Charmaine antes de darle el número del hotel donde iban a alojarse-. Llámame si sabes algo nuevo de Mystic.
– Lo haré -le prometió.
Después de colgar el teléfono, miró el reloj. Las cuatro y media. Había pasado las seis últimas horas asegurándose de que los caballos estuvieran bien cuidados y las cuadras limpias y calientes. El cansancio le estaba pasando factura. Apenas podía tenerse de pie.
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