Todavía preocupada por Mystic y Josh, se duchó y cayó rendida en la cama.
Cuando se despertó, ya era noche cerrada. Una mirada al reloj de la mesilla le confirmó que habían transcurrido otras cuatro horas. Estaba intentando levantarse de la cama para llamar al veterinario cuando escuchó unas voces familiares en el piso de abajo. ¡Travis había vuelto a casa! ¡Quizá Mystic estuviera de regreso en las cuadras!
Se puso una bata y bajó apresurada las escaleras. Travis y Lester estaban hablando en la cocina. Ambos tenían aspecto de no haber dormido durante una semana entera.
Travis estaba sentado en el mostrador, los codos sobre las rodillas. Sin afeitar desde hacía dos días, tenía una expresión tensa y sus ojos grises habían perdido su brillo habitual. Se le veía completamente agotado.
Lester, por su parte, parecía haber envejecido diez años. El menudo y enjuto preparador estaba sentado ante la mesa de la cocina tomando café y fumando un cigarrillo. Tenía una mirada triste, deprimida. Instintivamente, Savannah se preparó para lo peor.
– ¿Cómo está Mystic?
Los dos hombres cruzaron una mirada de preocupación.
– Ha muerto -respondió Travis-. No tenía la menor oportunidad -disgustado, se bajó del mostrador y lanzó el resto de su café al fregadero con gesto rabioso.
– ¿Qué? Oh, no…
– Tu padre lo ha sacrificado -la informó Lester-. Era lo único que podía hacer por él.
– Pero ¿por qué? -inquirió Savannah, dejándose caer en una de las sillas.
– No es culpa de nadie. Steve hizo todo lo posible por salvarle la pata -le explicó Lester-. Pensó que podía hacerlo, pero… -el preparador sacudió la cabeza, soltando una bocanada de humo-. Mystic, sencillamente, no pudo soportarlo.
– ¿Qué pasó exactamente?
– Por lo que yo sé, la operación fue todo un éxito -Travis se frotó el mentón, oscurecido por la barba-. Después de sedar a Mystic, Steve limpió la herida, retiró parte de los huesos rotos, le cosió los ligamentos, juntó los huesos principales y le escayoló la pata.
– Entonces ¿qué es lo que falló?
– Mystic se puso como loco cuando se despertó de la anestesia -dijo Lester, fumando su cigarrillo de pie ante la ventana-. No podíamos controlarlo.
– Se puso hecho una fiera, pataleando y dando coces. Nadie fue capaz de dominarlo. Se deshizo de su escayola e incluso golpeó a Lester en un muslo.
Lester se limitó a sacudir la cabeza.
– ¿No pudo habérsela inmovilizado de nuevo Steve? -quiso saber Savannah.
– Quizá -admitió Lester-. Pero tu padre, bueno, él hizo todo lo humanamente posible; más anestesia y cirugía no habría hecho más que empeorar las cosas. Habría sido demasiado traumático para Mystic. Era dudoso que hubiera sobrevivido a una segunda operación. Fue una lástima. Una lástima.
Luchando contra el nudo de emoción que le apretaba el pecho, Savannah bajó la mirada a sus manos entrelazadas.
– ¿Cómo vamos a decírselo a Josh?
– No lo sé -reconoció Travis-. Tu padre se fue directamente de la clínica veterinaria al hospital Mercy. Pero no creo que se lo digan hasta que Josh se haya recuperado del todo.
– ¿Tú… tú crees que mentirle será una buena idea?
– Ojalá lo supiera -se sentó a su lado-. Hoy me he hecho a mí mismo un montón de preguntas y no he tenido mucha suerte a la hora de encontrar las respuestas.
– Bueno -dijo Savannah, aspirando profundamente. No tenía sentido seguir lamentando la muerte de Mystic. Al menos ya no sufría y no había nada más que pudieran hacer por él. Y Josh iba a recuperarse.
Cuando les contó lo de la llamada de Charmaine, Travis y Lester se relajaron un tanto.
– Y ahora, ¿os apetece comer algo? -forzó un tono ligero-. Hay sopa.
– No, gracias -dijo Lester, apagando el cigarrillo-. Ha sido un día muy duro. Creo que me iré a casa.
– ¿Estás seguro?
– Sí -recogió su gorra y se dirigió hacia la puerta. Minutos después oyeron su camioneta alejándose por el sendero de entrada.
– ¿Y tú?
– Estoy muerto de hambre -admitió Travis-. Sólo espero no tener nunca que volver a pasar un día como éste. Nadie pudo hacer nada para ayudar a ese caballo. No tenía la menor posibilidad.
– Entonces lo mejor que podemos hacer es olvidarlo.
– Pero está Josh…
– Sí -admitió ella-. No será fácil que lo acepte.
– Bueno -al verla tan abatida, Travis procuró animarse-, ¿qué pasa con esa sopa?
– Sólo me llevará unos minutos calentarla.
– ¿Tendré tiempo para tomar una ducha?
– Claro -repuso, obligándose a sonreír.
Travis le agarró una mano y la atrajo hacia sí.
– Han sido las treinta y seis horas más horribles de mi vida -le confesó, con el rostro apenas a unos centímetros del suyo. Deslizó un dedo de su mano libre por el escote de su bata, entre las solapas-. Pero durante todo el tiempo, lo único que me animaba a seguir adelante era que al final, cuando todo hubiera terminado…, estaría contigo.
– No tienes idea de las ganas que tenía de escuchar esas palabras, señor abogado -admitió ella, suspirando.
Vio que bajaba las manos al nudo del cinturón de su bata para desatárselo y contuvo el aliento.
– Hay una cosa que preferiría antes que una ducha caliente.
– ¿Y qué es? -le preguntó Savannah, con el corazón acelerado.
– Una ducha caliente contigo.
Le abrió la bata y vio el camisón de seda y encaje que llevaba debajo. Sonrió, malicioso.
– Parece como si me hubieras estado esperando.
Savannah soltó una carcajada ante el seductor brillo de sus ojos.
– Qué presuntuoso eres.
– Me lo merezco.
Sonriendo tímidamente, ella no pudo por menos que darle la razón.
– Supongo que sí.
Volvió a quedarse sin aliento cuando los dedos de Travis exploraron su pezón bajo la seda. Con la otra mano la tomó de la nuca, dispuesto a besarla.
Cuando los labios de ambos se fundieron, Savannah sintió un delicioso calor extendiéndose por todo su cuerpo, nublando sus sentidos. Travis gimió mientras enterraba la boca en su cuello. El endurecido pezón le rozaba la palma. Podía sentirla estremecerse bajo su contacto. Ansiaba desesperadamente hacerle el amor, olvidar la tensión de esos dos días sumergiéndose en su cuerpo.
Cerró los ojos con fuerza y la besó casi con furia.
– Ámame -insistió. Ansiaba no pensar en nada más que en la mujer a la que estaba abrazando, en el aroma de su pelo, en el sabor de su piel-. Hazme el amor hasta que nos olvidemos del mundo…
El gemido de respuesta de Savannah fue todo el estímulo que necesitaba. Sin pronunciar otra palabra, la levantó en brazos y la subió hasta el dormitorio.
Después de depositarla suavemente sobre la cama, se dedicó a observarla, embebiéndose de cada curva de su cuerpo. La seda rosa de su camisón brillaba en la oscuridad. Bajo la tela, sus pezones se mantenían erectos. Su melena de ébano se derramaba sobre la blanca almohada, enmarcando su rostro. Un leve rubor coloreaba su piel aterciopelada. La anhelante mirada de sus ojos azules parecía penetrarle hasta el alma.
Dolorosamente excitado, observó el subir y bajar de su pecho. Tenía que ir despacio, lentamente. Desplegar toda su ternura en el acto de amarla.
– No pude olvidarte -le confesó con voz ronca mientras se despojaba de la camisa.
Acto seguido se desabrochó el cinturón. Savannah lo observaba, fascinada.
– Lo intenté, ¿sabes? -continuó-. Durante nueve años intenté decirme que sólo habías sido una aventura de verano, una sola noche de un mundo perdido que no contaba para nada -se bajó los téjanos y se quitó las botas-. Pero no pude. Maldita sea, no pude olvidarte.
– ¿Y te arrepientes de ello?
– ¡Nunca! -sonrió. Tumbándose a su lado y tomándola de la cintura, soltó un suspiro-. Debimos habernos quedado juntos en aquel entonces. Eso habría ahorrado mucho dolor a todo el mundo.
– Pero ahora estamos juntos -susurró Savannah.
– Sí, y eso es lo único importante -replicó con la misma maliciosa sonrisa de antes mientras le acariciaba un seno por encima de la seda.
Ella se arqueó hacia delante, besándolo con pasión.
– ¿Qué hay de esa ducha?
– Dejémosla para después… -musitó ella-. Para mucho después…
Vagamente consciente de que le estaban hablando, Savannah se despertó. Una mano le acarició una mejilla.
– Feliz Navidad -era Travis.
Ella abrió los ojos, parpadeó varias veces y se desperezó.
– Es la mañana de Navidad, ¿no?
– La tarde de Navidad.
– ¡Oh, Dios mío! -se incorporó sobre un codo para mirar el reloj de la mesilla-. Los caballos…
– Tranquila -le pasó un brazo por la cintura-. Lester ya se ha ocupado de ellos. Todo está perfectamente. Incluso Mattie y Jones se las han arreglado sin ti. Lester me dijo que volvería después.
– ¿Y he dormido hasta tan tarde? -preguntó, incrédula.
– Como un bebé.
– No puedo creerlo… Hacía años que no dormía tanto.
– ¿Nueve años, quizá? -replicó él en tono suave.
Recordó aquella lejana mañana. Se había despenado tarde y se había enterado de que Travis iba a casarse con Melinda sin mediar la menor explicación. La antigua punzada de aquella traición le desgarró el pecho.
– Quizá -admitió con voz ronca.
– Bueno, señora, pues será mejor que vaya acostumbrándose a dormir tanto -dijo Travis con un brillo travieso en los ojos-. Porque no tengo intención de volver a separarme de ti y espero que lo de anoche sea un preludio de lo que queda por venir.
Savannah se ruborizó levemente al pensar en la irrefrenable pasión que se había apoderado de ella apenas unas horas antes.
– ¿Y qué es lo que queda por venir?
– ¿Antes o después de que nos casemos?
El corazón se le aceleró. ¿Casarse? ¿Con Travis? Era demasiado hermoso para ser verdad.
Travis le mordisqueó la oreja, pero ella lo apartó. Necesitaba despejarse un poco y ordenar sus ideas.
– Antes y después -respondió al fin.
– Eres una aburrida -la acusó, bromeando. Luego, cuando rememoró lo que había ocurrido entre ellos apenas unas horas antes, esbozó una sonrisa cargada de malicia-. Aunque antes de dormirte me has demostrado precisamente lo contrario…
– Y tú ahora estás rehuyendo el tema.
– Prepárame una buena merienda y te prometo que confiaré en ti -sugirió él, enterrando la cara en su pelo y deslizando una mano a lo largo de su espalda-. ¿O es que se te ocurre algo… mejor?
Savannah se echó a reír.
– De acuerdo, de acuerdo… Supongo que es lo menos que puedo hacer -justo en aquel instante, se dio cuenta de que apenas había probado bocado durante los dos últimos días.
Se levantó de la cama y empezó a vestirse, consciente de la mirada de Travis. De espaldas a él, podía ver su reflejo en el espejo del tocador. Después de ponerse el suéter, se volvió y arqueó una ceja. Seguía tumbado en la cama, con la sábana a la altura de la cintura.
– No voy a traerte la merienda a la cama, que lo sepas.
– Como te dije antes, te has levantado pero que muy aburrida… -agarró uno de los cojines y se lo lanzó, bromista.
Savannah lo esquivó, soltando una carcajada.
– Vigila lo que haces o terminarás merendando agua con pan seco en lugar de crepés con paté de salmón.
– Mmm… Retiro lo dicho. No pienso entretenerte más.
Una hora después, Travis entraba en la cocina. Nada más ver la mesa con la merienda prometida se le hizo la boca agua.
– ¿Esto es para mí?
La pequeña mesa redonda estaba decorada a la manera navideña, con un mantel rojo, velas y diversos adornos.
– Para ti, señor abogado -Savannah sirvió dos copas de champán.
– ¿Champán?
– Es Navidad, ¿no?
– Sí. Y quizá la mejor de mi vida -reflexionó en voz alta.
Ella estaba de pie, cortando fruta. Travis se le acercó por detrás y apoyó la barbilla sobre su hombro, abrazándola posesivamente por la cintura.
– Te amo.
Lágrimas de júbilo asomaron a los ojos de Savannah.
– Y yo también.
– No se me ocurre manera mejor de pasar la Navidad que aquí contigo -le confesó en voz baja, mejilla contra mejilla-. ¿Sabes? Lo de ama de casa te sienta muy bien.
– ¿De veras? No sé si me gusta mucho lo que acabas de decir.
– Es un cumplido, y será mejor que te vayas acostumbrando. Creo que quiero despertarme cada mañana a tu lado para que me mimes así.
– No te estoy mimando -mintió, sonriente.
– ¿Ah, no?
– Bueno, quizá sí, un poco. Supongo que quería demostrarte mi agradecimiento por haber encontrado a Josh. Si no hubieras salido a buscarlo… -se interrumpió, estremecida por la posibilidad.
– Pero lo encontré -la abrazó con fuerza-. Ojalá hubiéramos podido salvar a Mystic.
Savannah pensó en Josh y en el disgusto que se llevaría cuando se enterara de la muerte del caballo. Nada más bajar a la cocina, había llamado a su hermana para avisarle. Charmaine había insistido en que su hijo no supiera nada, al menos por el momento.
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