– Eso podría tardar semanas -gimoteó.
– Bueno, por el momento no podrás pisar las cuadras, eso está claro -se volvió hacia su plato e hizo amago de comer, esperando que el niño la imitara y dejara de preguntar por Mystic.
Josh miró su plato de comida, pero no lo probó.
– Creo que le pasa algo malo a Mystic.
A Savannah empezaron a sudarle las palmas de las manos.
– ¿Algo malo? ¿Por qué?
– Porque todo el mundo se pone nervioso cuando hablo de él.
– Porque todos estamos muy preocupados por ti.
El niño negó con la cabeza y esbozó una mueca de dolor.
– No. Papá y mamá, incluso el abuelo, se comportan como si me estuvieran escondiendo algo.
Savannah ya no sabía qué decirle.
– Tía…
– ¿Qué? -«aquí viene», pensó ella.
– Tú no me mentirías, ¿verdad?
– Yo jamás te haría daño, Josh -dijo con el corazón encogido.
– No es eso lo que te he preguntado.
– ¿Te he mentido alguna vez antes?
– No.
– Entonces ¿por qué iba a empezar ahora?
– Porque ha sucedido algo malo. Algo que nadie quiere que yo sepa.
– ¿Sabes lo que pienso? -dijo Savannah, y sonrió.
– No. ¿Qué?
– Que en el hospital has pasado demasiado tiempo pensando y sin nada que hacer. Pero ahora mismo vamos a arreglar eso, campeón. Cómete la cena y luego abriremos los regalos, ¿qué me dices?
– ¡De acuerdo! -exclamó, entusiasta. Pero no antes de lanzar por la ventana una inquisitiva mirada a la cuadra de los sementales.
Josh se acostó temprano. Y tan encantado con el cachorro de spaniel que le había regalado Travis que no volvió a preguntar por Mystic.
La tarde había sido agotadora y Savannah se alegraba de que hubiera terminado por fin. «Pero habría un mañana y un pasado mañana», pensó, furiosa consigo misma. Tarde o temprano tendría que decirle al niño la verdad.
Estaba guardando con Travis el papel de los regalos en una caja de cartón cuando Charmaine bajó las escaleras. Vestida en bata y zapatillas, tenía un aspecto terriblemente cansado, como si fuera a desplomarse en cualquier momento.
– Venía a daros las buenas noches. Y a agradecerte, Travis, el detalle del cachorro.
– Pensé que Josh necesitaría un amigo especial para cuando se entere de lo de Mystic.
– Lo sé -sacudió la cabeza-. Por mucho que me cueste entenderlo, Joshua amaba con locura a ese caballo de tan mal genio. Será una tragedia cuando se entere.
– Se enterará tarde o temprano -repuso Travis-. Los periodistas estuvieron hoy por aquí, antes de la cena. Están preparando otro reportaje. Puede que alguno de los amigos de Josh le llame para preguntarle por el caballo.
Charmaine palideció al momento.
– Tienes razón, por supuesto, pero es que no es tan fácil…
– Es mejor que se entere por ti -insistió Savannah.
– Quizá se lo digamos mañana. Ahora mismo no puedo seguir pensando, estoy demasiado cansada -sonriendo tristemente, abandonó el salón.
– Alguien tiene que decírselo -afirmó Savannah una vez que volvió a quedarse a solas con Travis, cruzando los brazos sobre el pecho.
– Pero no tú, ¿recuerdas? -le tomó una mano y la atrajo hacia sí-. Eso es responsabilidad de sus padres.
– Entonces será mejor que lo hagan, y pronto.
– No tengo nada que objetar a eso, pero confiemos en Charmaine y en Wade para que lo hagan a su manera. Tanto si te gusta como si no, tú no eres su madre.
– Deja ya de recordármelo, ¿quieres? Soy su tía y su amiga, y no puedo continuar mintiéndole.
– Entonces no lo hagas. Simplemente evita el tema de Mystic.
– Aunque lo evite, Josh se dará cuenta. Lee mis expresiones como si fuera un libro abierto.
– Vamos, cariño -después de desenchufar el árbol de Navidad, la acorraló contra la pared con su cuerpo-. Ya te preocuparás por eso mañana. Esta noche bastante tienes con hacerme feliz, ¿no te parece?
– ¿Y eso?
Él la miró fijamente a los ojos. Y el beso que le dio la hizo estremecer.
– Hay algo más que tenía ganas de discutir contigo -le murmuró al oído.
– ¿El qué?
– Algo que llevo mucho tiempo queriendo hacer -se llevó una mano al bolsillo y sacó un anillo de oro blanco con un gran diamante. La maravillosa piedra brillaba a la luz de la chimenea, con reflejos rojos y anaranjados-. Feliz Navidad.
Savannah se quedó mirando el anillo reprimiendo las ganas de llorar.
– Pero ¿cuándo lo has comprado?
– Venía con el perro.
– Ya -se echó a reír, emocionada.
– En serio lo digo.
– Yo nunca soñé con…
– Pues sueña. Conmigo -sus labios acariciaron los de ella. Su mirada gris le traspasaba el alma-. Sólo quería que supieras que, suceda lo que suceda, te amaré igual.
– ¿Qué se supone que quiere decir eso?
– Que los fuegos artificiales están a punto de empezar.
– Vas a volver a enfrentarte con papá, ¿verdad? Oh, Dios mío, Travis… ¿qué pasa? ¿Qué es lo que has descubierto?
– Nada. Todavía nada.
– Pero esperas que pase algo.
– Tú confía en mí -le puso el anillo en la palma y le cerró la mano-. Te entrego este anillo porque te amo y porque quiero casarme contigo. Suceda lo que suceda. Recuérdalo bien.
– Te comportas como si fueras a marcharte.
– Me marcharé, por una temporada. Pero volveré.
– ¿Y luego?
– Luego espero que me acompañes.
– A Colorado -adivinó.
– Adonde sea. La verdad, no creo que eso importe mucho.
Savannah percibió que las cosas iban a cambiar de una manera dramática, para siempre. Y que su propio mundo estaba a punto de ser destruido por el mismo hombre al que amaba con locura, con todo su corazón.
– ¿Qué vas a hacer? -le preguntó, sujetándolo de la camisa.
– Preparar una trampa -respondió con una sonrisa triste, enigmática.
– ¿Y te marcharás esta noche?
– Por la mañana -Travis leyó la angustia en sus ojos y le dio un beso en la frente-. No te preocupes, volveré. Y cuando vuelva, serás libre de venir conmigo.
Sobreponiéndose al escalofrío de terror que le recorría la espalda, Savannah reaccionó a la delicada presión de la mano de Travis en la espalda y a la caricia de su cálido aliento.
– Sólo nos queda una noche para pasar juntos antes de que me marche -murmuró él-. Aprovechémosla -sin esperar su respuesta, la tomó de la mano y la llevó a la cocina. Allí recogieron sus abrigos y salieron por la puerta trasera camino al apartamento que ocupaba encima del garaje.
Tal y como había imaginado, la vida de Savannah cambió por completo a la mañana siguiente.
– ¿Qué diablos significa esto? -rugió Reginald mientras se quitaba las botas en el porche trasero. Ya había hecho la revisión rutinaria de las cuadras y acababa de entrar en la cocina con el periódico de la mañana bajo el brazo. Ver a Travis y a Savannah juntos no pudo enfurecerlo más.
Desplegó el diario sobre la mesa. En titulares de primera página, el Register informaba de la retirada oficial de la candidatura de Travis a gobernador.
– Ya te dije que no pensaba presentarme -dijo Travis, sonriendo.
– Pero yo confiaba en que cambiarías de idea. ¡Un hombre no puede despreciar una oportunidad así! Estamos hablando del cargo del gobernador de California, ¡uno de los más importantes de toda la Costa Oeste! ¿Se puede saber por qué no quieres presentarte? No lo entiendo -inquirió, entre perplejo y consternado.
– Ya te lo expliqué antes.
Reginald se dejó caer en la silla más cercana y Savannah le sirvió un vaso de zumo de naranja.
– Creía que cambiarías de idea, que sólo necesitabas un cambio de aires para recuperarte del caso Eldridge y de la muerte de Melinda… Debiste haber esperado un poco antes de contárselo a la prensa.
– No había razón alguna para esperar.
– Pero todavía es posible que cambies de opinión.
– No. Ya estoy fuera -Travis apuró su vaso de zumo y se sirvió una taza de café.
– Entonces ¿qué piensas hacer ahora? Willis Henderson me dijo que querías venderle tu parte del bufete.
– Así es. Hoy mismo salgo para Los Ángeles para firmar los papeles y atar todos los cabos.
– ¿Y luego?
– Luego volveré. A buscar a Savannah -la sonrisa que asomaba a sus labios se endureció-. Le he pedido que se case conmigo.
– ¿Qué? -exclamó Reginald, pálido. Derrumbado en su silla, suspiró antes de volverse hacia su hija-. No estarás pensando en casarte, ¿verdad?
Savannah se echó a reír.
– Ya tengo veintiséis años, papá.
– Ya. Todo empezó cuando él volvió aquel verano al rancho… -se pasó una mano por la cara y clavó en Travis una mirada fría, helada-. Y después del matrimonio, ¿qué seguirá?
– Colorado.
– ¿Colorado? Dios mío… ¿por qué?
– Para comenzar de nuevo.
Reginald sacó su pipa de un bolsillo.
– Bueno, la verdad es que no te culpo por ello, supongo… -comentó con voz cansada-. A juzgar por todo esto -señaló el diario con la pipa-, no vas a tener otro remedio.
Savannah recogió el periódico y se le contrajo el estómago al leer el artículo. Aunque la mayor parte de los hechos relatados eran ciertos, el artículo insinuaba que si Travis retiraba su candidatura era por un supuesto escándalo en el que había sido acusado de recibir donaciones para una inexistente campaña electoral. Más adelante se mencionaba que podía haber estado envuelto en la polémica que rodeaba la muerte de Mystic.
Savannah, pálida y temblorosa después de leer el artículo, levantó la mirada hacia su padre.
– ¿Qué polémica?
– Hay quien piensa que Mystic puedo haberse salvado -la informó Reginald-. Algo oí de ello mientras me quedé en Sacramento para estar cerca de Josh.
– Pero Steve hizo todo lo posible…
– Siempre hay gente que duda de todo -Reginald estudió su pipa-. Yo me llegué a plantear una segunda operación, pero no me pareció justo para Mystic. Las probabilidades de que sobreviviera eran mínimas y yo… decidí que lo mejor era poner punto final a su sufrimiento. Así se lo expliqué a la prensa, pero por supuesto hubo algunos, entre ellos gente del mundo de las carreras, que se mostraron disconformes.
– Pero ¿eso qué tiene que ver con Travis?
– En realidad, nada -explicó el aludido, esbozando una mueca-. Pero ahora mismo constituye una historia interesante, sobre todo teniendo en cuenta que yo estaba en el rancho y que participé en la búsqueda de Mystic.
– Deberías quedarte y luchar -le espetó Reginald, cada vez más acalorado-. Deberías aspirar al cargo de gobernador y ganarlo, maldita sea. Eso acallaría a los charlatanes…
Travis cambió de sitio para sentarse frente a él.
– Pero eso no es lo que a ti te preocupa, ¿verdad? Tú tenías otros motivos para desear que me metiera en el mundo de la política.
– Por supuesto.
– Dime uno.
– Pensaba que supondría un gran éxito para ti.
Reginald miró rápidamente a su hija antes de concentrarse de nuevo en Travis.
– Sabes que eso me haría sentirme muy orgulloso…
– ¿Cómo? ¿Por qué? -Travis apoyó los codos sobre la mesa y clavó en Reginald una mirada que habría atravesado el acero.
– Prácticamente te crié como si fueras un hijo mío y…
– Eso no tiene nada que ver, aparte del hecho de que tú siempre has intentado utilizarme. Y ahora, dame los detalles.
– No tengo ninguno.
Travis frunció el ceño y se recostó en su silla, cruzando los brazos sobre el pecho.
– ¿Qué es todo esto? -preguntó Savannah, asistiendo aterrada a la discusión.
– Yo creo que todo empezó con una parcela en las afueras de San Francisco.
– ¿Te refieres a la tierra de papá? No entiendo…
– Lo entenderías si miraras en su despacho y escudriñaras su talonario.
– Oh, Travis, no puedes… -murmuró, consternada.
– ¿Por qué no le dejas a tu padre que se explique?
– A Wade le preocupaba que metieras las narices donde no te importa -señaló Reginald.
– Tenía buenas razones para preocuparse -replicó Travis, furioso.
– ¿Qué pasa con ese terreno? -quiso saber Savannah.
– Nada. Aún no. Pero los planes ya estaban hechos.
– ¿Qué tipo de planes?
– No es nada importante… -repuso su padre, frunciendo el ceño-. Ya sabes, yo siempre he pensado que Travis debería meterse en política…
– Continúa -lo animó Savannah.
– Hace dos años tuve la oportunidad de comprar a buen precio unas tierras cerca de San Francisco. La empresa propietaria estaba a punto de quebrar. Me enteré de las condiciones de venta y compré los terrenos. Fue un típico caso de estar en el momento y en el lugar adecuados. Luego decidí construir allí un hipódromo, una especie de memorial a mi nombre e instalar todos mis caballos, bautizándolo con el nombre de Parque Beaumont -miró a Travis-. No hay nada malo en ello, ¿verdad?
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