– ¿Nosotros? -repitió ella.
– Wade y yo.
– ¿Qué tiene que ver Wade con todo esto?
– Wade y su padre quieren que Travis se presente a gobernador… ¿No lo sabía?
– Algo había oído -admitió, sarcástica.
– Bueno, pues ése era precisamente el motivo de mi llamada. Travis vino a verme la otra noche, me dijo que disolvía nuestra sociedad, que me vendería su parte del negocio y que se marchaba hoy mismo para San Francisco, a mediodía. Al principio creí que estaba bromeando, pero cuando durante los dos últimos días no ha aparecido por el bufete ni respondido a mis llamadas así que, bueno… ¡debo suponer hablaba en serio!
– ¿Le dijo por qué quería hacer todo eso?
– No, la verdad es que no. Sólo me comentó que iba a subir al rancho Beaumont. Que quería hablar con Wade y con Reginald. Me pidió que le dijera a Wade que fuera a recogerlo al aeropuerto.
Savannah miró el reloj de pared del despacho. Eran más de las once.
– ¿A qué hora llega?
– Creo que a la una y media. Sí. El vuelo número sesenta y siete de United. ¿Podrá encargarse usted de que alguien vaya a recogerlo?
– Por supuesto.
– ¿Y se pondrá en contacto con Wade?
– Se lo diré a su esposa, mi hermana Charmaine. Se supone que esta noche tenía que llamar. Charmaine le transmitirá el recado de que usted necesita hablar con él.
Oyó un suspiro al otro lado de la línea.
– Gracias, señorita Beaumont -dijo Henderson antes de colgar.
Savannah se quedó pensativa por un momento. Muchos de los trabajadores y mozos de cuadra se hallaban fuera, y con Reginald y Wade ausentes, prácticamente no había nadie en el rancho. No podía permitirse enviar a alguien al aeropuerto.
– Le sentaría bien venir andando -masculló. Parte de su antigua amargura hacia Travis parecía haber aflorado a la superficie-, pero supongo que tendré que ir a buscarlo yo.
Recogió su bolso, salió del despacho y atravesó el vestíbulo, donde descolgó su abrigo del perchero. Así que Travis había vuelto a casa. Pero ¿por qué y por cuánto tiempo? Y ¿hasta qué punto la versión de Willis Henderson sería cierta?
Abandonó el edificio de estilo colonial. Caía una lluvia fría y tuvo que subirse el cuello del abrigo. Casi corriendo, bajó por el sendero que llevaba al garaje y subió luego al apartamento situado justo encima, que su hermana había convertido en taller de cerámica.
Tuvo que sobreponerse al nudo que le cerraba el estómago cada vez que subía allí: le traía demasiados recuerdos. Llamó a la puerta antes de entrar. Charmaine estaba torneando una cerámica. Alzó la mirada de su obra y empezó a frenar el torno manual. La forma ondulante fue perdiendo velocidad para terminar convertida en una informe masa de barro gris.
– Perdona -se disculpó Savannah, señalando nerviosa el trabajo de Charmaine. Detestaba subir a aquel apartamento.
– No importa. No me estaba saliendo nada especial. Dios mío, ¡estás empapada!
– Sólo un poco -se enjugó las gotas de lluvia de la cara, intentando olvidar que aquel apartamento había pertenecido antaño a Travis.
– ¿«Un poco» empapada?
– Mira, salgo ahora mismo para el aeropuerto. ¿Puedes echarle un vistazo a mamá?
Charmaine esbozó una mueca mientras contemplaba su pieza inacabada.
– Supongo que sí -se limpió las manos con un trapo y se levantó del banco del torno-. De todas firmas tenía que salir para esperar el autobús de Josh. ¿Qué pasa? ¿Para qué tienes que ir al aeropuerto?
– Para recoger a Travis.
– ¿Qué? ¿Travis va a venir?
– Eso parece. Al menos es lo que su socio, Henderson, acaba de decirme hace unos minutos. El avión llega a San Francisco a la una y media, así que debo darme prisa. Si Wade llama, dile que telefonee a Henderson o, mejor todavía, dile que le devuelva la llamada esta noche, una vez que haya llegado Travis.
Charmaine miró a su hermana con expresión pensativa.
– ¿Por qué volverá Travis al rancho? ¿Por qué ahora?
– No lo sé. Pero creo que deberíamos contarle lo de mamá, avisarle. Se enfadará cuando descubra que durante todo este tiempo ha estado enferma y no le hemos dicho nada.
Su hermana no pudo menos que mostrarse de acuerdo con ella.
– Buena suerte. La vas a necesitar. ¿Crees que a lo mejor se ha enterado de lo de mamá y ha vuelto por eso?
Savannah tenía demasiada prisa para quedarse a charlar y hacer conjeturas. Y Travis siempre despertaba en ella una serie de sentimientos que no tenía ninguna gana de analizar. Aunque su hostilidad hacia él había menguado con el paso del tiempo, seguía de alguna forma latente, bullendo bajo la superficie. Por mucho que detestara admitirlo.
– No creo. Henderson me dijo que Travis necesitaba un descanso. Que había pasado un año muy duro.
– No me extraña -repuso Charmaine-. La muerte de Melinda fue un golpe tremendo, la quería mucho.
Savannah se limitó a asentir con la cabeza.
– Y ahora, esos rumores sobre sus aspiraciones a gobernador, justo después del caso Eldridge -continuó su hermana-. Probablemente necesite un descanso, aunque no creo que descanse mucho aquí -volvió a sentarse en el banco del torno- Vete tranquila. Yo me encargo de mamá.
– Gracias -Savannah abandonó el estudio y bajó rápidamente las escaleras.
Mientras se alejaba del rancho a bordo del coche de su padre, sus pensamientos seguían centrados en Travis. No podía recordar una sola época de su vida en que no lo hubiera querido: primero como hermano y después como hombre. Plena, absolutamente.
Luego fue cuando la utilizó y la traicionó.
– Bueno, ha pasado mucho tiempo de eso -dijo, decidida-. Y yo fui una estúpida ingenua. No cometeré el mismo error dos veces, Travis McCord. Demasiado bien aprendí la lección. No me importa lo que te pase: te odiaré antes que enamorarme de ti otra vez.
Dos
El tráfico se hacía más denso en las cercanías del aeropuerto y Savannah tardó cerca de veinte minutos en acceder a la terminal. Hundidas las manos heladas en los bolsillos del abrigo, se abrió paso entre la multitud hasta que llegó a la puerta de salida del avión de Travis. Los asientos cercanos al mostrador de recepción estaban ocupados por gente que esperaba. Una música de villancicos resonaba en todas las salas.
«Paz en la tierra a los hombres y mujeres de buena voluntad», pensó Savannah, irónica, mientras esperaba de pie. No podía evitar una punzada de ansiedad. Pese a tener las manos frías, le sudaban las palmas. Intentó tranquilizarse y olvidar que Travis la había abandonado nueve años atrás sin la menor explicación. Que se había casado con otra mujer y desaparecido de su vida sin molestarse siquiera en despedirse. Que la había manipulado completamente. Pero aquella antigua amargura seguía presente en su alma.
«Olvídate de una vez de todo aquello. Ahora eres una mujer adulta», dijo para sus adentros. Sin embargo, aquélla era la primera vez en nueve largos años que iba a estar a solas con Travis. Siempre que habían coincidido en alguna ocasión habían estado rodeados de gente y, además, Melinda no se apartaba de su lado. Savannah se había alegrado de ello, por supuesto. Hasta el punto de que en aquel momento se estaba cuestionando si lo de haber ido a buscarlo sola había sido una buena idea, después de todo.
Miró a través de la ventana y vio que el avión se acercaba al túnel. «Domínate», se ordenó. Travis fue uno de los primeros en salir. Para disgusto y consternación suyos, el pulso se le aceleró insoportablemente nada más verlo. Parecía mayor de los treinta y cuatro años que tenía. Más cínico. Profundos pliegues flanqueaban las comisuras de sus labios. Llevaba la camisa arrugada, la corbata torcida, una sombra de barba.
Sólo habían transcurrido dos años desde la última vez que Savannah lo había visto, pero tenía la sensación de que habían sido diez; algo que probablemente tenía que ver con la muerte de Melinda. Habían sido inseparables. No cabía ninguna duda de que el mortal accidente de barco había destruido asimismo una buena parte de la vida de Travis.
Savannah se obligó a sonreír y avanzó hacia él. Travis se detuvo en seco, paralizado.
– Hola -lo saludó.
– Eres la última persona a la que esperaba ver -murmuró con frialdad, pero incapaz de disimular su sorpresa.
– Ya, bueno. Yo también me alegro de verte -repuso, irónica. Vio que un fugaz brillo atravesaba su mirada.
– Siempre has sido muy susceptible.
– Sí, quizá demasiado. Henderson llamó al rancho esta tarde. Quería hablar con Wade o con papá.
La expresión de Travis se endureció aún más.
– Continúa.
– Estarán ausentes toda la semana. Así que, te guste o no… -lo miró, desafiante- tendrás que soportarme a mí.
– Estupendo.
Negándose a mostrarse aún más susceptible, Savannah lo informó de que tenía el coche en el aparcamiento.
– ¿Tienes que recoger equipaje?
– No.
Allí acabó la conversación y se incorporaron al caudal de gente que atravesaba la terminal. Mirándolo de reojo de cuando en cuando, a Savannah le resultaba difícil creer que el hombre que caminaba a su lado fuera el mismo del que se había enamorado tan desesperadamente nueve años atrás.
Una vez fuera del edificio, se estremeció. No sabía si por el frío reinante o por la helada mirada de Travis. No pudo menos que darle parcialmente la razón a Henderson. Travis parecía como cansado del mundo, de la vida.
Cuando llegaron ante el deportivo de color plateado, Travis le preguntó, frunciendo el ceño:
– ¿Es tuyo?
– De mi padre.
– Me lo figuraba -dejó su bolsa de viaje en el asiento trasero y subió al coche.
Mientras Savannah arrancaba y salía del aparcamiento, Travis se recostó en su asiento y cerró los ojos. Su respiración se volvió profunda, regular, así que ella decidió no molestarlo. «Que duerma», se dijo, furiosa. «Quizá se despierte de mejor humor».
Empezó a llover de nuevo y activó los limpia parabrisas. Cuando volvió a mirar a Travis, descubrió sobresaltada que la estaba mirando a su vez. Tenía una expresión pensativa.
– ¿Por qué has venido al aeropuerto?
– Para recogerte. Henderson me dijo…
– No me importa lo que te dijo. ¿Por qué no enviaste a uno de los trabajadores?
– Andábamos cortos de personal.
Travis desvió la vista hacia la ventanilla, aparentemente disgustado.
– Ésa no es precisamente una respuesta muy halagadora.
– ¿Qué se supone que quiere decir eso? -inquirió, irritada.
– Pensé que quizá querías volver a verme.
«¿Después de nueve años? ¡El muy arrogante…!», exclamó Savannah para sus adentros.
– Aunque, por otra parte, lo dudo seriamente -añadió en un murmullo-. Simplemente me pareció extraño que, después de haberme evitado durante nueve años, vinieras a buscarme al aeropuerto. Sola.
– Yo no te he evitado.
Travis volvió hacia ella sus fríos, acusadores ojos grises.
– Cada vez que venías a casa… -se interrumpió, nerviosa. Sus dedos se cerraron con fuerza sobre el volante-, había siempre mucha gente alrededor.
– Que era precisamente lo que tú querías. No dejabas que me acercara a ti.
– Estabas casado.
Una sonrisa de satisfacción asomó a los labios de Travis, despertando una vez más la furia de Savannah.
– Yo sólo quería hablar contigo.
– Un poco tarde, ¿no te parece? -replicó, apretando los dientes-. Mira, Travis, mejor no discutamos.
– Yo no estoy discutiendo.
– No, claro. Pero te estás poniendo muy irritante.
– Simplemente pensé que, dado que por fin estamos solos, podría explicarte unas cuantas cosas.
– No me interesan ni las excusas ni las disculpas. No hay razón para volver sobre el pasado.
La mirada de Travis se tornó sombría y sacudió la cabeza.
– Muy bien. Si es eso lo que quieres… Yo solamente quería que supieras una cosa: que jamás tuve intención alguna de dejarte.
– Ya, claro. Pero no pudiste evitarlo, ¿verdad?
Apretaba el volante con todas sus fuerzas. De repente la camioneta que circulaba delante viró y dio un frenazo. Savannah frenó justo a tiempo de evitar una colisión.
– Dios mío -susurró con el pulso acelerado.
– ¿Quieres que conduzca yo? -se ofreció Travis cuando los vehículos retomaron la marcha.
– ¡No!
– De acuerdo. Entonces déjame explicarte lo que sucedió en el lago.
Savannah tenía los nervios destrozados.
– Mira, preferiría no hablar de eso. Sobre todo ahora. Ha pasado demasiado tiempo.
– De acuerdo, ahora no. Entonces ¿cuándo?
– Por mí, nunca.
Travis arqueó una ceja, desdeñoso, y frunció el ceño.
– Estoy cansado de discutir. Así que será como tú digas… por ahora. Pero tendremos que aclarar esto. Estoy harto de que me manipulen y me obliguen a vivir mentiras…
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