– Tendrás que hacerlo.
– Qué dura eres -rió Savannah-. Por cierto, ¿has visto a Travis?
De repente cambió de humor. La sonrisa desapareció rápidamente de su rostro.
– Que si lo he visto… Está en el despacho de tu padre, emborrachándose -se puso a partir la verdura con verdadera rabia-. Probablemente ni siquiera apreciará el trabajo que me he tomado.
– Lo dudo -replicó Savannah, saliendo de la cocina.
Recorrió el pequeño pasillo que llevaba al despacho. Travis estaba dentro, apoyado en el alféizar de la ventana con una copa en la mano. Se había quitado el traje y en aquel momento llevaba unos viejos pantalones de pana y una camisa de franela que no se había molestado en abrocharse. Un fuego ardía en la chimenea de piedra.
Él se volvió y la descubrió en el umbral. Allí estaba: mirándolo con sus penetrantes ojos azules, el rostro enmarcado en su melena de rizos negros. Se le hizo un nudo en el estómago. Casi se había olvidado de lo hermosa que era.
– Vamos, bebe conmigo -la invitó, alzando su copa.
– No.
Encogiéndose de hombros, Travis se volvió de nuevo hacia la ventana.
– Como quieras.
Savannah entró y cerró la puerta a su espalda. Arrodillándose frente a la chimenea, acercó las manos al fuego para calentárselas.
– ¿Has visto a mamá?
Él apuró su copa y se acercó a la bandeja de las bebidas para servirse otro whisky.
– Debiste habérmelo dicho.
– No podía.
– ¡Claro que podías!
– Mamá pensaba…
– Se está muriendo, maldita sea -la acusó con sus fríos ojos grises-. Creí que podía confiar en ti, Savannah.
– ¿Qué? -repitió, incrédula-. ¿Que «tú» creías que podías confiar en mí? -«¿qué pasa con la confianza que yo deposité en ti hace años?», le preguntó en silencio, sin atreverse a expresarlo en voz alta.
– Sabes lo que quiero decir. Cuando éramos niños teníamos secretos, pero siempre fuimos sinceros el uno con el otro.
«Excepto una vez», pensó indignada. «Excepto aquella única noche que me dijiste que me amabas y yo me lo creí con todo mi corazón».
– Ya no somos niños y mamá me pidió que no te dijera nada. Yo siempre cumplo mi palabra, y además me dijo que papá te lo contaría en el momento adecuado.
– Ya, ¿y cuándo se suponía que iba a llegar ese momento?
– ¿Cómo voy a saberlo yo? -lo fulminó con la mirada antes de dirigirse hacia la puerta-. Tengo que arreglarme para la cena. Si para entonces no te has emborrachado hasta perder el sentido, nos veremos en la mesa.
– Savannah…
Ya tenía una mano en el picaporte cuando se volvió para mirarlo. Por un fugaz instante descubrió un sincero arrepentimiento en sus ojos antes de que su expresión se endureciera de nuevo.
– Eso. Nos veremos en la cena.
– Bien -y abandonó la habitación.
La cena resultó tolerable. Apenas. Virginia se encontraba cansada y cenó en su habitación. Charmaine estaba disgustada porque Wade no había llamado y Travis no mostró ningún interés especial por el festín que había preparado Sadie Stinson.
«Maravilloso», pensó, Savannah, irónica. La única persona que parecía estar disfrutando de verdad era Josh, que no cesaba de hablar.
– Entonces ¿cuánto tiempo piensas quedarte? -preguntó a Travis.
– No lo sé.
– ¡Oí que papá decía que ibas a ser presidente, o algo así!
– Gobernador, Josh -lo corrigió Charmaine, y Travis esbozó una mueca antes de recostarse en su silla y sonreír a Josh.
Era la primera vez que sonreía desde que había bajado del avión. Una sonrisa que tuvo un efecto desastroso sobre Savannah.
– ¿De veras dijo eso? -le preguntó Travis al niño.
– Sí -Josh hizo a un lado su plato-. Papá dice que tú tienes que estar en… el sitio ése donde está el gobernador.
– Sacramento.
– Eso. Y también que deberías estar en cualquier parte menos aquí, en el rancho.
– ¿Ah, sí? -murmuró Travis, ampliando su sonrisa.
– ¡Joshua! -lo regañó su madre, levemente ruborizada-. ¡Si ya has terminado de cenar sube a hacer tus deberes!
– ¿He dicho algo que no debía?
– Por supuesto que no, Josh -intervino Savannah, lanzando a Travis una mirada de advertencia y levantándose de la silla-. Vamos, te acompaño. Te echaré una mano.
– Son de matemáticas.
– Bueno, no son mi fuerte, pero intentaré ayudarte. Vamos -juntos subieron las escaleras. Una vez en el rellano ella vaciló y cambió de idea-. ¿Por qué no te adelantas y vas empezando tú? -sugirió-. Yo voy a ver cómo está la abuela, ¿de acuerdo?
– Bien -aceptó el crío, y desapareció por el pasillo.
Tras llamar suavemente a la puerta, Savannah entró en el dormitorio de su madre. Virginia sonrió nada más verla.
– Has tardado. Me estaba preguntando cuándo aparecerías.
– No podía escaparme -se acercó a la cama para retirar la bandeja.
– ¿Qué tal con Travis?
Savannah soltó un suspiro de disgusto mientras se apoyaba en uno de los postes de la cama.
– Bien, teniendo en cuenta lo terriblemente resentido que está.
– Este último año ha sido muy duro para él. Dale una oportunidad.
– ¿Una oportunidad? ¿De qué?
– De curar sus heridas.
– ¿Te contó a ti a qué había venido?
– No. De hecho, se mostró bastante ambiguo al respecto. Le sentará bien quedarse por aquí una temporada. A Travis siempre le gustó trabajar en el rancho, con los caballos. Podría ocupar de nuevo el apartamento del garaje y… -su voz se fue apagando.
– Tengo que irme, mamá -dijo Savannah-. Le prometí a Josh que lo ayudaría con sus deberes de matemáticas.
Virginia rió entre dientes.
– Un ciego guiando a otro ciego.
– Qué poca fe tienes en tu propia hija… -soltó una carcajada-. Bueno, hasta luego.
Salió de la habitación y se dirigió al dormitorio de Josh. Lo encontró jugando en el suelo con sus muñecos.
– ¿No se suponía que tenías que estar haciendo los deberes?
– Pero tía Savvy… -la miró suplicante.
– Ahora mismo. Venga -recogió algunos muñecos y los guardó en un cajón de la cómoda, atiborrada de juguetes.
– Podrías jugar conmigo…
Savannah se sentó en el borde de la cama y negó con la cabeza.
– Después quizá. Ahora tenemos que ponernos con las matemáticas -se descalzó y se sentó sobre los tobillos-. Vamos.
– Odio las matemáticas -refunfuñó el crío.
– Yo también, pero, aunque detesto admitirlo, la aritmética, la geometría, el álgebra…, todo eso es muy importante. Algún día te darás cuenta.
Diez minutos después, una ligera tos llamó su atención y se volvió y descubrió a Travis en el umbral. Apoyado en el marco de la puerta, tenía las manos hundidas en los bolsillos de los tejanos. ¿Cuánto tiempo llevaría allí, observándolos?
– ¿Cómo va todo?
– No va -admitió ella.
– ¡Fatal! -reconoció Josh.
– ¿Necesitáis ayuda?
– ¡Sí! -exclamó el niño, entusiasmado.
Savannah se quedó conmovida. Se notaba que Josh echaba en falta un poco de cariño paternal. El que le negaba su propio padre.
– Claro. ¿Por qué no? Adelante, Travis. De todas maneras yo tenía que bajar esta bandeja -señaló la que había recogido de la habitación de su madre.
– No te estaré ahuyentando… -dijo él mientras entraba, mirándola en todo momento a los ojos.
– Por supuesto que no.
– Estás mintiendo de nuevo -la acusó-. Una fea costumbre, Savannah. Te convendría dejarla.
– Supongo que tú tienes la virtud de sacar lo peor de mí misma -siseó en voz baja para que no la oyera Josh.
– O lo mejor -recorrió su cuerpo con la mirada, deteniéndose significativamente en la forma de sus senos bajo su suéter.
Bajo aquella abrasadora mirada, se puso colorada de furia, pero mantuvo cerrada la boca porque Josh acababa de volverse hacia ella.
– ¿Te pasa algo, tía Savvy?
– No, no. Yo… Te veré luego -logró forzar una sonrisa y abandonó la habitación, diciéndose a sí misma que sólo tendría que soportar las impertinencias de Travis durante unos días más.
Hasta que Wade y Reginald volvieran al rancho. Pero… ¿qué sucedería entonces? La perspectiva de aquel encuentro la llenaba de temor.
Tres
Wade no llamó aquella noche y Savannah no sabía si alegrarse o preocuparse. Al día siguiente intentó evitar a Travis para no tener otro enfrentamiento con él. No le resultó muy difícil. Él se pasó el día encerrado en el despacho, hablando por teléfono, o en el apartamento, que Charmaine había desocupado parcialmente. Ella, por su parte, fue a comprar comida y estuvo luego con Lester y los caballos. Por la tarde subió a su habitación para ducharse antes de la cena. Se puso un suéter rojo y unos pantalones negros. Mientras se cepillaba el pelo, intentó convencerse de que no se estaba arreglando para Travis…
Por fin entró en el comedor y se sorprendió al ver a su madre sentada a la mesa. Instalada a la cabecera, vestida con una túnica de color rosa, Virginia ofrecía un aspecto excelente. Travis se hallaba a su derecha, al lado de Charmaine. Siguió con la mirada a Savannah mientras ésta atravesaba el comedor y se sentaba en la silla vacía, justo frente a él.
Llevaba una camisa de cuello abierto y parecía estar charlando relajadamente con Virginia. «Como un hijo pródigo de vuelta a casa», pensó Savannah.
– Qué bien que hayas bajado, mamá -comentó a Virginia con tono alegre mientras Travis le servía una copa de vino.
– No todos los días tenemos a Travis sentado con nosotros -explicó su madre sonriendo-. Ojalá nos hubiera avisado antes. Ayer habríamos podido prepararle una bienvenida como es debido.
Savannah se dijo que por una bienvenida «como es debido» Virginia entendía la mejor cubertería, mantel y servilletas de hilo, candelabros con velas y la cristalería de la familia. Una mesa, en suma, igual que la que estaba dispuesta en aquel momento.
– No era necesario… -protestó discretamente Travis.
– Claro que sí -rió Virginia-. ¡Hacía casi dos años que no pisabas esta casa!
Charlaron de temas insustanciales. Savannah estuvo bastante entretenida, aunque en todo momento podía sentir la mirada de Travis fija en ella. Recostado en su silla, la observaba con una expresión entre cínica y divertida.
Joshua se hallaba sentado al lado de Savannah y parecía preocupado. Tenía el ceño fruncido y apenas había probado la comida. Todos los intentos por incluirlo en la conversación fueron acogidos con monosílabos.
A pesar de la esplendorosa decoración y de la suculenta cena, Savannah podía sentir la tensión latente. «Como la calma que precede a la tormenta», pensó incómoda mientras rehuía la intensa mirada de Travis.
– Wade llamó esta tarde -anunció Charmaine mientras dejaba el tenedor sobre su plato, acabado el postre.
– ¿Qué? -Travis se volvió para mirarla furioso-. ¿Por qué no me avisaste?
– Estabas en las cuadras con Lester. No quería molestarte -alzó la barbilla-. Mamá estaba descansando y Savannah en Sacramento, haciendo compras. Así que le dije que estabas aquí, esperando a hablar con él.
– Quizá debería telefonearlo yo -frunció el ceño, impaciente.
– No. Me dijo que vendrá mañana. El avión llegará a las seis, de modo que Reginald y él estarán aquí como muy tarde a las siete y media -colocó cuidadosamente la servilleta sobre la mesa y empujó su silla hacia atrás, aunque no se levantó-. Si te sirve de consuelo, tiene tantas ganas de hablar contigo como tú.
– No me extraña -se burló Travis.
Charmaine dejó pasar el comentario y se volvió hacia su hijo. Seguía muy tensa, pero se esforzaba por mantener la calma.
– Lo que quiere decir que papá estará aquí a tiempo de pasar las vacaciones con nosotros, ¿no es estupendo?
El niño estaba jugueteando con los restos del postre de manzana. Miró rápidamente a su madre y se encogió de hombros.
– ¿Joshua?
– Yo no quiero que vuelva a casa -rezongó, mirando de reojo a Savannah antes de concentrarse nuevamente en su plato.
Charmaine, obviamente avergonzada, se aclaró la garganta.
– Joshua, entiendo que no estás hablando en serio y que…
– Claro que estoy hablando en serio, mamá -se le habían llenado los ojos de lágrimas-. Papá me odia.
– Pero cariño… -susurró Virginia, emocionada.
– Sabes que eso no es verdad, Josh -lo reprendió su madre.
– Es verdad. Y al fin lo he descubierto -le espetó el niño-. Hoy algunos niños del colegio estaban diciendo cosas…
– ¿Cosas? ¿Sobre qué? -inquirió Charmaine, cada vez más tensa.
– ¡Sé que la única razón por la que te casaste con papá fue por mí!
– Yo me casé con tu padre porque lo quería.
– ¡No, tuviste que casarte con él a la fuerza! -estalló, levantándose prácticamente de la silla-. Eso es lo que decían los niños del colegio.
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