Dev disimuló una sonrisa.

– Por supuesto -contestó muy serio.

Le tendió la mano para ayudarla a bajar del coche y la condujo al interior de la casa, preguntándose cómo iba a abordar con Alex y Joanna el hecho de que Susanna y él necesitaban un techo sobre sus cabezas durante una temporada.

Afortunadamente, Joanna les puso las cosas muy fáciles, porque en cuanto salió a recibirles al vestíbulo, le tendió ambas manos a Susanna.

– ¡Lady Carew! -exclamó-. Chessie nos ha contado todo lo que habéis hecho para ayudarla -miró a Dev y después a Susanna con una expresión sospechosamente luminosa-. Pobrecilla. Me hubiera gustado que confiara en mí, pero me alegro de que haya recurrido a vos.

Un pequeño ceño oscurecía su frente. Dev sabía que se estaba preguntando por qué demonios había ido Chessie a pedir ayuda a Susanna, pero era demasiado educada como para preguntarlo.

Susanna también había recuperado su aplomo.

– Espero que el marqués de Alton haya presentado sus respetos.

– Hace una hora estuvo por aquí -contestó Joanna, perpleja-. Debo admitir que ha sido muy elegante. Chessie está muy contenta. Se casarán la semana que viene -volvió a interrumpirse y añadió con dureza-: Es una pena que sea un sinvergüenza. En realidad, me habría gustado que Alex le sacara de esta casa a latigazos, pero supongo que no habría sido lo más conveniente.

– No, por tentador que suene, no habría sido la mejor forma de comenzar un matrimonio -le aseguró Devlin.

– Supongo que a ti te entraron ganas de hacerle algo mucho peor.

– Sí, quería retarle a duelo, pero Susanna me lo impidió.

Miró sonriente a Susanna y vio que ésta se sonrojaba ligeramente.

Joanna arqueó las cejas.

– ¿De verdad? Lady Carew…

– En realidad, es lady Devlin. Susanna es mi esposa. Te pido disculpas por presentarnos aquí de esta manera, pero no teníamos ningún otro lugar a donde ir. ¿Alex está libre? Necesito hablar con él.

– Devlin… -dijo Susanna, y Dev sintió una extraña emoción al oírla pronunciar aquellas palabras en el tono en el que cualquier esposa le habría reprobado su conducta-. Lady Grant, os ruego que me disculpéis. Los hombres pueden ser muy bruscos. Van directos hacia su objetivo sin que medie ninguna explicación alguna.

– Bueno -contestó Joanna alegremente, y agarró a Susanna del brazo-, estoy segura de que podremos arreglárnoslas sin él -se volvió hacia Dev-. Alex está en la biblioteca, Devlin, pero me temo que lady Brooke está con él. De hecho, ha venido a buscarte. Al parecer, han perdido a lady Emma que, supuestamente -añadió con cierta aspereza-, era tu prometida.

Se volvió hacia Susanna.

– Perdonadme, lady… Devlin, ¿pero vuestro matrimonio ha sido algo reciente?

– Llevamos nueve años casados -contestó Devlin.

Vio que Susanna se ruborizaba con más fuerza. Comprendió entonces que estaba nerviosa y sintió la inmediata necesidad de protegerla. ¿Quién habría pensado que su aguerrida aventurera pudiera sentir la menor timidez? Aquella idea le hizo sonreír. Fue entonces consciente de que la estaba mirando como un joven ingenuo deslumbrado por la belleza de una mujer y rápidamente cambió de expresión.

– ¿Has dicho que han perdido a Emma?

– Por lo visto se ha fugado a Gretna Green -contestó Joanna, haciendo esfuerzos para no sonreír-, y con un hombre muy peligroso: Tom Bradshaw -sacudió la cabeza-. Lady Brooke no estaba muy contenta.

– ¿Emma se ha fugado? -preguntó Dev con incredulidad.

– Hace tres días -confirmó Susanna-. Pero lord y lady Brooke acaban de enterarse -sacudió de nuevo la cabeza-. Pensaban que estaba encerrada en su habitación porque le dolía la cabeza.

– Dios santo -musitó Dev.

En ese momento, se abrió la puerta de la biblioteca y apareció lady Brooke seguida de Alex Grant, patentemente agobiado.

– ¡Devlin!

La condesa de Brooke se dirigió a Devlin por su nombre por primera vez desde que éste podía recordar.

– Había enviado a buscarte -apretó los labios-. ¡Es increíble, Devlin, Emma se ha fugado con un hombre que trabaja para ganarse la vida!

– ¿Podría sugeriros que volvamos a la biblioteca? -intervino Alex-. Allí estaremos más cómodos que en el vestíbulo.

Joanna se volvió hacia Susanna.

– Lady… Ah -advirtió el riesgo antes de caer en él-. Susanna, ¿te gustaría tomar un té conmigo mientras los demás tratan este asunto?

Dev tomó la mano de Susanna.

– Joanna se ocupará de ti -dijo, y bajó la voz-. Pronto estaré de nuevo contigo.

Susanna asintió. Por un instante, cerró los dedos alrededor de los de Devlin y éste deseó abrazarla para aliviar sus miedos.

– Todo saldrá bien -le aseguró.

Susanna sonrió tímidamente y asintió.

Lady Brooke contempló aquel intercambio con el ceño fruncido.

– Emma me dijo que conocías a esta mujer -comentó en un tono muy desagradable. Se volvió hacia lord Grant-. No confiéis en ella. Es una aventurera.

– Vamos a la biblioteca -respondió Alex precipitadamente, al reparar en la expresión tormentosa de Devlin-. Lamento la ruptura de tu compromiso, Devlin -añadió con el semblante impasible-. ¿Joanna te ha puesto al tanto de la noticia? -miró a la condesa-. Al parecer, lady Emma y el señor Bradshaw se fugaron a Gretna hace varios días, pero lord Brooke y lady Brooke no han reparado en su ausencia hasta hoy.

– ¡Creía que Emma estaba enferma! -le espetó la condesa-. Obviamente, no quería molestarla. Pensaba que su doncella atendía sus necesidades.

– Al parecer, era Bradshaw el que estaba atendiendo sus necesidades -musitó Alex en voz baja, para que solo Dev pudiera oírle.

Lady Brooke se frotó la frente, ladeando involuntariamente su turbante.

– ¿Dónde ha podido conocer a una persona como Bradshaw? -preguntó en tono autoritario-. ¿Y por qué va a querer casarse con él? Es hijo ilegítimo y no tiene dinero. Es peor candidato que tú -le dirigió a Dev una mirada acusadora-. No puedo imaginarme cómo ha podido desarrollar el gusto por tan bajas compañías -abrió su bolso-. En cualquier caso, no tengo nada que añadir. No puedo decir que lamente haberte perdido como yerno, Devlin, aunque la alternativa es infinitamente peor.

Sacó una carta del bolso y se la tendió a Dev.

– El mayordomo me ha informado de que dejaste esta carta para Emma hace varios días. Me temo que no va a poder leerla, de modo que es preferible que te la devuelva. Adiós, Devlin -miró a Alex-. Lord Grant.

Dev tomó la carta sonriendo ligeramente.

– Espero que Emma tenga suerte -dijo cuando lady Brooke cerró la puerta tras ella-. Porque va a necesitarla.

– ¡Bradshaw es un hombre peligroso! -comentó Alex-. Farne ha estado persiguiéndole desde que intentó matar a Merryn y ahora se fuga con una rica heredera -sacudió la cabeza-. Creo que no volveremos a tener noticias suyas -fijó la mirada en la carta-. A veces tienes una suerte endiablada.

– Lo sé -contestó Dev-. Sobre todo desde que he recuperado a mi esposa. ¿Quieres un brandy? -sugirió al ver la expresión de su primo-. Ya sé que es pronto, pero a veces no basta con algo menos fuerte.

Capítulo 18

– Lo siento mucho -dijo Joanna Grant, abriendo los ojos con expresión de disculpa-. Pero me temo que no me queda otra habitación en la que instalaros. Lady Darent, una de mis hermanas, ocupa la habitación azul, Chessie está en la que era la antigua habitación de Merryn y estamos volviendo a decorar la habitación rosa… -hizo un vago gesto con la mano-. La casa es pequeña. Entiendo que quieras convencer a Devlin de que anule vuestro matrimonio, pero de momento estáis casados, así que… -le dirigió una sonrisa encantadora y se encogió ligeramente de hombros.

– Es perfecta -respondió Susanna.

Sabía que estaba mintiendo y se preguntaba por qué no estaba protestando por el hecho de que le hubieran asignado una habitación que estaba al lado de la de Devlin. La respuesta no estaba lejos de allí. Joanna Grant era adorable y parecía alterada por todo lo ocurrido. La había acogido brindándole su incondicional amistad, lo que le hacía sentirse agradecida y humilde ante ella.

– Has sido muy generosa al ofrecerme un techo. Además, no importa, porque pronto me iré de aquí -respondió Susanna, aunque le bastaba pensar en ello para que se le hundiera el ánimo.

Joanna pareció aliviada y triste al mismo tiempo.

– Bueno, me alegro de que lo veas así, ¿pero Devlin sabe que piensas irte pronto? Perdona, lo siento -añadió, al ver la expresión de Susanna-. Ya sé que eso no es asunto mío.

– Yo también lo siento -contestó Susanna. Había sido un día difícil y acechaban las lágrimas de emoción y cansancio-. Perdóname -añadió-. Pero sé que es lo mejor.

Joanna la abrazó con un gesto espontáneo.

– Sé que Devlin puede llegar a ser de difíciles entendederas. ¿Qué hombre no lo es? Al parecer, no pueden evitarlo. Pero creo, y lo creo de verdad, que te quiere.

A Susanna se le encogió ligeramente el corazón. Sabía que Devlin la deseaba, y también que quería protegerla y ofrecerles un futuro mejor tanto a los mellizos como a ella, y Susanna le quería mucho más por todo ello. Pero no era suficiente. Antes o después, Devlin le haría daño. Ella continuaría amándole, bajaría las defensas y permitiría que ese amor alcanzara todos los rincones de su alma. Después le perdería y sería insoportable. Todo lo perdía. Así funcionaba la vida. Primero había perdido a su padre siendo niña. Había ido a la guerra y no había vuelto jamás. Después, había perdido a su familia, porque su madre no podía alimentar tantas bocas. Después a Devlin, a Maura…

Tenía que desaparecer, ser fuerte y forjarse una nueva vida. Ya lo tenía todo planeado. Durante la cena, había oído que Alex le decía a Devlin que los Lores del Almirantazgo querían verle al día siguiente. Tenían que tomar una decisión sobre su reincorporación, había dicho Alex, y querían hablar de ello con él. Susanna había sentido frío, se había sentido huérfana al oír aquellas palabras, y se había sentido más sola incluso al ver que Devlin recibía con alegría la noticia. La emoción había vuelto a sus ojos. Aquél era el desafío que necesitaba. Ella le había animado a recuperar la vida de aventuras que tanto anhelaba y estaba a punto de verle marchar. Sabía que Devlin era un aventurero, un explorador que solo revivía cuando tenía el mundo entero a su alcance. Lo comprendía, pero no podría vivir con ello, no podría vivir con la anticipación perenne de la pérdida.

De modo que al día siguiente, cuando Devlin estuviera reunido con sus superiores, se marcharía. Le pediría a Alex Grant que cuando Devlin tuviera los documentos de la anulación, se los enviara a través del señor Churchward, su abogado. Y le dejaría a este último su dirección. Él sería la única persona que conocería su paradero. También le dejaría su alianza de matrimonio a Alex, para que pagara con ella el proceso de anulación. De esa forma, Devlin sería por fin libre.

Por lo menos dormían en habitaciones separadas, pensó mientras miraba alrededor de la habitación y contemplaba la penuria de sus pertenencias. No había llave en la cerradura de la puerta que conectaba las dos habitaciones, por lo menos en su parte. Era un inconveniente, pero podría superarlo. Saber que Devlin estaba al otro lado de la puerta la atormentaría durante toda la noche, pero si iba a perderle, no quería volver a hacer el amor con él. No podría soportar sentirlo tan cerca sabiendo que sería la última vez.

Margery entró en el dormitorio para ayudarla a prepararse para la noche. Oyó después llegar a Dev, y le oyó hablar con el mayordomo, Frazer. Era un anciano y adusto escocés que resultaba bastante intimidante. A Frazer no parecía haberle sorprendido descubrir que Dev estaba casado. Lo único que había comentado cuando la habían presentado era que era exactamente lo que esperaba. Susanna no estaba segura de si aquello era bueno o malo, y tampoco podría imaginar lo que diría cuando se enterara al día siguiente de que la esposa de Dev había huido. A lo mejor también se lo esperaba.

Susanna suspiró y se metió entre las frías sábanas. Era preferible no tomar cariño a todas aquellas personas, se dijo. A Chessie, que estaba tan contenta desde que sabía que su futuro junto a Fitz estaba garantizado. A Joanna Grant, con su adorable generosidad o a Alex, incisivo pero amable, o a Shuna, una adorable criatura de tres años de la que Susanna se había enamorado nada más verla. Había visto a Dev observándola y había tenido que darle la espalda porque sabía que sus sentimientos eran demasiado evidentes. Aquellas personas no formarían parte de su futura vida. Tenía que dejarlas marchar.

Después de varias horas dando vueltas en la cama, golpeando la almohada y girándola para posar su rostro contra el frío lino, supo que no iba a poder dormir y alargó la mano para encender una vela. Un pálido resplandor iluminó la habitación.