– Os felicito por vuestro compromiso, lady Emma -le dijo-, aunque debería felicitar sobre todo a sir James por el suyo.

Se produjo una ligera pausa, mientras Emma intentaba averiguar si aquello había sido un cumplido. Tras decidir que sí, sonrió radiante. Susanna vio a Dev curvando los labios en algo parecido a una sonrisa.

– Efectivamente, me considero el más afortunado de los hombres -respondió con naturalidad-. Y, lady Carew -añadió con un brillo de oscura diversión en las profundidades de unos ojos ensombrecidos por el enfado-, parece que también a vos debo felicitaros, puesto que la última vez que nos vimos, si mal no recuerdo, ni erais una dama ni os llamabais Caroline Carew.

Su tono era cortés, pero sus palabras no podían serlo menos. Se produjo un ligero revuelo en el grupo. Susanna vio cómo se aguzaba la expresión especuladora en los ojos de las mujeres, y advirtió un interés de otro tipo en los de los hombres. No era extraño. Dev acababa de insinuar que era, como poco, una aventurera y, poniéndose en lo peor, una prostituta disfrazada de dama.

Fue un momento de vértigo. Susanna sabía que tenía que tomar una decisión, y rápido. Podía fingir que Devlin la había confundido con otra mujer. O podía enfrentarse a él. Era arriesgado responder que no lo conocía porque probablemente, Dev lo consideraría un desafío. Él era de esa clase de hombres. Pero era igualmente peligroso presentarle batalla porque no estaba segura de que pudiera ganarla. En cualquier caso, ya era demasiado tarde para fingir indiferencia. Todo el mundo estaba pendiente de su respuesta a la calculada insinuación de Dev.

– Me halaga que digáis conocerme -respondió con ligereza-. Yo me había olvidado por completo de vos.

Dev profundizó su sonrisa ante aquella respuesta. Le dirigió a Susanna una mirada que la abrasó.

– Oh, pues yo lo recuerdo todo sobre vos, lady… Carew.

– Me temo que nunca me habéis conocido, sir James -replicó Susanna.

Se sostenían la mirada como en un cruce de espadas. Susanna sentía el vello de punta. Sabía que ya era demasiado tarde como para retroceder.

– Yo, al contrario que vos, recuerdo, por ejemplo, la última vez que nos vimos.

Había un brillo travieso en su mirada. Estaba disfrutando acosándola de aquella manera. Susanna lo vio y sintió crecer la furia en su interior.

Miró entonces a Emma. Al ver su mohín enfadado, la furia desapareció. Aquella actuación solo tenía como objetivo castigarla por sus pecados del pasado y hacerle pasar un mal rato. No tenía intención de revelar la verdad. Le haría tanto daño a él mismo como a ella. Emma no parecía una prometida dócil y sumisa. Y Emma seguramente tenía todo el control sobre el dinero, puesto que Dev nunca había tenido un penique.

Susanna desvió la mirada hacia el lujoso chaleco bordado en blanco y oro de Dev, reparando también en la inmaculada cualidad del lino de su camisa y en el valioso diamante del alfiler de la corbata. Miró a Emma otra vez. Vio que Dev la seguía con la mirada. Sabía que comprendía perfectamente lo que estaba pensando.

Al final, sonrió.

– Bueno -dijo-, estoy segura de que no seréis tan grosero como para aburrir a todo el mundo con los detalles, sir James. No hay nada tan tedioso para los demás como dos viejos conocidos hablando de los viejos tiempos.

– ¿Os conocisteis en Irlanda?

Evidentemente, Emma ya estaba harta de aquella conversación. Se interpuso entre ellos y los miró alternativamente con unos celos mal disimulados. Pronunció el nombre de Irlanda como si estuviera hablando del fin del mundo, de un lugar que cualquiera debería abandonar.

– Nos conocimos en Escocia -aclaró Susanna-. Fue durante un verano en el que sir James fue a visitar a lord Grant, su primo. Eso fue hace mucho tiempo.

– Pero ahora tenemos la feliz oportunidad de retomar nuestra amistad -la expresión de los ojos de Dev contrastaba con la suavidad de su tono-. Deberíais concederme este baile, para que así podamos hablar del pasado sin aburrir a nuestros amigos.

Con una sola frase había echado por tierra todas sus posibilidades de escapar. Susanna apretó mentalmente los dientes. Reconocía aquella determinación en él. Era la misma firmeza que le caracterizaba a los dieciocho años. Había visto algo que quería e iba a conseguirlo. Se estremeció.

– No tengo ganas de volver sobre el pasado -replicó-. Me temo que ya tengo comprometido el siguiente baile, sir James. Si me perdonáis.

Giró intencionadamente hacia Fitz, permitiendo que le rozara la muñeca con los dedos en un gesto casi imperceptible que, sin embargo, consiguió comunicar la insinuación de una promesa. Era tal el tumulto de sentimientos que se había desatado en su interior al ver a Devlin que casi se había olvidado de Fitz. Se había permitido distraerse, algo en absoluto aconsejable teniendo en cuenta que el servicio que le estaba prestando a los padres de Fitz era lo único que evitaba que se viera en las calles.

– Gracias por presentarme a vuestros amigos, milord. Espero que volvamos a vernos pronto.

Le dirigió al grupo una sonrisa. La respuesta de Chessie fue un frío asentimiento de cabeza. Emma no se dio por aludida. Fitz, inmune a la tensión del ambiente, le besó la mano con una galantería que hizo fruncir el ceño a Dev. Chessie se volvió como si no soportara ver a Fitz prestando tales atenciones a otra mujer.

Susanna comenzó a caminar rápidamente hacia la puerta del salón de baile. Una vez conseguido escapar de la cercanía de Dev, el corazón comenzó a latirle con fuerza contra las costillas, como reacción a la tensión vivida. Le faltaba la respiración y temblaba de pies a cabeza. Necesitaba tranquilizarse. Necesitaba pensar, intentar desenmarañar el enredo de confusión y mentiras en el que de pronto se había visto atrapada.

– ¿Puedo pediros un baile más adelante, lady Carew?

Freddie Walters le estaba bloqueando el paso. Su mirada insolente, con la que parecía estar midiéndola como a un caballo, y su forma de posar la mano en su brazo eran excesivamente familiares. Su tono insinuaba que sabía todo lo que debía saber sobre ella. Que era una viuda de cuestionable moral que probablemente no pusiera reparos a una aventura amorosa. Su flagrante falta de respeto le produjo náuseas.

– Gracias, señor Walters, pero he decidido volver a casa. Me duele la cabeza.

– Es una pena -musitó Walters-. ¿Podría quizá haceros una visita?

– Estás acentuando el dolor de cabeza de la dama, Walters.

Era la voz de Dev, fría y con un filo de acero. Susanna vio que Walters abría los ojos como platos y se escabullía raudo ante un duro gesto de Dev. Éste esperó a que no pudiera oírlos para fijar la mirada en el rostro de Susanna. Ella también habría querido huir, pero tenía el sombrío presentimiento de que Dev la agarraría si intentaba escapar en aquel momento. No parecían importarle mucho las convenciones de un salón de baile, puesto que la abordó en medio de la pista.

– Gracias por tu ayuda -le dijo fríamente-, pero era del todo innecesaria. Puedo cuidar de mí misma.

Dev sonrió.

– Soy plenamente consciente de ello.

La recorrió con una mirada dura e inquisidora, muy diferente a la mirada calculadoramente sexual de Walters. Era una mirada más meditada y concienzuda, e infinitamente más inquietante.

– No pretendo rescatarte de nadie -añadió Dev con falsa delicadeza-. Te quiero para mí solo.

La elección de sus palabras y su mirada hicieron estremecerse a Susanna. Dev acababa de sustituir la débil amenaza que Walters representaba por algo mucho más peligroso: él mismo. Estaba enfrentándose a ella delante de todos los invitados de los duques de Alton. Era una actitud audaz.

– No tengo nada que decir.

Susanna mantenía la voz firme. Había dispuesto de nueve años para aprender a protegerse. Aunque nunca le había resultado tan difícil intentar levantar sus defensas como en aquel momento, cuando tenía que protegerse de aquel hombre y de su perspicaz y contundente mirada.

Dev se echó a reír.

– Te considero capaz de cosas mejores, Susanna. ¿Qué demonios está pasando aquí?

– No sé a qué te refieres -replicó Susanna.

El pulso le latía a toda velocidad. Miró a su alrededor, pero no encontraba ningún posible refugio. Comenzó a caminar lentamente a un lado de la pista de baile. Dev la agarró del brazo, adaptando su larga zancada a los pasos más cortos de Susanna. Cualquiera que los estuviera observando pensaría que estaban haciendo lo que cualquier otra de las parejas de baile. Caminando por la pista y charlando con la superficial indiferencia de dos conocidos. Excepto que no había nada de superficial en la caricia de la mano de Dev.

– Por lo menos me debes una explicación -le exigió Dev-. Una disculpa, incluso -su tono era sarcástico-, si no es mucho pedir.

Por un instante, Susanna distinguió un sentimiento fiero en su mirada. Una pareja que pasaba a su lado los miró con curiosidad. Era obvio que habían captado el tono de las palabras de Dev y habían advertido la tensión que se respiraba en el ambiente.

Susanna abrió el abanico para ocultar su expresión.

– Eso fue hace mucho tiempo -intentó imprimir a sus palabras frialdad y desdén, y consiguió exactamente el tono deseado-. Sí, te dejé, pero estoy segura de que has conseguido recuperarte de esa pérdida -se interrumpió y sonrió-. No me digas que te rompí el corazón.

Le estaba provocando intencionadamente y esperaba que Dev contestara que no había significado nada para él. Sin embargo, vio que el calor y el enfado de sus ojos se intensificaban.

– Dos años después regresé a buscarte.

A Susanna estuvo a punto de caérsele el abanico. Dos años. No lo sabía. Sintió una mezcla de amargura y arrepentimiento. Pero no habría supuesto ninguna diferencia. Habría sido demasiado tarde. Había sido demasiado tarde desde el momento en el que había escapado de su lado. Lo comprendía en aquel momento, con la perspectiva proporcionada por el tiempo. Podía reconocer los errores que había cometido y comprender el sinsentido de arrepentirse de ellos casi una década después.

– Solo quería asegurarme de que habías anulado nuestro matrimonio -Dev le dirigió una mirada de frío desprecio-. Pero cuando pregunté a tus tíos, me dijeron que habías muerto -añadió entre dientes-. Una exageración, al parecer.

La sorpresa de Susanna fue tal que estuvo a punto de desmayarse. Durante un largo y terrible momento, el salón comenzó a girar ante sus ojos. La música y las voces se alejaron, todo parecía borrarse a su alrededor. Alargó la mano y comprendió, con agradecido alivio, que habían llegado a una esquina oculta del salón de baile. Estaban al lado de unas enormes puertas en forma de arco que se abrían a la terraza. Sintió el frío cristal contra sus dedos y una ráfaga de aire frío que penetraba en la sofocante habitación.

Elevó los ojos hacia el rostro de Dev. La expresión de éste era dura; había convertido su boca en una línea tensa. Era visible la furia primaria que le invadía.

– ¿Te dijeron que había muerto? -susurró.

Era cierto que sus tíos la habían repudiado al enterarse de que estaba embarazada y no quería renunciar a su hijo. La habían repudiado, desheredado y echado de casa. Le habían dicho que para ellos estaba muerta. Y, evidentemente, eso era lo que le habían dicho a todos los demás.

El frío crepitaba en su corazón. La insensible crueldad de su familia había estado a punto de destrozarla nueve años atrás. En ese momento, sentía que su maldad volvía a atacarla. Creía que no podían volver a hacerle daño, pero se equivocaba.

Dev continuaba hablando.

– ¿Era necesario llegar tan lejos? -decía con amargo enfado-. Yo no estaba buscando una reconciliación.

Se interrumpió. Susanna sabía que estaba esperando una respuesta, pero por un momento fue incapaz de articular palabra. Eran muchas las cosas que tenía que asimilar, y a una velocidad vertiginosa. Tenía que digerir el hecho de que Dev hubiera ido a buscarla, de que su familia le hubiera mentido. Algo que le dolía mucho más de lo que jamás habría imaginado.

– Yo…

Sentía una fuerte presión en el pecho. Intentó respirar. Sabía que debía detener aquello cuanto antes. No quería que Dev fuera consciente de que no sabía las mentiras que le había contado su familia. Dev se estaba acercando demasiado a la verdad. Un descuido por su parte y estaría perdida. Si sospechaba siquiera la verdad, tendría muchas preguntas que hacerle. Preguntas sobre el pasado, sobre lo que le había sucedido y, lo más peligroso, preguntas sobre su vida y sobre los motivos que la habían llevado a Londres. No podía contarle nada al respecto. Tenía que protegerse a sí misma y proteger su secreto costara lo que costara. Si no, lo perdería todo. De pronto, se alegró inmensamente de no haberle contado que su matrimonio no había sido anulado. Aquello podría resultarle muy útil en el caso de que necesitara defenderse contra él.