A los pocos segundos, se abrió una rendija de la puerta que conectaba las dos habitaciones y oyó la voz de Dev.
– ¿No puedes dormir?
– No -Susanna se volvió hacia él-. ¿Y tú?
– No.
Devlin avanzó hacia el interior de la habitación. La luz de la vela hacía resplandecer su pelo rojizo. Llevaba un camisón en tonos zafiro y dorados de llamativo diseño. Iba descalzo, con las piernas desnudas. Susanna parpadeó, imaginó que no llevaba nada bajo el camisón y deseó no recordar tan vividamente lo que era sentir aquel cuerpo contra el suyo, deseó no recordar su esencia, su contacto.
Devlin se sentó al lado de Susanna, al borde de la cama.
– ¿Qué te preocupa? -le preguntó.
– Todo -contestó Susanna con sinceridad-. Maura… -se interrumpió un instante y le miró a la cara-. Lo siento, Devlin, también era hija tuya.
Vio la sombra que oscureció sus ojos azules y en aquella ocasión, fue capaz de alargar la mano para acariciarle la mejilla intentando consolarle. Al cabo de unos segundos, Devlin posó la mano sobre la suya. Susanna pensó que iba a apartársela y se preparó para el rechazo, pero en cambio, Devlin se la sostuvo con delicadeza y posó los labios sobre sus dedos. Susanna sintió su respiración sobre la piel como la más liviana de las caricias.
– ¿Se llega a superar alguna vez la tristeza? -preguntó Devlin.
A Susanna se le desgarró ligeramente el corazón.
– Yo aprendí a vivir con ello. Poco a poco. Lentamente.
Devlin asintió. Pasó un segundo. Otro. Susanna se sentía como si estuviera al borde de un precipicio. El calor de la mano de Dev contra la suya era muy dulce, dolorosamente reconfortante. Con el tiempo, aquel calor podría incluso aliviar el frío que le quebraba el corazón. Pero aquella vez era tiempo lo que les faltaba.
Dev le pasó el brazo por los hombros, se deslizó a su lado en la cama y le hizo acurrucarse contra él. Susanna se relajó completamente mientras se estrechaba contra él, sintiendo la caricia de la seda de su camisón y el calor que de él emanaba.
– Háblame de Rose y de Rory -le pidió Dev. El hecho de que recordara sus nombres despertó en Susanna un placer inmenso y una gran gratitud-. Estoy deseando conocerlos.
– Ahora tienen catorce años -comenzó a contarle Susanna-. Tienen el pelo castaño, pecas, y unos ojos oscuros preciosos -sonrió, conjurando el rostro de sus pequeños en la oscuridad-. Rose tiene los gustos de un muchacho. Le encanta montar a caballo, jugar y también leer y estudiar. Es una combinación interesante. Rory… -suspiró-. Durante este último año se ha convertido en un joven alto y desgarbado. Tiene mucho genio. Todo parece irritarle. Le gustará que no seas inglés -dijo, volviendo la cabeza hacia él-. No eres escocés, pero el hecho de que seas irlandés le parecerá casi igual de bueno.
La luz de la llama tembló y Susanna recordó entonces cuál era su realidad. El corazón se le cayó a los pies. Devlin no iba a conocer a Rory y a Rose. Al día siguiente, cuando abandonara aquella casa, Susanna iría a buscar a los mellizos e intentaría explicarles por qué no había podido cumplir su promesa. Durante algún tiempo, tendrían que continuar internados en aquellos colegios que tanto odiaban mientras continuaba luchando para darles la vida que siempre había soñado para ellos. Rory, pensó, montaría en cólera. Se sintió impotente y triste al pensar en ello. La tristeza de Rose sería más contenida, pero no por ello menos dolorosa.
Pero Devlin estaba hablando otra vez.
– Estarán mejor cuando tengan un hogar estable, estoy seguro. Eso era lo que Chessie y yo ansiábamos cuando nuestro padre murió.
Continuó hablando de su infancia, contándole cosas de las que nunca habían hablado, ni siquiera cuando se habían conocido e intentaban pasar juntos cada minuto. Susanna se resistía a la sutil seducción de sus palabras. Era una tentación diferente, el deseo de pertenecer a alguien, la necesidad de formar parte de una familia. Jamás había conocido aquella sensación. Siempre había querido crear una familia para Rose y para Rory y sabía que al final lo conseguiría, pero no tomando la ruta que Devlin le ofrecía.
Las palabras de Dev conjuraban imágenes de su infancia en Irlanda y de sus primeros años en la Marina. Susanna le abrazaba con fuerza, sintiendo que el sueño la vencía. Cuando se despertó horas después, ambos estaban desnudos, abrazados en un erótico enredo. Devlin posaba la mano sobre su seno y enredaba las piernas en las suyas de tal manera que Susanna sentía su erección sobre su muslo. Y la propia Susanna despertó a las exigencias de su cuerpo en cuanto abrió los ojos y descubrió a Dev observándola con un pícaro brillo en las profundidades de su mirada. Veía también la sombra de barba que oscurecía sus mejillas. Y bastó aquella imagen para que una conciencia de sensualidad la envolviera y le acelerara el corazón.
Devlin vio el reflejo del deseo en sus ojos. Ejerció una ligera presión entre sus muslos en el mismo instante en el que acarició uno de sus pezones con el pulgar. Susanna gimió en el instante en el que atrapó sus labios con un profundo y dulce beso. Devlin inclinó después la cabeza sobre su seno y acarició deliciosamente con la mejilla la suavidad de su piel. Muy lentamente, le hizo abrir las piernas y entró en ella. Posaba los labios sobre sus senos al tiempo que la penetraba, arrastrándola en una marea de placer. Susanna deslizó las manos por su espalda y las posó en su trasero para presionarlo contra ella, deleitándose en el tacto húmedo y ardiente de su piel mientras le oía gemir y vaciarse dentro de ella.
No volvió a levantarse hasta que ya era completamente de día. Frazer estaba llamando a la puerta y advirtiéndole a Devlin que iba a llegar tarde a su cita en el Almirantazgo. Dev la besó y, por un instante, Susanna se aferró a él, sabiendo que aquélla sería la última vez. Permaneció en el cálido lecho mientras oía a Dev levantarse. Tiempo después, cuando escuchó sus pasos en la calle, se levantó y, con movimientos lentos, comenzó a hacer las maletas.
A última hora de la tarde, Dev subía corriendo las escaleras de Bedford Street y abría la puerta de par en par. Había pasado el día entero en el Almirantazgo, discutiendo los detalles de su comisión. Estaba anhelando compartir las buenas noticias. No podía tener más prisa por llegar a casa.
– ¿Dónde está lady Devlin? -le preguntó a un sobresaltado mayordomo antes de que hubiera cerrado la puerta tras él.
– Ha salido, sir James -tartamudeó el hombre-. Lord Grant está en la biblioteca y quiere hablar con vos.
Frunciendo ligeramente el ceño, Dev cruzó el embaldosado del vestíbulo y llamó a la puerta de la biblioteca. Era posible que Joanna hubiera convencido a Susanna para que las acompañara a Tess y a ella a algún acto social, pero le parecía poco probable, teniendo en cuenta la problemática situación que estaba atravesando su familia. Todo el mundo estaba al tanto de la fuga de Emma, y también del precipitado compromiso de Chessie con Fitz. Fitz también había contado que Dev y Susanna estaban casados. Las habladurías por tan sabroso escándalo darían que hablar en los círculos de la alta sociedad durante meses.
Alex estaba sentado en la butaca de la ventana, leyendo la Gazette. Dev dejó la comisión sobre la mesa, delante de su primo.
– Quieren que me dedique a la enseñanza -le dijo-. ¡Deberías habérmelo advertido!
– Que Dios nos ampare si el Almirantazgo cree que eres la persona idónea para preparar a las futuras generaciones de la Marina. Se convertirán todos en piratas -pero sonreía y se levantó para estrecharle la mano-. Han hecho una gran elección. Tienes la habilidad, el criterio y el olfato que necesitan.
– Tendré que trasladarme a Escocia y trabajar con los escuadrones de Escocia e Irlanda. He pensado que Susanna se alegrará de poder volver a casa…
Se interrumpió de pronto al percibir el extraño ambiente que reinaba en la habitación. Algo frío se posó en su corazón.
– ¿Dónde está Susanna? -preguntó-. Imagino que está fuera con Joanna y con Tess… -pero mientras pronunciaba aquellas palabras, sentía el vacío de la pérdida-. Susanna se ha ido, ¿verdad? -preguntó lentamente.
Alex asintió.
– Se ha ido esta mañana, Devlin. He intentado convencerla de que se quedara para hablar contigo, pero se ha negado -tensó los labios-. Lo siento mucho.
Dev sintió que el suelo se abría bajo sus pies. La noche anterior, pensó aturdido, había dormido abrazado a Susanna, se habían ofrecido consuelo y la había sentido muy cerca de él, unido a ella en una intimidad dulce y profunda como jamás había experimentado. Había sido una noche llena de promesas de futuro y estaba deseando darle la noticia de su traslado a Escocia, donde podrían instalarse definitivamente y crear un hogar para Rory y para Rosy. Pero Susanna no le había esperado. Había huido, como la vez anterior.
– ¿Por qué? -preguntó-. ¿Por qué ha hecho una cosa así?
– Supongo que porque no le has dado una buena razón para quedarse, Devlin.
– Pero yo… -Dev bajó la mirada hacia la documentación que había dejado sobre la mesa-. Susanna sabía que quería seguir casado con ella. ¡Sabía que quería proporcionarles un hogar tanto a ella como a los mellizos!
– Pero no sabía que la amabas -contestó Alex.
Se levantó, se acercó a su escritorio y abrió el primer cajón. Dev le vio sacar un paquete.
– Me ha entregado esto esta mañana -le explicó-. Me ha dado la dirección de sus abogados para que puedas enviarle a través de ellos los documentos de la anulación cuando los tengas. Estaba convencida de que anularías el matrimonio -se interrumpió-. También me ha dejado esto.
Le entregó una cajita diminuta de terciopelo.
En el momento en el que la abrió, Dev tuvo un fuerte presentimiento. Podía verse a sí mismo ante el altar, deslizando en el dedo de Susanna la alianza que había pertenecido a su madre, y a la madre de su madre antes que a ella, una banda de oro con perlas diminutas incrustadas. Le temblaron ligeramente las manos cuando el anillo rodó hasta la palma de su mano.
– No sabía que lo conservaba. Imaginaba que la había vendido.
Alex le miraba con expresión firme y sombría.
– No creo que Susanna supiera que era de nuestra abuela. Me pidió que te lo devolviera -se interrumpió-. No tengo la menor duda de que cuando lo hizo, tenía el corazón destrozado. No quería irse, Devlin, pero pensaba que estaba haciendo lo mejor, que de esa forma serías libre para volver a la mar. Sabía que era eso lo que querías.
Dev le miró fijamente.
– Y es eso lo que quiero, pero el futuro no significa nada para mí si no puedo compartirlo con Susanna.
– Creo que no es a mí a quien tienes que decírselo -repuso Alex. Sonrió-. Es posible que recuerdes el día en el que dejé marchar a Joanna y tú me dijiste que era un maldito estúpido. Tenías razón. Pues bien, ahora me toca a mí decírtelo, Devlin. Si no vas a buscar a Susanna, le dices que la amas y la convences de que merece la pena estar casada contigo, no tendré la menor duda de que serás un maldito estúpido.
– Me temo que ya lo soy. Pero todavía no es demasiado tarde.
Buscaría a Susanna, se dijo, le diría que la amaba y no volvería a dejarla marchar. Amor. Después del desastre de su matrimonio, creía que no volvería a sentirlo nunca más. Pero en ese momento, se sentía ridículamente emocionado ante la perspectiva de encontrar a Susanna y declararle su amor de una vez por todas. Sabía que su rostro reflejaba lo que sentía, porque advertía los esfuerzos que estaba haciendo Alex para no reírse de él. Pero no le importaba.
Alex le llamó cuando estaba a punto de salir de la biblioteca.
– Antes de que vayas a buscar a tu esposa -le dijo con delicada ironía-, es posible que te interese ocuparte de esto -le pasó una nota-. Es de Churchward. Tengo entendido que Susana le pidió que la defendiera en un asunto de deudas, y también en algo relacionado con un desagradable chantaje. Y sucede -esbozó una mueca-, que ambos asuntos están relacionados.
Dev leyó a toda velocidad la nota del abogado.
– Bradshaw -dijo entre dientes-. Debería habérmelo imaginado.
– Ese hombre tiene la desagradable costumbre de reaparecer cuando menos se le espera -se mostró de acuerdo Alex-. ¿Intentarás localizarle?
– Por supuesto.
– ¿Y le pagarás las deudas?
Dev tardó en contestar.
– Le daré lo que se merece.
Se produjo un silencio.
– No me digas nada más -le dijo Alex con una sonrisa-. Así, cuando vengan por aquí las autoridades haciendo preguntas, podré decir que no sé nada -ensanchó su sonrisa-. ¿Cómo vas a encontrar a Susanna? Sabes que Churchward jamás te dará esa información.
– No tengo ni idea -contestó Dev con sinceridad-, pero no pararé hasta encontrarla.
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