Alex señaló con la cabeza hacia la puerta.

– ¿Y se puede saber a qué estás esperando?


Dev había estado en muchas tabernas de baja estofa en la época en la que frecuentaba los puertos, desde Southampton a St.Lucia, y la clientela de la Bell Tavern en Seven Dials era mucho peor de lo que imaginaba. Había tres hombres que suponía eran salteadores de caminos, cerca de media docena de carteristas y al menos otros dos bandoleros. Todos volvieron la cabeza hacia él en cuanto apareció por la puerta. Le recorrieron con la mirada de los pies a la cabeza, sin pasar por alto el bulto del revólver que llevaba en el bolsillo. Casi inmediatamente, se volvieron para reanudar sus conversaciones.

Bradshaw no estaba allí. Dev se sentó en una esquina apartada y observó salir y entrar a la clientela. La habitación estaba abarrotada. Tomó una pinta de cerveza y cuando terminó, pidió una segunda. Estaba a punto de marcharse cuando entró un hombre alto, de anchos hombros, al que inmediatamente identificó como un caballero. Notó que el ambiente de la taberna cambiaba, como si se cargara de pronto con la electricidad de un rayo de tormenta. El hombre sonrió, inclinó la cabeza para pedirle una cerveza al propietario y se dirigió a la mesa de Dev.

– Sir James -dijo, mientras se sentaba frente a él-, esperaba a vuestra esposa.

– Y me habéis encontrado a mí -respondió Dev fríamente-. Supongo que no es ningún chollo. Pero en cualquier caso, tampoco yo esperaba veros a vos, Bradshaw. Tenía entendido que estabais en Gretna Green con lady Emma Brooke.

Bradshaw soltó una carcajada.

– Gretna está demasiado lejos. Encontré un pastor que nos casó en Londres sin hacer preguntas.

– No estoy seguro de que sea legal -respondió Dev educadamente-, pero eso, por supuesto, es asunto vuestro.

Bradshaw dejó asomar su blanca dentadura en una sonrisa.

– Y también de mis estimados suegros, que se han mostrado encantados de aceptar el matrimonio por el bien de la reputación de Emma.

– Estoy convencido de que lord y lady Brooke están encantados con este enlace.

Bradshaw bebió un largo sorbo de cerveza.

– Deberíais felicitarme. Lo único que hice fue lo que vos pretendíais hacer. Casarme a cambio de fortuna -le miró con expresión burlona-. Excepto que yo lo conseguí haciendo gala de una frialdad que vos nunca alcanzaréis. Al vencedor pertenecen los despojos, ¿eh?

Dev sintió la hostilidad de una forma casi física. Sabía que estaba intentando provocarle, pero sentía que su cólera iba creciendo.

– Absolutamente -notaba la tensión en los hombros, pero no quería dar ninguna muestra de debilidad ante Bradshaw-. Lo cual nos lleva directamente al asunto que me ha traído hasta aquí. Tengo entendido que habéis comprado las deudas de mi esposa, después de que fracasara vuestro intento de chantajearla.

– Cuando una estrategia falla, siempre se presenta una segunda oportunidad -confirmó Bradshaw-. Había hecho algunos trabajos para Hammond, así que lo sabía todo sobre el pasado de lady Devlin -sonrió, pero no había calor en su sonrisa-. Pensaba chantajearla amenazándola con desvelar a los Alton su identidad.

– ¿Qué queríais de ella? Sabéis que no tiene dinero.

Bradshaw le dirigió una mirada que le hizo desear agarrarle del cuello y arrancarle la vida.

– ¿Qué pensáis? Quería disfrutar de ella. Es tan hermosa que cualquier hombre desearía hacerlo. Quería…

Dev posó la mano en la pistola que llevaba en el bolsillo.

– Tened mucho cuidado, Bradshaw -le advirtió con dureza.

Bradshaw se encogió de hombros.

– En cualquier caso, frustró mis intenciones confesándole a Alton la verdad -sacudió la cabeza, como si estuviera enfrentándose a un misterio insondable-. ¿Por qué iba a hacer una cosa así?

Dev sonrió ligeramente, su genio se aplacó al pensar en la generosidad de Susanna.

– Para enmendar un error y ayudar a una persona a la que apreciaba. Supongo que no sois capaces de comprenderlo.

– Maldita sea, claro que no -se mostró de acuerdo Hradshaw-. Es una completa estupidez cuando alguien podría haber ganado la partida -se encogió de hombros y metió la mano en el bolsillo-. Aquí están los documentos. Compré las deudas de lady Devlin con parte de la asignación conseguida gracias al matrimonio con Emma -se echó a reír-. Qué ironía, cuando habéis estado persiguiendo exactamente eso durante años.

Devlin apretó los dientes.

– Muy gracioso, Bradshaw -le echó un rápido vistazo a aquellos documentos. Las deudas de Susanna eran sustanciales, pero en absoluto tan altas como las suyas. Alzó la mirada-. ¿Pretendéis ejecutarlas?

– Sí, a no ser que me paguéis.

Dev se reclinó en su asiento.

– Sabéis que yo tengo mis propias deudas y carezco del dinero que necesito para pagarlas.

Bradshaw asintió. Sus ojos brillaban de diversión. Estaba disfrutando del juego, pensó Dev. Le gustaba hacer sufrir a su presa. Le proporcionaba un inmenso placer. Pero había llegado el momento de chafarle tanta satisfacción.

– No vais a conseguir ese dinero conmigo -le advirtió con vehemencia-, y si insistís en reclamarlo, lo único que conseguiréis será que me encarcelen y continúe sin poder pagaros.

Desapareció al instante el brillo de diversión de su mirada.

– Aunque me encantaría veros encerrado -contestó-, preferiría contar con el dinero.

– Por supuesto -dijo Dev. Metió la mano en el bolsillo y sacó una cajita que dejó sobre la mesa-. Esto es lo que puedo ofreceros a cambio de esas deudas.

Bradshaw le miró con recelo antes de abrir una rendija de la cajita.

– No lo enseñéis mucho por aquí -le aconsejó Dev-. Esto está lleno de ladrones y delincuentes.

Bradshaw había abierto los ojos como platos al ver el contenido.

– ¡Que el diablo me lleve! -exclamó.

– Ojalá.

– Había oído hablar de esto -comentó Bradshaw, arriesgándose a mirar una vez más-, pero creía que no era cierto.

– Podéis creerlo o no -respondió Dev-. Es vuestro, si estáis dispuesto a aceptarla a cambio de las deudas de lady Devlin.

Bradshaw alzó la cabeza.

– ¿Cómo puedo saber que no es falsa? Si estáis tan necesitado de dinero, ¿por qué no la habéis vendido antes?

Devlin soltó una carcajada.

– No podía. La conseguí empleando métodos que no son… -se interrumpió un instante-, completamente legales. Si hubiera intentado venderla, habría tenido que enfrentarme a ciertas preguntas… Preguntas que no podía permitirme el lujo de contestar estando casado con Emma. Quería hacerme un sitio en la alta sociedad.

Bradshaw sonrió, casi a regañadientes.

– Así que es verdad que erais un maldito pirata. Casi me gustáis, Devlin.

– Me temo que el sentimiento no es mutuo -respondió Devlin con frialdad-. ¿La queréis o no?

– No podré venderla por la misma razón -respondió Bradshaw, mirando arrebatado la caja-. Pero no está nada mal poseer…

– Os gustan las cosas caras, ¿eh, Bradshaw? -comentó Dev con delicadeza-. Mujeres hermosas, joyas de un valor incalculable…

Podía ver la codicia y el frío cálculo batallando en el semblante de Bradshaw e intentó no contener la respiración. Casi inmediatamente, Bradshaw cerró la mano sobre la caja y se la guardó en el bolsillo. Dev sonrió, tomó los pagarés de Susanna, los rompió en dos, los arrojó a la chimenea y esperó a que se arrugaran y se transformaran en cenizas para levantarse.

– Voy a daros un consejo, Bradshaw -dijo suavemente-. Manteneos cerca de Emma, tratadla bien. En este momento sois intocable porque contáis con la protección de una esposa rica, con un título y relaciones influyentes. Pero la suerte puede cambiar. Y cuando la vuestra cambie, seremos muchos los que estaremos esperando vuestra caída.

Vio que el semblante de Bradshaw se oscurecía y le vio bajar la mano instintivamente hacia la pistola, pero antes de que pudiera sacarla, tenía la espada de Dev en la garganta. Se produjo una exclamación de sorpresa entre los parroquianos. Echaron las sillas hacia atrás y los hombres se levantaron.

Dev les dirigió una sonrisa.

– Que nadie se acerque. El señor Bradshaw quiere volver intacto con su bellísima esposa.

La violencia se respiraba en el ambiente, pero entonces, Bradshaw alzó una mano, los hombres parecieron calmarse y se reanudaron las conversaciones como si no hubiera pasado nada.

– ¿Suficientemente convincente? -preguntó Dev educadamente sin apartar la espada de la garganta de Bradshaw-. Levantaos. Y si queréis salir vivo de aquí, tendréis que acompañarme hasta la puerta. Y, Bradshaw -sonrió-, procurad no perder lo que acabo de entregaros. Quién sabe. Es posible que sea un auténtico tesoro.

La mirada de Bradshaw rezumaba odio. Era evidente que estaba comenzando a arrepentirse, pero ya era demasiado tarde.

– Si me entero de que me habéis engañado… -comenzó a decir.

– Me temo que nunca lo sabréis, ¿verdad? -dijo Dev mientras salían a un oscuro callejón-. Como bien habéis dicho, no podréis venderla. Lo único que podréis hacer será preguntaros si es auténtica -hizo una reverencia y subió al carruaje que le estaba esperando en la puerta-. Y ahora que he sembrado la duda, pasaréis toda la vida preguntándoos si es auténtica o falsa. Buenas noches, Bradshaw.

Capítulo 19

Era el día de su aniversario de boda y hacía un día precioso.

Susanna permanecía tras el mostrador en la tienda de la señora Green, con la mirada fija en los enormes ventanales de la galería, contemplando el puerto y el mar que se extendían ante sus ojos. Al regresar a Escocia, no había querido volver a las bulliciosas calles de Edimburgo. Encerraban demasiados recuerdos. En cambio, había decidido instalarse en una tranquila población de la costa oeste, con vistas a la isla de Sky y las afiladas cumbres de las Cuillins. Había numerosas tabernas en Oban en las que podría haber encontrado trabajo, y posadas que tenían como clientes a conductores y pescadores. Afortunadamente, en vez de volver a servir pintas de cervezas o a cantar baladas de taberna en taberna, Susanna había conseguido trabajo en la única tienda de ropa de Oban. La señora Green se enorgullecía de la categoría de su clientela y esperaba un nivel similar en sus empleadas. La elegancia de Susanna y sus buenos modales la habían convencido.

Durante las tres semanas que habían pasado desde que Susanna había salido de Londres, había ido a ver a Rose y a Rory y había tenido una difícil conversación con cada uno de ellos. Rory había estallado en cólera cuando Susanna le había explicado que al final, no iba a poder abandonar el hogar del doctor Murchison y que todavía tardarían algún tiempo en formar una familia. Rose había sido más moderada, su reproche había sido silencioso, pero, en ambos casos, Susanna había sido testigo de su tristeza y había tenido la sensación de que había vuelto a fallarles. No había vuelto a tener noticias del señor Churchward. A lo mejor era demasiado pronto, pero estaba segura de que Devlin había empezado el proceso de anulación matrimonial para pasar definitivamente aquella página de su vida. Se preguntaba si sabría de sus proezas a través de los periódicos sensacionalistas, si hablarían de que había conseguido el rescate de un rey o si había seducido a la meretriz de un monarca. Al pensar en ello, se le rompió otro pedazo de su maltrecho corazón.

Había llorado al descubrir que no llevaba en su vientre un hijo de Devlin, y había llorado después porque no entendía por qué lloraba. Ella pensaba que llegaría a alegrarse de poder romper con todos los vínculos del pasado. Había elegido estar sola y empezar desde cero porque tenía miedo de perder a Dev y prefería poner fin a esa relación antes de que fuera demasiado tarde. Pero en realidad, ya lo era. Lo había sido desde el momento en el que había vuelto a enamorarse de él. En dos ocasiones no había sido capaz de arriesgarse lo suficiente como para amarle sin miedos. No habría una tercera oportunidad.

Sonó con fuerza la campana de la puerta. Susanna alzó la mirada de los fardos de batista y muselina que caían en cascada sobre el mostrador y sintió que la tierra se abría bajo sus pies. Porque Devlin estaba en la puerta del establecimiento. Estaba increíblemente atractivo con el uniforme de la Marina. Susanna tuvo la sensación de que la tienda comenzaba a girar lentamente. Por un momento, pensó que iba a desmayarse. Vio a Devlin acceder al interior de la tienda y cerrar la puerta tras él. Para entonces, toda la clientela femenina estaba mirándole ya sin disimular su fascinación. La compañera más joven de Susanna se abstrajo de tal manera de su trabajo que toda una bobina de tela terminó en el suelo. Dev la recogió y se la devolvió con una sonrisa y una palabra amable, y Susanna pensó que su compañera iba a desmayarse de emoción.