– ¡Eres absolutamente boba! ¿Cómo pudiste creer una cosa así? Después, cuando ya estabas casada por la Iglesia, no pude hacer nada. Solamente lamentar que tu padre no hubiera esperado un poco. Aunque sé que él estaba decidido, tal vez habría podido impedir lo que pasó después.

– No -dijo Skye con suavidad-. Por lo menos con Niall Burke aprendí que el amor puede ser dulce…, no verdadero, pero sí dulce. Si no hubiera sido por él, tal vez habría creído toda la vida que los hombres son todos unos animales.

– Algunos hombres son más vigorosos que otros en la cama, Skye.

– Dom es un cerdo -fue la respuesta.

– ¿Por qué odias a Niall si le estás agradecida?

Los ojos de Skye se llenaron de fuego azul y su voz se transformó en dura roca.

– ¡Porque me traicionó! ¡Porque juró que me amaba! Porque me prometió hacer anular mi matrimonio y casarse conmigo. Y en lugar de eso se escapó de mi lado como un ladrón en la noche sin darme ni un beso de despedida y se fue a casa para casarse con esa O'Neill y sus títulos nobiliarios… ¡Jamás, jamás le perdonaré eso, Anne! ¡Jamás!

En el silencio que siguió, Anne O'Malley luchó con su conciencia. Conocía la verdad. Finalmente decidió que el silencio era la mejor solución. Si decía la verdad ahora, no conseguiría otra cosa que herir y enfurecer más a Skye. Ya nada podía cambiarse a estas alturas. Skye estaba casada y embarazada del primer hijo de su esposo. Niall Burke estaba también casado. Saber lo que les habían hecho no serviría sino para hacerlos más infelices. ¿Quién podía prever qué harían si llegaban a conocer la verdad?

Anne pudo dar por finalizada la conversación porque llegó un sirviente anunciando que la cena estaba servida. Una vez en el salón del banquete, las dos mujeres se separaron porque, como expresión simbólica del mayor valor de los O'Malley para los MacWilliam, el O'Malley y su esposa se sentaron más cerca de la cabecera de la mesa que Skye y Dom, que ocuparon sus sitios mucho más alejados. A Dom, sin embargo, no le importó. Gracias a la belleza e inteligencia de su esposa, era el centro de un alegre grupo de hombres jóvenes, algunos de los cuales estaban casados con mujeres hermosas de ojos atrevidos. Dom preveía unos maravillosos doce días de Navidad.

Y Skye brillaba, decidida a mostrarle a Niall su indiferencia. Para los que estaban en los lugares más favorecidos en la mesa era evidente que los del final lo estaban pasando mucho mejor. No había duda de que lady O'Flaherty era una mujer bella, encantadora y deliciosa.

Skye comió con premura, tomando sólo una rodaja de salmón fresco del primer plato y, del segundo, sólo una pechuga de pollo aderezada con limón. Comió dos rebanadas de pan de centeno con manteca, untada con elegancia con los dedos. Alrededor de ella, los otros huéspedes se atragantaban con todos los platos, pero a Skye le asqueaba el menú.

Cuando sirvieron los dulces, disfrutó de una bandeja de duraznos secos y se lamió la crema que le había quedado en los labios como un nenito. Niall la observaba desde la cabecera de la mesa y de pronto deseó besar esa boca, aunque seguía sintiendo deseos de estrangular a Skye por su perfidia.

Cuando la comida terminó, los que se habían sentado cerca de la cabecera se deslizaron lentamente hacia donde se encontraba Skye. De vez en cuando, se oían carcajadas en el grupo que la rodeaba. Cuando dio comienzo el baile, Skye no aceptó ningún baile, excepto los menos movidos, y en ninguna ocasión tuvo que esperar pareja demasiado rato. Se movía con orgullo y mucha gracia, y el vestido se desplegaba a su alrededor como una flor primaveral. Sus ojos azules brillaban y su sonrisa ardía una y otra vez.

En el salón de baile, Niall Burke se estiró furioso en su silla; apretaba la copa enjoyada con tanta fuerza que era un milagro que no la rompiera con sus grandes dedos. Sus ojos gris plateado perseguían la figura de Skye, con la concentración de los de una pantera presta a caer sobre su presa. De vez en cuando, tomaba grandes tragos de vino tinto, vaciando y llenando la copa constantemente. Qué hermosa era Skye, maldita sea; incluso ahora que estaba embarazada resultaba absolutamente deseable.

– La joven lady O'Flaherty es muy popular -se atrevió a decir Darragh.

– Sí -gruñó él, y se levantó bruscamente para ir a reunirse con los bailarines. El joven que estaba bailando con Skye sintió la presión de una mano sobre su hombro. Volvió la cabeza y descubrió a su anfitrión, enrojecido de sol y de ira, así que se apartó con rapidez. Niall pasó un brazo por la cintura de Skye y con la mano libre cogió la de Skye. La sonrisa de Skye se extinguió, pero no perdió el ritmo ni por un segundo.

– ¿Te parece sensato bailar en tu estado?

– Espero un hijo, milord. No estoy enferma.

– Has cambiado, Skye.

– No, milord. Simplemente aprendí a no confiar en promesas de seductor.

Se separaron siguiendo el ritmo pautado del baile y ella tejió con cuidado su figura para encontrarlo de nuevo al otro lado.

– Es difícil comprender la forma en que funciona una mente de mujer -dijo él-. Te portas como si yo te hubiera rechazado…

– Y es cierto, vos me traicionasteis. Me abandonasteis sin despediros y os fuisteis a casa a casaros con vuestra novia, que parece un pescado muerto. Ni siquiera tuve oportunidad de rechazaros, pero lo hago ahora.

– Yo no me casé con Darragh O'Neill hasta después de tu boda con Dom, Skye. Había estado comprometido a su hermana Ceit.

Otra vez los separó la figura. Cuando volvieron a encontrarse, Niall agregó:

– Y nunca me hubiera casado con ella si no hubiera sido por tu carta.

Skye se paró en seco.

– ¿Qué carta?

Una sola mirada a esa cara y Niall Burke comprendió que algo andaba muy, pero muy mal. Pero estaban en una sala llena de gente y algunos los estaban mirando con curiosidad.

– Claro, claro, estáis cansada. En vuestro estado… Permitidme que os escolte hasta una silla y os traiga una copa de vino, lady O'Flaherty -dijo Niall en voz alta, llevándosela de la pista de baile hasta una silla en un rincón cerca de una ventana, apartada del resto de los invitados.

Aunque todos los presentes los veían, podían hablar sin ser escuchados. Niall tomó dos copas de vino de un sirviente que pasaba y le alcanzó una a Skye. Ella comprendía la necesidad de fingir. Se reclinó con los ojos entrecerrados, como si estuviera muy cansada. Le latía el corazón, no de cansancio, sino porque se había dado cuenta de pronto de que probablemente todo había sido un truco.

– ¿Qué carta? -volvió a preguntar.

– No te dejé por voluntad propia, Skye. Tu padre hizo que un muchachito trepase hasta la ventana y, una vez en la habitación, abriese la puerta para que él y sus hombres pudiesen entrar en tu dormitorio. Me amordazaron y me arrastraron fuera. Le expliqué nuestros planes a tu padre pero no quiso escucharme. En lugar de eso, me golpeó hasta dejarme inconsciente e hizo que un tal capitán MacGuire me llevase al castillo de mi padre. Al día siguiente, me entregaron una carta en la que tú repudiabas nuestras relaciones. Por Dios, Skye, la letra era de mujer y reconocí el sello de uno de tus anillos.

– Todos tenemos esos anillos, Niall. Todas mis hermanas, incluso Eibhlin.

– No lo sabía -suspiró él abrumado-. Parece, amor mío, que esos dos insectos que tenemos por padres consiguieron lo que se proponían con turbios ardides. ¡Los odio a ambos!

– ¿La amas, Niall?

– No. Iba a ser monja y de corazón todavía lo es. Pasa más tiempo arrodillada que en nuestra cama.

– ¡Me alegro! -dijo ella con furia y Niall la comprendió.

– ¿Y el niño…?

– Es de Dom. De eso no hay duda, Niall, lo juro. ¿Crees que yo estaría aquí si fuera tuyo?

– Entonces, ¿lo amas?

– Nunca lo amaré pero soy su esposa como tú eres marido de Darragh. Y ahora -dijo ella-, dadme las buenas noches, milord, porque estamos convirtiéndonos en el centro de atención de todo el salón y veo venir a Dom.

– Buscaré otra oportunidad para hablar contigo -dijo él. No la dejó. Se quedó esperando hasta que Dom se reunió con ella-. Vuestra esposa está muy cansada por el baile, O'Flaherty. Debéis cuidarla mucho. Lleva a vuestro heredero en su vientre. Podéis consideraros afortunado.

Dom, sorprendido por esas palabras, se quedó sin habla. Niall hizo una reverencia, besó con dulzura pero con rapidez la mano de Skye y dijo:

– Buenas noches, lady O'Flaherty. -Después se fue hacía el centro de la sala.

– ¿Me llevarías a la habitación, Dom? Estoy agotada. -Skye luchaba para mantener su voz serena. ¡Dom no debía saberlo! ¡Ni sospecharlo siquiera!

– Claro, amor mío -le contestó él con la voz dulce. La ayudó a levantarse y caminó con ella por el salón. Cuando llegaron a la habitación, ella le pidió que fuera a buscar a su dama de compañía-. No, amor, yo mismo te haré compañía. -Su voz era acariciante y suave. Era un signo peligroso-. No había mujer que pudiera compararse contigo esta noche -murmuró-. Todo el mundo me ha envidiado. Todos ellos te miraban y se imaginaban lo que sería poseerte una noche, pero yo soy el único que puede hacerlo, Skye, ¿no es cierto? -Le había sacado el vestido y sus dedos le desataban las enaguas con agilidad. Luego, la camisa. Finalmente, la dejó desnuda y temblando, sólo con las medias bordadas con la cinta dorada y los adornos rosados y plateados. Miró despacio, con los ojos llenos de deseo, la nueva redondez de sus senos y el pequeño bulto del vientre. Su mano acarició esas redondeces y Skye, casi sin respirar, rezó para que le bastara con esa sensación de posesión.

– Arrodíllate al borde de la cama, Skye.

Ella tembló.

– Dom, por favor… No es bueno para el bebé.

– ¡Arrodíllate, perrita! ¿O quieres que termine por creer lo que dijeron mis ojos cuando te miré en la sala y vi cómo el maravilloso lord Burke se arrodillaba a tu lado, solícito, mirándote las tetas? ¡Y tú… tú lo alentabas!

– ¡Claro que no! -A Skye se le tensaron todos los músculos del cuerpo. Suspiró, se arrodilló en el borde de la cama, apretando los puños con fiereza. No había forma de luchar contra él. Si se resistía, el castigo sería mayor.

Él la miró; tan dócil, tan obediente. Estaba enfurecido con ella, pensaba en someterla a sodomía porque sabía que odiaba esa degradación en especial. Pero le preocupaba el niño. Era su hijo y eso hacía que ella estuviera unida a él irrevocablemente. Sin el niño, ella tal vez huiría con Niall Burke y haría que todos se rieran de los O'Flaherty.

Se soltó las calzas y dejó salir su hinchado órgano. Vio que ella volvía a temblar y la sensación de poder que le proporcionaba ese miedo lo excitó todavía más. Encontró con facilidad el camino hacia el interior de Skye y deslizó sus manos sobre los senos para jugar con los sensitivos pezones mientras se balanceaba en ondulaciones parsimoniosas y cálidas.

– Tu perro se lo hace así a las hembras en mis perreras. Lo vi hacerlo varias veces -murmuró mientras le mordía el cuello. Ella no dijo nada. Por suerte, él terminó pronto-. Ahora me voy otra vez al salón. Descansa, Skye -dijo él, ajustándose la ropa.

Luego se fue.

Durante unos minutos, ella se quedó quieta, la cara húmeda de silenciosas lágrimas. Luego se puso en pie y se sacó las medias. Se envolvió en una bata y volvió a acostarse. Si hubiera podido hervir su cuerpo en agua, lo habría hecho, y sabía que ni aun así habría podido quitarse el recuerdo del roce de las manos de Dom, el hedor de su deseo que impregnaba su piel.

No podía dejar de llorar. Había sido demasiado. Saber que su padre y el MacWilliam habían conspirado para que Niall no volviera a acercarse a ella casi había vuelto a romperle el corazón. Había sido mucho más fácil cuando podía odiar a Niall. Exhausta, se durmió.

El sonido súbito de la puerta al abrirse la despertó. Tensa y asustada escuchó a alguien caminando en la oscuridad. Debía ser Dom, de vuelta del baile y probablemente, borracho. Se quedó quieta con la esperanza de que él creyera que estaba durmiendo.

– Skye -le llegó un susurro.

– ¡Niall! -Skye se sentó en la cama-. ¿Estás loco? Por el amor de Dios, ¡vete, rápido, antes de que vuelva Dom! ¡Te lo ruego, mi señor!

Él cerró la puerta despacio y echó el cerrojo.

– Dom está borracho, tirado en el salón con sus amigos. Mi paje lo vigila. Si se despierta, nos avisará mucho antes de que él pueda volver. -Por Dios, qué hermosa era ella con esa nube negra de cabellos que giraba alrededor de sus hombros, los ojos enormes y enturbiados ahora por la preocupación. Se sentó en el borde de la cama y la abrazó-. Estuviste llorando. -Una afirmación, no una pregunta.

– Era más fácil cuando creía que me habías traicionado -dijo ella con tristeza, sabiendo que él la entendería.