– También lo era para mí, querida… -Él se estiró y le acarició el cabello.
– ¿Tu esposa…? -Skye tenía que preguntar.
– Está en una de sus interminables vigilias en la capilla. Lo hace para evitarme, pero a mí no me importa. Acostarse con ella es como acostarse con un cadáver.
– Oh, Niall… -La voz se le quebró, inclinó la cabeza y la apoyó en el hombro de él.
– ¡Skye! ¡Amor mío! ¡No llores! Maldita sea, Skye, me vas a romper el corazón.
La boca de Niall buscó la de Skye. Ella suspiró, le rodeó el cuello con sus brazos y se entregó al cuidado del que amaba. La mano de Niall encontró el bulto de los senos y parecía tan natural que los acariciase, tan bueno… Ella separó su boca de los labios de Niall el tiempo suficiente para murmurar:
– Sí, Niall, sí, ámame… -E inmediatamente las bocas se unieron de nuevo y ella se perdió en una pasión arrolladora que le recorrió el cuerpo como un vendaval y la dejó casi inconsciente.
La boca de él le acarició el montículo que florecía ahora con el nuevo bebé.
– Ojalá fuera mío -murmuró con voz ronca-. ¡Dios! ¡Estás tan hermosa con ese bebé que crece en ti! Como una de esas diosas celtas de la fertilidad.
– Recé tanto -dijo ella-, recé tanto para que me hubieras dejado un bebé esa noche. Y lloré horas cuando supe que no era así. Eibhlin dice que ese llanto le hizo temer por mi salud mental. Después vino Dom… -La voz de Skye se apagó sin terminar la frase…
– Lo mataré -aseguró Niall en voz baja.
– ¿Y tu pobre esposa? ¿La matarías también? ¿Qué mal ha hecho esa pobre criatura? Dices que quería ser monja y por lo que veo debía de tener verdadera vocación. ¿No ha sufrido tanto como yo, entonces? -Skye suspiró y se apartó de él, sus ojos azules llenos de fuego-. ¡Niall, amor mío! Estamos casados con otros y no podemos remediarlo. No hay esperanza para nosotros. Te amo, Niall, pero cuando vuelva a Ballyhennessey no quiero verte de nuevo, nunca más. No puedo verte y esconder mi amor al mundo. Dom ya sospecha. No quiero que haya problemas entre vosotros dos, porque él es como un niño y puede ser muy traicionero. No soy ingenua y no voy a pedirte que me olvides. Ninguno de los dos olvidará, pero debemos separarnos.
Él la abrazó de nuevo.
– No puedo pensar en dejarte otra vez -dijo con voz ronca.
– La verdad, amor mío, es que nunca me has tenido de veras -le contestó ella con tristeza infinita.
Durante un minuto, se aferraron uno al otro porque no querían que ese interludio agridulce terminara para siempre. Después, él la besó con ternura y se separó de ella, acomodándola en la cama.
– Encontraré momentos para acercarme a ti durante esta visita -dijo-. Pero prométeme una cosa. Prométeme que me pedirás ayuda cuando la necesites. Sea cuando sea, amor. No puedo vivir tranquilo si no me das tu palabra, Skye, júramelo. No pienso permitir que O'Flaherty te maltrate.
– No le tengo miedo a Dom, Niall. Siempre que finja ser una esposa obediente en público, su vanidad estará satisfecha, y sé que me necesitará. -Ella no quería decirle la verdad, contarle las ceremonias degradantes a la que la sometía su esposo, porque sabía que eso lo enfurecería y que, de todos modos, no podría hacer nada al respecto-. Quédate conmigo un momento más -le rogó. Él le tomó la mano, sonriendo. Ella cerró los ojos y pronto se durmió. Él sacó la mano con lentitud y se levantó, abrió la puerta y salió de la habitación.
Volvió al salón del banquete y le pidió al paje que se marchara. Luego, se fue a sus habitaciones y en el camino casi tropieza con un muchachito que parecía una ardilla.
– Perdón, mi señor, el MacWilliam quiere veros. -Niall asintió y fue hasta las habitaciones de su padre.
Encontró a su padre sentado en la cama, con un gorro de noche sobre la cabeza. Tenía vendas nuevas en el pie gotoso y una copa en la mano. Niall se inclinó y olfateó la copa.
– Pensé que el vino de malvasía era perjudicial para tu pierna.
– Según ese médico de los mil diablos todo es perjudicial para mi pierna. Supongo que si todavía pudiera llevarme una mujer a la cama, me diría que eso también es perjudicial para mi pierna -fue la enfurecida respuesta. Después el MacWilliam hizo una pausa-. Se diría que la hermosa lady O'Flaherty es perjudicial para mucho más que para tus pies, Niall, hijo mío.
Los dos hombres se miraron a los ojos y el MacWilliam suspiró.
– Me equivoqué al forzar tu matrimonio con una O'Neill. Veo que la chica de los O'Malley hubiera sido mejor esposa para ti. ¡Dios! ¡Siete meses de matrimonio y ya lleva un hijo en el vientre! Y lo lleva bien. ¡Qué madre! Le dará a O'Flaherty una carretada de hijos varones y todavía tendrá una cintura deliciosa para las manos de un hombre. Y qué belleza…, ese cabello y esos ojos azules, y esas tetitas maravillosas… Maldita sea, ¡ojalá no fuera tan viejo!
Niall se rió pero su padre continuó, hablándole en un tono menos cómico.
– No te acerques a ella, Niall. O'Flaherty no permanecerá impasible a un adulterio. Te matará si te encuentra con su esposa. Sé que has estado en su dormitorio esta noche mientras él se emborrachaba abajo. ¡Ten cuidado, muchacho! Eres mi único hijo, mi único heredero, y te quiero. Hasta que no tengas un hijo legítimo no estaremos a salvo.
– Quédate tranquilo, padre. Skye y yo sólo hablamos. Si lo hubiéramos hecho en público, habría habido chismes hasta dentro de un siglo.
– ¿Hablasteis? ¡Por Dios, Niall! Si yo fuera sólo veinte años más joven y estuviera solo con esa belleza, te juro que no me hubiera dedicado a hablar con ella…
Niall volvió a reírse.
– Vamos, padre, lleva un hijo de seis meses en el vientre.
– Hay formas, hijo mío.
– Lo sé, y tal vez si el hijo fuera mío…, pero no lo es. Además -y Niall miró a su padre con firmeza-, desde que descubrió vuestro truco de la carta, Skye es mucho más vulnerable. No quiero abrir aún más sus heridas. La amo.
– Si perdiera el bebé…, estaría libre de O'Flaherty -dijo el viejo con astucia-. Seguiría siendo su esposa, claro, pero estaría libre para venir a ti…, y yo… reconocería los bastardos que te diera como herederos, porque realmente dudo que esa niñita O'Neill conciba algún día.
– No me tientes, padre. Si piensas que Skye es digna de llevar tus nietos en su seno, también lo es de llevar tu nombre. La miras y lo único que ves es una yegua de cría que asegurará tu estirpe. Pero yo la amo. Nunca he querido a otra mujer por esposa. -Niall lo miró y suspiró con rabia-. Pero O'Flaherty es fuerte y saludable. Probablemente viva eternamente. No tengo esperanzas.
– Podríamos arreglar su muerte…, pero eres demasiado noble, Niall. El amor te ha convertido en un debilucho. Si no quieres reclamarla para ti, entonces no te le acerques. El marido podría matarte en un ataque de celos -gruñó el viejo.
– Tal vez yo lo mataría a él -murmuró lord Burke con voz calma.
Capítulo 6
El hijo de Skye, Ewan, nació en primavera. Eibhlin ayudó en el parto. Había llegado al castillo de los O'Flaherty inmediatamente después de la Noche de Reyes. La pobreza del pequeño castillo de los O'Flaherty la había impresionado. Anne le había repetido las descripciones de Skye, pero la monja había supuesto que la amargura de su hermana menor la hacía exagerar. Ahora veía que lo que le había contado Anne era verdad, una verdad terrible.
Las paredes del edificio estaban muy deterioradas y se filtraba aire por todas partes. El suelo estaba desnudo y apenas se veía alguna que otra alfombra desgastada y mugrienta. Los pocos tapices que colgaban de los muros estaban casi pelados por el uso y no contribuían a caldear las habitaciones. El mobiliario era pobre y escaso. Eibhlin estaba asombrada. Sabía que su padre y su madrastra habían enviado muebles y adornos con Skye, como parte de la dote, pero cuando interrogó a su hermana, lo único que consiguió fue una confusa explicación acerca de Gilly y Dom y de sus enormes deudas.
Con su hermana a su lado, Skye pasó un invierno tranquilo y el parto fue relajado y fácil. Eibhlin se marchó cuatro semanas después. Regresó a los pocos meses, porque el segundo hijo de Skye, Murrough, vino al mundo apenas diez meses después del primero.
Murrough nació durante una terrible tormenta de mediados de invierno. Por suerte, el parto también resultó fácil porque esta vez Eibhlin había tenido que luchar con otros factores además del nacimiento mismo. Los vientos habían soplado con tal fuerza que en algunas partes de la casa el suelo estaba cubierto de dos centímetros de nieve. El viento había atravesado las agrietadas paredes y las ventanas cubiertas sólo con pieles de oveja. Eibhlin estaba furiosa. La desesperaba ver vivir así a su hermana. La dote de Skye había sido usada para pagar deudas de juego, o vino, o regalos para las mujeres que divertían a Dom y a su padre. Eibhlin se juró una cosa: Skye no volvería a dar a luz un bebé en esas circunstancias, no hasta que Dom se tomara las cosas más en serio.
– Diez meses entre un bebé y otro es poco tiempo -recriminó a su hermana-. Ahora debes descansar por lo menos un año antes de concebir de nuevo.
– Díselo a Dom -murmuró Skye con la voz muy débil-. Dentro de un mes volverá a acostarse conmigo. A pesar de sus putas, me desea ardorosamente. Además, yo creía que no se podía concebir mientras se amamantaba.
– Un cuento de viejas que ha hecho mucho daño -replicó Eibhlin-. Y te aseguro que voy a hablar con Dom. Y te daré la receta de una poción que impedirá que concibas.
– ¡Eibhlin! -Skye estaba escandalizada y divertida al mismo tiempo-. ¿Tú?, ¿una monja? ¿Cómo sabes todo eso?
– Sé tanto como cualquier médico -replicó Eibhlin-. Más incluso, porque soy también comadrona y conozco las hierbas medicinales. Es tradición entre las viejas. Los médicos desprecian esas cosas, pero se equivocan. Puedo explicarte varias formas de impedir la concepción.
– ¿Y la Iglesia no las prohíbe? ¿No son pecaminosas, hermana?
La monja le respondió con voz tensa:
– La Iglesia no ha visto bebés inocentes muriendo de hambre porque hay demasiadas bocas que alimentar en la familia. No ha visto a bebés y madres congelados hasta la muerte, azules de frío porque no hay mantas ni ropa suficiente en esas chozas que llaman casas, porque no hay comida ni leña para calentarse. ¿Qué saben esos curas y esos obispos bien cebados y apoltronados en sus casas de piedra sobre esas almas y sus sufrimientos? Yo ayudo como puedo, Skye. A las inocentes y supersticiosas les doy un «tónico» para ayudarlas a recuperar fuerzas después de varios partos. No saben lo que les doy. Si lo supieran no lo tomarían, porque realmente creen en la condenación eterna que promete la Iglesia. Tú, hermana, no eres tan tonta.
– No, Eibhlin, no lo soy. Y no quiero más hijos de Dom. No quiero perder mi juventud antes de tiempo. Voy a criar a este hijo sabiendo lo que hago. Una de las amantes de Dom dio a luz hace un mes. Tiene los senos como enormes odres y me divertirá que alimente a mi hijo y al bastardo de Dom. Puede vivir aquí con los dos niños y tener a la nodriza de Ewan como compañía.
– Te has endurecido, Skye.
– ¿De qué otra forma podría sobrevivir en esta casa? Ya has estado aquí lo suficiente como para saber cómo son los O'Flaherty.
La monja asintió.
– ¿Has podido encontrar un marido para Claire?
– No y no creo que pueda hacerlo a menos que convenza a Dom de que le dé una dote. Gilly y Dom se jugaron la dote que le había dejado su madre. No queda nada. Y si no supiera ciertas cosas, juraría que esa chica es medio boba, porque no le importa. Los pocos jóvenes que han venido a cortejarla se han topado siempre con una absoluta indiferencia. Uno resulta ser demasiado gordo; otro, demasiado flaco. Este es un bufón y el siguiente no tiene sentido del humor. Uno es excesivamente ardiente y el otro no tiene sangre en las venas. No la comprendo. No tiene vocación religiosa, ni interés por nada ni nadie, según veo. Tampoco parece decidida a controlar su propia vida, como yo hubiera querido. No le importa nada.
– Tal vez quiere quedarse con su padre y su hermano. Algunas mujeres son así.
Skye miró a su hermana con expresión cándida.
– ¿Realmente crees eso, Eibhlin?
– No -le llegó la respuesta, rápida, directa-. Es una chica taimada, siempre con secretos, a pesar de su aspecto angelical. Hay algo… -y Eibhlin dudó, no queriendo ser injusta, pero en verdad preocupada-. Hay algo maligno en Claire, algo perverso -sentenció.
Skye estaba de acuerdo. Pero no podía hacer absolutamente nada con Claire a menos que le encontrara un marido. Lo que le molestaba más era que Claire siempre estuviera riéndose de ella, como si escondiera un secreto que no quería compartir con nadie, especialmente con Skye.
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