Cuando entró en el gran salón, se sorprendió al ver que Skye no se había cambiado y llevaba aún las ropas de montar. La O'Malley se arrodilló con los capitanes a su espalda. Puso sus manos sobre las del MacWilliam, viejas y retorcidas, y luego sobre las de Niall, cálidas y firmes, y juró dos veces su lealtad a los Burke, luego se levantó lentamente para aceptar el beso de la paz. Lord Burke notó el orgullo y el amor que fluía de los ojos de los rudos capitanes de la flota de los O'Malley. Era evidente que la adoraban, y él se sintió tranquilo al pensar que ella navegaría con esos hombres leales y valerosos.

Luego, bruscamente, para vergüenza y sorpresa de todos, apareció Darragh con su vestimenta de convento y, cuando vio que había logrado acaparar la atención de todos los presentes, espetó:

– Milord MacWilliam, pido que se haga justicia contra esta mujer malvada en favor de los O'Flaherty de Ballyhennessey. ¡Ah, asquerosa prostituta de Babilonia, tus días están contados! ¡El Señor caerá sobre ti con el fuego y la espada!

Skye se volvió con rapidez hacia Niall, los ojos llenos de piedad.

– ¡Desalojad el salón, rápido! -gritó el MacWilliam con la cara enrojecida de furia y los ojos llenos de rabia. Cuando sólo quedaron él, su hijo, Darragh y Skye, se volvió hacia su nuera-: Espero, señora, que tengáis una muy buena explicación para esta intromisión y sobre todo para vuestras destempladas palabras.

– Ya no soy «señora», os lo aseguro, soy María, la Hermana Penitente. Ese iba a ser mi nombre antes de que vos me arrancarais de mi convento y me forzarais a unirme en vínculo carnal con vuestro hijo. Pronto volverá a ser mi nombre porque no pienso quedarme aquí, pienso volver a St. Mary's, pero antes de irme, quiero que se haga justicia con respecto a un horrible crimen cometido por esta mujer. Primero dejó inválido a su esposo, y lo hizo con total deliberación. Luego, lo abandonó cruelmente, llevándose a sus hijos y su dinero. ¡Exijo justicia! ¡Dios lo exige!

– ¿Qué estupidez es ésta? -rugió MacWilliam.

– Darragh dice que recibió una carta de Claire O'Flaherty -explicó Niall con voz tranquila.

– ¡Esa perra mentirosa! -gritó Skye, furiosa, y el MacWilliam y su hijo sonrieron.

– De acuerdo, O'Malley, ¿cuál es vuestra explicación entonces? -preguntó el viejo.

Skye miró a Darragh con desprecio.

– ¿Es vuestra nuera lo bastante fuerte como para escuchar la verdad? No es una historia agradable, os lo aseguro…

– Hablad, O'Malley -ordenó el MacWilliam.

– Claire O'Flaherty miente, milord. Los descubrí, a ella y a su hermano, cometiendo incesto. -Y Skye relató su historia brevemente-. Cuando lo esquivé, cayó escaleras abajo.

Darragh Burke, que se había puesto pálida al oír la palabra «incesto», gimió de dolor y cayó desmayada. El MacWilliam y su hijo la miraron y luego se volvieron hacia Skye.

– El cirujano dice que Dom nunca volverá a caminar. En tales circunstancias, no creo tener obligaciones para con él. Sus propiedades estaban en condiciones ruinosas cuando nos casamos. Los tributos anuales que os adeudaban no habían sido pagados en tres años, pero ahora lo hemos pagado todo, gracias a mí. Las tierras de los O'Flaherty han vuelto a ser prósperas desde que yo las administro. Soy hábil para eso. Lo logré a pesar de las apuestas y las prostitutas de Dom. Claire O'Flaherty me debe cada bocado de comida que ingiere, cada gota de agua y vino que bebe, me debe las ropas que usa. Tal vez hubiera podido casarse y estar a salvo, pero su perverso deseo se lo impedía. Ella fue la que eligió quedarse en Ballyhennessey y mantener una relación incestuosa con su hermano en lugar de buscar un marido honesto. Cuando Dom quedó paralítico, le dije que podía quedarse y cuidarlo, o marcharse, según prefiriera. -Skye miró al MacWilliam con ojos duros-. Si creéis que sus acusaciones tienen algún fundamento, milord, respetaré vuestra decisión.

El viejo estiró la mano y acarició el cabello sedoso de Skye.

– No hay ningún fundamento en esas acusaciones, O’Malley -dijo en voz baja-. Si no acepta mi decisión, la entregaré a la Iglesia, que la tratará con mucho mayor rigor que vos o yo. -Sonrió-. Ahora, hija, espero que aceptes mi hospitalidad por unos días. Has pasado por una época muy agitada y tienes una gran responsabilidad ante ti.

Ella sonrió también, y él volvió a pensar en lo extraordinariamente bella que era. Durante un segundo lamentó tener la edad que tenía y padecer las enfermedades que siempre la acompañan. Envidió a su hijo, por esa mujer hermosa que, sin lugar a dudas, se convertiría en su amante.

– Aceptaré vuestra invitación, mi señor, pero sólo por un día. Tenéis razón, ahora estoy cargada de responsabilidades. Toda la flota de mi padre está ociosa, a la espera de mis órdenes, y no puedo darlas hasta que haya estudiado los libros. Mi hermano mayor prefiere la Iglesia al mar y aunque pienso adiestrarlo en los negocios de mi padre, porque los varones cambian de idea con facilidad, no creo que Michael decida otra cosa. Por lo tanto, tendrá que ser mi hermanastro Brian el que se convierta en el nuevo O'Malley. Y Brian tiene sólo seis años. Pasarán diez hasta que pueda asumir sus responsabilidades. Y además, tengo dos hijos que criar.

– ¡Basta, hija! -dijo el MacWilliam-. Me estás cansando. Es demasiado para una mujer. Me pregunto en qué estaba pensando tu padre cuando te nombró su sucesora.

Skye lo miró con orgullo.

– Mi padre sabía que yo no fallaría. Pudo haber elegido a uno de los esposos de mis hermanas, o a mi tío Seamus, pero me eligió a mí. ¡Yo soy la O'Malley! -Luego, sus ojos se suavizaron y el color cambió de azul púrpura a azul verdoso-. Pero esta noche seré solamente Skye O'Malley y vuestra huésped. -Se volvió sin añadir una palabra más y salió de la habitación.

El MacWilliam llamó a un sirviente para que retirara a Darragh, todavía inconsciente.

– Si quieres tener a la O'Malley, muchacho -le dijo el viejo a Niall-, será mejor que la domes pronto. No es una debilucha cualquiera, te lo aseguro. Es una mujer hecha y derecha. Una vez que pruebe el gusto del poder, no podrás ponerle una brida con facilidad. Veré si puedo hacer algo con tu matrimonio, porque esta chica de los O'Neill tiene que volver a su convento. En cuanto a O'Flaherty, la salud de un inválido es siempre precaria. Supongo que no te importará que lo ayudemos a pasar a mejor vida, discretamente, claro está.

Niall meneó la cabeza sin dudar.

– ¿Puedo hablarle a Skye de matrimonio?

El viejo sonrió con una mueca traviesa.

– Si así lo deseas, sí. Me imagino que necesitarás toda la ayuda que puedas tener. Es una mujer muy decidida.

Niall sonrió mientras se dirigía a las habitaciones de Skye. Tenía el corazón rebosante de alegría. ¡Ella sería suya! Estarían juntos y se amarían, y ella le daría robustos hijos varones y hermosas hijas, y serían felices. Entró en la habitación de Skye como una tromba, asustando a Mag y a una Skye casi desvestida.

– Mi padre va a llevar adelante los trámites de la anulación, amor mío. ¡Nos casaremos muy pronto!

Hizo un gesto como para atraparla, pero ella lo evitó.

– ¡Mag! ¡Fuera! Te llamaré cuando te necesite. -Y luego-: No me toques, Niall. No soporto que me toquen. Has oído lo que me hicieron. No quiero que nadie vuelva a tocarme nunca más. Me alegro de que te libres de Darragh O'Neill, pero búscate otra esposa. Mi marido está vivo y, aunque hubiera muerto, no desearía casarme de nuevo. Nunca volveré a ponerme a merced de un hombre. -Tembló de arriba abajo.

Él estaba paralizado por la sorpresa. Ésa no era la muchacha que había conocido.

– Skye, amor mío -empezó a decir con dulzura-, sé que te han hecho mucho daño. Pero yo nunca te haría daño. ¿No te acuerdas de lo que sentíamos? Lo nuestro era una dulzura sin límites. Vamos, amor -susurró, tendiéndole la mano-, deja que me acueste contigo. Eso borrará tus recuerdos.

– ¡Niall! -Los ojos de ella se llenaron de lágrimas-. Por favor, compréndeme. No puedo soportar que me toquen; nadie, ni siquiera Mag. Mi vieja y querida Mag. Soporté el deseo brutal de Dom durante tres años. Y seguía acordándome de lo que había sido contigo y rezaba para que un día pudiéramos estar juntos de nuevo. Ninguna de las obscenidades de Dom logró borrar tu recuerdo. No hasta que, esa noche, él y su asquerosa hermana… -No pudo continuar.

Él terminó la frase por ella, con voz tranquila y tenue.

– Hasta la noche en que te violaron.

– Sí -afirmó ella, y volvió a quedarse en silencio.

– Comprendo -dijo él con su voz profunda, cálida, llena de suavidad. Quería hacer que se sintiera mejor, mostrarle que él seguía siendo el mismo-. Las heridas están abiertas todavía y yo, en mi felicidad, pensé que te alegraría compartir conmigo la idea de que podíamos volver a estar juntos. Perdóname, amor mío. Tú has sufrido dos impresiones horrendas y ahora estás cargada de responsabilidades. Necesitas tiempo. Lo tendrás, querida.

Las pestañas de Skye eran como hilos de seda contra su pálida y bella piel. Una enorme ola de piedad recorrió el cuerpo de Niall cuando vio que dos lágrimas cristalinas se deslizaban por sus mejillas. Quería acercarse a ella y acariciarla, abrazarla, tomarla entre sus brazos, consolarla, borrar el horror. Pero se quedó allí, quieto, con los puños cerrados, y luchó por controlarse para no asustarla y tal vez perderla para siempre.

Finalmente, ella le contestó:

– Te amo, Niall. Nunca he amado a ningún otro hombre.

– Lo sé, Skye -le contestó él con rapidez-. Y por eso voy a esperar.

– ¿Esperar qué? -Los ojos húmedos se abrieron para mirarlo.

– Sí, mi amor. Esperar. El terror se borrará con el tiempo y, cuando esto suceda, yo estaré aquí. No me importa que sea dentro de un mes, un año o diez.

– Necesitas un heredero, Niall. Tu padre lo desea desesperadamente.

– Tú me lo darás un día, amor mío.

– Estás loco. -Pero había una sonrisa a punto de insinuarse en los bordes de esa boca sensual.

– Loco no, amor mío, solamente enamorado de una fiera salvaje y dulce que algún día volverá a mí.

De pronto, ella le tendió la mano. Él la tomó y la sintió temblar, y ella permitió que la sostuviera.

– Dame tiempo, Niall y volveré a ti. Sé que lo haré. Ahora estoy segura. Dame tiempo.

Una sonrisa de intensa alegría iluminó el rostro de Niall, su boca se curvó hacia arriba, sus ojos plateados se aferraron a los de ella.

– Señora, os daré el tiempo que necesitéis. No conozco ninguna otra cosa por la que valga más la pena esperar.

Se inclinó todavía con la mano de ella entre las suyas y le acarició la piel con los labios. Ella tembló levemente -¿revulsión o deseo?- Niall se enderezó y salió de las habitaciones de su invitada.

Skye se quedó allí, paralizada, casi sin respirar. ¡Él la amaba! A pesar de todo, seguía amándola. ¡Y quería esperar! Y ahora, mientras volvía a sentir la sangre corriendo por sus venas, calentándola como nunca desde aquella noche terrible, supo que todo estaría bien. Los recuerdos eran muy recientes pero algún día lograría superarlos. Y cuando lo hiciera, Niall estaría esperándola.


Al día siguiente, la O'Malley agradeció la hospitalidad a su señor y al hijo de éste y después de una galopada hasta la costa, navegó hacia Innisfana. Un mes después, el MacWilliam supo que la transmisión del poder de O'Malley a su sucesora se había llevado a cabo sin problemas y que la flota había vuelto a zarpar.

Y Niall Burke esperó. El proceso de curación de Skye había empezado y, cuando llegara a su fin, estarían juntos para siempre. Él no quería acercarse a ella antes de eso. Había tiempo, mucho tiempo.

Capítulo 7

Pasó un año. Dom murió. Su muerte, aunque súbita, no fue inesperada. Imposibilitado de ambas piernas, había perdido la voluntad de vivir. Claire O'Flaherty desapareció poco después de la visita de un primo de Inglaterra y en Ballyhennessey quedó solamente Gilly, una triste sombra del antiguo señor del lugar, que pasaba sus días hundido en la ofuscación del alcohol. Frang, el alguacil, manejaba las propiedades con diligencia.

El pequeño y próspero imperio comercial de los O'Malley se hizo todavía más próspero con el hábil manejo de Skye, y el MacWilliam tuvo que admitir que Dubhdara O'Malley sabía lo que hacía cuando dejó a su hija a cargo de todo. El asunto de cómo se comportaría ella en tiempos de guerra era completamente distinto, claro está, y él todavía no la había requerido para tal finalidad.

A los nueve años, Michael O'Malley era más un inminente seminarista que un niño, y su vocación era tan evidente que Skye decidió enviarlo al colegio del monasterio de St. Brendan's, para que preparara su entrada en el seminario en cuanto cumpliese dieciséis años. No tomaría sus votos definitivos hasta los veinte y, para entonces, sus hermanastros se habrían casado y probablemente tendrían herederos.