– Mi nombre es Khalid el Bey.

– ¿Dónde estoy?

– En mi casa, en la ciudad de Argel.

Ella volvió a su silencio. Después de un momento, se aventuró a decir:

– ¿Cómo llegué aquí?

– Os trajo el capitán Rai el Abdul. Decidme ahora, hermosa mujer, ¿cómo os llamáis?

– Me llamo Skye -le contestó ella.

– ¿Y de dónde venís? -la provocó él.

Los grandes ojos color zafiro de la muchacha parecían confusos y no tardaron mucho en llenarse de lágrimas.

– No lo sé -sollozó-. No sé de dónde vengo. Seguramente el capitán Abdul debe de saberlo.

Khalid el Bey meneó la cabeza.

– No. Él os recibió de otro barco que partía a un viaje muy largo. Mi capitán, en cambio, volvía a casa. -Luego, al notar que había miedo en los ojos de ella, Khalid dijo con más familiaridad, como para tranquilizarla-: No te asustes, hermosa Skye. Estoy seguro de que, muy pronto, lo recordarás todo. Sabemos que eres europea porque estamos hablando en francés, aunque tu acento no parece ser el de esa lengua. Hablaremos de nuevo más tarde.

Pero Skye no había recuperado la memoria.

El médico árabe de Khalid la examinó meticulosamente. Tenía entre dieciocho y veinte años. No era virgen; es más, seguramente había sido madre más de una vez.

No padecía enfermedades y su dentadura estaba completa y en perfecto estado. Como el médico no encontró evidencias de ningún golpe en la cabeza, supuso que la pérdida de la memoria se debía a algún terrible impacto emocional y que su cerebro, sencillamente, se negaba a recordar.

Los hermosos ojos azules de la mujer, que cambiaron del zafiro al azul verdoso según su estado de ánimo, se abrieron ahora y lo miraron.

– Mi señor Khalid.

Él sonrió.

– ¿Cómo te sientes, hermosa Skye? -preguntó, y le acarició el cabello negro.

– Me siento mucho mejor, mi señor.

– Tenemos que hablar ahora, Skye.

– ¿De qué, mi señor?

– Ya sabes que mi nombre es Khalid el Bey. Pero tengo un apodo, Skye, me llaman Señor de las Prostitutas de Argel. Soy propietario de muchas casas repletas de hermosas mujeres que se desviven por agradar a los hombres que vienen a verlas. Soy el dueño de esas mujeres, como soy tu dueño.

– ¿Vos sois mi dueño? -ella no podía creerlo-. ¿Os pertenezco?

– Sí. El capitán Rai el Abdul te compró a ese primer capitán y después te vendió a mí.

– ¿Por qué me comprasteis?

– ¿Recuerdas algo sobre hacer el amor, Skye? -Ella meneó la cabeza. Él suspiró-. Haré que Yasmin te instruya en ciertos asuntos. Después, yo mismo te daré las últimas lecciones. Empezaremos mañana mismo porque el médico me ha asegurado que ya estás bien.

– No le gusto a Yasmin, mi señor Khalid.

– Yasmin es mi esclava, como tú, Skye. Hará lo que yo le ordene. Si te molesta de alguna forma, no dudes en decírmelo.

– Sí, mi señor Khalid. Y gracias -añadió con suavidad-. Trataré de aprender rápido para agradaros.

Después él volvió a pensar en esa respuesta. Si ella era una noble europea, tal como suponía, entonces debía de ser cristiana. Sin embargo, la pérdida de la memoria la había librado de su religión y de la ética de esa religión. Si él le hacía comprender las delicias físicas del amor y las convertía en algo agradable para ella, la transformaría en la cortesana más famosa de Arabia desde Aspasia. Era un desafío magnífico y Khalid estaba dispuesto a afrontarlo.

Esa noche, cuando terminó su cena, despidió al esclavo y dio órdenes al mayordomo de buscar a quien sería su compañera en el lecho esa noche. Después, dejó entrar en su cuarto a la mujer que administraba su más famoso burdel. Cuando Yasmin se sentó frente a él, Khalid se maravilló de su belleza. Sabía que Yasmin tenía casi cuarenta años. Pero era una circasiana, y las circasianas eran famosas por su hermosura entre todas las esclavas del mundo. La había comprado, hacía ya unos veinte años, en una granja de crianza. Había sido la primera de sus mujeres especiales. Gracias a ella, había podido superar a sus competidores.

En general, los burdeles de Argel estaban confinados en la zona cercana a la playa y prestaban sus servicios a marineros de todas las nacionalidades. Los residentes ricos de la ciudad poseían harenes particulares y no necesitaban ese tipo de servicios. Pero los traficantes de carne de la ciudad habían olvidado un tipo de cliente. Argel, la ciudad más importante de la costa norte de África, recibía a muchos visitantes ricos. Esos visitantes venían sin mujeres. Khalid fue el primero en descubrir el filón. Eso lo hizo famoso.

Las mujeres de la Casa de la Felicidad eran las más hermosas y complacientes de Argel.

No había dos iguales, porque Khalid se enorgullecía de poder ofrecer variedad. Aunque otros habían tratado de imitarlo, habían fracasado miserablemente, y esos fracasos le habían ganado el título de Señor de las Prostitutas. Y no era dueño solamente de la Casa de la Felicidad, también tenía intereses en casi todas las casas de prostitución de la ciudad.

Los otros comerciantes de la ciudad lo admiraban y lo respetaban porque, aunque astuto, era escrupuloso y honesto. Sin embargo, muy pocos lo conocían realmente y sus orígenes eran un misterio. Aunque algunos creían que era moro, en realidad era español. Había nacido cerca de la ciudad de Granada como Diego Indio Goya del Fuentes, segundo hijo de una familia de alcurnia. Había recibido una esmerada educación y tal vez se hubiera casado y hubiera seguido con la vida circunspecta de los nobles del siglo xvi en España, pero el destino, en la forma de una hermosa muchacha mora, había truncado esos planes. Diego se había enamorado desesperadamente de Noor, la muchacha, pero Noor había permanecido firme en su fe islámica y él en el cristianismo. Diego Goya del Fuentes estaba comprometido hacía ya mucho. Sus hermanas se dedicaron, concienzudamente, a inquietar a la novia con constantes menciones de Noor. La novia, una muchacha devota y pulcra, sintió que era su deber moral informar a la Inquisición de la existencia de la muchacha mora. El día que Noor fue quemada en la hoguera por infiel, Diego estaba de pie, mirando, en una esquina de la plaza de la ciudad con la cara tapada por un gorro y húmeda de lágrimas. La persona más dulce y bondadosa que había conocido estaba a punto de ser devorada por las llamas. La habían torturado cruelmente, pero cuando las llamas lamieron su cuerpo lleno de gracia, su dulce voz elevó una plegaria a su dios, Alá. Después de eso, Diego Goya del Fuentes desapareció de España para siempre.

Vagó varios años a través de Europa y el Medio Oriente y, finalmente, recaló en Argel. Cambió su nombre por el de Khalid y el título «el Bey» fue resultado de su viaje a las ciudades sagradas de Medina y la Meca. Se convirtió al Islam en honor de Noor, aunque no sentía ninguna llamada religiosa que se pudiera considerar profunda.

Sus sentimientos hacia las mujeres eran ambiguos. Por un lado, recordaba a su primer amor perdido y toda su dulzura. Por el otro, tenía muy presente la perfidia de sus hermanas y la crueldad y la ignorancia de su novia española. Tal vez eso explicara que, a pesar de que esclavizaba mujeres para la prostitución, era un amo dulce y comprensivo.

Skye lo había conmovido como ninguna otra mujer desde Noor. Su total indefensión lo perturbaba y por eso le encomendó a Yasmin que la cuidara. Pero Yasmin discutía:

– ¿Por qué os preocupáis tanto por esta chica en particular, mi señor? Es como cualquier otra. -El tono de la circasiana era despectivo y Khalid el Bey escondió una sonrisa. Yasmin lo amaba desde hacía años, sin ser correspondida. Ninguna mujer había podido ocupar su corazón desde la muerte de Noor.

– Skye es como una niña recién nacida -le explicó él con paciencia-. Aunque recuerda ciertas cosas, su pérdida de memoria ha borrado todas sus experiencias amatorias. No sabe nada y no tiene prejuicios. Si la manejamos con cuidado, tal vez podamos moldearla a nuestro capricho -enfatizó el nuestro porque conocía a Yasmin.

Yasmin se inclinó hacia él, interesada.

– ¿Y eso sería de vuestro agrado, mi señor?

– Sí, Yasmin, sí. Skye no es sólo una cara bonita y un bello cuerpo. Tiene mucho más que eso. Me doy cuenta de que hay una personalidad fuerte detrás de esos ojos azules y hermosos, y eso es lo que quiero que aflore en ella. Como las cortesanas de Atenas en la Antigüedad, quiero que complazca a los caballeros con un cuerpo habilidoso y una gran inteligencia. No quiero que la usen los que gustan de lo extraño, sino más bien los hombres elegantes, los cultos, como el comandante otomano del Casbah. O tal vez los capitanes que vienen desde los estados italianos, de Francia, de Inglaterra. Juntos, Yasmin, tú y yo, haremos de ella una mujer codiciada, intrigante, misteriosa.

– Cumpliré con mi parte, mi señor Khalid. Le enseñaré cuanto sé. Incluso algunas cosas que no enseño a las demás. Skye será única y será la perfección absoluta.

Él respondió con su maravillosa sonrisa.

– Siempre has hecho más de lo que esperaba de ti, siempre, desde el principio, Yasmin. Gracias. -Dio dos palmadas y envió al esclavo que acudió por café. Se volvió hacia la mujer y le preguntó-: ¿Las mujeres que tienes en la Casa de la Felicidad resultan satisfactorias?

– Todas menos dos. La muchacha inglesa, la dulce Rosa, está enamorada de uno de sus clientes y dejó de gustarle su trabajo. Con vuestro permiso, puedo arreglar ese problema, porque el caballero quiere comprarla para su harén.

– Véndela, pero exige un precio alto. Después de todo, perderemos una buena inversión. ¿Y la otra?

– La gitana Rhia, no se adapta bien, mi señor. Creo que debo recomendar un castigo severo en su caso.

– ¿Por qué?

– La envié con otras dos chicas a una fiesta de media docena de oficiales turcos jóvenes. Habían pedido que les permitieran jugar a la violación. Les asignamos la Suite de las Nubes. Se arregló que las muchachas se sentaran allí sin hacer nada hasta que los turcos entraran y las violentaran. Es un juego inofensivo y los oficiales son clientes regulares, todos muy recomendados. Las otras dos chicas lo hicieron bien y aullaron y protestaron antes de ceder. Rhia gritó mucho y peleó con fuerza y arañó a dos de los huéspedes en la cara. Finalmente, la dominaron, claro, y me alegra poder deciros que la disfrutaron los seis a pesar de sus protestas. Pero las otras, claro, se sintieron molestas. Estaban furiosas porque, de esa forma, Rhia acaparó toda la atención. Los oficiales también se quejaron porque después ella se puso a llorar como una loca. Tuve que sacarla de la habitación y enviar a otra.

– ¿Alguna vez había participado en este tipo de fantasía, Yasmin?

– No, mi señor. Cuando llegó a nosotros era medio salvaje, ya sabéis. Pero la hemos tratado bien y siempre se había comportado con toda corrección con los clientes, en tratos individuales. Pensé que estaba lista para este tipo de cosas.

– ¿Cuál es su especialidad, Yasmin?

– La gratificación oral, mi señor, y me han dicho que es muy buena en eso.

Khalid el Bey reflexionó durante un momento.

– Probablemente la violaron alguna vez. La fantasía en la que la hiciste participar le trajo ese recuerdo y el terror que lo acompaña. No vuelvas a utilizarla en algo así. Que haga solamente lo que sabe hacer.

– Sois demasiado blando, mi señor. Rhia ofendió a nuestros huéspedes. Cuando me pidan explicaciones, ¿qué les diré?

– No esperes a que te pidan explicaciones. Envía un mensaje a los caballeros implicados y diles que nos hemos ocupado del asunto. Ofréceles una noche a cargo de la casa.

– Se hará como ordenáis -aceptó Yasmin.

Khalid el Bey se levantó de los almohadones y ayudó a su esclava a ponerse en pie.

– Ahora tienes que volver a tu puesto, ya lo sabes -dijo con voz calma, para despedirla-. Vendrás mañana para empezar a instruir a Skye.

– Como mi señor desee -dijo ella. Saludó con una reverencia y salió precipitadamente de la habitación de su amo.

Él casi suspiró de alivio. Yasmin era hermosa y leal, pero cada vez resultaba más exigente y presuntuosa por la confianza que le daba el largo tiempo que hacía que estaban juntos. No estaba seguro de lo que haría con ella. Si la liberaba, tendría ideas que le harían creer que estaba por encima de su situación real, porque era una esclava, nacida de padres esclavos. Sonrió, pensando en aquella ocasión, hacía ya años, en que había ido a esa granja de crianza circasiana con un amigo egipcio. Su amigo era mercader de esclavos en Alejandría, un especialista en hombres y mujeres hermosas, que prefería tratar directamente con el criador para seleccionar mejor.

Los dueños de la granja habían hecho desfilar a una gran variedad de vírgenes exquisitas y jóvenes esclavos frente a su cliente más apreciado y el hombre que lo acompañaba. Yasmin estaba entre la mercancía ofrecida y el amigo de Khalid se la señaló, diciendo que ya se la habían mostrado en dos visitas anteriores.