– Es una pena -suspiró el anfitrión-. Es más hermosa que una mañana de abril, pero no la puedo vender. Acabo de decidir que voy a hacerla criar con mi mejor esclavo.
– ¿Cuál es su ascendencia? -preguntó el amigo de Khalid.
– Pitias de Iris -fue la respuesta.
– ¡Diablos! -exclamó, admirado, el alejandrino.
Khalid el Bey no sabía de qué hablaban esos dos, pero había algo conmovedor en la esclavita.
– ¿Qué edad tiene? -preguntó.
– Quince.
– Un poco vieja. ¿Es virgen?
– ¡Señor! -El dueño se mostró ofendido.
Khalid el Bey rió.
– Yo me la llevaré, amigo mío. Pregunto para saber qué estoy comprando.
El dueño de la granja puso un precio abusivo del que Khalid se burló, recordándole la edad de la niña y el hecho de que si decidía hacer de ella una esclava de cría en lugar de venderla, tal vez descubriera que era estéril. Discutieron un buen rato hasta que, finalmente, se llegó a un precio que a Khalid le convenía pero que, según el dueño de la granja, lo empobrecía a él. Se hizo el intercambio y Khalid el Bey se convirtió en dueño de una hermosa esclava circasiana de cabello rubio y grandes ojos verdes Nilo.
Cuando volvieron a Alejandría, se dedicó a enseñarle las maravillas del amor físico. A ella le habían enseñado ese arte antes, pero sin llevarlo a la práctica. Conocía el cuerpo humano y sus partes sensibles. Sus hábiles dedos podían convertir en un gran amante a un impotente y lograr una erección firme y duradera en cualquiera. Cantaba y tocaba el laúd. Bailaba bien. Y después de varias semanas en el lecho de Khalid el Bey, éste descubrió que también era muy buena amante.
Entonces, una noche, Khalid el Bey tuvo varios invitados a cenar y cuando terminó el banquete, ella bailó para todos. Después, él la envió a sus habitaciones, diciéndole que tal vez uno o dos de los huéspedes la visitarían y que si lo hacían, debía agradarles porque eso le agradaría a él. Esa noche, cuatro de los huéspedes de Khalid el Bey pasaron por las espaciosas habitaciones de la muchacha y ella fue tierna, encantadora, cálida con todos. Ellos quedaron admirados por su habilidad y Khalid la recompensó con un collar de perlas exóticas. La noche siguiente y la otra y todas las que siguieron, Yasmin complació a los amigos de su amo. Luego hubo otra muchacha, Alyia. Yasmin era rubia y de tez pálida, Alyia era de piel oscura como una rosa negra, de cabello ensortijado y espeso parecido al ala de un cuervo, enormes ojos castaños y una boca muy roja. Para indignación de Yasmin, Alyia compartió la cama de su amo durante varias semanas. Pero después se unió a la circasiana y entretuvo a los amigos del amo.
Unos meses después, Khalid dejó a sus dos mujeres en manos de su amigo, el mercader de esclavos. Hizo un viaje rápido y volvió con otras dos esclavas. Se llevó a las cuatro a la ciudad de Argel.
Se instalaron en una acogedora casita y, todas las noches, las mujeres entretenían a los huéspedes, desde visitantes ricos a oficiales turcos del ejército imperial otomano que cumplían misiones en Argel. Al cabo de un año, Khalid tenía veinte mujeres hermosas y una casa mucho más grande. A los dos años, era dueño de cincuenta y dos mujeres y había empezado a construir su propia casa. Al terminar el tercer año, la construcción de la casa llegó a su fin y Khalid se convirtió en el Señor de las Prostitutas de Argel. Dos cosas no habían cambiado: primero, Yasmin seguía siendo la preferida y cumplía cada vez más con las funciones de administradora y menos con las de cortesana; y segundo, todas las muchachas que servían en sus casas pasaban primero por su lecho. Eso les daba un contacto directo con el amo que, mientras lo servían, las amaba y las protegía a todas. Nunca había usado la fuerza con ellas y, por eso, todas lo adoraban.
Pero Skye suponía un gran desafío para él. Con el adiestramiento adecuado, podía transformarla en su mejor prostituta. A diferencia de las demás, que alentaban el secreto deseo de que alguien las comprara y se casara con ellas, Skye no tendría esperanzas porque no sabía lo que significaba el matrimonio. Y si, tal como esperaba, terminaba descubriendo que no tenía inhibición alguna, podría enseñarle trucos exóticos que le costarían un dineral a cualquier cliente.
Cuanto más pensaba en ella, más curiosidad sentía. Muchas veces la había observado en secreto en el baño y en el dormitorio. Su figura era hermosa y tenía buen color, pero lo que más lo intrigaba era su piel. No tenía marcas. Ni una. Suave, hermosa, del color de la crema más rica, ¿o de la seda marfileña? Deseaba tocarla con sus dedos sensibles, con sus labios. ¿Sería tan suave como parecía? Sí, sin duda. ¿Sería cálida y suave o suave y fría para sus labios? La idea lo hacía temblar de deseo. Aunque todas sus mujeres estaban siempre a su disposición, pasarían varias semanas hasta que pudiera probar a Skye y sus encantos. Suspiró y se retiró a su dormitorio. Tal vez la pequeña hurí que compartiría su lecho esa noche pudiera hacerle olvidar en parte sus deseos.
Al día siguiente, a media mañana, Yasmin empezó con las lecciones de amor de Skye. Miró con desagrado a la joven porque intuía que era la rival más seria hasta el momento en la conquista del amor de Khalid. Sin embargo, razonó, cuanto antes se le enseñara lo que debía saber, más pronto saldría de la casa de Khalid. Y había que enseñarle bien, porque Khalid se alegraría si Skye aprendía correctamente.
– Desvístete para mí -le ordenó, y cuando Skye obedeció inmediatamente, dejando caer el caftán al suelo, Yasmin se burló-: No, no. ¡Eres menos sensual que un burro! Deja que te enseñe. -Y sus dedos desabotonaron su caftán rosado con la gracia de quien toca un instrumento musical. Luego se volvió y se quitó lentamente la tela de los hombros, para que todos vieran su piel suave y tersa. Muy lentamente, dejó que el vestido cayera hacia delante, revelando la línea de la espalda y las nalgas prietas y perfectas. Luego, las piernas. Entonces se volvió para mirar a Skye. Tenía los senos grandes pero firmes. Se dejó caer hasta quedar de rodillas y tocó el suelo con la frente, murmurando con voz cálida-: Como desee mi señor.
Luego, bruscamente, se puso en pie y, con su voz habitual, dijo:
– Así es como hay que desvestirse. Inténtalo.
Skye recogió su ropa y se vistió de nuevo sin decir palabra. Luego, imitó con exactitud y habilidad los movimientos de Yasmin y volvió a quitarse el caftán. Se dejó caer al suelo con la negra cabeza inclinada y, con la voz suave, clara y dulce, preguntó:
– ¿Así está bien?
– Sí -llegó la tensa respuesta-. Por suerte aprendes muy rápido.
Y luego:
– Ahora hablaremos de perfumes. Siéntate. No, no te molestes en vestirte, tengo que mostrarte en qué zonas de tu cuerpo debes ponértelos. El cuerpo de la mujer es una obra de arte, pero para que sea una obra maestra hay que trabajarlo constantemente. -Rebuscó en la canasta que tenía a su lado y le entregó a Skye unas hojas verdes-. Menta. Mastícala. Tu aliento debe ser siempre fragante, y tus dientes deben estar siempre limpios. Todas nuestras mujeres son la perfección misma. Eso es lo que las ha hecho famosas. No somos prostitutas de la calle que pueden comprarse por un poco de dinero. -Colocó varias botellas en hilera sobre la alfombra-. Almizcle, ámbar gris, esencia de rosas. Todos nuestros perfumes tienen uno de estos tres líquidos como base. -Descorchó las botellas y se las alcanzó a Skye para que las oliera-. ¿Cuál prefieres?
– Las rosas.
– ¡Muy bien! Yo lo habría elegido por ti si me hubieras preguntado. Aunque el señor Khalid me ha dicho que no eres virgen, hay un aire de inocencia en ti que es interesante. Y nos concentraremos en él. A muchos hombres les gusta eso. Usaré el perfume para que veas cómo se hace. -Se puso en pie y tomó el cuentagotas con el pulgar y el índice. Acarició con él generosamente el valle que hay entre los senos, luego los levantó con cuidado y se perfumó por debajo. Después, tocó con el cuentagotas la base de la garganta, la parte posterior del cuello y los lóbulos de las orejas. Luego recorrió las muñecas, la cara interior de brazos y las venas azules del antebrazo. Yasmin volvió a mojar el cuentagotas y se tocó el pubis, la parte posterior de las piernas, los tobillos, los arcos de los pies y el monte de Venus-. Aquí debe ser leve -explicó-, porque los hombres a veces disfrutan del olor de una mujer y no hay que taparlo completamente con ningún otro perfume.
Skye parecía sorprendida, como sin entender muy bien todo eso, y Yasmin la miró con envidia.
– Realmente no recuerdas, ¿verdad? -dijo-. Alá, ¡cómo te envidio! Para ti volverá a ser como la primera vez, pero sin el dolor de la virginidad. -Luego se contuvo y le entregó el frasco de perfume a Skye. Ordenó con brusquedad-: Quiero ver cómo lo haces sola.
Skye imitó a su maestra meticulosamente y, cuando hubo terminado, la miró, ansiosa, esperando sus comentarios.
– Has olvidado una zona -le reprendió Yasmin, tomando la botella de manos de su discípula. Levantó uno de los senos de Skye y le colocó el perfume por debajo.
– ¡No!
Para sorpresa de Yasmin, Skye había palidecido y su cuerpo estaba tenso. Los ojos, llenos de horror. Yasmin estaba realmente asustada.
– ¿Qué te pasa, Skye? ¿Qué tienes?
Lentamente, el miedo desapareció de las facciones de la joven que miró a Yasmin como si ella tampoco comprendiera lo sucedido.
– No creo que me guste que me toque otra mujer.
– ¿Qué recuerdas, Skye?
– Nada. No recuerdo nada, pero cuando me tocasteis… -Tembló con verdadero asco.
Yasmin estaba preocupada. ¿Y si a Skye no le gustaba que nadie la tocara, tampoco los hombres? No podría ser una buena prostituta en ese caso, eso era evidente, y la inversión de Khalid el Bey se habría perdido. En circunstancias normales, Yasmin no hubiera abordado el tema de la anatomía masculina hasta más adelante, pero sintió que, antes de seguir, debía hacer una comprobación. Si la muchacha era emocionalmente inestable, debía desaparecer de esa casa inmediatamente. Yasmin dio una palmada y le ordenó a la esclava que acudió a su llamada:
– Ve a buscar a Alí, mi nuevo eunuco.
Luego, se volvió hacia Skye y le explicó:
– Hay dos formas de castrar a un hombre. Si se hace cuando son jóvenes, se corta todo. Pero entonces, el porcentaje de muerte es muy elevado. La otra forma es cortar la bolsa de semillas del macho y dejar su órgano viril. Nosotros solamente compramos este tipo de eunucos, porque son más pacíficos y serviciales. También son inestimables para enseñar a las nuevas muchachas lo que deben saber sobre el cuerpo de los hombres. Ah, Alí, entra, entra. Skye, él es Alí. ¿No es hermoso?
El joven enrojeció. Skye dejó que sus ojos recorrieran ese cuerpo. Era buen mozo, alto, de piel dorada y suave, cabello corto, ensortijado y oscuro, y ojos castaños y líquidos.
– Es fabuloso, Yasmin. Eres afortunada.
Yasmin se rió, divertida, y luego le ordenó al eunuco con voz autoritaria:
– ¡Alí, desvístete! -observó detenidamente a su discípula para ver qué efecto le causaba eso. ¿Se desmayaría? ¿Tendría miedo? El eunuco se quitó la bata larga y la dejó sobre una silla. Luego se quedó quieto, esperando instrucciones. Yasmin miró a Skye-. ¿Qué piensas de él?
La joven parecía extrañada.
– Como te he dicho, Yasmin, es fabuloso.
– ¿Su desnudez no te ofende ni te asusta?
– No, ¿debería ofenderme?
– No, pero a algunas mujeres les ofende la desnudez masculina y la temen. Ahora, Skye, quiero que te acerques a él, le rodees el cuello con tus brazos y apoyes tu cuerpo contra el suyo.
Skye obedeció. Deslizó los brazos alrededor del cuello del eunuco y se frotó instintivamente contra el suave cuerpo del joven. El muchacho tembló, le lamió la oreja, le apretó una de las nalgas y luego tomó uno de los senos entre sus manos. Los oscuros ojos de ella se llenaron de deseo, y se tambaleó levemente.
– ¡Señora! -rogó Alí, y Yasmin rió. Tenía la respuesta que quería. Skye no podía tolerar que la tocara una mujer, pero le gustaban los hombres. Las lecciones podían continuar. No volvió a pensar en Alí y lo despidió enseguida. Él huyó, envolviéndose en su bata.
– ¡Qué extraña criatura! -observó Skye-. ¿No le ha gustado?
Yasmin volvió a reír.
– Claro que le has gustado, y si hubierais estado solos, probablemente te habría hecho el amor. Se lo permitiré cuando tú sepas más. Usamos a los eunucos para eso, porque no podemos practicar con nuestros clientes, como supondrás. -Miró a Skye con inocencia-. Eres una buena discípula, pero eso es todo por hoy. Volveré mañana a la misma hora.
Después de la partida de Yasmin, Skye se quedó sentada en silencio durante unos minutos. Luego, sus manos recorrieron su cuerpo y se acarició los senos. Lentamente, acarició su cuerpo y descubrió, sorprendida que sus pezones se habían endurecido. Pensó en lo que sería que un hombre la acariciara y sintió una especie de cosquilleo entre los muslos. Era tan placentero… ¿Qué otras cosas hermosas se habrían borrado de su mente? Suspiró, se echó sobre los almohadones y se quedó dormida.
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