Esa noche, Khalid el Bey ordenó que le trajesen a Skye. Ella acababa de bañarse y perfumarse. Se había colocado un ligero caftán de seda color lila y corrió descalza a través del vestíbulo alfombrado que separaba su habitación de los aposentos de Khalid.
– ¡Qué hermosa eres! -exclamó él cuando ella apareció en su puerta. Notó el brillo de la piel y la forma en que su cabello color medianoche se le acaracolaba en rizos húmedos sobre la cara-. Yasmin me ha dicho que eres una buena discípula. Dice que tienes talento y que progresas con rapidez. Está encantada contigo y, por lo tanto, yo también lo estoy.
La cara de ella se iluminó.
– Me agrada que estéis satisfecho de mí, mi señor Khalid… Sin vos, no sería nada.
La gran mano de él se curvó sobre el mentón de ella y sus ojos oscuros miraron el azul de los de ella.
– No lo creo, mi querida pajarita extraviada. No lo creo. -Luego sonrió y preguntó con amabilidad-: ¿Qué has aprendido?
– Solamente a perfumarme y a desnudarme correctamente ante un caballero.
– Desvístete para mí -ordenó él mientras se sentaba sobre los almohadones, con las piernas cruzadas-. Imaginemos que voy a ser tu caballero.
Ella se quedó quieta frente a él. Sus dedos parecieron no tocar los pequeños botones de perla, pero la bata se abrió. Él casi no vio los senos cuando ella giró con gracia y lentitud. La bata de seda se deslizó, muy despacio, en una agonía, sobre la larga línea de su espalda y las dos lunas perfectas de sus nalgas. Ella se volvió para mirarlo, con los ojos bajos, en un gesto de modestia. Se dejó caer al suelo y susurró con suavidad, pero sin confusión:
– Como mi señor ordene.
Durante un momento, él miró la cabellera negra y brillante que tocaba sus sandalias. Estaba sorprendido no solamente por su habilidad, sino por la reacción que había despertado en él. Bajo su bata de brocado, se desbordaba su deseo, un deseo que resultaba casi doloroso. No podía creerlo. Siempre había mantenido un control absoluto sobre su cuerpo. Ella levantó la cabeza y los ojos de ambos se encontraron.
– ¿Os gusto, mi señor? -preguntó Skye con ingenuidad.
– Mucho -murmuró él con voz casi temblorosa. ¡No! ¡No!, gritaba la parte más cuerda de su ser, pero se oyó diciendo-: Siéntate junto a mí, Skye. -Y cuando ella anidó en la curva de su fuerte brazo de hombre, se inclinó sobre ella y le rozó los labios. Los de ella se abrieron con rapidez y él dejó entrar ese aliento perfumado en su boca. Su lengua buscó la de Skye, la encontró y ambos se acariciaron con suavidad ardiente hasta que él sintió las manos de ella buscando las suyas como para apoyarlas en su cuerpo desnudo.
– ¡Acariciadme, mi señor Khalid! -murmuró ella llena de deseo-. ¡Por favor, por favor, ahora!
Él luchaba por controlarse, pero dejó que sus manos se deslizaran sobre ese cuerpo. Nunca había sentido un deseo tan intenso por ninguna mujer. La piel de ella era lo más suave que hubiera tocado jamás, y cuando ella gimió de placer, Khalid sintió que temblaba de arriba abajo. Se quitó la bata. «¡No, no debes! ¡No le han enseñado! ¡Arruinarás todo!» -le advertía su intelecto, pero sus labios se deslizaron por el hermoso pilar de ese cuello pálido y su boca hambrienta capturó un pezón y lo chupó con pasión hasta que, con un amago de grito de desesperación, Khalid cedió a sus deseos.
Se balanceó sobre el cuerpo ardiente de Skye y le separó los muslos con impaciencia. Se hundió en la calidez acogedora de esa mujer que le daba la bienvenida. Ella suspiró e instintivamente lo envolvió con brazos y piernas y movió su cuerpo siguiendo el ritmo que él le marcaba con ímpetu. Los suaves dedos se deslizaron a lo largo de la espalda larga y delgada de Khalid y acariciaron las musculosas nalgas hasta que él gimió de placer. Ella sentía una tensión cosquilleante en su cuerpo que se iba haciendo más y más poderosa hasta que estalló como una ola gigante que la elevó hasta el cielo y luego la dejó caer en una profunda oscuridad de remolinos.
– ¡Skye! ¡Skye! ¡Mi hermosa, mi amor! -le murmuró él al oído. Y la acarició con dulzura.
– No recordaba lo hermoso que era hacer el amor -murmuró ella.
– ¿Recuerdas alguna otra cosa? -preguntó él con rapidez.
– No. Solamente que ya había hecho lo que acabamos de hacer y que era maravilloso hacerlo.
– No debería haberte tomado -dijo él-. ¿Y si te hubiera asustado?
– No me habéis asustado, mi señor Khalid, pero tal vez yo os haya desagradado, porque no soy aún muy hábil.
Él rió con voz débil.
– No, Skye, claro que no. Es verdad que no tienes la habilidad de una cortesana consumada. Pero esa falta de conocimientos me ha proporcionado un sublime placer.
– ¿Debo continuar mis lecciones con Yasmin, mi señor?
– Sí. Tu inocencia tiene encanto, amor mío, pero no hay nada malo en aprender cómo se hacen las cosas aquí. Aprenderás a dar placer a tus clientes de diversas maneras. Es tu deber como mujer saberlo todo de las artes del amor, y me mostrarás todo lo que Yasmin te enseñe.
Ella se echó boca arriba, respirando con tranquilidad y dulzura. Él se volvió porque quería mirarla. Trazó un dibujo delicado sobre los senos y el torso de Skye. Ella tembló y levantó sus ojos azules para mirarlo. Él se inclinó y la besó en la boca con suma ternura. Luego, le dio un beso en los párpados.
– Duérmete, Skye, y duérmete sabiendo que yo velaré tu sueño.
Los ojos de ella se cerraron. Él volvió a preguntarse quién sería y de dónde habría venido. Una mujer de la nobleza, de eso no había duda, pero, ¿de dónde? El color de su piel, y su cabello parecían indicar que no era del lejano norte y él no creía que viniera de Francia o de España. Unos días antes, cuando ella recuperó la consciencia, él le había hablado en francés y ella le había respondido, pero él sabía que ése no era el acento de una francesa. ¿Sería inglesa, o celta? A menos que recuperara la memoria, probablemente nunca lo sabría.
Khalid el Bey no estaba seguro de querer saberlo. De alguna forma, esa maravillosa criatura se había introducido en su corazón.
Había pasado mucho, mucho tiempo desde que no era capaz de sentir otra cosa que satisfacción sexual con una mujer, pero con Skye había renacido algo que creía olvidado para siempre. Un deseo de fundar un hogar verdadero, y para tener un hogar verdadero hacían falta una esposa e hijos.
Sonrió. Sus fantasías… Seguramente se estaba haciendo viejo, porque el primer signo de la edad en un hombre es un deseo de descanso. Miró de nuevo a la mujer que yacía a su lado. ¿Era posible? ¿Realmente la amaba? ¿Y si se casaba con ella y ella recuperaba la memoria? Pero eso era muy poco probable. El médico había dicho que nunca recuperaría la memoria, a menos que volviera a ver lo que la había impresionado. Exactamente lo mismo.
Pero no iba a actuar con precipitación. Permitiría que las lecciones continuaran. No podían perjudicar a Skye. Y más tarde tomaría una decisión sobre su futuro.
Cerró los ojos, suspiró y se dejó arrastrar por un placentero sueño.
Capítulo 9
Yasmin no podía entenderlo.
– ¿Os llevasteis a la cama a una mujer sin entrenamiento? ¿Qué diablos os pasa, mi señor Khalid?
Él se volvió hacia ella.
– Tu larga asociación conmigo te hace presumida, Yasmin. Skye me pertenece y haré lo que quiera con ella. No necesito tu aprobación.
– Solamente he querido…
– Eres una esclava insolente -dijo él, cortante-. Nunca he tenido que usar el látigo contigo, y lo he usado con otros en muy pocas ocasiones, pero me estás tentado, Yasmin. Me estás tentando…
Ella se había puesto muy pálida. Se dejó caer al suelo y le pidió perdón.
– Levántate -llegó la fría respuesta-. Continuarás con las lecciones de Skye, Yasmin, y si me entero de que la maltratas de cualquier forma, te venderé. ¡Vete!
La circasiana se puso en pie como pudo y huyó de la habitación.
Le latía el corazón con fuerza. En todos los años que habían pasado juntos, Khalid jamás le había hablado así. Yasmin estaba muy asustada. ¿Estaría enamorado? ¡Alá no lo quisiera! El gusano de los celos le carcomía el pecho y empezó a odiar a la mujer llamada Skye con verdadera furia.
No se atrevía a actuar directamente en su contra, no todavía, pero una vez que Khalid la colocase en la Casa de la Felicidad, Skye estaría a su merced. Pensó con placer en un mercader sirio que las visitaba un par de veces al año y que se deleitaba contemplando a dos mujeres haciendo el amor. Sabía que Skye odiaba que otra mujer la tocara y pensaba castigarla forzándola a participar en uno de esos espectáculos. Por ahora, sin embargo, se cuidaría mucho de maltratarla.
Sonrió cuando Skye entró en su habitación y le dio los buenos días.
– Hoy -dijo-, repasaremos la lección de ayer y empezaremos a estudiar anatomía, del hombre y de la mujer.
Skye asintió. Disgustada por esa cándida obediencia, Yasmin trató de impresionarla.
– Mañana traeré a una muchacha de la Casa de la Felicidad y ella y Alí te demostrarán las distintas posturas del amor. -Miró a Skye con ojos duros.
– Me parece muy interesante -aceptó Skye con una calma que la excitó todavía más-. Quiero aprender rápido y bien para que mi señor Khalid se sienta orgulloso de mí.
Yasmin tuvo que morderse los labios para no gritar. La falta de emociones que descubría en Skye la ponía muy nerviosa. ¿Sería una de esas criaturas frías que no sienten nada, ni siquiera en la cumbre de la pasión? Si en realidad era así, tendría que enseñarle a simular emoción, porque nada frustra ni enoja más a un hombre que una mujer que no le responda. Yasmin se dio cuenta de que tal vez adiestrar a Skye iba a ser más difícil de lo que había creído al principio. Convertiría a Skye en la criatura más maravillosa que jamás hubiese servido en la Casa de la Felicidad. Y entonces, Khalid se daría cuenta de que Yasmin valía mucho y le propondría ser su primera esposa. Había esperado tanto tiempo una oportunidad como ésta, obedeciéndolo siempre durante tantos años, velando por sus intereses…
Se contuvo para no seguir soñando despierta. Llamó al eunuco y se quitó la bata de seda.
– Es esencial conocer a fondo el cuerpo del hombre y de la mujer, Skye -le explicó, desnuda ante ella-. En una mujer de senos pequeños como tú, los senos suelen ser muy sensitivos, y la mayoría de las mujeres tienen una enorme sensibilidad en el pequeño botón que esconden detrás del monte de Venus. ¡Enséñale, Alí!
Yasmin se tendió sobre los almohadones y el joven eunuco se dejó caer a su lado. Fascinada, Skye miró cómo él acariciaba los suaves globos de los senos de Yasmin, con ambas manos y con la boca. Trabajaba con lentitud y los senos de Yasmin fueron ganando turgencia, hasta que, finalmente, se le escapó un gemido. Una mano bajó hasta el monte de Venus. Un dedo lo exploró con delicadeza, frotándolo suavemente, y entonces la mujer dejó escapar otro gemido.
Alí se inclinó para acariciar con la lengua lo que antes había acariciado su dedo. La mujer gimió de gozo y, de pronto, Skye cerró los ojos y tembló. En su mente, vio a un hombre y una mujer rubios abrazados en una cama. ¡Era algo malo, horrible! Su mente trató de recordar, pero no pudo y, entonces, un gemido de placer de Yasmin la devolvió a la realidad.
La mujer yacía jadeante con el maravilloso cuerpo cubierto de una fina capa de transpiración. El eunuco estaba de espaldas, con los ojos cerrados. Lentamente, Yasmin recuperó la compostura.
– Has visto cómo el cuerpo de una mujer puede dar placer y sentirlo, aunque lo más importante es que lo des. Eso te lo demostraré más tarde, pero primero quiero que Alí te acaricie como ha hecho conmigo. Quiero ver cómo reaccionas. Ven aquí.
Por segunda vez, Skye se sintió incómoda. Cuando Khalid el Bey había hecho el amor con ella por la noche, todo había ido bien pero no quería que ese escurridizo Alí la tocara con sus sabias manos y lo dijo, con voz desafiante. Sorprendida, al principio Yasmin se quedó muda, pero pronto recuperó la voz:
– No te he preguntado si querías hacerlo. Te lo ordeno. ¿Cómo se te ocurre desobedecerme? Nuestro señor Khalid te ha confiado a mí, y si me desobedeces, haré que te castiguen.
Yasmin sonrió con furia.
– No pienso destruir tu belleza, y te aseguro que no serás menos hermosa si hago que Alí te golpee en las plantas de los pies. Una tunda de bastonazos ahí es algo muy, muy doloroso, y no deja marcas. Es muy efectivo para castigar a esclavos revoltosos.
Skye palideció, pero aseguró con voz tranquila:
– No permitiré que esa criatura me ponga las manos encima, y si me haces daño, se lo contaré al señor Khalid.
– ¿Por qué hablas de golpes, mi hermosa Skye? -Khalid el Bey estaba de pie en la puerta. No había entrado todavía. Instintivamente, Skye se arrojó en sus brazos.
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