– No quiero hacerlo, mi señor. Por favor, no me obliguéis.

Los ojos de él se suavizaron y le pasó un brazo por el hombro en ademán protector. Luego dejó un beso sobre la cabellera renegrida.

Yasmin expresó su exasperación, ruidosamente.

– Me pedís que la instruya en las artes del amor y cuando me desobedece, la disculpáis.

– ¡No dejaré que Alí me toque, jamás!

– ¿Cómo puedo evaluar tu sensualidad si no la veo?

Khalid el Bey escondió una sonrisa y le dijo a Skye:

– ¿Dejarás que yo te acaricie para que Yasmin vea lo que tiene que ver?

– Sí -respondió en voz baja.

Sin decir palabra, él le quitó el caftán y la recostó sobre los almohadones. Las manos de Khalid fueron amables y cariñosas al acariciarle los redondos y pequeños senos, y ella suspiró de placer cuando él recorrió la piel suave y tersa con esos dedos que sabían tantas cosas… Una mano cálida le acarició el vientre y luego descendió al más sensible de los puntos. Ella gimió de placer y la boca de él cubrió la suya con un beso ardiente. Cuando el placer se hubo extinguido, ella abrió los ojos y lo descubrió mirándola, con expresión tierna en los ojos color ámbar. Luego, Khalid volvió la cabeza y Skye se sorprendió ante la belleza aguileña de su perfil masculino.

– ¿Ya sabes lo que necesitabas saber, Yasmin?

La mujer estaba muy quieta, los ojos verdes muy abiertos sobre la pálida cara.

– Responde bien a las caricias de un hombre, ¿verdad?

– A vuestras caricias, mi señor Khalid -llegó la respuesta.

– Desde ahora, Yasmin, no obligarás a Skye a hacer nada que ella no desee hacer. Le enseñarás lo que sabes y lo practicará conmigo. Solamente yo podré corregirla o castigarla. ¿Comprendido?

– Sí, mi señor. -La mujer miró a Skye con profundo odio.

– Eso es todo por hoy.

Yasmin y Alí partieron, y Khalid se puso en pie y le tendió la mano a Skye.

– Vístete, amor mío. En el jardín hay una rosa que se llama «Delicia de amor» y acaba de florecer. Te la mostraré.

Estaban solos. Skye se puso el caftán, y metió los pies en sus sandalias. La voz profunda de Khalid cortó el silencio que los rodeaba.

– ¿Qué te ha asustado de la lección de hoy, Skye?

– Cuando he visto que Alí hacía el amor con Yasmin -dijo ella-, me he sentido ofendida, mi señor. Ha sido como si hubiera visto… algo así antes y sé que era horrible. Pero no he conseguido recordarlo claramente. Me he asustado. El eunuco, a pesar de su estado, estaba seguro de su poder sobre Yasmin. Me sonreía de una forma tan arrogante, y he sabido que no podría tolerar que me tocara. ¿Os he irritado, mi señor Khalid?

Él le pasó un brazo por el hombro.

– No, Skye, no. Fueras lo que fueses en tu vida anterior, no eras una mujer fácil, y eso me agrada. Tal vez tenga que cambiar mis planes respecto a ti. Acompáñame a ver las rosas.

– ¿Vais a mandarme lejos de vos? -dijo con temor.

– No. -Él la tomó por los hombros y la miró fijamente-. No te mandaré lejos de mí, mi pequeño amor perdido. -Y ella volvió a sorprenderse de la mirada dulce que veía en esos ojos.


A solas por la noche, Khalid el Bey caminaba de un lado a otro por el balcón de su casa. El cielo sobre su cabeza era de seda negra y lo único que resplandecía en él eran algunas estrellas de cristal azul. No soplaba viento y se olía el perfume de la floración nocturna de la nicociana. Khalid ya se había dado cuenta de que no podría convertir a Skye en cortesana. Aunque no recordaba nada, seguía teniendo rígidos principios morales. Enviaría una nota a Yasmin para comunicarle que se suspenderían las lecciones. Él en persona le enseñaría lo que creyera que ella debía saber.

Tenía que admitir que estaba enamorado de Skye. El rechazo de Alí era sólo parte del asunto. La verdad era que Khalid no la quería en su Casa de la Felicidad haciendo el amor con un hombre distinto cada noche. La quería en su propia casa, amándolo y criando a sus hijos. Sí, la amaba lo suficiente como para honrarla y hacerla su esposa. Se sentía de nuevo como un chico. Por primera vez, desde su amor por Noor, había esperanza en su vida. Tal vez, pensó con amargura, sí había un Dios en los cielos, después de todo. En paz consigo mismo, bajó por las escaleras hacia sus habitaciones.

Para su sorpresa, Skye se había dormido en los almohadones, junto al jergón. Durante un momento, la contempló en silencio y luego se inclinó y la besó en la mejilla. Ella se movió ligeramente, abrió sus magníficos ojos color zafiro y se sentó.

– Lo lamento -dijo rápidamente-. Os he ofendido. Y si me mandáis lejos… -se detuvo, tratando de ordenar sus pensamientos-. Vos sois lo único que tengo, mi señor Khalid. No recuerdo nada de mi vida anterior y si me mandáis lejos…, me moriré…

Él la abrazó con ternura.

– He pasado muchas horas a solas con la noche, mi dulce Skye, y me he dado cuenta de que sólo puede haber un destino para ti. -Ella tembló, apretada a su cuerpo, y él la acarició para tranquilizarla-. Tu destino es ser mi esposa, amor mío. Te amaré, cuidaré de ti y te protegeré siempre, mi Skye. Nunca he deseado una esposa hasta hoy, y han pasado muchísimos años desde la última vez que amé a una mujer. He hecho el amor, sí, pero sin entregar mi corazón. ¿Entiendes la diferencia?

– Sí -murmuró ella-. Disfrutabais de los cuerpos de esas mujeres, pero no disfrutabais de la mujer misma.

Él sonrió en la penumbra de la habitación.

– Eres sabia, Skye. Ahora dime, ¿todavía estás asustada?

– No.

– ¿Y te gustan mis planes para tu futuro? ¿Serás feliz como mi esposa?

– Sí.

– Dulce Skye…, te amo y quiero que seas feliz. Si la idea del matrimonio te molesta, debes decírmelo, porque no quiero que hagas nada que no desees hacer.

– Me hacéis un gran honor -dijo ella con suavidad-, pero no estoy segura de amaros, mi señor. Y vos merecéis una esposa que os ame.

– El amor llegará, pequeña. Quiero que estés a salvo.

Ella levantó la cabeza hacia él.

– Entonces seré vuestra esposa con alegría, mi señor. -Le brillaban los ojos azules con confianza y, tal vez, pensó él, hasta con un poco de alegría-. Prometo haceros feliz -añadió, con timidez.

– Ya me has hecho feliz -aseguró él, y después buscó la boca de ella con la suya para darle y tomar de ella las sensuales y dulces delicias que ella parecía reclamarle. Sus grandes y fuertes manos le acariciaron los redondos senos y después rozó los pezones con la lengua para llevarlos hasta la cumbre de la excitación, trazando círculos sobre la sensitiva piel hasta que ella empezó a jadear. Luego la recostó sobre los almohadones y le separó lentamente las piernas. Y la penetró con ternura, tomándola así, en el suelo, y sintiéndose feliz al comprobar el placer que ella sentía cuando su miembro se hundía en la profundidad de su sexo.

Las suaves manos de ella empezaron a acariciarle la espalda y luego agarraron sus redondas y fuertes nalgas.

– ¡Khalid! ¡Mi Khalid! -murmuró ella con su aliento cálido en la oreja de su señor. Él tembló-. ¡Amadme, mi señor! ¡Amadme con pasión, mi señor! -Lo llamaba así y se movía acompasada al ritmo que él marcaba hasta que ambos se perdieron en el remolino salvaje del gozo compartido.

Era tan grande el deseo que despertaban uno en el otro que Skye se desmayó y Khalid, sorprendido, estuvo a punto de perder el conocimiento, cosa que nunca le había sucedido antes. Cuando su semilla penetró como un trueno en el escondido valle de Skye, todo él tembló con la intensidad del gozo. Luego, agotado, se hizo a un lado para no aplastarla y la tomó entre sus brazos, dejando caer besos sobre esa hermosa cara perlada de sudor.

– ¡Dios! ¡Te adoro! ¡Te adoro! -repetía él una y otra vez mientras ella subía lentamente desde las profundidades de su desmayo y oía la voz de alguien que la llamaba.

– Niall -murmuró ella con suavidad-. Niall…

Khalid se puso tenso.

– Skye, amor mío -dijo con dulzura-. Skye, abre los ojos. -Y cuando ella obedeció, le dijo-: ¿Quién es Niall, amor mío?

Inmediatamente, los ojos de Skye se nublaron, confusos.

– ¿Niall? -preguntó-. No conozco a nadie con ese nombre.

Él suspiró. Fuera quien fuese Niall, Khalid lo envidiaba, y mucho. Skye debía de haberlo amado. Y sin embargo, era él, Khalid, el que la poseía ahora, y no la perdería como había hecho ese Niall.

– Duerme, amor mío -le dijo, apretándola contra su pecho.

Y entonces, lentamente, la respiración de ella se hizo acompasada y regular.

Khalid se quedó despierto la mayor parte de la noche, luchando consigo mismo. ¿Era posible que ella estuviera recuperando la memoria o había sido solamente un recuerdo turbio, fugaz, un recuerdo que no afloraría con claridad jamás? El médico había dicho que Skye nunca encontraría de nuevo su vieja vida a menos que se enfrentara con la misma situación que le había causado el trauma, y las posibilidades de que eso sucediera eran remotas, tan remotas que, en realidad, podía pensarse que era imposible que recuperase la memoria. ¡Él deseaba casarse con ella! ¿No tenía derecho a un poco de felicidad? La deseaba, deseaba los hijos que ella le daría.

Se levantó con la primera luz del sol y la dejó allí, durmiendo. En su salón, vio a su sirviente junto a la puerta, dormido. Lo sacudió con gentileza.

Cuando los ojos del esclavo se abrieron, Khalid le dijo:

– Busca a mi secretario. Ahora mismo. Estaré en la biblioteca.

El esclavo se puso en pie, medio dormido todavía, y salió corriendo. Khalid el Bey se cubrió con su bata blanca y fue a la biblioteca a esperar a su secretario. El hombre llegó pocos minutos después, frotándose los ojos llenos de sueño.

– Lamento despertarte tan temprano, Jean, pero hay asuntos urgentes que quiero atender. -El secretario asintió, se sentó y tomó el lápiz. Era un cautivo francés que había rentabilizado su educación en un monasterio, ya que eso lo había hecho útil como secretario. De otro modo, habría terminado en las minas, como muchos otros.

Khalid el Bey le habló así:

– Quiero que prepares un documento de manumisión para la esclava conocida como Skye. La quiero legalmente libre. Después prepara un contrato de matrimonio entre la mujer libre conocida como Skye y yo. El precio de la novia será esta casa, las tierras que la rodean y veinticinco mil denarios. Consulta al intérprete de las leyes del Islam para que te diga las palabras exactas que debes usar. Luego, manda venir al astrólogo Osman. Quiero una consulta hoy mismo. ¡Espera! Antes que nada, envía un mensaje a Yasmin y dile que las lecciones se suspenden hasta nuevo aviso. No digas nada más. Con eso tienes bastante para empezar. Volveré más tarde.

Khalid el Bey se marchó y Jean lo oyó ordenar a un esclavo que le enviaran el desayuno al secretario en la biblioteca. El francesito se maravilló de que su amo fuera tan considerado. No era la primera vez que le sucedía. La bondad del Bey le había ganado la lealtad de su secretario desde el principio.

Jean se preguntó en qué andaría su amo. Podía tener a la mujer que quisiera sin necesidad de casarse.

¿Por qué el matrimonio ahora? Y Yasmin se enfurecería. Pero la lógica gala de Jean estaba del lado de su señor. Era hora de que tomara mujer y tuviera hijos. Y además, lady Skye era la mujer más hermosa que Jean había visto en años.

Khalid el Bey volvió a sus habitaciones. Skye se había marchado. La siguió hasta sus habitaciones y oyó risitas en el baño. Encontró a Skye y a las mellizas de Etiopía salpicando agua en la perfumada piscina. Las contempló un rato, maravillándose del contraste entre los cuerpos mojados marfil y ébano, todos brillantes y suaves.

Skye fue la primera en percatarse de su presencia y nadó hasta el lado menos hondo para subir parte de los escalones y tenderle la mano, como invitándolo. Era como una diosa allí desnuda en toda su joven belleza, y él sentía que el deseo despertaba de nuevo en su interior. Le tendió las manos y las dos esclavas etíopes salieron de la piscina para sacarle la ropa. Una vez desnudo, todas vieron lo que sentía. Los ojos azules de Skye brillaron, traviesos, llenos de seducción, y volvió a sumergirse en la piscina para emerger en medio de las aguas transparentes. La risa de Khalid llenó la habitación.

– ¿Dónde aprendiste a nadar así, muchachita, en nombre de los siete genios?

Los ojos verdiazules se abrieron llenos de inocencia y ella se encogió de hombros.

– ¡Lo lamento, mi señor! No lo recuerdo. ¿No tenéis miedo de tomar una esposa como ésta y acercarla a vuestro pecho? ¿Quién sabe qué más sé hacer?

Él nadó hasta ella y, con infinita dulzura, con una pasión dominada que ella sintió enseguida, le tomó la cara entre el pulgar y el índice. Los ojos ámbar y oro la miraron con gravedad.