Todo ese movimiento requería controles estrictos y Skye empezó a interesarse mucho por los negocios de su esposo. El manejo de los burdeles no significaba solamente ocuparse del bienestar de mucha gente, sino también aprovisionarlos y mantenerlos en buen estado.
Los problemas se triplicaban en los burdeles elegantes, porque las mujeres de esos burdeles necesitaban ropa exquisita y joyas excepcionales. Y también aceites para sus baños y los mejores perfumes. Pero, a pesar de sus gastos, Khalid el Bey era un hombre rico. Sus ganancias netas eran enormes. Y había que invertirlas.
Eso era lo que más interesaba a Skye, las inversiones. Su esposo había puesto algo de dinero en el negocio de un orfebre, Judah ben Simón; algo en bienes fácilmente transportables, como gemas de mucho valor, y el resto en barcos que pertenecían a un inglés llamado Robert Small. Poco después de que los esposos volvieran del Quiosco de la Perla, Skye conoció a ese capitán.
Una noche, mientras ella y Khalid escuchaban canciones de amor en la voz de una esclava, se oyó un gran alboroto en el patio de la casa. Su esposo saltó sobre sus pies, riendo, y Skye oyó una voz retumbante que vociferaba.
– Bueno, pequeña, tu amor tal vez esté con una de sus favoritas, pero te aseguro que a mí me recibirá. ¡Fuera de mi camino! Maldito sea; Khalid, viejo moro. ¿Dónde estás? -La puerta del dormitorio se abrió de par en par y un hombre paticorto entró en la habitación.
Verlo era un espectáculo fantástico. Sus ropas incluían pantalones con tiras de caro terciopelo rojo, medias de seda negra, un jubón de terciopelo rojo bordado con hilos de oro y plata, una gran capa y un sombrero bajo con una pluma de garza real. Esa ropa habría resultado sorprendente incluso en un hombre de estatura normal, pero Robert Small medía sólo metro cincuenta.
Robusto, tenía el cabello rubio como la arena y los ojos de un azul profundo, una cara redonda y cansada tan traviesa como dulce, tal vez la más dulce que Skye hubiera visto nunca. Y era tan pecoso como un huevo de perdiz.
– ¡Ajá! Aquí estás, Khalid. Y, como siempre, bien acompañado.
– Robbie, eres un malvado, así que no me siento culpable por darte esta sorpresa. La «buena compañía» es mi esposa.
– ¡Que Dios se lleve mi alma, Khalid el Bey! ¿En serio? -El Bey asintió y el inglés se inclinó ante Skye-. Mis más humildes disculpas, señora, espero que no me juzguéis mal por esto. -De pronto, se dio cuenta de que había estado hablando en inglés y dijo-: Khalid, no sé qué lengua habla la dama. ¿Puedes traducir lo que he dicho?
– No hace falta, señor -dijo Skye con dulzura-. Os comprendo perfectamente y no estoy ofendida en lo más mínimo. Es natural que creyeseis que soy una prostituta, considerando la naturaleza de los negocios de mi esposo. Pero ahora os ruego que me permitáis retirarme, porque supongo que tendréis mucho que hablar con mi señor. -Se levantó con gesto sensual y sonrió como una niña traviesa antes de dejar la habitación.
El pequeño inglés rió entre dientes.
– ¿Cómo es posible -dijo- que un español renegado convertido en árabe termine casado con una irlandesa?
– ¿Irlandesa? ¿Dices que Skye es irlandesa?
– ¡Por Dios, hombre! ¿No te lo ha dicho?
– No lo sabe, viejo amigo. Hace algunos meses se la compré a un capitán. Era una mujer enferma y asustada. El hombre la había conseguido de manos de otro capitán que zarpaba para un largo viaje y decía que la había capturado en una escaramuza. No sabía nada de su historia. Cuando recuperó el sentido, no recordaba nada. Sólo su nombre.
– ¡Y te has casado con ella! ¡En el fondo eres como un chiquillo!
– ¡Gran error! -Khalid el Bey sirvió en una taza pequeña el mejor café turco endulzado para su amigo-. Había pensado convertirla en la prostituta más cara y codiciada del mundo.
Robert Small respiró hondo.
– ¿En serio, muchacho? ¿Y por qué no lo hiciste?
– Me enamoré, amigo mío. No solamente de esa cara y ese cuerpo maravillosos. Me enamoré de la mujer que empecé a ver emerger a medida que el miedo y la enfermedad se retiraban. No tiene malicia, es generosa. Y es la mujer menos ambiciosa que conozco, en lo que a bienes materiales se refiere. Cuando me mira con esos extraordinarios ojos azules, me parece que pierdo pie, Robbie… Pronto empezó a molestarme la idea de que otros la tocaran. Y descubrí que quería hijos y una esposa, como cualquier hombre normal.
– Entonces, que Dios te ayude, amigo, porque ahora tienes una debilidad y tus enemigos la usarán en tu contra. Mientras el gran Señor de las Prostitutas de Argel era un hombre invulnerable, nadie sabía cómo atacarlo. Ahora…
– No seas bobo, Robbie, no tengo enemigos. Hasta mis mujeres me respetan.
– ¡Por favor, Khalid! -La voz del inglés sonaba aguda y fría-. Todos los hombres ricos y poderosos tienen enemigos. Piensa en ti mismo y en la belleza que has elegido por esposa.
Durante unos minutos los dos hombres permanecieron en silencio tomando café, luego Robert Small dijo:
– De nuevo he contribuido a acrecentar tu riqueza, Khalid. Los barcos que enviamos al Nuevo Mundo han vuelto cargados de metales preciosos, joyas y pieles. Los que viajaron al sur han regresado con especias, esclavos y gemas. Como siempre, he reservado a las mejores esclavas para que les des un vistazo, antes de revenderlas.
Khalid el Bey se convirtió de nuevo en un duro hombre de negocios.
– ¿Hemos perdido barcos u hombres?
– Barcos no, pero sí tres marineros del Cisne, en el Cabo de Hornos. Fue una tormenta infernal, según el capitán, pero, de todos modos, no perdió ni un esclavo.
– ¡Bien hecho! ¿Y a ti, Robbie, cómo te ha ido el viaje?
El capitán rió entre dientes y se estiró sobre los almohadones con las manos en la nuca.
– Ah, Khalid, ojalá hubieras estado conmigo. Cuántas veces me hablaste de la avaricia de los hombres y la vulnerabilidad que trae consigo. Tenías razón. Encontré a un administrador de minas en la América española. Un muchacho sin otras expectativas que terminar sus días como bebedor de ron barato. Su hermano mayor, el heredero de la fortuna familiar, se casó con la muchacha que él amaba y lo arregló todo para que lo enviaran lejos de España. Él está sediento de venganza y por eso aceptó ayudarnos a obtener seis cargamentos de oro a cambio de un porcentaje y un pasaje a Europa. Era un precio muy razonable, Khalid. Llenamos tres barcos en este viaje y ya he enviado otros tres hacia allí.
– ¿Y cómo se lo hizo el jovencito español para ocultar el robo? ¿Cómo podemos estar seguros de que no va a traicionarnos?
– El primer robo se ocultó con el hundimiento provocado de una mina. Lleva meses limpiar lo que queda, y en ese tiempo habremos salido de allí con el cargamento de la otra mina. Para entonces, no importará si los españoles se dan cuenta de que les robamos, porque ya no estaremos allí para oír sus quejas. El joven tiene una amante mestiza. Quiere hacerla su esposa y llevarla a París. Podrá vivir bastante bien con lo que vamos a pagarle. Y la mina que robamos produce el oro más puro que he visto en mi vida, Khalid… Los otros barcos de nuestra flota han vuelto con las pieles más hermosas que puedas imaginarte, esmeraldas y topacios. Como siempre, he reservado algunas pieles y gemas para ti, y algunas perlas indias y especias de la flota del Sur. Lo demás se ha vendido por los canales de siempre y tu dinero ya está en tu banco.
– Eres generoso, Robbie, y cuidadoso también, como siempre. Tal vez me permitirás que haga algo por ti. Tu barco fue avistado por unos amigos esta mañana y yo sabía que estarías aquí esta noche. Ve a la Casa de la Felicidad, encontrarás una hermosa sorpresa.
El inglés sonrió, complacido.
– Ah, Khalid, no tenías por qué hacerlo…
El Señor de las Prostitutas de Argel sonrió también.
– Te gustará, Robbie. Ve ahora para que yo pueda estar a solas con mi dama.
El capitán se puso en pie.
– Si la sorpresa que me has preparado es tan hermosa como ella, no te veré hasta dentro de muchos días, Khalid -dijo, y se fue.
Khalid el Bey se estiró como un gato y llamó:
– ¡Skye! -Ella salió inmediatamente de detrás de unas cortinas y se sentó junto a él-. Has estado escuchando, ¿verdad?
– Sí, mi señor. Y si la historia es cierta, tenéis suerte de poder contar con semejante socio.
– Puedes confiar en Robert Small, puedes confiarle tu vida, mi querida Skye. Es el hombre más honesto que conozco. Nunca me ha engañado. Simplemente, no puede. No está en su naturaleza.
– ¿Y qué le has preparado en la Casa de la Felicidad? ¿Una criaturita pequeña que lo consuele y lo tranquilice después de su viaje?
– No. -Khalid rió-. Aunque Robbie es bajito, le gustan las mujeres altas y grandes. La muchacha que lo espera mide un metro ochenta por lo menos y tiene unos pechos como melones maduros. Le expliqué que el miembro de Robbie es tan grande como el de cualquiera y que pasaría un buen rato con él.
Los dos rieron, imaginando al hombrecito y su amazona enredados en un dulce combate. Al poco rato, dejaron de reír y se quedaron en silencio, y ella se acurrucó otra vez entre sus brazos. Él la besó hasta que ella lo deseó con toda su alma. Las manos de él se deslizaron sobre el caftán azul pálido y sus dedos jugaron con los pezones hasta que ella gimió, sonriendo.
– Mírame, Skye -le pidió él con suavidad, y ella trató de levantar sus ojos cansados hacia él-. Eres mi esposa y te amo, querida.
Por primera vez, Skye miró atentamente esos ojos cálidos color ámbar y se dio cuenta de su profundo amor hacia él. Con ese descubrimiento, el dolor que la había perseguido desde que despertó a su nueva vida en Argel se desvaneció de pronto, dejándola liviana como una pluma. ¡Estaba enamorada! ¡Esto era amor y ahora lo recordaba! Sus ojos se llenaron de lágrimas de felicidad y dijo, con asombro en la voz:
– ¡Oh, Khalid! ¡Te amo! ¡Yo también te amo! ¡Ahora lo sé! -Y lo besó con pasión. Él, que descubría en ella un amor nuevo, firme, creciente, notó que su pasión se encendía en un fuego eterno.
Bajo sus ansiosos dedos, la seda del caftán de ella cayó al suelo y las manos y la boca de Khalid empezaron su deliciosa adoración. Le soltó el cabello oscuro y lo extendió sobre los almohadones de color durazno. Luego, los largos dedos trazaron una huella sobre las mejillas sonrosadas de su amada y descendieron hasta el mentón para tomar su rostro con ternura.
– Dímelo de nuevo, Skye -le pidió con suavidad.
Los ojos color zafiro de ella capturaron los ojos de oro y sostuvieron la mirada con firmeza.
– Te amo, mi señor Khalid -afirmó sin ninguna duda-. Te amo… -Y después lo besó de nuevo y él sintió esa pequeña lengua suave recorriendo su boca. Sintió que los senos de Skye, redondos y pequeños, rozaban con insistencia su pecho, y sin poder resistir la invitación, inclinó la cabeza y jugueteó con sus labios sobre los pezones temblorosos. Su lengua se hundió en el ombligo de ella y su boca buscó el corazón del deseo. Al sentir la fragancia del mar que despedía, la lengua de Khalid corrió como el fuego sobre la más rosada y húmeda de las pieles. Ella gimió, como si agonizara en su éxtasis, y sus dedos de mujer enamorada agarraron su cabello mientras él la forzaba más allá de los límites. Pero Skye, a pesar de todo, no se rompió en mil pedazos. Llegó más alto de lo que había llegado en toda su vida. Luego, con gran ternura, él la besó en los muslos, se colocó encima de ella y la tomó.
Skye estaba frenética de pasión insatisfecha. Nunca había conocido un amor como ése. ¿O sí? Su mente giraba en un remolino de confusión. El cuerpo cálido de Khalid pronto hizo que lo olvidara todo. ¿Por qué torturarse con vagos recuerdos temblorosos? Lo único que tenía importancia era el presente.
– ¡Skye! ¡Skye! ¡Ven conmigo, amor mío! ¡Ahora!
Ella unió su ardor al de ese hombre amado y voló con él. Después, cuando yacía ahíta de placer en el lecho, le dijo:
– Quiero un hijo, Khalid.
Él sonrió en la penumbra. Sentía que esa frase era una prueba más del amor de Skye.
– Trataré de darte lo que me pidas, amor mío, sobre todo hijos.
Skye rió de pronto, contenta, e incorporándose sobre un codo miró el interior de esos ojos de oro.
– Te amo y tú me amas -dijo-. Lo que haya pasado antes en mi vida no importa demasiado a la luz de este amor. Si fuera importante, ya lo habría recordado. Sé quién soy. Soy Skye, la amada de Khalid el Bey, el gran Señor de las Prostitutas de Argel.
Capítulo 11
Niall Burke yacía boca arriba sobre las almohadas perfumadas. Sus ojos plateados enfocaron el mundo por primera vez en varias semanas y miró las distantes montañas azules. El paisaje que se veía a través de la ventana era un derroche de vegetación enloquecida. Hibiscos rosados y rojos, dulces gardenias, perfumadas rosas y lavandas en flor que crecían como una multitud salvaje que se elevaba, desde el jardín hacia las florecientes enredaderas que trepaban por las paredes de la casa. La naturaleza vibraba.
"La Pasión De Skye O’Malley" отзывы
Отзывы читателей о книге "La Pasión De Skye O’Malley". Читайте комментарии и мнения людей о произведении.
Понравилась книга? Поделитесь впечатлениями - оставьте Ваш отзыв и расскажите о книге "La Pasión De Skye O’Malley" друзьям в соцсетях.