Por eso estaba tan poco preparado para la fría bienvenida que recibió en Lynmouth unas pocas semanas después de la boda, cuando se despejó el clima de invierno. Niall había abandonado el castillo de los MacWilliam y había viajado a través de Irlanda para tomar un barco de la flota O'Malley desde la ciudad costera de Cobh hasta Bideford. En Bideford repitió el viaje que había hecho unos años antes y alquiló un caballo para ir hasta Lynmouth. Llegó solo, sin escoltas, sin heraldos. Cabalgó por el puente levadizo hacia el patio y dijo al sirviente que tomó las riendas de su caballo:

– Decidle a la condesa que ha llegado su esposo. -El sirviente abrió la boca, se volvió y corrió hacia el castillo.

Niall Burke se sacó los guantes con calma y lo siguió. Skye estaba en el salón central. Iba vestida de negro de arriba abajo. Se la veía fría, elegante y muy formal.

– Deberíais habernos avisado de vuestra llegada, milord. ¿Han atendido a vuestros criados?

– He venido solo. Apenas mejoró el clima. No hubo tiempo de mandar un mensajero.

– Os prepararemos vuestras habitaciones, milord. -Él la miró extrañado y entonces ella le explicó-: Mi esposo murió hace menos de un año, milord. Todavía estoy de luto.

– Yo soy tu esposo, Skye.

Ella sonrió, una sonrisa gélida.

– Mi anterior esposo -se corrigió en un tono que parecía querer decirle que se estaba comportando como una bestia sin sentimientos.

– Entonces, ¿por qué quisiste casarte ahora, Skye?

– Mi tío tenía mi permiso para buscar candidatos para una boda. Solamente para eso. Él apañó lo de los poderes. Ni siquiera me enteré de la boda hasta hace dos días.

– ¿No querías casarte conmigo?

– No me importa con quién casarme, pero hubiera preferido elegir. Lo único importante era tener un marido, lord Burke, ésa es la verdad. -Y le contó lo de Dudley y la necesidad de protegerse a sí misma y proteger a sus hijos.

Esas palabras dejaron atónito a Niall, y cuando empezó a comprenderlas, se sintió desgarrado entre la rabia, la lástima y la risa. En su deseo por volver a estar junto a Skye, había aceptado una explicación simple de una situación que sabía que no lo era. Pensó en la actitud dura y fría de ella y se dio cuenta de que el MacWilliam tendría que seguir esperando un nieto durante tiempo. Ah, claro que él podía gritar y exigir sus derechos maritales, pero sospechaba que con eso no ganaría más que desprecio. Decidió que se comportaría como un caballero y esperaría. Una sonrisa triste tocó las comisuras de sus labios, porque parecía que siempre estaba esperando a Skye O'Malley y nunca lograba alcanzarla.

– Claro que necesitas a un marido que te proteja, Skye -dijo-, y no hay nadie mejor que yo. Nos amamos una vez. Tal vez volvería a suceder.

– O tal vez no -apostilló ella-. Creo que el amor trae más amargura que placer. Ya he perdido a dos hombres a los que amaba. Además no he podido olvidar las palabras amargas que nos dijimos y, aunque te perdoné porque Geoffrey me lo pidió, no puedo borrarlas de mi memoria.

– Me arrepentí apenas las dije.

– Siempre has sido impulsivo, Niall. Muy impulsivo. Nunca piensas en las consecuencias de tus actos. Ahora eres mi esposo, pero, a menos que pueda aprender a amarte otra vez, este matrimonio no lo será más que legalmente. Nunca me he entregado a un hombre que no me gustara.

– ¿Te gustaba Dudley?

– Desprecio a lord Dudley como despreciaba a Dom. Ellos me tomaron, sí, pero yo no les di nada, nunca. ¿Entiendes?

– Y yo no estoy acostumbrado a forzar a mujeres que no desean acostarse conmigo, querida esposa. No pienso hacerlo ahora, ¿me entiendes tú a mí?

– Entonces nos llevaremos bien, Niall Burke. Tú en tu lugar y yo en el mío.

Él le hizo una reverencia burlona.

– Será como dices, condesa. ¿Le has notificado a la reina la boda?

– El mensajero partió hacia Hampton Court el día que recibí el mensaje de mi tío.

– Entonces, Isabel debería saber ya que hay un hombre a tu lado en Lynmouth.


Isabel lo sabía. La reina se había enfurecido al principio.

– ¿Cómo se atreve? -gritó-. No tenía mi permiso.

– Ah, Majestad, sí que lo tenía -interrumpió Cecil, lord Burghley.

– ¿En serio?

– Sí -dijo el canciller con suavidad-. Lo firmasteis hace unos meses, cuando el obispo de Connaught pidió permiso para que su sobrina se casara de nuevo. Creo que lord Burke estuvo prometido a la condesa de Lynmouth hace años, Majestad. Es una buena decisión. Skye O'Malley es jefa de la flota de los O'Malley de Innisfana, una familia rica que vive del mar. Supongo que la condesa no dejará Inglaterra hasta que su hijo pueda manejar su herencia, y faltan años para eso. Su familia no se atreverá a rebelarse contra la Corona por miedo a que haya represalias contra ella. Por lo tanto, la nacionalidad inglesa de Robin Southwood neutraliza a un enemigo poderoso. Y ahora podemos decir lo mismo de los Burke. Niall Burke es el único heredero del MacWilliam de Connaught, y él y su gente no se atreverán a actuar contra Inglaterra mientras su esposa esté aquí, porque él también lo estará. Por eso os aconsejé firmar los papeles del obispo cuando llegaron.

Isabel se mordió los labios. Leicester se sentiría desilusionado, pero ya se había divertido bastante, y ella no quería que se acostumbrara demasiado a Skye. Hasta hubiera podido desear casarse con ella. Y por supuesto, la dulce Skye no podía seguir indiferente mucho tiempo a los encantos de alguien como Robert. ¿Qué mujer podría resistirse a lord Dudley? Sí, era mejor que Skye se hubiera casado de nuevo.

– Por lo tanto, creo que sería sabio que la custodia del pequeño conde de Lynmouth pasara a manos de su padrastro legal -agregó William Cecil.

– Sí -dijo la reina, pensativa-. Pero Rob se sentirá mal. El muchachito es un gran tesoro. Quiero que le busquéis algo precioso para reemplazarlo, y quiero conseguírselo inmediatamente. -Se volvió hacia uno de sus secretarios-. Envía nuestras felicitaciones a lord y lady Burke junto con los papeles de la transferencia de la tutoría del conde de Lynmouth. Y también cien marcos de oro y un par de candelabros de plata. Diles que estaremos encantados de recibirlos otra vez en la corte.

Lord Burghley se sentía satisfecho. Tal vez Isabel era la cachorra del león, pero era su discípula. Él la había guiado y la había formado, y en ese momento estaba orgulloso de ella.

– Creo que lord Dudley estaría satisfecho de ser el tutor de la heredera de los Dacre. Es la única hija de lord John Dacre. Su madre murió al parirla.

Isabel Tudor asintió. Sí, Rob estaría conforme con un arma como ésa entre sus manos, y ella necesitaba un poco de influencia real en el norte, donde las familias fronterizas como los Dacre variaban continuamente sus alianzas. En cambio, no se podía dudar de la lealtad del joven Southwood.

Los mensajeros reales partieron inmediatamente.


Skye no mostró el más mínimo interés por los marcos y los candelabros. Pero el entusiasmo que le causó la transferencia de la tutoría de Robin a manos de Niall no tuvo límites. Niall la miró con expresión sardónica, mientras ella se deleitaba con su victoria.

– Parece -dijo con voz tranquila y agradable- que por lo menos me las he arreglado para serte útil de algún modo.

– Debes sentirte de lo más satisfecho -dijo ella, sarcástica.

– Estoy más satisfecho que tú, querida. No logro entender cómo te las arreglas para vivir con hielo en las venas en lugar de sangre.

– Sí, ya he oído sobre tu tabernera -le contestó ella. Lo dijo como si no diera importancia a esos rumores, pero no era cierto.

– ¿Ah sí? -dijo él lentamente, y su boca se curvó de una forma que enfureció a Skye.

– La llaman «Rosa de Devon», me dijeron. ¿Es porque está demasiado crecida o porque huele? -La cara de Skye era un estudio de la inocencia más pura.

Niall Burke rompió a reír.

– Maldita sea, mujer, tienes una lengua afilada como un cuchillo. Eres muchísimo más interesante que la muchacha que conocí hace diez años, Skye.

– Y sin embargo necesitas una amante, milord.

– Señora, soy hombre, y discutamos sobre el tema o no, me estás negando mis derechos maritales. Estoy dispuesto a ser paciente, pero no a ser célibe.

– Estoy de luto.

– Por un hombre que murió hace un año. Ya hace dos meses y medio que nos casamos.

– Hoy se cumple un año de su muerte -dijo ella, y le temblaba la voz-. Ojalá fueras tú el muerto y no Geoffrey. -Y salió corriendo de la habitación para que él no la viera llorar.

Niall dijo una mala palabra en voz baja. Le había gustado Geoffrey Southwood, pero estaba empezando a cansarse de ese fantasma. Había pensado que Skye se dejaría vencer y aceptaría el matrimonio tarde o temprano. En lugar de eso, se mostraba más fría y distante cada día que pasaba. No podían dejar Lynmouth hasta que el pequeño Robin tuviera seis o siete años de edad y fuera a casa de otros nobles a ejercer de paje. Mientras tanto, él tenía que vivir en la casa de Geoffrey Southwood y hacer de padre de su hijo, todo sin ser realmente el marido de su viuda, que ahora tendría que ser su esposa y no la de un muerto.

Los chicos lo habían aceptado bien. Willow había dicho con la lengua de los niños.

– Tú eres mi tercer padre, ¿sabes? El primero murió antes de que yo naciera y el segundo, hace un año. Espero que tú te quedes más tiempo.

– Haré lo que pueda -le había contestado él con seriedad.

Robin estaba encantado de tener otro hombre en la familia.

– ¿Cómo quieres que te llame? -le había preguntado.

– ¿Cómo te gustaría llamarme, Robin?

– No creo…, no creo que pudiera llamarte «papá». Así llamaba a mi padre. -Al niño le temblaba la voz.

– Lo comprendo. ¿Por qué no me llamas Niall? Es mi nombre, y a mí me parecería bien, si tu madre está de acuerdo.

Para los chicos, todo estaba en orden. Para los adultos, la cosa no era tan fácil. Niall había empezado a manejar las propiedades de los Lynmouth, y Skye no había puesto ninguna objeción. Parecía preocupada por otras cosas. Después de la discusión de la tarde, Niall juraba que la seduciría esa noche durante la cena, pero ella no se presentó en la mesa.

– ¿Dónde está tu señora? -le preguntó Niall a Daisy, que comía con otros sirvientes importantes en el salón, en una mesa más baja.

Daisy se levantó de su silla y se acercó a él. Le hizo una reverencia y dijo:

– Debe de haber sacado el bote, milord.

– ¿El bote?

– Sí, milord. El que tiene anclado bajo los acantilados. Se lo cuida mi hermanito, Wat. Él os mostrará el camino, si queréis.

Niall terminó de cenar, con el rostro pensativo y preocupado, y llamó al muchacho.

– ¿Has visto si lady Burke se ha llevado el bote, Wat?

Wat retorció los pies y asintió.

– ¿Sabes adónde ha ido?

– No, señor. -Pero el muchacho sospechaba que su señora había ido a Lundy. Después de varios meses a su servicio, conocía sus estados de ánimo.

– ¿Crees que volverá esta noche, muchacho?

– Tal vez, señor. A veces se queda toda la noche, a veces vuelve. Ella y el mar son amigos.

Niall sonrió.

– Gracias, Wat. Me gustaría que me mostraras el sitio donde guardas el bote.

– Sí, milord -fue la obediente respuesta, y Niall escondió otra sonrisa. El muchacho era, sin duda, muy leal a Skye. Ella despertaba lealtades furiosas. Niall veía que Wat estaba resentido por lo que consideraba una intrusión inaceptable en la vida privada de su señora. Así que Niall decidió explicarle algunas cosas con voz tranquila mientras caminaban juntos.

– ¿Sabías que conozco a tu señora desde que tenía tu edad? Sé lo mucho que sabe de botes, pero, de todos modos, me preocupa que salga sola. La amo, ¿sabes?

El muchacho no dijo nada, pero Niall notó que la tensión de sus hombros se aliviaba un poco. Trotó silenciosamente hacia delante, seguido por el irlandés, hasta que llegaron a la cueva. Las cejas de lord Burke se arquearon en un gesto de sorpresa y sus labios se encogieron con suavidad. Vio la gran boca de la entrada y caminó hacia el borde, hasta los escalones tallados en la piedra y la gran anilla de hierro. Luego, se volvió hacia Wat.

– Ya puedes irte, Wat. Esperaré un rato aquí. -El muchacho pareció dudar un momento, pero después se encogió de hombros y volvió a subir por las escaleras. No era asunto suyo decirle a los nobles lo que debían hacer.

La noche de abril era templada y agradable. Niall, junto al agua, con la espalda contra la pared de la cueva, contempló la puesta de sol. El mar estaba oscuro y en calma y, por encima de él, oía chillidos de algunas crías de gaviota que se acomodaban para pasar la noche. El cielo se oscureció y las primeras estrellas empezaron a brillar sin demasiado entusiasmo, como si no estuvieran del todo seguras de que ya fuera el momento de mostrarse. Niall Burke se quedó allí, sentado sobre las piedras del borde. Pronto oscureció por completo y las estrellas brillaron como diamantes. Un viento leve recorrió la cueva y el aire se humedeció. Niall seguía esperando. Sentía una intensa curiosidad. ¿Dónde estaba Skye? ¿Volvería esa noche? Había toda una parte de su vida que él no conocía. Estaba refrescando y lamentó no haber pensado en traer su capa. Como si lo hubiera dicho en voz alta, oyó al cabo de poco rato la voz de Wat que le decía: