– Os traigo una capa, milord, y Daisy os manda una jarra de vino.

Niall se puso en pie, aterido y un poco agarrotado por la espera, tomó la capa forrada de piel y envolvió con ella su cuerpo empapado ya del frío nocturno.

– Muchas gracias, muchacho -dijo, y destapó la jarra. Bebió un largo trago de vino y se sintió agradecido por el calor que le golpeó el cuerpo como una roca derretida y luego se esparció hacia arriba, reconfortándolo. Wat asintió y encendió las antorchas que servían de señal.

– La señora volverá tarde hoy. Tal vez muy tarde -se atrevió a insinuar.

– Esperaré -dijo Niall.

Wat desapareció. Niall oyó el retumbar de sus pasos por los altos escalones de piedra. Todo quedó en calma otra vez. Sólo se oía el ruido leve del mar que golpeaba las rocas del borde. Las estrellas se movieron lentamente en el cielo y aparecieron otras nuevas. Niall dormitó y se despertó de pronto con el cielo gris de la aurora. El botecito de Skye navegaba hacia él sobre las olas. Niall se puso de pie lentamente, sacudiéndose un poco para desperezarse, y bajó por los escalones de piedra para coger la soga que ella le arrojó sin inmutarse. La ató a la anilla de hierro y luego tendió una mano a su esposa y la ayudó a desembarcar. Ella se movió a su lado y él olió el perfume del tabaco sobre sus ropas de marinero. Los celos lo dominaron y, durante un momento, le costó controlar la voz.

– ¿Dónde demonios estabas? -le preguntó.

Los ojos azules se entrecerraron, mirándolo.

– En el mar -le replicó Skye.

– He estado esperándote toda la noche.

– ¿En serio? Me conmueve lo que dices, pero has perdido un tiempo que podrías haber pasado con tu Rosa de Devon en un cálido lecho.

Skye ya subía por las escaleras y él saltó tras ella.

– No has estado en el mar toda la noche -dijo él directamente.

– ¿No? -Ella lo miró por encima del hombro, con una expresión de burla en el rostro con forma de corazón.

– No, a menos que hayas decidido empezar a fumar tabaco, Skye.

– ¿Qué?

– Tu ropa huele a tabaco.

Ella se detuvo y olisqueó su jubón.

– Tienes toda la razón, Niall -dijo, y siguió subiendo sin agregar nada.

Atónito, él se quedó de pie en mitad de las escaleras durante unos momentos. ¡La perra tenía un amante! Era la única explicación posible. ¿Qué tenía él que hacía que todas sus esposas buscaran consuelo en otra parte? Nada, decidió, golpeando con el puño de una mano la palma de la otra. Recordaba mujeres que habían gemido de pasión bajo su cuerpo. No permitiría que el recuerdo de la traición de Constanza envenenara su sentido común.

De pronto, oyó que una puerta se cerraba por encima de su cabeza y volvió a la realidad. ¡La muy perra! ¡Engañarlo con la excusa del luto por Geoffrey Southwood, mientras salía todas las noches a navegar al encuentro de un amante! ¡Cómo debía haberse reído de él con ese amante! Sintió que se enfurecía. ¿Quién era el maldito?

Subió por las escaleras con gesto resuelto. No esperaría más. Ese jueguecito se había terminado. Y después de arreglar las cosas con ella, hundiría el bote para que no pudiera salir otra vez. Tal vez esto era el castillo de Lynmouth y ella la condesa de Lynmouth, pero también era lady Burke, y él estaba a punto de recordárselo.

El tiempo le había enseñado a Niall el valor de la sutileza. Fue hasta la puerta de sus propias habitaciones, entró y llamó a su sirviente. Mick llegó corriendo.

– ¡Un baño! -le ordenó, y el muchacho llenó la profunda tina de roble con agua caliente. Niall pasó una media hora lavándose, incluyendo el cabello corto, rizado y oscuro. Luego salió del agua, se secó con vigor ante el fuego. Tenía el cuerpo atlético todavía, y había madurado bien. Estaba tibio y la sangre corría por sus venas al pensar en Skye. Mick le alcanzó la bata y él se envolvió con ella. Sólo entonces fue hasta la puerta que conectaba las habitaciones de ambos.

Skye también acababa de bañarse, eso era evidente por la tina llena frente a la chimenea. Estaba sentada, desnuda, ante la cómoda, cepillándose el oscuro cabello, mientras Daisy arreglaba la cama. Alertada por el ruido de la puerta, buscó inmediatamente el chal de puntillas que yacía sobre el borde de la mesa. Él se lo arrancó. Ella saltó para ponerse de pie, preocupada de pronto.

– ¡Fuera, Daisy! -La voz de lord Burke era como un ladrido.

– ¡No, quédate! -ordenó Skye con desesperación.

Daisy miró a uno y a otro sin saber qué hacer. Niall dio un paso amenazador hacia ella y Daisy huyó con un chillido cerrando la puerta de un golpe tras ella. Niall corrió el cerrojo y luego dio dos zancadas para asegurar también la puerta por la que había entrado. Al mismo tiempo, capturó a Skye, que había intentado escapar por allí.

Se alzó frente a ella, el rostro seductor, trabajado por la vida y lleno de furia. Sus ojos plateados relampagueaban de frío fuego, más frío de lo que ella hubiera visto nunca en esa cara. Skye tuvo miedo, un miedo real, que le pesaba en la boca del estómago, y luchó para dominarse e impedir que él se diera cuenta.

Niall la aplastó contra la puerta con los brazos como barras de hierro a los costados de ese bello cuerpo. Ninguno de los dos dijo nada durante un minuto y él no dejó de notar el pulso asustado que saltaba en la base del cuello de su esposa. Finalmente, Skye se las arregló para murmurar con voz ronca:

– No tienes ningún derecho.

– ¡Más que tu amante! -le ladró él con los ojos fijos en los pequeños senos que tenían los rosados pezones alzados de miedo.

Sorprendida, absolutamente atónita, ella casi tartamudeó:

– ¿Mi…, mi amante? ¡No tengo ningún amante!

– ¿Te quedas en el mar toda la noche y vuelves con la ropa saturada de olor a tabaco y pretendes hacerme creer que no tienes un amante? Entonces ¿cuál es la explicación, señora? Y ni se te ocurra decirme que no es asunto mío. Eres mi esposa.

«¡Por los huesos de Cristo!», maldijo ella en silencio. No podía decírselo, porque Niall no lo comprendería. ¿Cómo podía decir algo como «me heriste y me fui a Lundy porque tengo un amigo en la isla»? ¿Cómo decirle que ella y Adam de Marisco habían pasado la noche charlando y que la razón por la cual su ropa olía a tabaco era que Adam había empezado a usar pipa? ¿Cómo explicaría lo del señor de Lundy a un esposo? Niall nunca sabría que Adam había sido su amante, porque De Marisco no quería enfrentarse a lord Burke más que la propia Skye.

Así que ella levantó la vista y se asustó cuando vio lo que había en esos ojos plateados.

– No tengo ningún amante, Niall -repitió.

– Entonces ¿fumas, querida?

– Sí -le contestó ella con desesperación.

Él le agarró el mentón con la mano y la besó con pasión. La suave lengua de Niall se hundió hasta el fondo de la boca de Skye y, cuando la soltó, la cara de lord Burke se iluminó con una sonrisa de crueldad.

– ¡Mientes, Skye! En tu boca y en tu aliento no hay huella de tabaco. ¿En qué más me has mentido? Durante dos meses me has estado negando mis derechos con la excusa del luto. Y yo, como un tonto, te he creído y he respetado tu dolor, y, mientras tanto, tú te escapabas cuando podías a hacerle una visita a tu amante.

La arrancó de la puerta con rabia. Luego la levantó en brazos y la llevó a la gran cama.

– Bueno, señora, ahora lo harás conmigo. -Y la dejó caer sobre el colchón de plumas.

Mientras él se desvestía, ella se levantó con furia, pero él la empujó haciéndola caer de nuevo en la cama.

– ¡Ah, no, querida! Lo que le das a él me lo darás a mí también, te lo aseguro.

– ¡Hijo de puta! -le ladró ella mientras él la aplastaba con su cuerpo. Él rió. Furiosa, ella luchó contra él como una fiera enloquecida.

La boca de él la lastimaba y ella apretó los dientes con fuerza. Las manos de Niall se le enredaban en el cabello negro para mantenerle la cabeza firme. Ella cerró los ojos para no verlo, para borrarlo de su vista, pero no podía dejar de oír su voz que le murmuraba al oído:

– ¿Vas a ser mi esposa por tu voluntad, Skye, o tendrá que ser una violación? Tal vez la idea de la violación te excita, ¿eh, querida? Yo preferiría que me dejaras amarte y que me amaras también.

– ¿Amarte? -El desprecio era profundo-. ¡Me das asco! ¡Y pensar que una vez te preferí a Dom O'Flaherty!

Él quería pegarle. ¿Qué les había pasado a los dos? Y de pronto, el deseo desapareció de su cuerpo. La violación no era su estilo. Para sorpresa de Skye, se hizo a un lado y la dejó libre, pero cuando ella trató de levantarse, la retuvo.

– ¡No, señora! De ahora en adelante, dormirás conmigo. Pero no te daré excusas para odiarme, reclamando mis derechos por la fuerza. Tendrás que pedirme que te haga el amor, querida mía. Y lo harás, Skye. Lo harás.

El alivio dio valor a Skye.

– ¡Nunca! -escupió.

Él rió y la abrazó para poder acariciarle los senos.

– Estas dos manzanitas tuyas están un poco más grandes -observó.

– Pensaba que no me harías el amor a menos que te lo pidiera -dijo ella, tratando de alejarse.

– He dicho que no reclamaría mis derechos, Skye. Nunca he dicho que no trataría de disfrutar de tu hermosa persona.

– Ah -jadeó ella, furiosa-. Entonces no es justo.

– ¿Preferirías que te violara? -preguntó él, haciéndose el sorprendido.

– ¡No he dicho eso!

– Entonces, dime, ¿qué quieres de mí, esposa? ¿Qué quieres exactamente?

Ella abrió la boca para contestarle, pero no dijo nada. Que bromeara y jugara sus tontos juegos tanto como quisiera. Ella nunca cedería ni le daría la satisfacción de oírla protestar. Niall, que recorría con sus manos ese cuerpo maravilloso, vio el ceño fruncido en el rostro con forma de corazón y sonrió para sí mismo. Skye nunca sabría lo cerca que había estado de ser violada.

Las manos y la boca de Niall la torturaban deliciosamente y Skye se mordió los labios y apretó las uñas contra las palmas de las manos hasta que el dolor alivió un poco el placer que empezaba a sentir, un placer que ella no quería aceptar. Cuando lord Burke sintió que la había llevado suficientemente lejos, se detuvo de pronto y se volvió para tratar de dormir. Ella se quedó tendida a su lado. Le temblaba todo el cuerpo y, así, en silencio, lo odió tanto como lo había amado en otro tiempo.


Descubrió muy pronto que Niall pensaba ser el amo en todo, no sólo en el dormitorio.

Apenas pudo escaparse ese mismo día, bajó corriendo por las escaleras del castillo hacia el bote. Se quedó horrorizada frente al sitio en que debería haber estado su bote. Nada.

– ¡Wat! -gritó-. ¿Dónde estás, muchacho?

– No te molestes en llamar a Wat, querida. -Niall la había seguido-. Ha conseguido un trabajo en un barco pesquero y ya no trabaja en el castillo.

Ella giró en redondo, furiosa, y dijo, con voz agitada:

– ¡Wat era mi sirviente! ¿Cómo te atreves a darle otro puesto? Y supongo que sabes dónde está mi bote.

– Claro que lo sé.

– ¿Dónde? -le gritó ella.

– Está donde lo dejaste, Skye.

Intrigada, ella se volvió para mirar de nuevo la anilla de hierro vacía.

– Mira mejor -le aconsejó él.

Ella se movió escaleras abajo, hacia el agua, y mientras el sol jugueteaba en el mar en calma, sus ojos vieron un reflejo de algo en el fondo y comprendió. Lentamente, subió por las escaleras de espaldas. La rabia dominaba todas las fibras de su cuerpo. Se volvió para mirar a su esposo, y Niall Burke descubrió en ella una furia que nunca había visto antes.

– ¡Hijo de puta! -siseó Skye-. ¡Bastardo! ¡Has hundido mi bote! ¿Cómo, cómo te atreves? -Y levantó el puño para pegarle. Lo tomó por sorpresa y lo hizo tambalearse por la fuerza del golpe.

Él la agarró del brazo y la mantuvo quieta. La miró a la cara, fijamente. El odio que vio allí era tan grande como la fuerza del golpe. Niall maldijo en silencio a su padre y a Seamus O'Malley por creer que él y Skye podrían volver a unirse alguna vez.

– ¡Sí! -dijo con los dientes apretados-. He hundido tu maldito bote. No pienso dejar que te vayas a ver a tu amante y después hagas pasar a sus hijos bastardos como míos.

Skye gritó de rabia.

– ¿Eso crees de mí, Niall Burke? ¿Así me consideras? Te lo repito, ¡no tengo amante! -Después se soltó de sus brazos y subió corriendo por las escaleras.

Estaba muy preocupada. Era la época de la multitudinaria salida de barcos en primavera, la época en que llegaban los barcos de las Indias. Había recibido noticias de Bideford y sabía que en los próximos días llegarían seis barcos, el grupo más grande que nunca hubiera llegado a esas costas. Tenía que avisar a De Marisco y a su flota, que esperaban sus instrucciones en Lundy. Y ahora que ella no podía ir hasta ellos, ellos tendrían que venir a Lynmouth.