»Y quien me hizo eso fue Isabel Tudor, Adam, otra mujer. Me entregó a Dudley sin pensar ni en mí ni en mi querido Geoffrey ni en la lealtad que siempre le demostramos. No, Adam, no puedo olvidarlo.

– De acuerdo, Skye -suspiró él, porque no había forma de oponerse-. Pero será la última vez. No me gusta la idea de ver tu hermoso cuello partido por el hacha. Ni el mío tampoco.

– Sólo esta vez, De Marisco.

Adam de Marisco volvió a Lundy muy preocupado. Lo que había empezado casi como una broma, se estaba complicando indeciblemente y el gigante tenía miedo. El deseo de venganza de Skye borraba su sentido común y él estaba asustado. ¿Por qué no lo había visto venir? Tendría que haber acabado con el asunto antes de que ella se obsesionara con él.


Dos días después, llegó De Grenville a Lynmouth. Venía de Londres. Traía las alforjas llenas de chismes divertidos y de charla sobre la corte. Skye se armó de paciencia y lo dejó hablar. No quería que sospechara de ella. Finalmente, Dickon y Niall se relajaron y se emborracharon ligeramente, entonces ella preguntó como de pasada.

– ¿Qué es eso de un barco para la reina? Uno que le manda el rey Felipe. Bideford está lleno de rumores.

– Ah, sí -sonrió De Grenville, medio borracho-. Quiere que ella considere a su sobrino Carlos y espera convencerla mostrándole lo adecuado que resulta tener parientes ricos.

– ¿Entonces es un hombre real, Dickon? ¿Existe?

– Oh, sí, por supuesto.

– ¿Y la reina no tiene miedo de perderlo con eso de los piratas que aparecen aquí y allá en estos días?

– Por eso estoy aquí -dijo De Grenville, riendo entre dientes-. Voy a comandar cuatro naves de guerra al encuentro del Santa María Madre de Cristo para escoltarlo hasta Bideford.

Skye rió.

– Ningún pirata atacará una nave protegida por cuatro barcos de guerra. Hasta yo sé eso. -Se estiró para buscar la jarra y se inclinó sobre De Grenville para servirle un poco más de vino en la copa. Ese movimiento permitió al noble una visión de los senos de Skye, y ella notó, divertida, que eso le aceleraba la respiración. Niall parecía haberse dormido con la cabeza oscura sobre los brazos cruzados.

– Mis barcos…, mis barcos van a estar disfrazados, Skye. Parecerán mercantes, tan inofensivos como el del tesoro. Solamente cinco barquitos listos para que cualquiera los aborde cuando quiera. -Hipó y después tragó un poco más de vino, volcando la mitad sobre su ropa.

Skye comenzaba a comprender.

– ¿Me estás diciendo que el Santa María Madre de Cristo ha atravesado todo el Atlántico sin escolta?

Él asintió.

– El rey Felipe pensó que navegaría más seguro de esa forma. Nadie creería que un barco solitario lleva un tesoro como ése. Después que la nave zarpó, William Cecil pensó que podría coger a los piratas por sorpresa si enviaba la escolta disfrazada de naves mercantes. Los piratas suelen atacar grupos de barcos desprotegidos, pero esta vez no serán naves mercantes. Es otra de las de Cecil, siempre tan ingenioso.

– ¡Por Dios, Dickon, qué inteligente! Gracias a Dios que la reina hace algo para librarnos de esos piratas. Robbie y yo perdimos dos barcos el verano pasado -dijo Skye indignada-. ¿Dónde te encontrarás con el barco del tesoro?

– A tres días de Cabo Claro.

– Entonces, navegas siguiendo la ruta de la estrella del Sur -dijo ella, como tentándolo.

– Ajá -asintió él.

– ¿Cuándo te verás con los españoles, Dickon?

– Dentro de una semana -murmuró él, y después se quedó dormido sobre la mesa, cerca de lord Burke, que roncaba en la misma posición.

Skye sonrió, satisfecha, e hizo un gesto a Daisy, que había permanecido quieta en su lugar durante toda la velada.

– ¿Has encendido las luces? -preguntó en un murmullo.

– Justo antes del anochecer, milady. Lord De Marisco espera abajo -susurró Daisy.

– Que se lleven a esos dos a la cama, Daisy, y que me preparen el baño. No tardaré mucho. -Salió del salón con rapidez y, usando una puerta oculta al final de la habitación, bajó las escaleras hacia la cueva-. ¡Adam! -llamó al llegar abajo, y él salió de las sombras a su encuentro.

– Bueno, muchachita, ¿qué novedades tienes?

– ¡El barco existe y el tesoro también! Se llama Santa María Madre de Cristo y todavía le queda una semana de viaje a solas, sin escolta alguna.

– ¿Qué? ¿Y la escolta?

– No hay escolta, ¡ninguna! Dentro de una semana, De Grenville y cuatro de las naves de guerra de la reina camufladas como barcos mercantes se encontrarán con los españoles a tres días de Cabo Claro. Pero hasta entonces, el Santa María no tiene protección.

– ¿Y qué rumbo sigue? -preguntó De Marisco, tenso.

– El de la estrella del Sur.

– Es demasiada buena suerte -murmuró el gigante, y empezó a caminar por la cueva como un león enjaulado-. ¿De Grenville te lo ha contado, sin más? -Adam no se lo creía y los ojos color humo se habían oscurecido de pronto.

– Lo he emborrachado -le explicó ella-. Dickon nunca ha sabido beber. Siempre dice lo que no debe cuando está ebrio. -Recordaba esa tarde de hacía ya años en la cual De Grenville, borracho, le había contado que había hecho una apuesta con Geoffrey.

– ¿Estás segura de que estaba borracho?

– Totalmente, Adam. -Skye rió. Cuando él la miró, extrañado, ella dijo-: Dickon tiene una vieja deuda conmigo y acaba de pagarla con la información que me ha dado esta noche.

– ¿Dónde está ahora?

– ¿Dickon? He dado órdenes a los sirvientes para que los lleven a sus camas. A él y a Niall.

– ¿Tu esposo también se ha emborrachado?

– Sí. Eso sí que me ha parecido raro -musitó ella-. Nunca lo había visto así. Aguanta muy bien la bebida. Espero que no se esté enfermando. Pero seguramente está cansado. Ha estado recorriendo las tierras durante dos días.

– ¿Lo hacemos, Skye? -preguntó el gigante.

– Sí, Adam. Tengo una corazonada. Llámalo tontería irlandesa, pero si MacGuire y sus hombres zarpan de Lundy inmediatamente, podrán interceptar el barco a tiempo y volver a casa antes de que De Grenville y sus hombres se encuentren con él.

– ¿Y el botín? ¿Dónde vamos a guardar ese botín imposible, muchachita?

– En Lundy, no, Adam. Si los hombres de la reina sospechan, irán a registrar tu isla piedra por piedra, y no me parece honesto pagarte tu amistad haciéndote perder la cabeza en la Torre. No, en Lundy no, y en Innisfana tampoco.

– Entonces, ¿dónde?

– En la isla de Innishturk, Adam. Donde está el convento de mi hermana, St. Bride. Allí hay cuevas que descubrí hace años cuando pasé… un tiempo visitando a Eibhlin. MacGuire las conoce. A los ingleses nunca se les ocurriría buscar allí. Con el tiempo, podremos sacar el oro y la plata y los comercializaremos en Argel, convertidos en barras.

– Es la última vez, muchachita -dijo él con voz calmado pero firme.

– Lo sé, Adam.

– Voy a extrañarte, Skye O'Malley.

– No tenemos por qué dejar de ser amigos, Adam. Aunque ya no seamos socios.

– Mira, muchachita, para ser una mujer inteligente, a veces pareces tonta. Me duele verte y saber que nunca serás mía. Cuando terminemos con esto, no quiero volver a verte. Lundy estará cerrada para ti, Skye O'Malley.

– Adam -dijo ella con suavidad, mirándolo con tristeza-. Nunca he querido herirte.

– Estoy seguro de eso, muchachita. Para ti siempre ha sido amistad, pero para mí es mucho más. Eres como una estrella, querida. Brillante y hermosa, y totalmente fuera de mi alcance. Yo soy solamente señor de una isla, Skye O'Malley, no un cazador de estrellas, pero cómo querría dejar de lado mi sentido común y guardarte para mí.

Ella tenía la cara llena de lágrimas. Él le secó una mejilla con suavidad.

– No dejes de ser mi amigo, Adam -le murmuró Skye.

– ¡Nunca, muchachita! -le contestó él, y después la abrazó y la besó en la boca. La besó con dulzura, pero había pasión en esa dulzura, y después se separó de ella-. No besé a la novia cuando te casaste. ¡Adiós, pequeña! Te avisaré cuando terminemos la operación.

Después se fue, bajando por los escalones hacia el agua. Ella vio alejarse el bote a través de las lágrimas y luego lo vio girar hacia Lundy. Unos brazos fuertes la tomaron desde atrás y ella se volvió y se puso a llorar suavemente contra el pecho familiar cubierto de terciopelo.

– No creo que quieras explicarme por qué te citas en esta cueva con ese gigante, ¿verdad? -le preguntó Niall con calma. Skye lloró todavía más y él continuó-: Espero que no tenga que desafiarlo a un duelo para proteger mi honor.

– ¡No, no! -sollozó ella.

– ¿Quién es, Skye?

– Adam de… de Marisco, el señor de Lu… Lundy…

– Sigue, amor mío.

Skye se las arregló para controlar los sollozos y buscó el pañuelo para aliviar su congestionada nariz. Él le dio el suyo y ella se secó los ojos primero.

– ¿Tengo razones para estar celoso? -preguntó él.

Ella empezó a preguntarse cuánto tiempo habría estado él de pie en las escaleras. Se sonrojó y lo miró por debajo de sus pestañas oscuras.

– No estabas defendiéndote de sus avances, diría yo -hizo notar su esposo con humor-. Pero cada vez que llego a una conclusión contigo, me equivoco, y mucho. Así que si hay una explicación razonable para que te veas en secreto en plena noche con un hombre atractivo que parece encantado con la idea de besarte, me gustaría escucharla.

Ella estornudó, después estornudó dos veces más. Niall meneó la cabeza y la levantó en brazos para subir con ella por las escaleras.

– Me lo dirás cuando estés bien caliente en la cama -dijo Niall, y la llevó al dormitorio-. Creo que tu señora se ha resfriado, Daisy -le dijo a la sirvienta.

– Tengo un baño caliente listo, milord -indicó la muchacha-. Me ocuparé de ella.

– No, Daisy. Lo haré yo. Puedes irte por esta noche.

La sirvienta de Skye dudó, después se encogió de hombros y obedeció. Nunca entendería a los nobles, decidió. A veces se preguntaba si ellos se entendían a sí mismos.

Skye se quitó los zapatos sin usar las manos y se quedó de pie mientras su esposo le desabrochaba el vestido.

– Pensaba que estabas borracho -dijo.

Él sonrió.

– Eso es lo que he querido que pensases. Estabas tan interesada en sonsacarle información a De Grenville que sabía que no me prestarías demasiada atención.

Mientras hablaba, le desabrochaba el vestido y se lo quitaba. Después hizo lo mismo con las enaguas y la blusa, se arrodilló, desató las ligas y enrolló las calzas. Cuando la desnudó, la levantó en brazos y la depositó en la tina de agua caliente. Ella suspiró y cerró los ojos, aliviada.

– Sé que esa cueva -dijo Nial- puede ser de lo más húmedo y frío. -Ella murmuró que estaba de acuerdo y llegó casi hasta ronronear cuando él empezó a enjabonarle la espalda.

La boca de Niall se curvó de nuevo en una sonrisa leve. Menos de una hora antes había estado de pie en las sombras, en las escaleras de la cueva, y había visto cómo un extraño besaba a su esposa. Hacía un mes, había actuado sin pensar, pero ahora sabía que debía tener cuidado. Ella lo amaba; él estaba seguro de eso, aunque ella todavía no se lo hubiera dicho. Volvió a mojar la esponja en el agua y la pasó por los sitios más deliciosos de la anatomía de Skye.

Sintió que su deseo crecía, pero se obligó a no pensar en eso. Primero quería oír la explicación que ella le debía. La sacó del agua, la envolvió en una toalla y la colocó sobre el sillón junto al fuego. Tomó una toalla más pequeña y la frotó para secarla. Ignoró el camisón sedoso y celeste que había preparado Daisy y colocó a Skye entre la mullida cama y la colcha de piel de zorro.

Luego, se desvistió y se lavó, y después se metió en la cama con ella. Se volvió para mirarla y dijo con voz firme y directa:

– Ahora, señora.

– Adam de Marisco es mi amigo -dijo ella.

– Adam de Marisco está enamorado de ti -le replicó él.

– Pero yo nunca me he enamorado de él -aseguró ella-. Él fue quien insistió en que me casara de nuevo, y desde que nos casamos, insiste en que haga las paces contigo. Creo que comprende tu punto de vista mejor que el mío. -Skye frunció el ceño.

– Me alivia saber que el señor de Lundy está de mi parte -murmuró Niall con amargura-, pero eso no me explica la razón por la que te ves con él en secreto.

Ella suspiró.

– Empezó mucho antes de que nos casáramos, Niall. Después de la muerte de Geoffrey, cuando lord Dudley me forzaba. Me quejé a la reina. Y descubrí que ella me entregaba a Dudley como si yo fuese un juguete, para darle placer a él. Nunca la perdonaré por eso, aunque sea la reina de Inglaterra. Creo que su autoridad debería significar algo más de responsabilidad para ella. En ese momento quise vengarme, y todavía siento lo mismo. Los piratas que asolan la costa desde el verano pasado actúan bajo mis órdenes, son barcos y tripulaciones O'Malley. Adam de Marisco nos presta su santuario de Lundy y nos ayuda a ocultar el botín.