– ¡Maldita sea! ¿No hay nada que esa mujer no pueda hacer?

– Me alegra que tú tampoco sepas la respuesta a esa pregunta, De Marisco -dijo Niall, serio de pronto.

Adam de Marisco era casi diez centímetros más alto que Niall Burke. Ahora se levantó cuan alto era y dijo, mirando al esposo de Skye:

– Óyeme, hombrecito, creo que ya es hora de que despejemos este aire enrarecido. ¡Sí! La amé. Posiblemente la amaré siempre. Pero no soy un esposo para ella. Lo supe desde el día que la conocí, y a pesar del orgullo que sentiría si fuera su esposo… -De pronto dejó de hablar y durante un momento hubo una comprensión total entre ambos. Después, Adam de Marisco terminó lo que estaba diciendo-: Ella te ama y eres un tonto si crees que alguna vez se me podría ocurrir interponerme entre vosotros. Ahora, hombrecito, ¿te parece que podemos sentarnos a pensar cómo liberar a Skye de las garras de Isabel Tudor?

– Maldito seas, De Marisco, haces que me sienta como un chiquillo enamorado por primera vez. Pero si alguna vez crees que no soy lo suficientemente fuerte como para aceptar un desafío tuyo, pregúntamelo antes de tomar una decisión al respecto. Hombrecito. Diablos, vaya manera de llamarme. Dame tu mano, maldito inglés. Tengo que admitir que me caes muy bien.

Si Skye los hubiera visto, sentados, sonriéndose, los dos enamorados de ella y los dos unidos por la amistad, tratando de liberarla… Niall y Adam se dieron la mano y se miraron, un par de ojos plateados y un par de ojos color humo. Se comprendían.

– Necesitaremos la ayuda de alguien más. Robert Small nunca me perdonará si lo excluimos. Sabe leer árabe. Tal vez pueda descifrar algo de ese diario antes de que se lo presentemos a Cecil. Por lo menos sabremos si el diario nos contradice. Acaba de volver a Inglatera. Su hermana me lo ha dicho hoy y le he mandado un mensaje pidiéndole que venga a Lynmouth. ¿Puedes hacer que lleven ese barco a la bahía de Lynmouth? Es mejor que nadie sepa lo que estamos planeando.

– Daré las órdenes inmediatamente. Mis hermanos mudos pueden hacerlo muy bien.

– ¿Y los cadáveres?

– Huelen muy mal -observó Adam-, pero voy a dejarlos ahí para que el cuento suene creíble. Si no, Cecil puede llegar a creer que nos lo hemos inventado todo.

– ¿Y cómo vamos a explicar el tiempo que ha pasado desde el ataque? Hace meses de eso. ¿Dónde diablos estuvo el barco todo ese tiempo?

– ¡Muy sencillo, pirateando, Niall Burke! Los infieles estuvieron en el mar pirateando en aguas de Nueva España. Deben de haber atacado al Santa María cuando partía, la primavera pasada. Todos sabemos que los moros odian a los españoles y no pueden resistir la tentación de atacar y saquear sus barcos. -Rió entre dientes-. Es una buena historia, aunque tenga que decirlo yo mismo.

– Sí -aceptó Niall con admiración-. Es un desperdicio que estés encerrado en esa isla. La corte es tu lugar.

– ¡Por Dios, no! Me moriría en esa ciudad podrida jugando a ser el galán de esa perra orgullosa. ¡Bessie Tudor! Es perder el tiempo y el dinero en ropa inútil, tarjetas y rameras nobles y caras. Prefiero Lundy, aunque sea una roca desierta. Prefiero el mar. Con eso me basta para ser feliz.

– No dices nada de los hijos, De Marisco, hijos para seguir con lo tuyo.

– Porque no los habrá -dijo De Marisco con amargura-. El destino tiene un sentido del humor muy peculiar. Cuando yo tenía catorce años, tuve una fiebre que me dejó estéril. Tengo el apetito de un sátiro cuando se trata de mujeres, pero nunca tendré un hijo. Fui a ver a una vieja bruja en Devon hace años para saber por qué. Cuando me hizo preguntas y supo lo de la fiebre, me dijo que no podía ayudarme y que la vida se había quemado en mi semilla. Dijo que sabía sobre esos casos. Y como ni siquiera tengo una hija, no me queda otro remedio que creerla.

»Ésa es otra razón que tengo para ayudar a Skye. Su Robin y yo somos los últimos descendientes del primer Southwood. -Rió ante la mirada incrédula y sorprendida de Niall-. Sí, irlandés. Los De Marisco somos una rama bastarda de la familia.

»El primer Geoffroi de Subdois trajo a su amante de Normandía. Se llamaba Mathilde de Marisco. En realidad, pensaba casarse con ella cuando consiguiera hacer fortuna luchando junto al duque Guillermo. Ella también era hija segunda, así que su dote era muy pequeña. Después de conquistar Lynmouth, mi antepasado pensó que le sería más ventajoso casarse con la hija del viejo señor del lugar, y la hermosa Gwyneth se convirtió en madre de la línea legítima de herederos. Pero Mathilde era ambiciosa y valiente. Prefería seguir en Inglaterra como amante de Geoffroi que volver a Normandía como pariente pobre de la casa de su hermana o entrar en algún convento insignificante. Vivió durante muchos años en la torre oeste del castillo de Lynmouth tratando de convertir en un infierno la vida de la pobre Gwyneth. Pero, un día su hijo mayor trató de ahogar a uno de los Southwood legítimos en su cuna y la hermosa Gwyneth tomó una decisión. Mathilde y su hijo tuvieron que irse a Lundy, que entonces pertenecía a Lynmouth, y Geoffroi decidió legarle la isla a Mathilde y a su hijo y descendientes para siempre.

»Hace generaciones que los De Marisco se casan con bastardos Southwood, las hijas mejores de los Southwood o sus primas francesas. En realidad, mi abuela y el abuelo de Geoffrey Southwood eran hermanos. Y como soy el último de mi linaje, el último de los bastardos de Lundy, el joven Robin es el último de los Southwood. Tengo suficiente vínculo de sangre como para querer protegerlo, tanto a él como a su madre. Son importantes para mí.

– ¿Skye lo sabe?

– No. Nunca se lo he contado -aclaró Adam de Marisco.

Niall Burke no tuvo el coraje de preguntarle por qué. No sabía lo que había habido entre Skye y De Marisco, pero sabía que fuera lo que fuese, había pasado antes de su boda y que no era asunto suyo. Adam de Marisco era un hombre de honor. Lo miró un largo rato con seriedad y Adam le devolvió la mirada.

– Ahora, rescatemos a esa mujer antes de que se meta en algo peor -dijo Niall.


Horas más tarde, Niall y su invitado estaban en la cubierta de un barco que llevaba la nave mora a remolque hacia la costa de Devon. Robert Small los esperaba en Lynmouth. El hombrecito estaba furioso.

– Os dejé a Skye y vuelvo de un corto viaje y la encuentro en la Torre de Londres. ¿Es así cómo la cuidáis? Tú, Adam de Marisco, eres igual que Niall. Le consientes todas sus locuras. ¡Vosotros tendríais que estar en Londres, no Skye! Tengo entendido que esperaba un hijo. Debe de haberlo tenido hace meses. ¿Os parece que la Torre es un buen lugar para una madre y mi sobrinito, o sobrinita recién nacido? ¿Por lo menos sabéis si el bebé es niño o niña?

– ¡Maldita sea, Robert, cállate! -rugió Niall-. Siéntate y escucha. Skye está bien. No hay evidencias contra ella. Se me ha prohibido ir a Londres y a Irlanda. Me ordenaron que permaneciera en Lynmouth, y Skye me rogó que lo hiciera por el bien de Robin. No quiere que esto le cueste su herencia. Mi hijo nació sin problemas el doce de diciembre, pero no sé de qué sexo es, porque ni siquiera De Grenville puede ver a Skye, aunque dice que Cecil le prometió que le dejará visitarla en algún momento.

»Hasta hace poco no podíamos hacer nada para ayudarla. Ahora voy a arriesgarme a despertar la cólera de la reina e iré a Londres, porque De Marisco ya ha resuelto el problema. Por el amor de Dios, Adam, dile lo que hemos pensado antes de que nos estrangule a los dos.

Adam de Marisco describió el plan meticulosamente.

– Es posible -asintió con aire pensativo Robert Small-. ¿Tenéis el diario de a bordo?

Adam de Marisco trajo el libro y Robbie lo abrió para mirarlo.

– Sí -dijo inmediatamente-. Es árabe. -Se quedó en silencio unos momentos mientras leía. Después dijo con lentitud-: El barco es el Gacela de Argel, y estuvo pirateando. -Parecía mucho más contento de pronto-. Hace algunas semanas recogieron a unos hombres en una balsa de troncos y después de eso la tripulación empezó a enfermar y a morir. Los de la balsa murieron enseguida. Esta última anotación es de hace diez días. Dice solamente: «Que Alá tenga piedad de nosotros.» -Robbie levantó la vista-. Pobrecitos. -Pasó las páginas hacia atrás y leyó en varios de los fragmentos, y, de pronto, su cara carcomida por el clima se iluminó con una sonrisa-. ¡Pero qué suerte! Una entrada de la última primavera: «Hemos abordado un maldito español hoy», y estaban en el Atlántico, cerca de la costa de Irlanda. Iban hacia América. El resto del diario tiene entradas sobre abordajes contra naves infieles, sobre todo españolas, pero eso nos viene bien. Si Cecil tiene sospechas y encuentra a alguien que lea árabe, el diario nos ayudará. Lo leeré con más detenimiento mañana para asegurarme de que no hay nada que pueda hacerle daño a Skye. Mientras tanto, envía a la Gacela a Londres esta noche. Tendremos que esperar a que llegue antes de hacer nada. Si no esperamos, perderemos el elemento sorpresa.

Era difícil esperar, pero lo hicieron. Adam de Marisco volvió a Lundy y se dedicó a caminar de una punta a la otra de la isla al menos unas doce veces durante las semanas que siguieron.

Robert Small se fue a casa, a Wren Court, donde pasó el tiempo arreglando los asuntos de la compañía mercante que poseía con Skye. El francés Jean, secretario de Skye, tuvo que tolerar el malhumor de Robbie, y si no hubiera sido por su lealtad hacia su señora, habría renunciado y se habría llevado a Marie y a sus hijos de vuelta a Bretaña.

Niall estaba preocupado por un posible fracaso del plan. ¿Qué harían si todo salía mal? Pero escondió sus temores ante los niños. La partida de su madre había obligado a Robin Southwood a madurar. Sin Skye para protegerlo y bajo la fuerte influencia de su padrastro, el joven conde de Lynmouth empezó a darse cuenta de su posición y aceptó el desafío que representaba para él.

Willow, hija de su madre a pesar de lo mucho que se parecía a Khalid el Bey, trató de reemplazarla y se sentaba en el estrado entre Robin y Niall para presidir la mesa y dirigir al personal de la casa. Al principio los sirvientes la toleraban, divertidos. Pronto, para horror de muchos, descubrieron que tenía un carácter más duro y más severo que la misma condesa. Cuando se quejaron a Niall, éste hizo oídos sordos. A menos que Willow estuviera equivocada, la apoyaba, y la joven floreció bajo la atenta vigilancia de lord Burke.


Pasaron varias semanas y, finalmente, Robert Small recibió la noticia de que el Gacela y su barco escolta, el Nadadora, estaban en Londres. Entonces, partió hacia Lynmouth, a toda velocidad. Esa noche, en la torre oeste del castillo brilló una luz verde a través de los quince kilómetros que separaban a Lynmouth de Lundy. Al amanecer del día siguiente, tres jinetes con capa hicieron sonar los tablones del puente levadizo del castillo y tomaron el camino de Londres.

Era un día lluvioso de marzo y en los caminos llenos de barro, no se veía ni un alma. La niebla se espesaba en algunos lugares y se disipaba en otros, caía una fina llovizna gris sobre los campos castaños recién sembrados. No había viento y las lagunas estaban inmóviles y transparentes como pedazos de vidrio. Los árboles esperaban, con los brotes, ansiosos por recibir el sol de abril. Aquí y allá, sobre las colinas, crecían manojos de narcisos blancos como prueba de que el invierno se había marchado por fin, aunque el aire estuviera frío y húmedo.

Los tres hombres cabalgaban en silencio, con la cabeza baja y los hombros encogidos contra la lluvia. A mediodía se detuvieron en una taberna al borde del camino para comer un poco de pan, queso y beber cerveza oscura y amarga. Volvieron a cabalgar al cabo de una hora y viajaron bajo la persistente lluvia durante varias horas después del anochecer. Finalmente, se detuvieron en una pequeña posada que parecía limpia pero poco distinguida, y, por lo tanto, segura para lord Burke, que no quería que nadie lo reconociera.

Niall se alegró al ver que el establo estaba seco y los compartimientos llenos de paja limpia y fresca, y que el hombre que atendía los caballos parecía competente. El mozo hizo un gesto de desaprobación al ver a los tres agotados caballos.

– Espero que vuestro negocio justifique que hayáis abusado así de estas bellezas con este clima -dijo como con rabia, y Niall escondió una sonrisa.

– ¿Habéis sabido de algún irlandés que abuse de un buen caballo sin una razón? -contestó-. Los quiero listos para salir al amanecer. -Le arrojó una moneda de plata y salió del establo, sonriendo para sí mismo. Los animales estarían bien cuidados después de ese largo día.

Robbie y De Marisco lo esperaban en la taberna. Los tres revivieron un poco con unos tragos de vino caliente.