Un rostro hermoso y fuerte, pensó la doctora Carriol, con una expresión que confirmaba la extraordinaria carrera de valentía física y psíquica de la astronauta. Pero en sus grandes ojos grises asomaba la expresión de la auténtica pensadora.
– ¿Objeciones?
Nadie las tenía.
– ¿Y el tercer candidato, doctor Abraham?
– Percival Taylor Smith, con antepasados norteamericanos que por parte de padre se remontan hasta el año 1683 y por parte de madre al 1671, todos blancos, anglosajones y protestantes. Tiene cuarenta y dos años de edad, está casado y tiene una hija que acaba de cumplir dieciséis años y es estudiante con un promedio de diez. Como marido y padre le clasifiqué con diez puntos. Es el presidente de la Comisión de Readaptación Social de Palestrina, Texas, una de las ciudades de reubicación de la Zona B más grande del país, con sede en Corpus Christi. Los resultados obtenidos por la actividad de este candidato son insólitos. Palestrina tiene un promedio de cero en suicidios y sus servicios psiquiátricos no informan de la existencia de pacientes que sufran de neurosis debida a reubicación o a problemas del medio ambiente. Podría calificarse a su personalidad como la de un vencedor y es un orador de primera. Según los datos de mi computadora, se trata del trabajador más entregado a su labor, y su actitud con respecto a los actuales problemas norteamericanos es magnífica.
La doctora Carriol examinó cuidadosamente la fotografía de Percival Taylor Smith, un rostro gastado, franco y sonriente que había sido fotografiado desprevenido mientras pronunciaba un discurso. Tenía las mejillas y la nariz pecosas, las orejas graciosamente prominentes, pelo rojizo, ojos azules, la cara surcada por una telaraña de arrugas provocadas por la risa y el dolor.
– ¿Objeciones?
– Palestrina es una ciudad de la Zona B, lo cual significa que allí las reubicaciones son permanentes. Me atrevería a sugerir que la tarea del señor Smith ha sido mucho más fácil que si le hubiese tocado actuar en una ciudad de la Zona C -objetó la doctora Hemingway.
– Bien pensado, doctora. ¿Doctor Abraham?
– Reconozco que es válido, pero quiero señalar dos puntos. En primer lugar, que aun así el récord de Palestrina no tiene precedentes en el país. Y en segundo lugar, que un hombre del calibre del señor Smith trazaría en cualquier situación una política eficaz.
– De acuerdo -contestó la doctora Carriol-. Muchas gracias, Sam. Podemos empezar a analizar los candidatos de la doctora Hemingway, pero antes, ¿alguno de ustedes tiene alguna objeción general con respecto a la selección del doctor Abraham?
La doctora Hemingway se inclinó hacia delante; el doctor Abraham se reclinó contra el respaldo de su sillón, frunciendo el entrecejo. La persistencia de objeciones de esa mujercita empezaba a fastidiarle.
– Noté que dos de tres candidatos son judíos. Su jefe de investigadores también es judío. ¿Se ha dejado llevar por alguna clase de prejuicio en sus decisiones?
El doctor Abraham tragó saliva con fuerza, apretó los labios y respiró hondo con una actitud que indicaba que estaba decidido a no dejarse llevar por el mal humor, a pesar de todo lo que dijera la doctora Hemingway.
– Comprendo que piense que esa objeción es válida -respondió-. Le contestaré simplemente preguntándole a la doctora Carriol si ella se dejó llevar por algún prejuicio semítico al realizar la selección de los jefes de los tres equipos que participan en esta operación. Yo soy judío, el doctor Chasen también. ¡Dos a uno, Millie!
La doctora Carriol lanzó una carcajada y la doctora Hemingway la imitó.
– No tengo nada más que decir, Sam, gracias. Ahora te ha llegado a ti el momento de sentarte en el banquillo de los acusados, Millie. -La doctora Carriol apartó las tres primeras carpetas y acercó las tres siguientes, para poder estudiarlas con mayor comodidad.
– ¡Muy bien! -exclamó la pequeña y rolliza investigadora, sin dejarse amilanar por los comentarios del doctor Abraham; ella era una científica que lo cuestionaba todo, nada más.
– Mi equipo y yo decidimos utilizar un proceso de selección alternativo, según el cual cada miembro del equipo tenía derecho a votar, en lugar de hacerlo sólo yo y mi jefe investigador. Nuestros tres candidatos finales son el producto de una selección unánime y han sido elegidos en el orden en que se los presentaré.
La doctora Hemingway abrió una carpeta.
– En primer lugar, seleccionamos a Catherine Walking Horse, cuyo padre era un sioux de pura sangre y su madre, una norteamericana de sexta generación, con antepasados irlandeses católicos. Tiene veintisiete años de edad, es soltera, sin hijos, sin matrimonios anteriores, pero decididamente heterosexual en sus relaciones de tipo íntimo. Sin duda han oído hablar de ella porque es una conocida intérprete de canciones folklóricas e indígenas. Es una persona sumamente atractiva y feliz, cuya actitud hacia la vida es la más positiva que encontramos entre las treinta y tres mil personas analizadas. Se trata de una mujer extremadamente inteligente. Su tesis doctoral de etiología, presentada en la Universidad de Princeton, será publicada este otoño por Atticus como una contribución importante en este campo del saber científico. Además es una brillante oradora y tiene una personalidad de gran magnetismo. -La doctora Hemingway hizo una pausa y luego añadió-: En cierto modo, parece una bruja. Quiero decir que posee la rara cualidad de atraer a la gente de una forma sorprendente.
La fotografía mostraba un rostro joven con rasgos que recordaban a un halcón, de tez oscura y boca semisonriente. Sus ojos parecían clavados con expresión ansiosa que la doctora Carriol definió mentalmente como «una visión».
– ¿Objeciones? -preguntó la doctora Carriol.
– Pero sólo tiene veintisiete años -declaró enfáticamente el doctor Abraham-. Considero que su nombre ni siquiera debería haber sido incorporado a la computadora.
– Estoy de acuerdo -convino la doctora Hemingway, ansiosa por demostrar que aceptaba las críticas con la misma ecuanimidad que el doctor Abraham-. Pero lo cierto es que fue escogida por la computadora, y, después de hacer varios controles, llegamos a la conclusión de que, a juicio de la máquina, el resto de sus calificaciones, restaban importancia a la edad de la candidata. Siempre fue la candidata número uno de nuestra selección. Respetuosamente solicitaría que su edad no debilitara sus posibilidades.
– De acuerdo -contestó la doctora Carriol-. Sin embargo, tiene algo en la mirada que me resulta inquietante. Cuando pasemos a las investigaciones personales, quiero que se aseguren de que la doctora Walking Horse no es drogadicta ni propensa a la inestabilidad mental. -Depositó la carpeta y abrió la siguiente-. ¿Quién es su segundo candidato, doctora Hemingway?
– Mark Hasting, un norteamericano de octava generación. Es negro y tiene treinta y cuatro años, está casado y tiene un hijo de nueve años que tiene un diez de promedio y se perfila como un atleta prometedor. El doctor Hastings ha merecido una calificación de diez puntos como marido y como padre. Es centro delantero de los Longhorns de la Zona B, y todavía mantiene maravillosamente su lugar entre las jóvenes figuras que van surgiendo. Se le considera el mejor centro delantero de la historia del fútbol americano. Se graduó en filosofía en Wesleyan con el grado de summa cum laude y se doctoró en Harvard. Es un trabajador infatigable, de los mejores entre la juventud reubicada en Texas y Nuevo México; fundó y actualmente supervisa el funcionamiento de los clubs que llevan el nombre de su equipo; es un orador de primera clase, un hombre de gran personalidad, y desempeña el cargo de presidente del Consejo de la Juventud creado por el Presidente de la nación.
«Y sin embargo tiene aspecto de bruto», pensó la doctora Carriol. En muchas ocasiones, las facciones de un individuo podían inducir a error. Y sin duda el rostro de Hastings era la personificación de la fuerza bruta, con su nariz aplastada, mandíbula hundida y cejas levantadas. Pero en cambio, sus ojos reflejaban un alma profunda, hermosa, humilde y posiblemente poética.
– ¿Objeciones? -preguntó la doctora Carriol.
Silencio.
– Entonces, pasemos a su último candidato, doctora Hemingway.
– Se trata de Walter Charnowski, un norteamericano de sexta generación con antepasados polacos. Tiene cuarenta y tres años de edad, está casado y tiene una hija de veinte años que cursa su segundo año en Brown, es una brillante estudiante de Ciencias Básicas. Mi grupo y yo le calificamos unánimemente con diez puntos como padre y como esposo. Como ustedes sabrán, ganó el Premio Nobel de Física en 2026 por su trabajo sobre la generación de energía solar en el espacio. Actualmente ejerce como director científico del proyecto Phoebus. Pero lo más importante es que es fundador y presidente a perpetuidad de los Científicos para la Humanidad, la primera y única asociación de científicos que logró traspasar las barreras de raza, religión, nacionalidad e ideología, y que consiguió reunir en su seno un número de socios verdaderamente internacional y activo. Tiene carisma. Es un orador brillante en ocho idiomas y posee una personalidad encantadora. Tiene el pelo oscuro, ojos amarillentos, cutis bronceado por el sol y una fina red de arrugas en el rostro que con el tiempo le añadiría aún más encanto y atractivo. Aunque no le conocía personalmente, la doctora Carriol siempre le había considerado uno de los hombres sexualmente más atractivos que ejercían en la vida pública del país.
– ¿Alguna objeción?
El doctor Abraham se moría de ganas de objetar.
– Me parece recordar que el profesor Charnowski fue uno de los que formuló y firmó la Petición de los Católicos para la Vida Libre. ¿Fue en el 2019 cuando intentó persuadir al Papa Inocencio para que dejara sin efecto las reglas del Papa Benedicto sobre el control de la natalidad?
La doctora Carriol miró primero a la doctora Hemingway y en seguida al doctor Abraham, pero se abstuvo de hacer comentarios.
– Sí, Sam, tienes toda la razón. Pero no sabía que en este breve informe debíamos detallar los aspectos negativos de nuestros candidatos. Si revisas los datos que figuran en la carpeta que se te ha entregado, encontrarás toda la información relevante. A partir del año 2019 no existe ningún detalle en la conducta del doctor Charnowski que indique que no haya aceptado la respuesta del Papa Inocencio con un espíritu de auténtica reconciliación.
– Sin embargo, es un punto que a mí me hubiera llevado a eliminarle, sobre todo teniendo en cuenta sus implicaciones religiosas -dijo el doctor Abraham.
– Sam -aclaró la doctora Hemingway, con una expresión que indicaba que se proponía castigarle por suponer que ella no estaba a la altura del trabajo que se le había encomendado-, mi tarea consistió en investigar más de treinta y tres mil casos, que nos fueron asignados a mi grupo de seis investigadores y a mí, mediante uno o dos métodos alternativos para seleccionar a las tres personas más capaces dentro de ciertos parámetros.
Se reclinó contra el respaldo de su sillón, cerró los ojos y con aire solemne, procedió a enumerar esos parámetros.
– En primer lugar, la persona elegida debía tener por lo menos cuatro generaciones de antepasados norteamericanos por parte de padre y madre; en segundo lugar, debía tener entre treinta y cuarenta y cinco años; tercero, podía ser hombre o mujer; cuarto, en el caso de estar casado debía obtener una calificación de diez puntos como cónyuge y si tenía hijos, debía obtener diez puntos como padre; y en caso de ser soltero podía tratarse de un homosexual o de un heterosexual indistintamente. En quinto lugar, la carrera de la persona elegida debía ser pública u orientada hacia la comunidad; sexto, dicha carrera debía ser provechosa para la comunidad, en su totalidad o en un aspecto particular, y el interés personal del candidato debía ser mínimo. Séptimo: los escogidos debían poseer una personalidad extremadamente estable y atractiva. Octavo: debían ser excelentes oradores. Noveno: a ser posible, debían ser personas carismáticas. Y décimo, el único punto negativo que podríamos decir que hay, Sam, es que los elegidos no debían tener una ocupación religiosa formal.
Abrió los ojos y miró abiertamente al doctor Abraham.
– Considerando esta lista de condiciones, yo diría que he cumplido con mi cometido -dijo.
– Todos han cumplido con sus cometidos -aclaró la doctora Carriol antes de que el doctor Abraham tuviera tiempo de replicar-. Les recuerdo que esto no es una competición, sino que más bien se trata de un ejercicio para verificar la eficacia de nuestros sistemas de búsqueda de datos, computadoras, metodología y personal. Cuando hace cinco años se les encomendó esta tarea, se les entregó el dinero, el personal y las computadoras para llevarlo a cabo, quizá pensaron que el Ministerio estaba invirtiendo demasiado tiempo y dinero en algo que era casi una entelequia. Pero supongo que tres meses más tarde, ya se dieron cuenta de que se trataba de una tarea importantísima. Tras la primera fase de la Operación de Búsqueda, la Cuarta Sección puede enorgullecerse de contar con los mejores medios de recolección de datos, con los mejores programas de computadoras, y con los mejores equipos humanos de investigación y estadística, existentes en toda la burocracia federal.
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