– Ojala yo sintiera lo mismo -Maggie se acerco al coche y pasó la mano por el costado-. Esto lo entiendo, tiene sentido para mí. ¿No podría quedarme aquí y seguir trabajando en el coche?
Qadir se acercó y le acarició la mejilla, deleitándose con el tacto suave de su piel, imaginando sus labios tentadores…
– ¿Quieres dejar nuestro acuerdo? -le preguntó
Lo deseaba con una fuerza que la inmovilizó, y se le dilataron las pupilas.
– No, pero puedo protestar, ¿no?
Como siempre, le hizo sonreír.
– Entonces ignoraré tus protestas
– De acuerdo.
– Vuelvo al despacho, Maggie.
Sentía la necesidad de besarla, pero se dominó. Había contratado la ayuda de Maggie para convencer a su padre de que tenía una relación con una mujer pero no se aprovecharía de la situación, por muy tentadora que fuera ella.
Cuando estaba llegando a su despacho, se dijo que no le había dicho nada a Maggie de la hora de la cena de esa noche, así que volvió sobre sus pasos. Al no encontrarla en el garaje, Qadir fue a su oficina. La puerta estaba cerrada, y abrió sin llamar. Maggie estaba de espaldas, terminando de quitarse el mono. Ya se había quitado las botas, y sólo llevaba calcetines, braguitas y una camiseta.
Su educación le instaba a retirarse, a darle la intimidad que ella merecía. Pero la sangre del desierto corría por sus venas lo empujaba a tomar a aquella bella y atractiva mujer. No podía apartar la vista de sus piernas largas, de la curva de su cadera, de su modo de moverse mientras se agachaba a recoger el mono.
-En ese momento, Maggie se volvió ligeramente y lo vió.
Maggie emitió un gemido entrecortado por no ponerse a chillar, no quería pasar más vergüenza delante de Qadir.
Yo… se me olvidó decirte a qué hora era la cena -dijo él.
– ¿No era a las siete? Eso es lo que dice en mi programa -respondió ella.
– Ah, sí. A las siete.
Maggie medio se tapó con el mono, muerta de verguenza
– Lo siento, no quería sorprenderte así… Disculpa.
Ella agradeció sus palabras, pero vio que no se iba de allí. Eso debería haberla molestado, pero algo en su modo de mirarla que le hizo sentirse temblorosa por dentro.
– Maggie -Qadir se plantó delante de ella en tres pasos-. Dime que me vaya y lo haré.
Su mirada era intensa, al igual que el modo en que la agarraba de los brazos.
Maggie sintió el calor del deseo, cada vez más fuerte, más ardiente.
– No va a hacer falta -le susurró.
Qadir la estrechó contra su pecho con tanta fuerza que estuvo a punto de perder el equilibrio; claro que eso no importaba gran cosa. Sabía que si se caía, él la sujetaría como lo estaba haciendo en ese momento, mientras la reclamaba con un beso ardiente que le atravesó el alma.
Maggie se abrazó a aquel cuerpo fuerte y cálido. y le echó los brazos al cuello antes de entregarse al beso tierno. Él había bajado las manos a las caderas y después al trasero, apretándole las nalgas, urgiéndola a que se pegara a él. Maggie apretó el vientre contra su erección, deleitándose con la prueba de su deseo por ella. Sentirlo y empezar a derretirse por dentro fue todo uno, con aquel calor entre las piernas que le anticipaba todo placer.
Él le acarició la espalda antes de llegar al costado. a los pechos. Incluso a través de la tela de la camiseta le palpó el pezón duro y prominente, se lo frotó y empezó a pasar la palma por encima.
Al mismo tiempo dejó de besarla, pero sólo para empezar a mordisquearle en el cuello.
Colocó la mano libre en el otro pecho, y se lo acarició con delicadeza. Ella tembló, presa de un deseo feroz. En ese momento le habría devorado por entero.
Qadir se apartó para quitarle la camiseta; ella se desabrochó el sujetador y lo tiró al suelo.
Al instante él retomó el sensual pulso de las caricias. Se agachó y se metió un pezón en la boca, y cuando empezó a succionarlo un calor intenso se concentró entre sus piernas. Maggie le agarró la cabeza, para acariciarlo y para que no dejara de hacerlo.
Su lengua agasajaba sus pechos, arrancándole jadeos y jadeos. Entonces Qadir le deslizó una mano las piernas.
Ella se preparó para sentir la magia de sus caricias, se anticipó a su respuesta intensa… unas voces el garaje, seguidas de una risa de hombre los bajó realidad.
Maggie se puso tensa, y Qadir se quitó la americana rápidamente y la cubrió con ella. Entonces se acercó a la puerta, la cerró y echó el cerrojo.
Pero el momento se había disipado. Maggie sabía en el trato con su jefe no entraba el sexo. Además se sentía confundida, porque ella no era de las se metía en la cama con el primero que llegaba.
¿Maggie?
Maggie lo miró.
No sé qué decir -dijo ella.
No voy a disculparme -dijo Qadir.
.Y yo no espero que lo hagas. Estoy un poco confundida, pero no enfadada. No suelo hacer este e cosas.
– Nos atraemos mutuamente, Maggie.
– Eso lo entiendo.
Qadir recogió el sujetador del suelo y la camiseta. los pasó y se volvió de espaldas. Maggie se vistió rapidamente.
– Si entramos en terreno… íntimo, se estropeará todo…
Él se volvió hacia ella.
– Estoy de acuerdo -dijo Qadir.
– Trabajo para ti.
Él asintió.
– Será mejor no mezclar el negocio con el placer -Sí.
Pero a Maggie le daba la impresión de que ninguno de los dos creía lo que decía.
– Vuelve a tu despacho a desempeñar tu tarea como príncipe. Estaré lista a las siete.
·Y yo estaré esperándote -dijo él, antes de marcharse.
Cuando se quedó sola, Maggie se dejó caer en una silla para intentar darle sentido al lío en el que se había metido.
¿Podrían olvidarse de todo y fingir que no había pasado nada?
·Háblame de la mujer -dijo Kateb mientras se quitaba la chilaba y la dejaba sobre una silla en suite de Qadir.
Qadir sirvió dos whiskys y le pasó a su hermano un vaso.
– ¿Qué mujer?
Kateb arqueó las cejas.
– Si me han llegado rumores a mí, que estoy en el desierto, tiene que haber una mujer.
Se sentaron en el enorme sofá de la zona de estar Qadir alzó su copa y brindó por su hermano.
·Me alegro de tenerte de vuelta. Pasas demasiado tiempo sin venir a vernos.
– No me place estar en la ciudad, ya sabes que mi sitio está en el desierto -Kateb dio un sorbo al whisky-. Pero no has respondido a mi pregunta.
– Se llama Maggie Collins. Está restaurando Rolls
Kateb no hizo ningún gesto.
;Y?
Y es guapa, graciosa y sencilla.
Todo eso está muy bien. ¿Pero qué me ocultas, hermano?
Qadir sonrió.
Que es un juego. Le pago para que finja ser mi novia. En unas semanas nos prometeremos, pero todo empezará a hacérsele muy cuesta arriba y volverá a casa. Deprimido, yo no podré considerar ninguna de las ofertas de nuestro padre durante una buena temporada.
Kteb asintió despacio.
Un plan magnífico.
Te gustaría que se te hubiera ocurrido a ti, ¿eh?
La idea tiene mérito; menos mal que vivo en el desierto, y a mí no puden manipularme como a ti.
Qué suerte tienes.
Kateb tomó otro sorbo.
Imagino que habrás tenido en cuenta los riesgos y consecuencias de este juego.
Qadir pensó en el encuentro con Maggie de esa mañana en el garaje. Si ésas eran las consecuencias que hablaba su hermano, bienvenidas fueran.
No me preocupan -dijo Qadir-. Sé lo que hago.
Como quieras.
– ¿Has venido a hablar del nombramiento? Kateb se encogió de hombros.
– No estoy seguro de que haya nada que hablar.
·¿Te nombrarán y luego qué? A nuestro padre no le va a gustar.
·Nunca he sido capaz de complacerle.
– Si aceptas, te enfrentarás a él de igual a igual. Kateb sonrió.
– El rey no lo verá de ese modo.
Años atrás, Qadir y sus hermanos habían pasado una temporada en el desierto, como mandaba la tradición. Los hijos de los reyes aprendían las leyes ancestrales del pueblo y vivían con los nómadas que recorrían los desiertos de la zona. A Qadir le había resultado difícil, pero a Kateb le había encantado desde el principio. En cuanto había terminado sus estudios universitarios, había elegido establecer su hogar en el desierto.
La tradición mandaba que cada veinticinco años se nombrara a un nuevo líder. Como Kateb era uno de ellos, le tocaba ser nombrado líder del pueblo – nómada.
Pero él ya era el heredero del trono de Mujtar no el primero en la línea sucesoria, pero estaba muy cerca. Para Kateb, aceptar el nombramiento como jefe de pueblo del desierto sería renunciar a los derechos del trono de El Deharia.
– ¿Qué dices? -dijo Qadir.
·Que me quedo donde pertenezco. Apartarme de lo que nunca será mío no me resulta difícil.
¿Pero si tan fácil era, no habría tomado ya Kateb la decisión?
– Parece ser que la clase de flores importa suspiró Kayleen con resignación-. Es el protocolo.
– Ignóralo -dijo el príncipe Asad-. Vas a ser esposa. Haz lo que a ti te guste.
– ¡Qué imperioso! -dijo Kayleen, aunque u prometido-. Es fácil para él decirme que rompa normas, pero él no tiene que tratar con el organizador -de bodas -se inclinó hacia Maggie, con los ojos platos-. ¿Sabes que iba a venir el presidente de Estados Unidos? Menos mal que al final va a enviar a alguien su lugar. ¡Me habría desmayado!
Asad le acarició la mejilla.
– Eres demasiado fuerte para desmayarte.
– Tal vez, pero estaría temblando -respondió ella-Ay, siento aburriros hablando de la boda -sonrió-. Sobre todo a Qadir.
– Eres tan simpática que cualquier tema es interesante-le dijo Qadir.
Asad le dirigió a Qadir una mirada asesina, y el tuvo que esforzarse para no reírse.
– No intentes embrujar a mi novia con tus encantos o sufrirás las consecuencias.
Qadir sonreía.
– ¿Tan inseguro estás de tus afectos?
Kayleen puso los ojos en blanco.
– De vez en cuando empiezan así; es su manera de desfogarse.
Antes de la cena, Maggie había temido que acabara descubriéndoles. Sin embargo, se lo estaba pasando de maravilla. Asad y Kayleen eran sinceros y entretenidos.
Kayleen estaba tan contenta con su boda, tan positiva y feliz, que no le había preguntado nada indiscreto y además la trataba con toda normalidad.
– Vamos a pasar de ellos -le dijo Maggie-.
Maggie vio cómo miraba Kayleen a su prometido Había tanto amor entre ellos, tanto cariño, que sintió cierta envidia. Intentó recordar si había sentido esa fuerza con Jon, pero se dijo que ya no estaba segura Consideró la cuestión, pero fuera como fuera, se dio cuenta de que no se sentía mal, ni triste, que pensé en Jon ya no la deprimía.
Se preguntó si querría volver con él, y la respuesta no se hizo esperar. No quería.
Aún se arrepentía de la última noche que había: pasado juntos, se sentía avergonzada. Pero salvo por eso, sentía que estaba dispuesta a olvidar a Jon. Le alegraba que él hubiera encontrado a otra persona. se decía que ella quería hacer lo mismo.
Sin pensar miró a Qadir. ¿Sería él?
Maggie sonrió. Qadir parecía tener linea directa su sexualidad, pero eso no significaba que pudiera: tener nada serio. ¿Un príncipe y un mecánico de coches? Resultaba poco probable.
– Qadir es muy agradable -el comentario de Kayleen la devolvió a la conversación.
Maggie sonrió.
– Es verdad, aunque no le veo tan imperioso,: como habría imaginado a un príncipe.
– Creo que él es más discreto que sus hermanos. Kateb es muy intenso. ¿Lo conoces?
– No
– Vive en el desierto, pero ha venido de visita. Esta mañana he hablado un momento con él, y todo tiempo me entraban ganas de esconderme detrás de Asad.
Por qué?
Pues no sé, es algo que no puedo explicar. Tiene algo salvaje… No, ésa no es la palabra adecuada, pero es la única que se me ocurre.
El rey ya nos está pidiendo nietos -le dijo Asad a Qadir.
Kyleen le apretó la mano.
Pero eso es lo más divertido.
Asad le sonrió.
Eres demasiado comprensiva. El rey se pasa, todavía no estamos casados.
Podrías decirle que queremos tener hijos enseguida. Así se sentiría mejor.
No voy a darle esa satisfacción.
Kyleen miró a Maggie.
¿Ves a lo que me refiero? Cabezota como él sólo ¿,Cómo voy a poder con eso?
No puedes -le dijo Asad, que entonces miró a su hermano-. Sabes Qadir, si lo vuestro va en serio, hará lo mismo con vosotros. El rey nunca está satisfecho.
Qadir le tomó la mano a Maggie.
– No tengas miedo, yo te protegeré del rey.
– No lo tengo -respondió Maggie.
Qadir y ella jamás hablarían de hijos, porque ella se marcharía un día.
– Se me hace extraño tener que estar pendiente de no quedarme embarazada antes de tiempo -comentó Kayleen-. Es verdad que casarse embarazada no es lo ideal, pero cuando una se casa con un príncipe, la cosa toma otro cariz.
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