– Sí, lo sé, pero no sabía si ocultabas algo. ¿Necesitas algo, Maggie?
Necesitaba retroceder en el tiempo y borrar la noche que habían estado juntos.
– Estoy bien -dijo ella-. El trabajo en el coche esta de maravilla, y me gusta estar aquí. Además, vivo en un palacio precioso. ¿Cuántas personas tienen esa suerte-?
– No sé, no me convence mucho.
– Pues convéncete… Bueno, cambiemos de tema.
– ¿Cómo está Elaine?
– Está bien.
– ¿Seguís saliendo juntos?
·Sí.
– Vamos, Jon, dame detalles. ¿Lo vuestro va en serio?
– Sí, más o menos -aspiró hondo.
·Pues me alegro mucho -dijo Maggie-. Está bien. Espero que seáis felices.
– Maggie, yo…
– Jon, no te preocupes por mí. Estoy bien, de verdad. Lo nuestro terminó mucho tiempo antes de cortar. Ella sabía que a él le gustaba cuidar de los demás esperaba que a Elaine le gustara que la cuidaran. -Quería hablar contigo de la última vez que estuvimos juntos -continuó diciendo Maggie.
– Maggie, déjalo ya. Fuimos los dos.
– Un poco más yo que tú -dijo ella.
– Yo no debería haber ido.
– Y yo me insinué -dijo, deseando que no huido así-. Te seduje.
También yo me dejé seducir. Supongo que los dos queríamos hacerlo esa última vez. Sólo me pesa que pudiera haberte hecho daño; por lo demás me alegro de que estuviéramos juntos entonces.
Eso estaba a punto de cambiar.
– No es tan sencillo, Jon -aspiró hondo-. Estoy, embarazada. Después de cortar dejé de tomar la píldora anticonceptiva. Como no esperaba que pasara nada con nadie, preferí no tomármelas. Pero cuando estuve contigo, no me acordé.
Hizo una pausa para darle la oportunidad de decir algo, pero Jon parecía haberse quedado mudo. Mientras él se recuperaba, decidió soltarle el pequeño discurso que había preparado.
– Sé que esto es algo totalmente inesperado par, los dos. Pero ha pasado, Jon -dijo Maggie-. Se que eres un hombre muy responsable, pero tambien que es culpa mía, que soy yo quien tiene que enfrentarse a esto.
Maggie hizo una pausa, preparándose para decirle lo más duro.
– No quiero nada de ti, lo digo en serio. Tú tienes tu vida, una mujer y toda una vida por delante. Tener un bebé conmigo sería un problema. Te lo he contarlo porque tienes derecho a saberlo, pero por nada más. No espero nada de ti. Prefiero que ignores lo que te he contado y vivas tu vida. No tienes por qué implicarte. Podemos buscar un abogado que redacte un contrato privado. Tú renunciarás a tus derechos y yo te prometo que nunca te pediré nada. Creo que teniendo en cuenta lo que ha pasado entre nosotros, es la mejor decisión.
Jon seguía en silencio.
– Lo siento mucho, Jon; nunca pensé que esto ocurriría.
– Lo sé -dijo él finalmente con emoción en la voz-. ¿Maldita sea, Maggie, estás segura de esto? Ella hizo una mueca.
– Me he hecho tres pruebas de embarazo. Todas me dieron positivo. Estoy segura, Jon.
– Yo no te culpo, Maggie. Lo hicimos porque quisimos.
– Tienes que pensar en lo que te he dicho, en olvidarte del asunto y renunciar -dijo Maggie-. Sé que no sería tu reacción natural, pero es la decisión correcta. Soy perfectamente capaz de criar y sola al niño.
– Tienes que volver a casa.
¿Por qué de pronto se ponía tan paternal con ella?
– Estoy bien, y totalmente sana. Si te preocupa el bebé, aquí hay buenos médicos; buscaré uno.
– Tienes que volver a casa -repitió--. Pero no por los médicos, sino para que nos casemos.
Capítulo 10
QADIR entró en el garaje y vio a Maggie que tiraba una herramienta a una caja que había en el suelo.
– Pero qué estupidez! -murmuró-. ¿A quién le interesa mi opinión? Le pegaría un palo…
Empezó a tirar otras herramientas a la caja, sin parar de hablar y con movimientos nerviosos. Estaba muy enfadada, y Qadir se dijo que su temperamento lo excitaba.
– ¿Te has enfadado con alguien? -le dijo. Ella se volvió y lo miró con rabia.
– Sí, con un hombre. Y siendo tú un hombre, no creo que quieras quedarte por aquí hoy. Estoy tan enfadada que soy capaz de gritarle al primero que vea.
Él se echó a reír.
– A mí no me asustas.
– Porque soy una mujer, ¿no? ¿Qué os pasa a los hombres que os creéis que tenéis razón siempre? – señaló su bragueta-. Sólo es un exceso de carne, eso, no un templo de sabiduría.
Estaba encendida; y tanto su pasión como su belleza lo excitaban.
– Yo no he dicho que sea un templo de sabiduría dijo él-. He dicho que no te tengo miedo.
– Deberías tenérmelo -fue a por una palanca- esto podría causar estragos.
– Sí, cierto -Qadir se la quitó de la mano y la dejó en la mesa-. ¿Qué ha pasado?
– He hablado con Jon.
Qadir no respondió. Mejor que Maggie se lo contara a su manera.
– Su actitud es tan arrogante, como si tuviera una respuesta para todo. Detesto eso.
– ¿Y a él?
– A él no lo detesto, pero tengo ganas de darle un bofetón. Está convencido de saber qué es lo mejor. A ver, es mi vida; mi vida; no la suya. ¿Pero crees que lo acepta? Adivínalo.
A Qadir no le había hecho gracia que Maggie tuviera que contarle a otro que estaba embarazada, pero no había elección.
Maggie lo miró a los ojos.
– Quiere casarse conmigo
– Demuestra que es un hombre honorable -dijo Qadir mientras disfrutaba imaginando que aplastaba a Jon como se aplasta un insecto-. Eso debería complacerte.
– Pues no me complace. En realidad, me molesta. De acuerdo, está bien, acepto que quiera ser parte de la vida de su hijo, pero de ahí a casarnos… Ningún hombre se va a casar conmigo porque esté embaraza da de él.
La proposición de matrimonio de Jon no sorprendió a Qadir, pero no le gustó.
– Lo que más me fastidia es que no cree que yo sea capaz de tenerlo sola. Está enamorado de Elaine y quiere tirarlo todo por la borda porque yo voy a tener un bebé que hemos concebido juntos. ¿Por que los hombres necesitáis asumir que una mujer es un poco menos? ¿Tanto os amenazamos? Ay, estoy taz enfadada que tengo ganas de gritar.
A pesar del riesgo que podría correr, Qadir echó a reír. Ella se volvió a mirarlo.
– ¿Te parece gracioso?
– Creo que eres preciosa y que estás llena de vida. Jon fue un idiota por dejarte marchar, pero fue él quien lo quiso. Ahora debe enfrentarse a las consecuencias.
Ella abrió los ojos como platos.
– Muy bien -susurró ella-. Casi me has desarmado.
– Qué pena, porque me gusta verte armada. Ve a tu despacho y cámbiate. Te llevaré a almorzar y luego de compras. Te sentirás mejor.
Ella puso los ojos en blanco.
– Empezabas a caerme bien. ¿No sabes que no me gusta ir de compras?
– No te he dicho qué vamos a comprar.
– Ah, bueno, si es algo de un coche, estoy dispuesta.
Él sonrió.
– Ve a cambiarte.
Qadir decidió esperarla allí en el garaje, porque si la acompañaba a la oficina no sabía cómo terminarían esa vez. Últimamente había pensado que a lo mejor podrían ser amantes.
Pero todo había cambiado. Estaba embarazada y el padre del niño quería casarse con ella. Y aunque el instinto le decía que Jon no era para ella, Qadir sabía que no podía interponerse. ¿Cómo había podido preferir a otra mujer? Imposible.
Se preguntó si Maggie se dejaría convencer para aceptar la proposición de matrimonio. Le extrañaba, tampoco conocía cómo funcionaba el pensamiento de una mujer al cien por cien.
De momento, Maggie era suya. Sin embargo, él sólo había comprado su tiempo. ¿Tendría Jon su corazón?
– Ahora me siento mucho mejor -dijo Maggie al salir del restaurante-. Justo lo que necesitaba.
Era la primera vez que se sentía un poco más tranquila desde que había hablado con Jon. A lo mejor la jugosa hamburguesa, las patatas fritas y el batido que acababa de tomarse le habían sentado bien.
– Gracias -le dijo a Qadir.
– De nada. Aunque me gusta verte enfadada, me gusta también verte sonreír.
Ella lo miró a los ojos, y observó sus apuestas facciones.
– Eres tan sereno.
– Lo sé.
– ¿Crees que es algo que poseen todos los príncipes?
– Yo creo que yo soy así. Porque mi primo Nadim también es príncipe y no tiene personalidad.
– Hablé un rato con él en la fiesta, me parece mucho más formal que tú.
– Es un comentario amable para ignorar sus fallos.
Maggie seguía preguntándose cómo podría haber pensado Victoria en casarse con él.
Qadir le pasó el brazo por los hombros.
– Sin embargo, yo tengo una personalidad estupenda que te ha embrujado de los pies a la cabeza.
– Es cierto -dijo ella muerta de risa, recostándose sobre él.
Le gustaba que él la tocara; sentía un calor extraño cuando lo hacía.
En ese momento tenía ganas de darse la vuelta y que Qadir la besara, que le metiera la lengua en la boca y mezclara con el suyo su aliento sensual; dejarse embrujar, y que la llevara a…
¡Dios mío! Ella estaba embarazada de otro, y no estaba bien ponerse a pensar así en Qadir.
Menos mal que sólo la atraía físicamente, no sentía nada más por él.
Volvieron al coche, que Qadir había dejado al final de la manzana. Pero antes de llegar al reluciente Mercedes, Maggie vio un escaparate que le interesó.
– Nunca he estado en una tienda de bebés -dijo Maggie mientras se paraba delante del escaparate.
– ¿Te gustaría entrar ahora?
No pensaba que fueran las compras que él hubiera planeado, pero Maggie asintió de todos modos.
– ¿No pasa nada si entramos? -le preguntó en la puerta.
– En absoluto.
La tienda era enorme, llena de ropa, juguetes, accesorios y muebles. Maggie dio unos pasos y se detuvo sin saber qué mirar primero.
– Me parece que no puedo hacerlo.
Qadir se acercó a ella.
– Hoy no tienes que hacer nada. Damos una vuelta echamos un vistazo. Es como la primera vez que va a ver un coche, no lo comprará ese mismo día.
La analogía la ayudó a relajarse, y Maggie le sonrió.
– Te he dicho ya que eres estupendo?
– Varias veces, pero me encanta que me lo digas, así que dilo todas las veces que quieras.
Sin pensar, se apoyó en él, y Qadir la abrazó y la besó en la mejilla. Ella se volvió con la esperanza de que la besara en los labios…
– Príncipe Qadir, qué honor tenerlo aquí. Me llamo Fátima. Bienvenidos a mi tienda.
Fátima era una bonita mujer de unos treinta y tantos años. Tenía las manos entrelazadas y una sonrisa en los labios.
A Maggie se le revolvió el estómago en un instante y le pesó haberse comido la hamburguesa.
– Es un placer conocerla -dijo Qadir con amabilidad-. Estábamos echando un vistazo a la tienda.
– Por supuesto. Adelante, por favor. Si tienen alguna duda, estaré en recepción.
Fátima hizo una leve cortesía, antes de alejarse de ellos. Maggie observó su marcha.
– Lo siento -le dijo a Qadir, sintiéndose mal-.No deberíamos haber entrado.
– ¿,Por qué no?
– Por lo que va a pensar la gente.
Parecía tan tranquilo.
– No estás disgustado.
– No -él le dio la mano-. Vamos, exploremos la tienda, como ha dicho Fátima. Por lo que veo aquí un bebé necesita más cosas de las que yo pensaba.
Dieron una vuelta por las distintas exposiciones de habitaciones para niños y niñas.
·Yo tendré hijos.
·¿Ah, sí? ¿También es algo de los príncipes?
·-No. Es de familia. Mi tía es la única mujer que ha nacido en varias generaciones.
·Vaya. No lo había pensado.
Pero como el hijo no era de Qadir, no tendría de qué preocuparse.
Pasearon por el resto de la tienda y Maggie empezó a sentirse inquieta cuando se detuvieron delante de un expositor lleno de accesorios para el bebé que ella no sabía ni para qué servían.
– Me estoy poniendo nerviosa, no voy a saber hacerlo, lo haré fatal. ¿Y si no me gustan los niños? Qadir le puso la mano en el hombro.
– Todo irá bien.
– Sólo lo dices porque no quieres que me ponga histérica. Tú no lo sabes.
– Sé que eres inteligente y cariñosa, y que amarás a tu hijo. ¿Qué más importa?
– No sé nada de nada.
– Aprenderás cuando vaya surgiendo.
– A lo mejor. ¿Pero y si no aprendo?
– Eres una mujer única -dijo Qadir con una sonrisa.
– Única en mi ignorancia total sobre cómo ser una buena madre.
Qadir le dio la mano y la llevó hasta unos estantes donde había libros.
– Si uno no sabe algo, siempre lo puede aprender en los libros.
– Ah, sí -sacó un libro y leyó el título-. Necesito uno para mujeres que no tengan experiencia con niños. ¿Ves alguno para mí?
Qadir escogió algunos, y ella se llevó los tres; así tendría algo que hacer por las noches. Él insistió en pagar los libros, lo cual sólo alimentaría los rumores, o al menos eso le parecía a ella. Cuando estaban en el coche, se volvió hacia él.
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