– Gracias por ser tan amable -le dijo-. Todo te lo tomas con calma.
– Tú también -dijo él-. He disfrutado mucho de esta salida.
– Aunque mañana salgan un par de artículos en el periódico…
– Aun así.
Se dijo que debía decir algo más, desviar la mirada, gastarle una broma. Pero no fue capaz. Su mirada la hipnotizaba, su poder la inmovilizaba. Le resultaba difícil respirar y pensar casi imposible. ¿Pero qué demonios le pasaba?
– Estuviste muy bien -le dijo Maggie a Victoria cuando volvían a sus habitaciones-. No tenía ni idea de qué regalarle a una futura princesa en su fiesta de despedida de soltera. Qué bonito conjunto de lencería.
Victoria le había sugerido que le hicieran el regalo juntas y además se había ofrecido para comprarlo.
– Bueno, me tiré por el regalo más fácil: algo sexy.
– Es más que sexy. Los camisones de encaje y seda son maravillosos. Kayleen se ha puesto muy contenta.
– Una consideración importante -bromeó Victoria-. Una no quiere enemistarse con la realeza.
Maggie sabía que su amiga tenía razón, pero la situación en sí era tan inimaginable que aún a veces le parecía estar soñando.
– Hace un mes estaba en Aspen trabajando en el garaje de un amigo. Nunca había salido del país, y apenas del Estado. Y ahora estoy aquí, y acabo de salir de la fiesta de despedida de soltera de una futura princesa. Estamos en un palacio. Mi vida se ha vuelto surrealista estos días.
– Lo sé dijo Victoria mientras subían las escaleras para subir al segundo piso-. Yo ya estoy medio acostumbrada a todo esto, pero de vez en cuando miro alrededor y me pregunto cómo una chica como yo ha terminado en un sitio como éste. Es una pregunta para la que aún no tengo respuesta. Por supuesto, yo no tengo la misma complicación.
Maggie sabía a qué se refería Victoria. -Qadir no es una complicación.
– Ah, no. ¿Y cómo lo llamarías tú?
– Mi jefe.
– Con quien finges tener una relación, estando al mismo tiempo embarazada.
Tenía razón.
– Ten cuidado -le advirtió Victoria-. Sólo te digo eso.
Maggie sabía que era un buen consejo. Un par de semanas atrás no habría prestado atención, pero todo había cambiado tanto…
– Podría ser una complicación, lo reconozco.
– Muy bien. ¿Por qué?
– No lo sé. Cuando estoy con él, me siento rara.
– ¿Con rara te refieres a que sientes como un nudo en el estómago y deseas tirarte encima de él?
– Bueno… puede ser.
– Uy, chica, qué mala pinta tiene eso -dijo Victoria-. Se ve que te gusta.
– Es un tipo genial. Me encanta su compañía. Y no tengo muchos amigos aquí…
– Él te atrae e intentas racionalizar la situación. Eso no es nada bueno. Iba a decir que te estás enamorada de él, pero es demasiado tarde. Ya te has enamorado de la cabeza a los pies.
Maggie quería protestar y decir que eso no era posible pero las palabras de su amiga sonaban a ciertas, era una certeza que la sentía en lo más hondo de su ser.
– No puedo enamorarme de él -susurró-. Sería un gran error. Es un príncipe. Estoy embarazada. Y peor aún, soy mecánico. Ellos se casan con mujeres de la alta sociedad, o con reinas de la belleza.
– Márchate ahora que puedes -le dijo Victoria.
– No puedo irme. Necesito el dinero. El cáncer mi padre nos dejó sin un centavo. Tengo la cuenta vacía. Y tengo que pensar en mi vida durante los meses del embarazo. Cuando tenga el bebé no podré trabajar.
– Yo tengo algo de dinero ahorrado.
Maggie sonrió a su amiga.
– Gracias, pero no. Has trabajado mucho para conseguirlo. Yo debo ser sensata, nada más. Puedo echarme atrás. Qadir es amable y cariñoso, y yo me dejo llevar por él. No volveré a hacerlo. Estaré en guardia.
– Un buen plan -dijo Victoria despacio-. Sólo que nunca he visto a un príncipe amable y cariñoso.
– A lo mejor me está mostrando su cara oculta.
– O a lo mejor estás metida en un problema más gordo del que pensabas.
Esa noche Maggie no pudo dormir de la cantidad de cosas que tenía en la cabeza. Se puso a pensar en la conversación con Jon y se angustió aún más. También pensó en los consejos de Victoria. Gracias a sus palabras, era más consciente de lo que podría pasarle. y de que tenía que proteger sus sentimientos. Las salidas a restaurantes y tiendas se habían terminado.
Hacia la medianoche se levantó porque no podía dormir. Se vistió con unos vaqueros y una camiseta, pero no se puso sujetador. Entonces salió al balcón.
Hacía una noche clara y balsámica, y el calor del verano se notaba ya en el ambiente. El cielo estaba cuajado de estrellas, y el aire olía a salitre. Se oían ruidos en la distancia, pero en el recinto del palacio todo estaba en silencio.
Avanzó sin hacer ruido entre las sombras, hacia uno de, sus rincones favoritos del jardín: una zona para sentarse que sobresalía por encima del agua. Durante el día a veces había gente tomando café o charlando, pero a esa hora de la noche ya no había nadie.
Maggie pasó por delante de las sillas y se acercó a la barandilla. Desde allí contempló los remolinos que formaba el agua oscura. El vaivén del mar la tranquilizó; le recordó que fueran cuales fueran sus problemas en ese momento, la vida seguía.
– Saldremos adelante -dirigió sus palabras a la diminuta vida que crecía dentro de ella-. No te preocupes. Lo tengo todo planeado.
– ¿Quieres que te eche una mano?
Se volvió y vio a un hombre alto detrás de ella, pero estaba tan oscuro que no era capaz de distinguir sus facciones. Sin embargo no hizo falta, porque lo reconoció al instante.
– Qadir…
– No podía dormir -dijo él-a veces vengo aquí.
No sabía qué decir. Su reciente conversación con Victoria la había hecho reflexionar. Era más consciente de sus sentimientos, de que tal vez no viera a Qadir sólo como a un jefe. Tenía miedo de mostrar su interés, y de que él fuera amable con ella, porque a veces la amabilidad era lo peor.
Se acercó a ella.
– ¿Estás bien? -preguntó. Ella asintió.
– ¿Qué tienes?
– Nada -murmuró-. Estoy bien.
Qadir le retiró de la cara un mechón de pelo, pero al sentir el roce de sus dedos en su piel, Maggie sintió también que todo su cuerpo se encendía de deseo con un latido tan intenso que ahogó el ruido del mar.
Lo miró a los ojos, deseando solamente perderse en aquellos pozos negros. Quería que él la tocara que la abrazara, que le diera la pasión que los dejaría sin aliento.
Qadir le acarició la mejilla.
– Quiero decirte que ya no estoy dispuesto a apartarme de la tentación que me ofreces.
Lo cual quería decir que era ella la que debía marcharse. Maggie sabía que si empezaban, no podrían parar.
El corazón le latía muy deprisa, mientras el calor de un deseo ardiente la recorría de pies a cabeza. -Maggie…
Pronunció su nombre con un gruñido sensual que le provocó estremecimientos. Tenía dos opciones claras ser sensata o ceder. Sabía lo que debía hacer y lo que quería hacer. Al final, no tuvo elección.
Despacio, con cuidado de dejar clara su intención. Maggie se puso de puntillas y lo besó.
Capítulo 11
QADIR tardó tanto en responder al beso que a Maggie le pareció que trascurría una eternidad. Entonces él se retiró y la miró.
– No quiero hacerte daño -reconoció.
El alivio de Maggie fue muy dulce.
– Puedo soportarlo -respondió con una sonrisa. -Eso parece.
– Vamos, ponme a prueba.
La agarró de la mano y la llevó hasta una cristalera que estaba medio abierta y que también daba al jardín.
Cuando cruzaron un vestíbulo y cerraron otra puerta, Qadir la abrazó con fuerza y empezó a devorarla a besos.
Sus labios abarcaban todo lo que ella le ofrecía y más, y Qadir le acarició la boca con la lengua, explorando, reclamando y urgiéndole a que respondiera.
Ella así lo hizo, con la misma necesidad, con la misma exigencia.
Qadir la tocó por todas partes, le acarició la espalda y le agarró el trasero con premura. Mientras, Maggie se frotaba suavemente contra su erección, deleitándose con su fuerza, deseosa de sentirlo dentro ya.
Él dejó de besarla un momento, el tiempo suficiente para quitarle la camiseta. En cuanto se hubo desecho de la prenda, empezó a acariciarle los pechos desnudos.
Empezó a tocarle y pellizcarle los pezones, sin dejar de besarla por toda la cara y en el cuello, hasta que empezó a lamerle un pecho, a mordisqueárselo hasta hacerla gemir.
Maggie estaba ya muy mojada, abierta como una fruta madura.
Estaba a punto de pedirle que se quitara la camisa cuando Qadir se arrodilló y empezó a desabrocharle los pantalones. Enseguida se los bajó, y también las braguitas.
Qadir empezó a besarle el estómago, mientras sus dedos empezaban a abrirse camino entre los muslos: y fue bajando poco a poco hasta que empezó a besarla en sus partes íntimas. Le provocó deliciosas sensaciones con los labios y la lengua, y tuvo que agarrarse a él para no caerse al suelo. Qadir se dedicó a lamer, besar y chupar el centro neurálgico de su femineidad, al tiempo que le acariciaba y apretaba las nalgas.
– Qadir -susurró ella, que no quería que aquello terminara jamás.
Quería estar en una cama, en un sofá, en el suelo…
Sin abandonar su lugar entre las piernas, Qadir le ayudó a quitarse los zapatos y terminó de sacarle el pantalón y las braguitas. Así, Maggie pudo separar piernas, desesperada por satisfacer un deseo cada vez más más intenso.
Ella le puso las manos en los hombros y se agarró con fuerza para no caerse. Pero cuando estaba a punto de perderse en una oleada de placer, él se retiró y puso de pie.
– No pares ahora-susurró ella.
– Acabo de empezar.
La llevó por un pasillo hasta un dormitorio enorme donde había una cama inmensa. Qadir retiró la colcha, se volvió hacia ella y empezó a acariciarla. -Eres tan preciosa -murmuró mientras le acariciaba la espalda-. Toda tú. Me vuelve loco verte con ese mono y esas camisetas diminutas que llevas bajo. He soñado que estabas con una de esas camitas y nada más.
Sus palabras le encendieron los sentidos. ¡Había fantaseado con ella! ¿Sería eso posible?
– Me has excitado de un modo que no puedo explicar.
Maggie se dijo que en ese momento era él quien estaba excitando. Fue a desabrocharle los botones la camisa, pero él el retiró las manos y empezó a desvestirse.
Cuando se quitó el slip, Maggie contempló su erección que parecía llamarla con su fuerza. Qadir la abrazó-y cayeron sobre la cama, en una maraña de manos piernas, presas del deseo.
De nuevo empezó a acariciarla entre las piernas, mientras con la lengua, los labios y los dientes, lamía y mordisqueaba sus pechos. El ritmo constante amenazaba con precipitarla al abismo y cuando él enterró cara entre las piernas y comenzó a besarla y lamerla a deslizar un dedo dentro de ella, Maggie no pude aguantarse mucho más.
Alcanzó el clímax jadeando y estremeciéndose de placer, y las sensaciones se prolongaron hasta que regresó flotando a la tierra, de vuelta al dormitorio de Qadit donde él la esperaba con una sonrisa en los labios.
Sin decir nada, Qadir le separó las piernas y la penetró de inmediato con aquel miembro recio que la invitaba a ceñirlo con sus músculos.
Qadir le hizo el amor como un lobo hambriento, reclamándola con sus embestidas profundas, y Maggie disfrutó del mejor sexo de su vida. Su excitación avivó su deseo, y cuando él llegó al límite de la fogosidad, ella gemía, más encendida y satisfecha que nunca.
Un rato después estaban abrazados en la cama; él acariciándole el pelo.
– Lo siento -dijo él-. Quería durar un poco más, no quería hacerte daño.
– No me has hecho daño.
– Te he tomado a lo bruto.
Se lo dijo sin mirarla a los ojos, como si eso le avergonzara.
Maggie se tumbó encima de él y lo besó.
– ¿Qadir, pero no te has dado cuenta de cómo he respondido? No estoy diciendo que quiera que me hagas daño. Tu pasión me excita. ¿Acaso no tiene que ser así?
– Debería controlarme un poco más.
Ella sonrió.
– No, no debes.
Él le agarró de las caderas y la empujó hacia abajo, para que ella viera que estaba otra vez listo para ella, y Maggie se deslizó sobre él, y dejó que la penetrara de nuevo.
– A lo mejor si llevas tú la iniciativa…
Maggie cabalgó sobre él, inmersa en un mar de eróticas sensaciones, cada vez más deprisa.
Cuando el placer le atenazó las entrañas, Maggie pensó que sería una noche inolvidable.
A la mañana siguiente, Maggie caminó hasta su habitación, pero en verdad le pareció como si flotara. Todo su cuerpo zumbaba de placer, repleto y satisfecho.
Qadir sabía cómo hacerle el amor a una mujer, y ella sentía que con él había entrado en un universo de placer al que estaba deseando regresar.
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