Maggie no sabía qué decir. La actitud del rey no la sorprendía, pero tampoco se lo habría imaginado tan directo.

Mujtar continuó antes de que ella dijera nada.

– Inicialmente no puse objeción a la relación -dijo los tiempos cambian y la sabia nueva siempre es importante. Además tampoco hay demasiadas princesas o duquesas para casarse con mis hijos. Aunque sus circunstancias son modestas, también son las de Kayleen; sin embargo, ella es perfecta para Asad. Desgraciadamente, los cambios recientes en sus circunstancias me han convencido de que no es la persona adecuada para Qadir.

Maggie se puso tensa, pero no se arredró. El rey se refería a su embarazo. Dudaba que nadie esperara una novia virgen en los tiempos que corrían, pero ella se había pasado un poco.

– Si sigue aquí, Qadir no va a buscar a nadie para casarse. A lo mejor esto le suena duro, sin embargo tengo que tomar más cosas en consideración que la mayoría de los padres. Tengo un país que gobernar y una responsabilidad hacia mi pueblo, y Qadir también.

Maggie sabía que el rey tenía razón. Ella no podía ignorar las necesidades de todo un pueblo. El rey tenía razón, ella no pertenecía a aquel lugar.

– No le voy a pedir que se marche de inmediato -le dijo-. Pero me gustaría que empezara a planearlo.

Maggie carraspeó suavemente antes de responder.

– Aún me quedan tres semanas de trabajo con el coche -dijo-. No necesito quedarme para terminarlo, pero tengo que hacer unas cuantas cosas más. Me quedaré hasta el final de la semana.

– Gracias por entenderlo. Es una situación de lo más desafortunada. En otras circunstancias… -se aclaró la voz-. Le deseo lo mejor, Maggie.

El rey se marchó.

Maggie se quedó mirándolo. Ella siempre solía defenderse, luchar por lo que quería. ¿Pero cómo hacerlo en esa ocasión? El rey había dicho la verdad. Ella no era para Qadir y su sitio no estaba allí. Había llegado el momento de marcharse.

Capítulo 13

ES un hombre mayor e intratable -dijo Qadir mientras se paseaba por el salón de su suite-.

Imposible.

– Estoy de acuerdo -respondió Kateb, que estaba sentado en uno de los sofás fumando un puro-.

Desgraciadamente, es el rey.

– Cierto, pero eso no le da derecho a meterse.

– Tú eres su hijo.

– No importa-respondió Qadir.

Kateb se limitó a arquear las cejas.

,-El no tiene por qué decidir quién y quién no forma parte de mi vida -continuó Qadir.

– Le das mucha importancia a un asunto que no la tiene-señaló su hermano-. Maggie sólo ha sido una utilidad para ti; tú la contrataste para que se hiciera pasar por tu novia. No estabas con ella. ¿Porqué te molesta tanto lo que ha hecho nuestro padre?

Qadir no sabía qué contestar.

– Es el principio lo que cuenta -dijo por fin.

– Bueno, haz lo que te parezca. Pero creo que lo más fácil sería dejar que se marchara y buscar a otra mujer que hiciera el mismo papel. ¿Qué te importa quién haga de novia, si es de mentira? Cualquiera te vale para eso, ¿no?

Qadir se volvió hacia su hermano, sintiendo un deseo tan fuerte como inesperado de golpearlo.

– No quiero a otra -dijo Qadir-. Maggie me conviene -ella lo comprendía bien, y le resultaba agradable hablar con ella; ¿por qué empezar con otra persona?-. Sólo la quiero a ella.

Kateb asintió despacio.

– Eso ya es un problema.

– No te marcharás -dijo Qadir con gesto imperioso.

Maggie no tenía ninguna gana de que los hombres siguieran dictándola órdenes de ese modo. Primero había sido Jon, luego el rey, y de pronto Qadir.

– Tu padre quiere que me marche -dijo mientras se sentaba en el sofá y resistía las ganas de taparse la cara con las manos-. ¿Qué importa? El coche lo puede terminar otra persona.

– ¿Tan poco te importa tu trabajo?

– No, pero ahora me importa mucho menos que antes, porque he terminado el trabajo más difícil. Me voy a quedar hasta finales de semana, y luego tengo que irme -Maggie aspiró hondo-. Qadir, sé que lo tenías todo preparado, pero no va a funcionar, conmigo no, Qadir.

Detestaba decirlo, pero era verdad.

– La verdad es que puedes buscar a otra persona para que haga el trabajo -continuó-. Alguien que no esté embarazada. Alguien que no fuera tan tonta como para enamorarse de él.

Pero se había prometido no pensar en eso, al menos hasta que estuviera en el avión de vuelta a Aspen. Entonces se permitiría sentir el dolor en toda su intensidad. Seguramente asustaría a los demás pasajeros, pero tendrían que aguantarse.

– No quiero a nadie más. Te quiero a ti para esto.

Sus palabras la envolvieron, como una manta suave y calida, y Maggie se dejó llevar, incapaz de creer que él estuviera…

– Me gusta hablar contigo. Tenemos el mismo sentido del humor, y mucha química. No me resultará fácil encontrar una combinación así en otra persona.

Ella se recostó en el sofá y cerró los ojos. No sólo sabía dónde clavarle el cuchillo, sino cómo retorcerlo para que tuviera el máximo efecto.

Claro que él no tenía la culpa. Qadir no tenía idea de lo que ella sentía en realidad, de modo que no podía saber que le estaba haciendo daño.

– Qadir, sinceramente creo que…

– He decidido que sólo hay una solución -la interrumpió él-. Nos casaremos.

Maggie se incorporó del sofá como movida por un resorte.

– ¿Cómo dices?

– He dicho que nos casaremos. Mi padre quiere que me case, y no me interesa cualquiera que él me quiera endosar. Y, como te he dicho, tú y yo nos compenetramos. Este matrimonio tendrá muchas ventajas para ti, y también eso es bueno. A Jon le resultará más difícil ver a su hijo con regularidad, pero mencionaste que podría tener al niño durante el verano, y eso no me parece mal.

– Yo… tú… -lo miró, demasiado sorprendida como para decir nada más largo.

– Sí que es un gran honor -dijo Qadir con amabilidad-. Estás sorprendida ante mi generosidad. Confío en que los dos seremos felices con nuestra unión. A lo mejor me cuesta un poco convencer a mi padre, pero le agradará saber que eres capaz de engendrar sin problemas.

Ella se quedó con la mente en blanco.

– ¿Vamos, qué te parece, Maggie? Es una solución estupenda para los dos.

– ¿Solución? ¿Pero dónde está el problema? Eres tú quien tiene que casarse, no yo.

¡Cuánto le dolía todo aquello! Ella lo amaba, y nada le gustaría más que oírle decir que la necesitaba y que siempre querría estar con ella. Pero eso no era más que un sueño, porque Qadir no quería tener una relación sentimental con nadie.

– ¿Por qué te enfadas, Maggie? Soy el príncipe Qadir de El Deharia; tú serías mi princesa, Maggie. Nuestros hijos serían parte de nuestra dinastía, de nuestra historia.

– No está mal para un mecánico de coches de Colorado, ¿verdad? -hizo un gesto de impotencia con las manos-. No hace falta que me respondas. Ya sé que no lo comprendes. Pero no me voy a casar contigo para mejorar mi situación económica. Yo no soy así. Ni me voy a casar contigo sólo porque sea conveniente. No he querido casarme con Jon, y eso que él pensaba que hacía lo correcto.

– No me compares con él.

– ¿Por qué no? Los dos queríais que me casara por motivos que no tienen nada que ver conmigo y todo que ver con vosotros. Y eso no es lo que yo quiero.

Se puso de pie y fue a la puerta.

– Mira -dijo después de abrirla-. Sé que crees que me estás haciendo un favor enorme, pero yo no lo veo así. Deseo algo más, algo que tú no puedes darme. Y no me conformaré con nada menos -terminó de abrir la puerta-. Ahora debes marcharte.

Maggie estaba acurrucada en la cama llorando a todo llorar. Sabía que debía dejarlo, que tanta emoción no podría ser buena para el bebé, pero no sabía cómo.

·No pasa nada -la consoló Victoria mientras le pasaba la mano por la espalda-. Voy a meterme en Internet a buscar a un matón para darle una paliza a Qadir.

Maggie sacó otro pañuelo de papel de la caja.

Aún no puedo creer que me propusiera matrimonio como lo ha hecho. ¿En qué estaría pensando? -Él no estaba pensando en ese momento. A veces los hombres se comportan de un modo muy estúpido, incluso los príncipes.

– Sobre todo los príncipes. ¿Pues no va y me dice que sería un honor para mí casarme con él?

– Menudo cretino.

Maggie asintió y miró a su amiga.

– Lo amo.

Victoria le sonrió con tristeza.

– Me he dado cuenta. Qué pena que él no.

– No quiero que se entere, sólo sentiría lástima por mí -de nuevo se echó a llorar-. No sé cómo soportar todo esto…

– Poco a poco. Sigue respirando, paso a paso, Maggie.

– Quiero volver a casa. Mañana tengo una cita con el médico, para estar segura de que puedo tomar un avión. Y en cuanto me dé permiso, adiós.

– Te voy a echar de menos -dijo Victoria.

– Tú también te marcharás en unos meses, ¿no?

Vente a Aspen. Es un sitio precioso, y hay muchos hombres ricos paseándose por las pistas de esquí. -Estoy harta de los ricos, pero iré a verte. Quiero estar contigo cuando nazca el bebé.

– Eso sería estupendo.

De otro modo, sabía que estaría sola. Jon querría acompañarla, se lo ofrecería sin duda, pero a ella le resultaría extraño, de todos modos.

– ¿Por qué no se ha enamorado de mí? ¿Por qué no ha podido amarme?

– Los hombres como él no se enamoran -dijo Victoria-. Toman lo que necesitan, y continúan. No tienen que entregarle el corazón a nadie, porque es algo que nunca se les ha pedido.

Maggie quería mostrar su desacuerdo, decir que Qadir no era así, pero en el fondo sí que era así. A él se le había ocurrido aquella farsa para engañar al rey, y también pedirle en matrimonio sin amarla.

·Quiero estar con un hombre que me ame apasionadamente -susurró-. Quiero ser lo más importante en su vida.

– Yo no quiero eso -dijo Victoria-. El amor es un asunto espinoso.

– Dime que este dolor irá cediendo -dijo Maggie.

·Sabes que sí. Se te pasará, y seguirás adelante. Un día volverás la vista atrás y te alegrarás de que todo ocurriera así.

Maggie esperaba que su amiga tuviera razón, pero tenía sus dudas.

La consulta del médico estaba situada en un moderno edificio cercano a un hospital. Maggie llegó unos minutos antes de la hora de la cita para rellenar unos papeles.

Victoria le había buscado una doctora y había llamado para pedir cita. Maggie la echaría de menos cuando volviera a Aspen.

Ya tenía el billete de vuelta. Una vez allí, alquilaría un apartamento hasta que pudiera recuperar su antigua casa, luego se pondría a buscar trabajo. Tendría que ahorrar todo lo posible antes de que naciera el bebé.

Cuando rellenó el cuestionario y lo entregó, se puso a ojear una revista hasta que la llamaron para pasar a la sala de consulta.

La doctora Galloway era una mujer agradable que debía de rondar los cincuenta años. Hablaron de la fecha de parto, de las vitaminas que debía tomar y de las nuevas necesidades dietéticas de Maggie.

– No debes comer por dos. Es mejor para el bebé y para ti si comes con moderación. Cuanto más cuidado tengas, menos peso tendrás que perder después.

– Lo tendré en cuenta -dijo Maggie, sabiendo que esos últimos días estaba demasiado triste para pensar en comer mucho-. ¿Puedo volar en avión?

– Claro. En los primeros meses, no hay ningún problema.

– Gracias.

La doctora le sonrió.

– Es un poco pronto, así que no puedo prometerle nada, pero me pregunto si querrías tratar de escuchar el latido del corazón del bebé.

– Sí, por supuesto.

– Entonces vamos a…

En ese momento se oyó jaleo en el vestíbulo, un ruido de pasos, y la voz de una mujer que decía:

– No puede entrar ahí, señor.

– Soy el príncipe Qadir, puedo entrar donde quiera.

La doctora se puso de pie.

– ¿Pero qué jaleo es ése?

Maggie se incorporó.

– El… esto… está conmigo

La mujer la miró con perplejidad.

– ¿Es el padre del…?

– No. No es el padre… pero lo conozco… -Maggie se encogió de hombros, sin saber cómo explicarle a la doctora la sinrazón de su situación-. Puede dejarle entrar -dijo Maggie.

La doctora Galloway salió a buscar a Qadir, mientra Maggie trataba de imaginar qué estaría haciendo en la consulta. ¿Cómo habría sabido de su cita? De pronto se acordó de la agenda que había dejado abierta sobre su mesa.

En ese momento se abrió la puerta y Qadir entró en la sala.

– No me dijiste nada de tu cita.

– Lo sé.

– Me gustaría que me informaras de estas cosas.

– ¿Por qué?

– Porque no está bien que me ocultes este tipo de información.

Maggie se sentó mejor en la camilla.

– El niño no es tu hijo -le recordó, negándose a perderse en sus ojos negros-. No tienes nada que ver con mi embarazo.