Un ruego apasionado.
– ¿Pero tiene valor su palabra?
– He matado a un hombre por asumir menos. La inesperada respuesta le hizo reír.
– Muy bien, señorita Collins, puede restaurar mi coche. El trato será el mismo que hice con su padre. Tiene seis semanas para devolverle su antiguo esplendot
– Seis semanas y un presupuesto ilimitado.
– Exacto. Un empleado mío le enseñará su habitación. Mientras esté empleada conmigo, será mi invitada.
– Tengo que recoger mis cosas del hotel.
– No se preocupe, alguien se encargará de traérselas -dijo él.
– Pues claro… -murmuró ella-. Si el sol luciera demasiado ardiente, también podría moverlo un poco, ¿no?
– Si hay algo que me motive, lo haría -el príncipe la miró con curiosidad-. Me da la impresión de que no la intimido, ¿cómo es eso?
– Usted no es más que un hombre con un coche y una libreta de cheques, príncipe Qadir.
– En otras palabras, un trabajo.
– Un trabajo estupendo, pero un trabajo. Cuando lo termine, volveré a mi vida de siempre y usted tendrá el coche más elegante de El Deharia. Los dos tendremos lo que deseamos.
Qadir sonrió.
– Yo siempre lo consigo.
Mientras escuchaba la señal telefónica, Maggie se preguntó cuánto le quitarían de la tarjeta telefónica por cada minuto de conversación.
– ¿Diga?
– Hola, Jon, soy yo, Maggie.
– Hola, Maggie. ¿Lo conseguiste?
Maggie se tumbó encima de la cama, que era tan grande como su suite.
– Por supuesto, yo no lo dudaba.
– Como él esperaba a tu padre…
– Lo sé, pero le deslumbré con mi encanto. Jon se echó a reír.
– Maggie tú no tienes encanto. ¿Lo presionaste? Estoy seguro; vamos, cuéntame cómo.
– Los príncipes no se dejan afectar por esas cosas; además, yo soy una persona muy agradable, Jon.
– La verdad es que sí, pero aparte de eso, lo más importante es que tienes mucha determinación. Te conozco muy bien.
– Mejor que nadie -accedió Maggie con naturalidad, a pesar de la angustia que sintió repentinamente.
Perder a su padre había sido lo peor que le había pasado en la vida, pero perder a Jon había sido casi tan malo. Jon había sido su primer amigo, su primer amante… su primer todo.
– ¿Qué tal el coche? -preguntó él.
Maggie se lanzó a una explicación de diez minutos sobre las beldades del vehículo, además de los detalles técnicos. Pero al oír las respuestas tan poco entusiastas de Jon, se dio cuenta de que le estaba aburriendo.
– Estás escribiendo un correo electrónico, ¿no? -preguntó Maggie.
– No. Claro que no. Estoy alucinado con el motor, esto, V8.
– Es V12 y ya voy a dejar de hablar de ello. Te dejo que vuelvas al trabajo.
– Te felicito por haber conseguido el trabajo. Ya me contarás cómo te va, o llámame si necesitas algo. -Lo haré. Saluda a Elaine de mi parte.
Jon no respondió.
Maggie suspiró.
– Lo digo en serio. Salúdala. De verdad, me alegro por ti, Jonny.
– Maggie…
– No. Somos amigos, y es lo que tenemos que ser. Los dos lo sabemos. Bueno, tengo que dejarte. Ya te llamaré. Adiós.
Colgó antes de que el otro pudiera añadir nada más.
Aunque era muy tarde, estaba demasiado inquieta para irse a la cama. Lo atribuyó a la diferencia horaria; doce o quince horas de diferencia trastocaban un poco el equilibrio.
Se puso a unos vaqueros y una camiseta, y después de calzarse unas chanclas, abrió la cristalera de su suite y salió fuera. La noche era suave y fresca.
Sus habitaciones estaban orientadas al mar, lo cual le encantaba. En casa tenía unas vistas estupendas de la montaña, pero una vasta extensión de agua era algo especial.
– No puedo acostumbrarme a este lujo -se dijo.
Había alquilado su casa de Aspen durante un par de meses. Era el final de la temporada de esquí y los alquileres estaban aún altos. Pero en cuanto terminara el trabajo, volvería a la pequeña casa donde se había criado, con sus escaleras un poco desvencijadas y su cuarto de baño pequeño.
Aspiró el aroma del salitre. Había luces en el jardín, situado un poco más abajo, y se oía el sonido de voces en la distancia. Le dio la impresión de que el balcón daba la vuelta a todo el edificio del palacio. Llena de curiosidad y deseosa de explorar, Maggie cerró la puerta de su suite y avanzó por el balcón.
Pasó delante de varias habitaciones vacías y de muchas ventanas cerradas con las cortinas echadas. Pasó delante de unas cristaleras que estaban abiertas, y por entre las cortinas vio a tres chicas tumbadas en un sofá con un hombre que se parecía un poco a Qadir.
Un hermano, pensó. Normalmente un rey tenía varios hijos; hijas, las menos posible. Uno no querría a una mujer interponiéndose en su camino, pensó con una sonrisa. ¿Cómo sería crecer allí, en aquel ambiente? Ser una persona rica, mimada, a quien le regalaran un pony a los tres años, o un…
– Qadir, espero más de ti -se oyó una voz ronca que surgió del oscuro jardín.
Maggie detuvo sus pasos tan repentinamente que estuvo a punto de dejarse las chanclas atrás.
– Con el tiempo -dijo Qadir con voz serena.
– ¿Cuánto tiempo? Asad está prometido. Se casará dentro de unas semanas. Tú también tienes que sentar la cabeza. ¿Cómo es posible que tenga tantos hijos y ningún nieto?
Maggie sabía que lo mejor sería darse la vuelta y volver a su habitación… pero también quería escuchar la conversación. Era la primera vez que oía a un rey hablar con un hijo. No le pareció que estuvieran discutiendo, tan sólo conversando de padre a hijo.
Se escondió detrás de un poste grande y trató de no emitir ni un sonido.
– Asad te trae tres hijas, eso debería bastar de momento.
– No te lo tomas en serio. Entre todas las mujeres con las que has estado, podrías haber encontrado alguna para casarte.
– Lo siento, pero no.
– Es esa chica -murmuró el rey-. Esa chica de antes. Ella es la razón.
– Ella no tiene nada que ver con esto.
¿Chica? ¿Qué chica? Maggie se dijo que debía meterse en Internet a investigar el pasado de Qadir.
– Si no eres capaz de buscar novia, yo te la buscaré -añadió el rey-. Y cumplirás con tu deber.
Entonces se oyeron pasos, y pasado un momento el ruido de una puerta al cerrarse. Maggie se quedó donde estaba, sin saber si se habían marchado los dos o sólo uno.
Respiró lo más despacio posible y estaba a punto de darse la vuelta para marcharse cuando oyó que Qadir decía:
– Puede salir, ya se ha ido.
Maggie hizo una mueca, y salió de detrás del poste con las mejillas coloradas de vergüenza.
– No ha sido mi intención escuchar la conversación. Estaba paseando, y de pronto les oí hablar. Casi no he hecho ruido. ¿Cómo sabía que estaba ahí?
Qadir asintió hacia la ventana, en cuyo cristal se reflejaba el balcón.
– La he visto llegar. Pero no pasa nada, mi discusión con el rey es del dominio público. Es una discusión que mis hermanos y yo mantenemos a menudo con él.
– Pero yo no me he puesto a escuchar a propósito.
– Parece empeñada en recalcarlo.
– Es que no quiero que piense de mí que soy una maleducada.
– Pero ya la he contratado. ¿Qué importa lo que piense de usted?
– Es mi jefe, podría despedirme mañana. -Cierto, pero según nuestro contrato, seguiría recibiendo el dinero que acordamos.
Ella tuvo ganas de alzar la mirada al cielo de lo tonta que era la conversación, pero no lo hizo.
– Aunque el dinero es importante, es igualmente importante hacer un buen trabajo. No quiero marcharme hasta que el coche esté terminado, es una cuestión de orgullo.
A lo mejor como era un jeque, y millonario también, no lo entendía. Maggie dudaba de que Qadir se hubiera tenido que esforzar alguna vez para conseguir algo.
– ¿Entonces su padre le buscará una esposa? – preguntó ella.
– Lo intentará. Al final, seré yo el que elija. Puedo negarme a casarme con ella.
– ¿Y cómo es posible que su padre piense que va a acceder a un matrimonio concertado?
Qadir se apoyó contra la barandilla.
– La mujer en cuestión entraría a formar parte de la familia real. La nuestra es una estirpe milenaria. Para algunos, los dictados de la historia y el rango importan más que los del corazón.
¿Mil años? A Maggie le costaba imaginárselo; claro que ella se había criado en unas circunstancias bastante modestas, en una típica población mediana de Estados Unidos. En los últimos años, el esquí se había puesto muy de moda, y muchos actores y actrices de cine aparecían todos los inviernos a esquiar, pero ella no tenía contacto con ellos. Ni tampoco habría querido tenerlo. Prefería las personas corrientes a los ricos y famosos, o a los príncipes, por muy apuestos que fueran.
– Debe de tener una fila de mujeres tirándose a sus pies -dijo ella-. ¿No quiere casarse con ninguna?
Qadir arqueó las cejas.
– ¿Entonces, se pone del lado de mi padre en este asunto?
– Usted es un miembro de la familia real. ¿No está obligado también a traer al mundo un heredero?
– Ah, ya veo que es usted una persona práctica -comentó Qadir, cambiando de tema.
– Entiendo lo, que es la lealtad y el deber familiar.
– ¿Y accedería a un matrimonio concertado? Maggie consideró la pregunta.
– No lo sé. Tal vez sí, si me hubiera criado y crecido con esa realidad. Aunque, no puedo saber si me habría gustado o no.
– Qué hija más obediente.
– Pero no a propósito. Quería mucho a mi padre.
Él había sido su única familia. Cuando llegaba a casa, aún pensaba que lo vería, o que oiría sus pasos. Una de las grandes ventajas de ir a El Deharia a hacer ese trabajo, aparte de lo bien que pagaba, sería que podría escapar durante unas semanas de los tristes recuerdos.
Qadir negó con la cabeza.
– Lo siento. Había olvidado su pérdida reciente. No ha sido mi intención hurgar en la Haga.
– No se preocupe. Es algo que llevo dentro, vaya adonde vaya.
Él asintió despacio, como si entendiera lo que suponía perder algo tan valioso.
Maggie se preguntó si lo sabría. En realidad no sabía nada de Qadir salvo lo que oía en la tele. No leía revistas de cotilleo, ni tampoco de moda. Ella sólo se emocionaba cuando recibía por correo su ejemplar de Car and Drive.
– Tendrá más familiares en Aspen -dijo él-. ¿Cómo se las van a arreglar ahora que está usted fuera?
– Bueno, yo… estoy sola, más o menos. Mi padre era mi única familia. Sí que tengo algunos amigos, pero todos tienen su vida hecha.
– ¿Entonces no ha podido llamar a nadie para contarle lo de su nuevo trabajo?
– He llamado a Jon. Él me tiene cariño.
Qadir la miró con expresión levemente ceñuda. -¿Su novio?
– Ya no -dijo con ligereza-. Lo conozco de toda la vida. Nos criamos juntos, él era mi vecino de al lado. De niños jugábamos juntos, y después nos enamoramos en el instituto. Todo el mundo pensaba que nos casaríamos, pero al final no ocurrió.
Siempre se preguntaba por qué no habrían dado ese paso final. Habían salido juntos durante años, habían sido el primer amor tanto ella de él, como él de ella. Hasta que había conocido a Elaine, Maggie había sido la única novia de Jon. Ella todavía lo quería, en parte siempre lo querría.
– Al final dejamos de estar enamorados. Todavía sentimos cariño el uno por el otro. Yo creo que habríamos roto hace tiempo, pero mi padre enfermó y Jon no quiso dejarme en esos malos momentos.
Pero ella había sentido el cambio en su relación.
– Yo ignoré lo más obvio porque mi padre se estaba muriendo. Pero cuando falleció, Jon y yo hablamos, y entonces me di cuenta de que hacía tiempo que lo nuestro había terminado -sonrió, aunque sin ganas-. Él ha conocido a otra persona. Elaine me parece estupenda, y ellos dos están muy enamorados. Así que, eso está bien.
Lo sentía así. Jon era su amigo y quería que fuera feliz. Pero de vez en cuando se preguntaba por qué ella no habría conocido a otra persona.
– Es muy comprensiva -dijo Qadir-. Aunque no sea más que una fachada.
Ella se puso tensa.
– No estoy fingiendo.
– ¿Quiere decir que no está enfadada con Jon por haberla sustituido tan fácilmente?
– En absoluto -dijo; entonces, Maggie suspiró-. Bueno, un poco sí, pero no tanto. La verdad es que no lo quiero para mí.
– Pero debería haber tenido la cortesía de esperar un poco antes de buscar al amor de su vida.
– Si estuviera de acuerdo con eso parecería un bicho.
– Yo más bien diría humana.
– Soy una persona dura emocionalmente.
Al menos lo intentaba. Hacía poco más de un mes había tenido una depresión nerviosa. Sin saber a quién llamar, al final había llamado a Jon hecha un mar de lágrimas, sollozando y temblando de dolor. Le dolía todo, tanto la pérdida de su padre como la de su mejor amigo.
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