– Lo recordaré.

– Pero no está de acuerdo.

– ¿Por qué dice eso? -preguntó ella.

– Por la cara que ha puesto, me ha parecido que habría preferido negociar, y esperar.

– Quiero que tenga el coche a un precio justo. Él sonrió.

– Buena idea. Y agradezco su honesto interés, pero creo que una postura intermedia será más fácil y conveniente.

Maggie se dijo que el príncipe tenía una sonrisa preciosa. No había dedicado mucho tiempo a pensar en la vida de un príncipe, pero imaginaba que serían o bien personas muy serias, o bien unos auténticos playboys. Había visto muchos así durante la temporada de nieve en Aspen. Pero Qadir no parecía encajar ni en uno ni en otro perfil.

– Haré lo que pueda -dijo ella-. Es que estoy acostumbrada a conseguir el mejor precio.

– Y yo a conseguir lo mejor.

Con su fortuna, era totalmente lógico.

– Debe de ser una sensación muy agradable. -Sí, lo es.

Maggie sonrió.

– Por lo menos lo reconoce -se levantó y se acercó a la impresora-. Aquí tengo una lista de todas las piezas que he pedido de momento. Mañana empiezo a desmontar el coche. No he visto demasiado óxido, y eso es buena señal. Cuando esté desmontado, podré ver lo que hay que reponer. De momento sólo he pedido lo que tengo claro que me hará

Maggie le pasó la fotocopia, y Qadir empezó a leer consciente todo el tiempo de la mujer que tenía a su lado. Era una interesante combinación de seguridad en sí misma e inseguridad.

Sabía por experiencia que, al principio, muchas personas se sentían incómodas con- él porque no sabían qué esperar. Le había pedido a una de las secretarias estadounidenses que ayudara a Maggie a instalarse en el palacio, pero sólo el tiempo conseguiría que su nuevo mecánico se encontrara a gusto en su presencia.

Maggie no se parecía en nada a las mujeres que desfilaban por su vida: no había ropa de diseño, ni horrendos peinados de peluquería, ni caros perfumes, ni joyas. En parte le recordaba a Whitney.

Apartó de su mente el recuerdo antes de que tomara forma, sabiendo que no tenía sentido pensar en ello.

– En un par de semanas me gustaría sacar el motor -le estaba diciendo Maggie-. Me dijo que podría ayudarme a hacerlo -hizo una pausa-. No me refiero a usted, por supuesto, sino a contratar a alguien. Y no lo digo porque no sea usted lo bastante fuerte y masculino -añadió ella de manera inadvertida; sin embargo, enseguida cayó en la cuenta de lo que había dicho-. Retiro esto último.

Qadir se echó a reír.

– Ya lo ha dicho, y es un elogio que atesoraré. De vez en cuando necesito que la gente elogie mi fuerza y mi masculinidad, me viene muy bien -añadió, totalmente encantado.

Maggie se puso colorada.

– Me está tomando el pelo -dijo ella.

– Porque se lo ha ganado.

– Eh, un momento. Usted es el príncipe. Es lógico que me ponga un poco nerviosa cuando estoy en su presencia. Esta situación es aún extraña para mí.

A Qadir le gustó que ella no se arredrara.

– De acuerdo, me parece bien; sí, tengo un equipo de trabajadores que le pueden ayudar a sacar el motor. Le voy a enviar un correo electrónico con las empresas de la zona que le pueden ser útiles. Mencione mi nombre; tendrá mejor respuesta.

– ¿Tiene un pequeño logotipo o un sello con una corona para poner junto a su firma?

– Sólo para documentos formales. Tal vez tenga que ir a Inglaterra a hacer algunas compras; allí también tengo contactos.

– ¿Alguno entre la familia real británica?

– Dudo que el príncipe Carlos nos sea de ayuda.

– Sólo era una idea.

– Es muy mayor para usted, y además está casado.

Maggie se echó a reír.

– Gracias, pero no es mi tipo.

– ¿No está buscando un príncipe guapo al que echarle el guante? Algunas de las mujeres que trabajan aquí es lo que tienen en mente; o por lo menos, cazar a algún diplomático extranjero.

Maggie desvió la mirada.

– Mi profesión no casa demasiado bien con la vida de una princesa -le enseñó las manos-. Soy más una persona activa que alguien a la que le guste estar tirada en un sofá pintándose las uñas y mirándose el ombligo.

– Es una pérdida para la monarquía.

Lo que dijo le hizo reír.

– Un comentario muy a tono -dijo Maggie-. Tiene sentido del humor.

– Gracias -respondió él.

– Las mujeres deben hacer kilómetros de cola. -Hay una zona de espera junto al jardín.

– Espero que esté cubierta. No querrá que les dé una insolación.

Maggie estaba medio apoyada medio sentada en la mesa. Qadir se dijo que era bastante alta, pero con el mono que llevaba no pudo distinguir bien su silueta

Pensó en cuando la había visto el día anterior, y se sintió intrigado. Maggie Collins era guapa, tenía personalidad y no poco sentido del humor. Sintió una chispa de calor en las entrañas, y de pronto se preguntó a qué sabría su boca si la besara.

Sabía que no lo haría. Le interesaban más sus habilidades como mecánico que sus encantos de mujer.

Pero no tenía nada de malo fantasear…

Imaginó cuál sería la reacción de su padre si empezara a salir con Maggie. ¿Le horrorizaría al monarca. o acogería de buen grado que otro de sus hijos sentara la cabeza?

De todos modos no tenía sentido hacerse esas preguntas Una cosa era especular, y otra pasar a la acción; y no tenía pensamiento de hacer esto último.

– Vengo con comida -Victoria entró en el garaje-. Uno de los cocineros me ha dicho que nunca sales de aquí a la hora de la comida, y cree que es porque no te gusta lo que prepara.

Maggie se puso derecha, dejó la llave y se quitó los guantes.

– Gracias por avisarme, pero es que he estado tan ocupada desmontando esto que no he tenido tiempo para parar a comer.

– No me digas que eres una de esas personas que a veces hasta se olvidan de comer.

– Sí, a veces me pasa.

– Entonces nunca vamos a hacer buenas migas. Maggie se echó a reír.

– Bueno, yo creo que tienes personalidad suficiente para pasar por alto ese defecto mío. Venga, vamos a mi despacho. Está más limpio.

Mientras Maggie se lavaba las manos eh el servicio, Victoria colocaba los platos en la mesa.

Se sentaron cada una a un lado de la mesa, y luego Victoria se quitó los zapatos y meneó los dedos. -Ah, qué gusto -suspiró.

– ¿Por qué te pones esos tacones si te hacen daño?

– No me hacen daño. Además, sin ellos me siento muy bajita e insignificante. Y a los hombres les gustan las mujeres con tacones.

Maggie se echó a reír.

– Nunca me he planteado eso, impresionar a un hombre, y menos así, arreglándome.

– Tú estarías arreglada en dos minutos -dijo Victoria mientras daba una pinchada de la ensalada-. Me encantaría tener una constitución como la tuya.

El elogio agradó a Maggie, que siempre había pensado que ella era un poco hombruna. Las chicas como Victoria solían evitarla.

– ¿Qué tal te va con Qadir? -le preguntó.

– Bien. Quiere que le deje el coche perfecto, y es lo mismo que quiero yo. Al principio el progreso es zni poco lento, pero él lo comprende…

Cerró la boca al ver que Victoria arqueaba las cejas mostrando asombro.

– ¿Qué pasa?

– Nada -respondió Victoria-. Me alegro de sea un buen jefe.

– Me habías preguntado eso, ¿no? -dijo Maggie.

– No, yo me refería a que qué tal es como hombre.

– Ah -Maggie tomó un sándwich-. Está bien… Victoria es echó a reír.

– Es un príncipe multimillonario, uno de los solteros más cotizados del mundo, ¿y sólo se te ocurre decir que está bien?

Maggie sonrió.

– ¿Y si te digo muy bien?

– Mejor, pero veo que no te interesa mucho. -No tengo interés en él, salvo porque es el que me paga.

– Entiendo… Entonces supongo que no estarás 0 detrás de una invitación al baile.

Maggie estuvo a punto de atragantarse.

– ¿Va a haber un baile?

– Sí, para celebrar el compromiso de boda del príncipe Asad con Kayleen. Llevan ya un tiempo juntos, pero se supone que no lo sabía nadie. El anuncio oficial se ha pospuesto hasta que la princesa Lina, la hermana del rey, se ha casado con el rey Hassan de Bahania, hace unas semanas. En resumen, el baile se celebra para hacer público el anuncio oficial, y todos los que trabajan en el palacio están invitados. Si la lista de invitados es de casi mil personas, ¿qué importan unos cuantos de cientos más?

– Nunca he ido a un baile -reconoció Maggie.

– Ni yo, y estoy emocionada. Es más o menos una ocasión única en la vida para ponerse un traje largo y bailar con un apuesto príncipe. Espero que finalmente Nadim se fije en mí como mujer.

– Pero tú no lo amas -dijo Maggie.

– Lo sé… Lo que dije era en serio, el amor es para los tontos. Si me ofreciera un matrimonio de conveniencia, estoy segura de que no lo rechazaría… Pero a lo que me refería yo es a que tienes que venir al baile, te lo vas a pasar muy bien. Luego se lo puedes contar a tus nietos, cuando los tengas.

Maggie no tenía mucho interés en ir al baile, pero no podía negar que la idea le intrigaba un poco. Había ido a El Deharia para evadirse, pero también para experimentar cosas nuevas.

– No bailo muy bien, la verdad.

– Ellos te llevan, y tú te dejas llevar. Voy a probarme unos vestidos; vente conmigo, ya verás como te empiezas a animar.

– No lo creo. Además, nadie me ha dicho que esté invitada.

– Te invitarán. Pídeselo a Qadir.

– ¿Pedirme el qué?

Las dos se dieron la vuelta y lo encontraron en la puerta del despacho. Victoria fue a levantarse, alertando a Maggie de que debía hacer lo mismo. Pero el príncipe les hizo un gesto para que se sentaran las dos.

– ¿Qué es lo que me tiene que pedir?

– Le estaba contando a Maggie lo del baile para celebrar el compromiso del príncipe Asad. Como todos los empleados de palacio están invitados, Maggie decía que le encantaría asistir.

Maggie se levantó rápidamente.

– Yo no he dicho eso, el baile no me interesa… -sabía que Victoria tenía buenas intenciones, pero no quería que Qadir creyera que lo estaba utilizando-. Con este mono, no me veo muy dispuesta para Mil baile.

Qadir asintió despacio.

– Tal vez hoy no -dijo despacio-. Pero veo posibilidades.

¿Posibilidades? ¿A qué se refería ese hombre? Fuera como fuera, la opinión de Qadir no debía importarle, salvo si se trataba de algo del coche. Qadir seguía siendo un hombre, aunque fuera de la realeza.

– Ya he pedido algunos trajes -continuó Victoria-. Podría pedir que me enviaran unos cuantos más para Maggie. Con el pelo recogido y unos tacones. se trasformaría en una princesa.

Maggie miró a su amiga con fastidio. ¿Pero qué pretendía Victoria?

– Estoy de acuerdo -asintió Qadir-. Maggie, irá a la fiesta.

Y dicho eso, se dio la vuelta y salió del despacho.

Maggie esperó hasta que estuvo segura de que el príncipe había salido del garaje, para mirar a Victoria con gesto furibundo.

– ¿Pero qué haces?

– Poniéndote a tiro de un apuesto príncipe. A lo mejor tú tienes más éxito que yo.

– Pero a mí él no me interesa.

Amar y perder a Jon había sido tan doloroso que ya no le interesaba ningún hombre más.

– .¿A que no eres capaz de mirarme a los ojos y negar que estás un poquitín emocionada sólo de pensar en ponerte un vestido largo y bailar una noche con Qadir?

– ¿Vamos a bailar?

– -¡Lo ves! ¡Te pica la curiosidad!

– No, es que nunca he hecho nada parecido.

– Razón de más para probar -insistió Victoria-. Venga… será divertido. Estaremos tan estupendas que los príncipes no podrán resistirse a nuestros encantos.

A Maggie le daba la impresión de que nunca llegada a ser una de esas mujeres irresistibles, pero por un momento se permitió el lujo de imaginar que bailaría con un príncipe…

Capítulo 3

LA emisora de radio estadounidense en El Deharia trasmitía un concurso de cultura general todas las tardes a las dos. Maggie solía escucharlo pero ese día, Qadir estaba con ella en el despacho. Había ido a repasar la lista de piezas que ella había confeccionado.

Qadir salió al garaje.

– Vas a necesitar tener acceso a un taller de estructuras metálicas.

– Y también a un buen operario. Puedo explicarle lo que quiero, pero no hacerlo yo.

Estaba reconstruyendo el motor en lugar de comprar uno nuevo. Desgraciadamente, resultaba difícil encontrar piezas originales en buen estado. Compraba las que podía y el resto las hacían de encargo.

Ella sonrió.

– Estoy segura de que me tendrás algún contacto.

– Sí.

– Me lo imaginaba; es la emoción de ser un príncipe.

– Hay muchas.

– No me las imagino.

– Yo no conozco otra cosa; aunque también hay desventajas. Por ejemplo, a mis hermanos y a mí nos enviaron a un colegio interno en Inglaterra con ocho o nueve años. El director quería tratarnos como si fuéramos alumnos normales. Fue un gran cambio, por decir algo.