– ¿Y los demás niños os trataban bien?
– A veces sí, y otras no; a algunos les daba rabia, y querían demostrar todo el tiempo que eran mejores.
– Brutos… -dijo ella mientras apretaba una tuerca.
– Mis hermanos y yo aprendimos a adaptarnos con facilidad.
– Por lo menos de vuelta a casa estabas en un palacio.
– Y tenía un pony.
Ella se echó a reír.
– Claro, todos los niños de las casas reales lo tienen. Yo me tuve que conformar con uno de madera. Era uno de los pocos juguetes que me gustaban. Me apetecía más hacer cosas con mi padre que jugar con las niñas del vecindario. No fui una niña muy popular.
– Hasta que los niños se hicieron lo bastante mayores como para fijarse en ti.
O bien lo decía por ser amable, o bien tenía mucha imaginación. De un modo u otro, Maggie no supo qué decir. Y entre el nerviosismo que le entró, y una tuerca especialmente rebelde, se le fue la mano y lie hizo daño con el destornillador.
– ¡Ay! -chilló mientras tiraba la herramienta al suelo.
Al ver que le sangraba la mano, Qadir se plantó a su lado en un instante y le tomó la mano.
– ¿Pero qué te has hecho?
Sin soltarle la mano, la llevó al cuarto de baño y abrió el grifo del agua.
– ¿Crees que habrá que darte puntos?
¿Puntos? La mera idea de que la cosieran le provocaba náuseas.
– No, no me he cortado nada.
Maggie se soltó y puso la mano debajo del chorro de agua. Le escocía un poco, pero no era un corte demasiado profundo. Se la enjabonó y lavó rápidamente sin gritar ni llorar, y después dejó que Qadir le pusiera una gasa y una venda que había sacado del botiquín. A Maggie le sorprendió que lo hiciera tan bien.
– Creo que de momento sobrevivirás.
– Me alegro.
Maggie no sabía por qué de pronto sintió cierto mareo. A lo mejor era porque el baño era pequeño, o porque la presencia de Qadir se hacía notar en el reducido espacio. Fuera como fuera, le extrañó que el corazón le latiera tan deprisa. Para colmo, no podía dejar de mirarle los labios; y como le tenía tan cerca, le llegó el aroma suave y masculino de su loción.
Qadir le sonrió.
– Ten más cuidado la próxima vez.
Ella asintió.
– Muy bien. Debo volver al despacho.
Maggie se quedó sola, preguntándose cómo era posible que le atrajera su jefe. Ella aún no se había olvidado de su historia con Jon. Además, no le interesaba nadie más. Era imposible.
Maggie y Victoria atravesaron la elegante boutique. Al fondo, tras unas gruesas cortinas, accedieron a un pasillo desnudo, sin decoración. Victoria se digirió a una puerta, la abrió se hizo a un lado para dejar pasar a Maggie.
– Prepárate… -dijo Victoria.
Maggie accedió a una habitación enorme donde había decenas de percheros, todos ellos llenos de prendas de ropa, a cada cual más bonita y elegante.
– No lo entiendo. ¿Esto qué hace aquí? -preguntó.
– Es ropa de muestrario -le dijo Victoria en voz baja-. Los ricos traen aquí cosas que no se han puesto o que han utilizado sólo una vez, para que las jóvenes que trabajamos podamos adquirirlos por dos perras. ¿Cómo crees que puedo permitirme vestir como visto? He conseguido una blusa que vale cuatrocientos dólares por cincuenta. Aquí se encuentra casi de todo, y la calidad es maravillosa. Ah, me encanta este sitio, Maggie, y los trajes de noche es en donde más descuento hacen, porque a muy poca gente le interesan. Prácticamente los regalan.
– ¿De verdad hay vestidos de fiesta aquí?
– Aquí tienen de todo. Yo como soy baja y regordeta, me compraré algo de segunda mano. Pero tú, como eres alta y esbelta, podrás meter tu pequeño trasero en un traje de muestrario. Claro que no me da envidia.
_Maggie sonrió.
– Decir decir que soy esbelta es una buena manera de decir que soy plana.
Victoria pasó delante de varios percheros hasta -que encontró uno donde estaba escrito su nombre. Escogio rapidamente unos vestidos y le pasó seis a Maggie.
– Ahora pruébatelos.
Maggie se los llevó a un enorme probador que había a la izquierda, mientras su amiga se metió en otro. Mientras se quitaba los vaqueros y la camiseta, le costó trabajo creer que se estaba probando un vestido de noche para ir un baile. ¿Cómo era posible que su vida hubiera cambiado tanto en sólo tres semanas?
Incapaz de dar con una respuesta, se puso el primero que vio. Era de color melocotón, con un corpiño ajustado y una falda de capas de tela brillante con mucha caída.
Victoria se asomó en ese momento.
– Sabía que te quedaría de maravilla. Es precioso.
– Es raro -dijo Maggie, mirándose al espejo.
El color le iba bien, pero la falda de vuelo no terminaba de convencerla.
– Es de alta costura, cariño, y si te queda tan bien puedes dar gracias al cielo. A mí el mío me sobra de largo, así que tendré que pagar para que me suban el bajo.
Victoria se había puesto un vestido negro sin tirantes que le quedaba como un guante.
– Nadim no podrá resistirse a tus encantos -dijo
– ¡Qué buena eres! Lo malo es que hasta ahora se ha resistido de maravilla… Pero prefiero no pensar en eso. Te tengo que convencer para que te lleves ese vestido. Vas a deslumbrar a todos. Y aunque Qadir no te interese, habrá muchos otros hombres apuestos en la fiesta.
Por un instante, Maggie pensó que Jon se quedaría deslumbrado si la viera. Entonces se acordó de que no iba a pensar más en él de esa forma.
Sólo lo echaba de menos.
Victoria la miraba con curiosidad.
– Maggie me da la impresión de que me ocultas algo… Hay un hombre por ahí… ¿no? Se te nota en la mirada.
– Bueno, tal vez. A medias, sólo.
– Interesante. ¿Y eso de a medias?
Maggie sonrió.
– Sólo es un asunto a medias, o aún menos. No dejo de repetirme que Jon es una costumbre.
– Una mala costumbre, me parece.
– Crecimos juntos, así que lo conozco de toda la vida. En el instituto empezamos a salir, y todo el mundo pensaba que siempre estaríamos juntos.
– Incluida tú -dijo Victoria.
Maggie asintió.
– Hace un tiempo empezamos a distanciarnos, creo que nos pasó a los dos a la vez, pero ninguno quería ser el primero en decirlo. Luego mi padre enfermó. Ya entonces sabíamos que lo nuestro se había acabado, pero Jon no quería romper mientras yo estuviera de duelo por la muerte de mi padre, de modo que nuestra relación se alargó más de lo debido.
Aspiró hondo.
El caso es que hemos sido los mejores amigos siempre. A eso es a lo que me cuesta renunciar hecho mucho de menos hablar con él, pero él está con otra persona, y ya no somos amigos como antes.
Victoria la abrazó.
– Lo siento. Tiene que ser duro para ti. Perdiste a tu chico y a tu padre en poco tiempo. Es lógico que te lleve un tiempo superarlo.
– Lo sé. Pero creo que ya estoy lista para olvidar.
– El amor es horrible -dijo Victoria con firmeza- Por eso yo no voy a entregarle el corazón a nadie. Sólo quiero una relación de conveniencia con un hombre que me dé seguridad.
Las palabras de Victoria la sorprendieron, porque Victoria le parecía una persona espontánea, divertida y cariñosa.
– ¿Y no te resultará aburrida una relación así? -No. Quiero algo seguro y práctico. ¿Sabías que a asunto muy serio que un príncipe se divorcie? los príncipes nunca lo hacen, y eso me convence en un hombre.
– ¿Entonces es parte de lo que te atrae de Nadim? preguntó Maggie.
Su amiga asintió.
– Sí, una buena parte. Además, mi padre es un hombre… difícil -Victoria se encogió de hombros-.
Tener a un príncipe de mi parte sería de gran ayuda.
Maggie intuyó que Victoria guardaba muchos secretos de su pasado, pero no quiso insistir. Ya se lo contaría ella cuando fuera el momento más adecuado.
– Voy a pensar en el modo de no hacer el ridículo murmuró Maggie-. Dime si hay algún libro o algún folleto que diga cómo debemos comportarnos. porque no me irían mal algunos consejos.
Victoria sonrió.
– Veré lo que puedo encontrar. Podremos aprendérnoslos para cuando vayamos a la boda.
¿Una boda real?
– No creo que aún siga aquí -dijo Maggie-. Voy a terminar el coche en menos de dos meses.
– La boda es dentro de seis semanas. Parece ser que Asad está ansioso por reclamar a su esposa. Así que estarás aquí. Y si no, puedes tomar un avión y volver para bailar en la mía.
En el vestidor de su suite, Maggie contempló el vestido melocotón, que parecía una nube de gasa que flotara del perchero. Victoria no se había equivocado. era la elección perfecta.
– Voy a ir a un baile de verdad… -dijo en voz alta, maravillándose de todo lo que le estaba pasando.
Se metió las manos en los bolsillos para no descolgar el teléfono y llamar a Jon. Aunque los dos habían dicho que eran amigos, en realidad ya no era así. Al menos, no como antes. Todo era distinto y no había vuelta atrás…
El timbre del teléfono la sacó de su ensimismamiento, y Maggie pegó un salto antes de ir al salón a responder.
– ¿Diga?
– Qué difícil es dar contigo.
Maggie sintió que le temblaban un poco las piernas al oír esa voz tan familiar. Se sentó en el sofá e intentó respirar con normalidad.
– Jon… ¿Todo bien?
– Sí. Sólo quería saber cómo estabas, si te va bien.
Todo iba bien, pero le echaba de menos, y también a su padre, y tenía ganas de echarse a llorar.
– Pues claro. La restauración del coche va sobre ruedas y, escucha, no te lo vas a creer, van a celebrar mi baile real, y estoy invitada.
– Me alegro por ti.
– !Para mí es todo tan nuevo! Creo que será divertido. Y he hecho nuevas amistades. Hay una secretaria estupenda que también es estadounidense. Comemos juntas y charlamos -Maggie le contó algunas cosas más-. ¿Y qué tal por ahí?
– Ocupado. Estamos a mitad del trimestre, y ya sabes lo que significa eso.
Maggie lo sabía. Jon era contable en una empresa. Ella no entendía nada de su trabajo, pero sabía que a él le gustaba.
– ¿Qué tal Elaine? -le preguntó, en lugar de decirle que le echaba de menos.
El vaciló.
– Maggie, yo…
– Tengo derecho a preguntar, y tú debes responder -dijo ella-. ¿Es que ya no podemos ni siquiera tener confianza?
– No es eso. Es que no me gusta cómo terminó todo entre nosotros. Quiero que sea mejor, y no estoy seguro de que hablar de Elaine sea el mejor modo de abordar el tema.
Ella se puso colorada. Sabía que él estaba pensando en la última noche que habían pasado juntos.
– Para mí es agua pasada -dijo ella, sabiendo que por fin lo decía de verdad-. Y para ti también. Los dos hemos seguido adelante, así que dime qué tal Elaine.
– Bien. Estupendamente. Pasamos juntos mucho tiempo.
Percibió el afecto en su voz, aunque tal vez fuera algo más que afecto, tal vez fuera amor.
– Me alegro -dijo ella en tono firme-. Te mereces una persona estupenda.
– Y tú también. Pero ten cuidado con los príncipes que vayan a la fiesta. Ellos tienen otras costumbres. Eso le hizo sonreír.
– No soy un peligro, Jon.
– Eres exactamente lo que están buscando.
Se miró las manos llenas de señales y pensó en las largas jornadas de trabajo en el garaje, arreglando coches.
– Si tú lo dices…
Charlaron un rato más, y después se despidieron. Cuando Maggie colgó, se dio cuenta de que no le dolía tanto como había pensado. En el fondo, le había agradado hablar con él.
Tal vez no había mentido cuando le había dicho que los dos habían seguido adelante.
– Son incómodos -gruñó Maggie mientras Victoria se ponía los rulos.
– Para estar guapa hay que sufrir. Aguántate, cariño.
Aún con los rulos puestos, Victoria era una rubia espectacular. El maquillaje resaltaba sus bonitas facciones.
– Y cuando termine de peinarte, voy a arreglarte las cejas.
– No lo creo.
– Tendrás que confiar en mí.
Una hora después, Maggie se miró al espejo. -Caramba…
– Lo sé. Todo el potencial estaba ahí. Tal vez a partir de ahora pierdas un par de minutos por las mañanas para arreglarte un poco.
Maggie sabía que eso no iba a ocurrir, pero tenía que reconocer que estaba más guapa de lo que había creído posible.
Victoria le había hecho un recogido informal, con unos cuantos mechones rizados alrededor de la cara. Con un poco de maquillaje, sus ojos parecían más grandes y sus labios más carnosos. Victoria le había restado unos pendientes de brillantes de bisutería, y el vestido le quedaba como un guante, resaltando las pocas curvas que tenía.
– Me gusta -dijo despacio mientras daba una vuelta-. ¡Ay, pero estos zapatos me están haciendo polvo los pies!
Te acostumbrarás a llevarlos -Victoria le agamí del brazo y se miró al espejo-. Diantres, sigo siendo muy baja.
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