Sadik le hizo un gesto con la mano para que tomara asiento. Cleo no quería darle la satisfacción de aceptar, pero estaba tan enfadada que le temblaba todo el cuerpo. Sentía como si le fueran a fallar las piernas, y si se caía no daría la imagen de seguridad que buscaba.
Se dejó caer en un sillón de cuero. Él hizo lo propio en su silla y colocó las manos sobre el escritorio.
– Estás haciendo un mundo de esto -dijo con voz pausada-, ¿Para qué negar lo inevitable? Nos vamos a casar.
– No, no lo haremos. No quiero casarme contigo. No tengo ningún interés en…
Sadik la interrumpió negando con un movimiento de cabeza.
– Puedes protestar todo lo que quieras, pero no puedes escapar de la verdad. Estás esperando un hijo mío, Cleo. Un príncipe real. Tus únicas opciones son casarte conmigo o tener el niño y abandonar Bahania sin él.
– No puedes hacerme eso -respondió ella sintiendo de pronto cómo se le secaba la boca-. No eres un monstruo. No me apartarías de mi hijo.
Sadik se puso de pie y rodeó la mesa de su escritorio.
– No tengo intención de separarte de nuestro hijo -aseguró tomando asiento en la silla que estaba al lado de Cleo-. Ya te he dicho que quiero que nos casemos y formemos una familia. Eres tú la que se empeña en poner las cosas difíciles.
Cleo sintió que le dolía el pecho y le costaba trabajo respirar. No podía creer que aquello estuviera sucediendo.
Tenía que razonar con él, hacerle ver que lo que pretendía era una locura.
– Tú quieres actuar por conveniencia -le soltó sin poder evitarlo-. Quieres hacer lo que crees correcto, pero no quieres amarme.
Aquellas palabras se esparcieron por la habitación como si fueran niebla. Sadik se puso rígido unos instantes antes de reclinarse en la silla.
– ¿Crees que es necesario amar?
El Príncipe hizo aquella pregunta como por casualidad, pero Cleo hubiera podido jurar que había una nota de pánico en su voz. El corazón le dio un vuelco.
– Sí. No quiero una unión vacía.
– ¿No te basta con que te haya ofrecido el mundo?
Cleo no quería el mundo: lo quería a él. Sólo a él. Lo amaba, pero estaba claro que él no la correspondía.
– Sadik…
El Príncipe se puso en pie y caminó hacia la ventana. Una vez allí se colocó de espaldas a Cleo.
– Yo te hablaré del amor. Te diré que no aporta nada y que sólo sirve para provocar dolor.
Ella sabía que estaba equivocado, pero le resultaba imposible pronunciar palabra. Se hizo el silencio en la habitación. Entonces Sadik respiró con fuerza.
– Mi compromiso con Kamra estaba pactado. La vi unas cuantas veces y no puse ninguna objeción a aquella unión. Era atractiva y de buena familia. Su carácter tranquilo me daba paz. La habían educado para ser la esposa de un hombre importante y por tanto no conocía muy bien el mundo.
Aquellas palabras eran para Cleo como puñales que se le clavaban en el corazón. Ella no podía ser más distinta a aquella maravillosa Kamra. Pero dejó que Sadik siguiera hablando. Quería escuchar toda la historia.
– Como era tan joven y tan inexperta se acordó que nuestro compromiso durara un año. Durante aquellos meses pasamos mucho tiempo juntos. Llegué a admirarla y a tomarle cariño. A la larga me enamoré de ella.
Cleo sintió deseos de taparse los oídos y gritar para no seguir escuchando. Se le llenaron los ojos de lágrimas, pero luchó por contenerlas.
– Nos peleamos no recuerdo muy bien por qué -continuó Sadik metiéndose las manos en los bolsillos traseros del pantalón-. Faltaban apenas tres semanas para la boda y ella iba a ir a París con su madre. Tenían que hacer unas compras de última hora. Kamra se marchó llorando.
Sadik se detuvo unos instantes antes de continuar.
– Al cabo de un rato decidí ir detrás de ella. Llamé para retrasar el vuelo y me dirigí al aeropuerto en coche. De camino vi un accidente. Ya había llegado la ambulancia. Disminuí la velocidad y al pasar al lado reconocí el coche. Su madre se hizo sólo unas heridas leves, pero Kamra murió.
El Príncipe se giró para mirar a Cleo. Tenía los ojos brillantes y la boca apretada.
– Mi corazón murió en aquel instante con Kamra. Nunca volveré a amar.
Capítulo 9
CLEO no era consciente de haber salido del despacho de Sadik. No recordó nada hasta que se vio vagando por los pasillos de palacio. Le dolía todo el cuerpo y tenía la sensación de que nunca más volvería a sentirse plena.
Se detuvo para descansar un poco en un banco que había en una alcoba. Se sentía desgraciada, pero sabía que llorar no le serviría de consuelo. El dolor era demasiado grande.
Se obligó a sí misma a respirar profundamente y mantener la calma por el bien del bebé, aunque le costaba trabajo en su situación. ¿Por qué habría llegado su vida a aquel extremo? ¿Se vería obligada finalmente a casarse con un hombre que no la amaba, que nunca la amaría porque ya le había entregado su corazón a una mujer que había muerto? Le parecía imposible. Pero ella no era una inútil. Era inteligente y no le asustaba el trabajo duro. Podría escaparse de palacio y…
¿Y qué? Cleo le dio vueltas a la cabeza a aquella pregunta. Tenía pocos ahorros, no le llegarían para mantenerse durante la huida. Estaba embarazada de cinco meses. ¿Durante cuánto tiempo podría seguir trabajando? Y aunque encontrara un empleo bien pagado en el que no hicieran preguntas, ¿qué pasaría cuando naciera el niño? ¿Quería pasarse el resto de su vida huyendo?
Había muchas cosas que Cleo no tenía claras, pero estaba convencida de que Sadik iría en busca del bebé. Y si la encontraba se lo arrancaría de los brazos. Dudaba mucho de que ningún tribunal americano se pusiera de su parte cuando supieran que Sadik no sólo se había ofrecido a casarse con ella sino que además había prometido tratarla… como una princesa.
Nadie lo entendería, pensó Cleo con tristeza. Nadia comprendería que no se trataba de poseer riquezas y privilegios sino de encontrar el amor. No podía casarse con un hombre que no la amaba.
Cleo se frotó las sienes para tratar de aliviar el dolor. Lo peor de todo era que estaba claro que Sadik era capaz de amar, pero no estaba dispuesto a amarla a ella. Ella no era suficiente para hacerle olvidar a Kamra aunque estuviera dispuesto a acostarse con ella e incluso a casarse. Debería estar agradecida. Debería pensar que aquello era suficiente.
Pero no lo era.
Cleo se puso en pie. Sólo quedaba una esperanza. Había una persona que podría ayudarla.
Corrió hacia el ala de negocios de palacio y tomó el vestíbulo que llevaba a los aposentos del Rey. Se anunció a uno de los tres asistentes que estaban sentados tras un gran mostrador y esperó mientras trataba de no mirar a los guardias armados que custodiaban aquella zona.
El rey Hassan la tuvo esperando menos de diez minutos. Cleo estaba todavía tratando de controlar la respiración cuando se abrió una de las inmensas puertas dobles y un hombre vestido de traje le pidió que la acompañara a la suite privada de Su Majestad.
El rey Hassan estaba al teléfono cuando ella entró en su despacho. El monarca le hizo un gesto con la mano para que se sentara en el sofá de la esquina. Cleo se dirigió hacia allí y tomó asiento. Era un despacho inmenso, de al menos cien metros cuadrados. Tenía grandes ventanales que daban a un jardín perfectamente cuidado. En las paredes había cuadros y tapices.
El Rey colgó el teléfono, se puso de pie y se sentó en el sofá al lado de Cleo.
– Estaba hablando con mi hijo Reyhan -se disculpó-. Acaba de regresar de una conferencia mundial sobre el petróleo. ¿Cómo te sientes, Cleo? -preguntó tomándola de la mano.
– Estoy… estoy bien, gracias -respondió ella aclarándose la garganta-. Alteza… hay algo de lo que quiero hablar con usted.
– Claro, niña -dijo el Rey soltándole la mano y sonriéndole con amabilidad-. Pero antes déjame decirte que estoy encantado de cómo han salido las cosas. Sadik es el primero de mis hijos que va a darme un nieto. Tal vez no lo entiendas, pero a medida que uno se va haciendo mayor se preocupa más por las futuras generaciones. Quiero estar seguro de que la sucesión real estará garantizada.
A Cleo no le gustaba cómo sonaba aquello. Agradecía la preocupación del Rey, pero hubiera preferido que no mostrara tanto interés por el bebé.
– Cuando le dije que estaba embarazada, ¿cómo supo que Sadik era al padre? -le preguntó Cleo juntando las manos-. He descubierto que sólo se lo contó a Zara y a él.
– Se lo dije a tu hermana porque sabía que ibas a necesitar una amiga, y ¿quién mejor que ella? -respondió el Rey sonriendo-. Y en cuando a Sadik… la otra vez que viniste os observé cuando estabais juntos. Había algo en el modo en que os mirabais que me hizo preguntarme qué estaba ocurriendo entre vosotros.
Cleo suspiró. Lo que estaba ocurriendo era que ella se estaba enamorando de Sadik y él disfrutaba de sus favores en la cama. No era desde luego la receta de la felicidad.
– Pero el bebé podía no haber sido suyo -señaló Cleo.
– Yo no tenía modo de saberlo -respondió el Rey encogiéndose de hombros-. Yo sólo le dije a mi hijo que si él era el padre tenía que cumplir con su deber.
– Alteza, yo… yo no quiero faltarle al respeto -comenzó a explicarle Cleo tras aclararse la garganta-. Comprendo el honor que me hace su hijo pero… no puedo casarme con él.
– No comprendo…
– Sadik no me ama -dijo ella sin más preámbulos-. Me ha dejado muy claro que le entregó su corazón a su antigua prometida y que no tiene intención de volverse a enamorar. Sé que a usted le parecerá una tontería, pero yo no quiero estar con alguien a quien no le importo.
– Mi hijo es muy obstinado y a veces puede resultar difícil -aseguró el Rey sonriendo ligeramente-. Creo que se parece a mí. Pero acabará entrando en razón.
Cleo deseaba creerlo, pero tenía la sospecha de que el Rey le estaba diciendo lo que ella quería oír. Trató entonces de utilizar otro argumento.
– Quiero irme a casa. Alteza, por favor. No me obligue a hacer esto. No impediré que Sadik vea a su hijo, pero no quiero casarme con él y no quiero quedarme aquí.
Hassan echó los hombros para atrás. Sus ojos oscuros parecían un poco menos amables.
Cleo sintió un nudo en el estómago. No era una estúpida. Ya sabía que había perdido la batalla.
– La ley de Bahania es muy clara, Cleo. Los niños de la familia real no pueden abandonar el país. Tienen que educarse aquí.
– Pero podría concederme un permiso especial. Usted permitió que Sabrina estudiara fuera.
– Fue un momento de debilidad que he lamentado todos estos años -se apresuró a responder el Rey-. Éstos son otros tiempos y otras circunstancias. No privaré a Sadik de su hijo ni, egoístamente, me privaré yo tampoco de mi nieto. Además, si te marchas también te echaría de menos a ti.
Cleo no se sorprendió. En el fondo sabía que no había nada que hacer. Trató de consolarse pensando que había hecho todo lo posible. Pero cuando se despidió del Rey y salió de su despacho no pudo evitar sentir un escalofrío. Tal vez fuera una locura, pero sintió como si la puerta de una jaula se cerrara de golpe tras ella. Sus días de libertad habían terminado.
Sadik atendió varias llamadas telefónicas cuando Cleo se hubo marchado pero cuando colgó se sintió incapaz de concentrarse en el mercado bursátil. Una vez más ella se había adueñado de su cerebro, obligándolo a pensar en cosas que no quería detenerse a considerar.
¿Cómo podía Cleo hablar de amor? Aquello no formaba parte del acuerdo al que habían llegado. Tendrían pasión y respeto mutuo. Criarían juntos a su hijo aunque sabía que Cleo se resistiría a alguna de sus ideas e intentaría imponer su voluntad. Discutirían, ella lo desafiaría y por la noche se reconciliarían haciendo el amor.
¿Por qué insistía Cleo en añadir el amor a aquella ecuación? Sadik había amado una vez. Kamra había sido todo lo que esperaba de una esposa: era amable, silenciosa y discreta. Había cumplido todos sus deseos, comprendía las costumbres de Bahania y nunca lo cuestionaba a él. Su belleza silenciosa era como un bálsamo. Con ella siempre podía concentrarse en los asuntos que reclamaban su atención. Podía apartársela fácilmente de la cabeza. Y cuando ella falleció, para su asombro, se sintió completamente vacío y solo.
Sí, había amado una vez y le había servido para jurar que nunca volvería a sentirse así de vulnerable. Si había experimentado un dolor tan profundo al perder a Kamra, que ocurriría si Cleo…
Sadik apartó de sí aquel pensamiento. No quería ni pensarlo. Sería mejor que se concentrara en el trabajo, pensó devolviendo la atención a la pantalla del ordenador.
Pero entonces su secretaria le anunció por el interfono que su padre estaba allí. Hassan entró en su despacho y se sentó frente a él.
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