Sadik hizo un gesto de saludo con la cabeza y esperó a que el Rey hablara. Estaba claro que su padre tenía algo en la cabeza.

– Cleo ha venido a verme -le espetó el monarca sin preámbulo-. Me ha rogado que la dejara volver a casa.

– Su casa está aquí -respondió Sadik sintiendo un frío extraño en la boca del estómago-. Nos casaremos y educaremos a nuestro hijo como mi heredero.

– A mí no tienes que convencerme -aseguró el Rey haciendo un gesto con la mano-. No tengo ninguna intención de que mi nieto viva en el otro lado del mundo. Será el primero de una nueva generación. Debe conocer nuestras costumbres.

– Me alegra saber que estamos de acuerdo – dijo Sadik sintiéndose algo más relajado.

– Pero me gustaría saber por qué está tan segura de que aquí será desgraciada -continuó Hassan entornando los ojos-. Sé que vuestra relación comenzó siendo puramente pasional, pero Cleo tiene muchas más cosas de las que puedas encontrar en la cama. Es muy especial y espero que la trates como se merece.

– Estoy de acuerdo -respondió su hijo sin dudarlo-. Le he explicado a Cleo que nuestra unión será muy provechosa. Que seré leal con ella y con nuestros hijos. Tendrá todo lo que desee.

– Eso está muy bien -reconoció Hassan -. Pero no es suficiente.

– ¿Qué más puede haber?

– Tienes que hacerla feliz.

– Será mi esposa y la madre de mis hijos -aseguró Sadik mirando fijamente a su padre-. Me parece suficiente felicidad.

Hassan no dijo nada al principio. Se puso de pie y se acercó a la ventana que daba al jardín.

– Tienes una lección que aprender, Sadik – comenzó a decir con lentitud-. Pero debes descubrirla por ti mismo. Sólo te aconsejo que no permitas que la arrogancia se interponga en el camino de tu corazón.

– Por supuesto que no lo permitiré -contestó Sadik rechazando las palabras de su padre.

No estaba siendo arrogante con Cleo. Su plan era lógico y tenía mucho sentido para los dos. Se casarían y ella sería feliz. Ese era el curso natural de las cosas.

– Os deseo lo mejor a ambos -aseguró el Rey girándose para mirar a su hijo-. Cleo es un tesoro digno de un príncipe. Rezaré para que no la pierdas en el camino.


Los siguientes días se le hicieron muy cortos a Cleo. Le enviaron vestidos de novia para que se los probara. Decidió qué flores adornarían el banquete y el menú que se iba a servir. La mañana de la boda fue incapaz de probar bocado. Se acurrucó en un rincón del sofá, preguntándose cómo se había metido en aquella situación.

– Buenos días, señorita novia -dijo Sabrina entrando en la suite tras tocar en la puerta con los nudillos-. ¿Cómo te sientes?

– Tengo ganas de salir corriendo colina abajo – aseguró Cleo sonriendo a la joven con cierta tristeza-. No llevarás encima un mapa para saber qué dirección debo tomar…

– No, lo siento. Y más te vale no adentrarte tú sola en el desierto. Te podría pasar cualquier cosa – aseguró Sabrina dejándose caer a su lado en el sofá-. No pareces muy contenta -dijo mirándola a los ojos-. No quieres casarte con él, ¿verdad?

– Al parecer no tengo elección -respondió Cleo tratando de ocultar su amargura-. Estoy esperando un hijo de Sadik. Una cosa tan nimia como es la felicidad no puede compararse con siglos de tradición. Lo siento -se disculpó tras exhalar un suspiro-. No quiero molestarte con mis problemas. De hecho creo que la boda entre Sadik y yo podría salir bien si él no fuera tan…

– ¿Obstinado? -sugirió Sabrina-. ¿Difícil? ¿Cabezota?

– Por ejemplo.

– Mira: ya sé que esto no es lo que tenías pensado, pero la buena noticia es que Sadik es un buen hombre. Todos mis hermanos lo son. Tendrás que encontrar la manera de conseguir que se arrodille ante ti. Cuando lo hayas conseguido la vida será una balsa de aceite.

Estupendo. Parecía de lo más sencillo. Mientras lo intentaba tal vez podría dedicarse también a abrir las aguas del mar y detener el calentamiento de la tierra.

– ¿Tienes alguna idea concreta de cómo hacerlo?

– No, lo siento -respondió Sabrina con una mueca-. Me temo que esa información tendrás que averiguarla por ti misma.

Lo que su futura cuñada no sabía, pensó Cleo, era que Sadik seguía amando a su difunta prometida. Parecía difícil poner de rodillas a un hombre que ya no tenía corazón.

– Será mejor que te vistas -dijo Sabrina poniéndose en pie-. Llámame si necesitas ayuda.

– Gracias. Lo haré.

Cleo la vio marcharse y después se acurrucó de nuevo en el sofá.

La ceremonia era a las cinco de la tarde y después tendría lugar una cena. No hacían falta ni estilistas ni maquilladores porque no iban a retransmitir su boda por televisión ni iba a aparecer en ningún canal internacional. Aquello era mejor que montar un circo, se dijo Cleo a sí misma cerrando los ojos.

Sin darse cuenta se adormiló un poco. Una suave caricia en la mejilla la despertó. Abrió los ojos y vio a Sadik inclinado sobre ella.

Su primera reacción fue perderse en sus ojos oscuros. Le latía el corazón con fuerza dentro del pecho y sentía el cuerpo débil, y todo porque él estaba cerca. Amar a un hombre era una pesadez, pensó mientras se incorporaba y trataba de aclarar sus pensamientos.

– ¿Ocurre algo? -le preguntó.

– Nada en absoluto -respondió Sadik sonriendo-. He venido solamente a ver a mi novia.

El Príncipe la besó en la boca.

Aquella caricia tan tierna provocó en ella deseos de llorar. Durante un segundo estuvo tentada de señalar que daba mala suerte ver a la novia antes de la boda, pero entonces pensó que ya que tenían tantas cosas en su contra no tenía importancia que se rompiera una tradición.

– ¿Estás nerviosa? -le preguntó Sadik.

– No. Resignada.

– ¿No puedes alegrarte aunque sea un poco de casarte conmigo?

Podría alegrarse muchísimo. Podría estar bailando de alegría y emoción si él la quisiera.

Al ver que ella no contestaba Sadik decidió cambiar de tema.

– ¿Y qué pasa con Zara? Todavía estamos a tiempo de posponerlo todo.

Cleo negó con la cabeza.

– Sé que le va a dar pena perderse mi boda, pero también sé que estaba deseando irse de luna de miel con Rafe. Se suponía que iban a disfrutar de un mes entero juntos. ¿Cuándo volverán a tener una oportunidad así? Quiero que Zara disfrute del momento y cuando regrese a casa ya se enfadará conmigo.

– Como tú quieras.

Claro, en aquello estaba dispuesto a darle la razón. Pero no en los asuntos realmente importantes.

– ¿Han traído ya tus cosas? -se interesó el Príncipe.

Cleo señaló con un dedo la pila de cajas colocada en una esquina del salón.

– Me las trajeron ayer.

– Creía que habría más -aseguró Sadik observándolas.

– Sí, pero pensé que no nos servirían de nada mis muebles ni mi vajilla. Una amiga empaquetó mis cosas personales. El resto lo envío a un centro de acogida de mujeres.

También había renunciado a su apartamento. Todavía le quedaban varios meses de contrato por cumplir, pero no regresaría allí. De hecho su casero se había mostrado sorprendentemente comprensivo cuando le explicó que no volvería. Ni siquiera le había cobrado los meses que faltaban.

– ¿Echarás de menos tu vida en Spokane? – preguntó Sadik con voz melosa.

– Todavía no lo sé. Pregúntamelo dentro de un par de meses.

Cuando el impacto de verse casada hubiera pasado y estuviera preparada para enfrentarse a la vida cotidiana de Bahania.

– Creo que te gustarán muchas cosas de aquí -aseguró él-. Y hablando de cosas bonitas…

Sadik metió la mano en el bolsillo de su chaqueta y sacó una cajita de terciopelo negro.

– Mis padres no se querían -aseguró sin asomo de duda-. El suyo fue un matrimonio concertado y dudo de que ninguno de los dos apreciara demasiado al otro. Pero mis abuelos por parte de padre estaban verdaderamente enamorados.

Sadik abrió la cajita. Dentro había un anillo de zafiros.

– Esta pieza forma parte de un juego -explicó-. Mi abuelo le regaló a mi abuela un inmenso zafiro por sus bodas de plata. Ella mandó hacer esta anillo y también unos pendientes y un collar -dijo mientras le deslizaba el anillo en el dedo-. Debería haberte regalado antes un anillo de compromiso. Lo siento. No se me había ocurrido hasta ahora.

Cleo se quedó mirando la piedra brillante. Le quedaba como si hubiera sido hecho a su medida.

Sadik se sentó y estiró la mano para alcanzar una caja de madera que había dejado sobre la mesa sin que ella se hubiera dado cuenta. Era una pieza de marquetería antigua y cuando la abrió Cleo observó que estaba compuesta de varios compartimentos interiores pequeños. En todos ellos había cajitas de terciopelo negro.

– Aquí están los pendientes -dijo Sadik mostrándole dos pendientes en forma de lágrima rodeados de diamantes.

Tal y como había dicho había también un impresionante collar de zafiros.

– ¿Por qué quieres que tenga esto? -preguntó Cleo observando las joyas con admiración.

– Vas a ser mi mujer -respondió él frunciendo el ceño como si aquello lo explicara todo-. Mi abuela me dejó las joyas pensando que yo las regalaría. Ninguna mujer las había visto desde que ella falleció, Cleo -aseguró mirándola con ternura-. Son sólo para ti.

Ella tragó saliva para tratar de suavizar el nudo que se le había formado en la garganta. Nunca habría pensado que Sadik fuera lo suficientemente sensible como para comprender que le preocupara que también Kamra hubiera llevado aquel juego impresionante.

– Gracias -susurró más conmovida por aquel detalle que por el regalo propiamente dicho.

Sadik sonrió y se inclinó para besarla. Su boca era suave y al mismo tiempo exigente. Si hubiera sido capaz de hablar Cleo habría comentado que no tenía ninguna intención de resistirse. En aquellos momentos le parecía lo más lógico del mundo echarle los brazos al cuello y sentir su cuerpo cerca del suyo.

Sadik abrió la boca y ella hizo lo mismo. El se deslizó dentro de sus labios embistiéndola suavemente con la lengua. Cleo sintió una oleada de escalofríos recorriéndole el cuerpo. Se despertó la pasión. Sólo habían hecho el amor una vez desde su llegada y ella era consciente de que estaba deseando repetir.

Pero en lugar de avanzar hacia el siguiente nivel Sadik dejó de besarla y suspiró.

– Creo que deberíamos esperar hasta más tarde -dijo con cierto tono de fastidio-. Aunque para mí eres toda una tentación.

Cleo aceptó su decisión. Su propia respuesta la había sorprendido. Si Sadik hubiera continuado besándola y tal vez acariciándola no lo habría rechazado. Incluso ahora sentía crecer el deseo en su interior. Sabía que era porque lo amaba. Pero, ¿la salvaría aquel amor o sería su destrucción?


La boda tuvo lugar en la capilla pequeña de palacio. Había sitio para cerca de cien personas, pero apenas veinte estaban sentadas en los bancos centenarios. Cleo se detuvo a la entrada de la iglesia. Estaba más nerviosa de lo que había esperado.

Sadik la esperaba al final del largo pasillo central. Las velas ardían trémulas. En la capilla no había ventanas ni vidrieras de santos ofreciendo bendiciones. No había altos dignatarios ni multitudes que murmuraban. Cleo miró al hombre con el que iba a casarse y comenzó a caminar cuando cambió la música y el organista tocó los primeros acordes de la marcha nupcial. Iba sola.

El rey Hassan podía haberla acompañado si se lo hubiera pedido, de eso estaba segura, pero Cleo prefería ir por su propio pie al encuentro de Sadik. Quería recordarse a sí misma que hacía aquello por su propia voluntad. No quería que la llevaran hasta el altar.

La cascada de rosas y lilas que llevaba entre las manos tembló levemente. El vestido de tafetán crujía a cada paso que daba. Había elegido un modelo de corte imperio de entre todos los vestidos de novia que le habían enviado. Las líneas sencillas le disimulaban la barriguita. Se había puesto en la mano derecha el impresionante e inesperado anillo de compromiso que Sadik le había regalado por la mañana. Habían escogido como alianzas unos sencillos aros de oro. Tras la ceremonia Cleo volvería a ponerse el anillo de compromiso en la mano izquierda. Y luego irían al banquete.

A Cleo no le importaba que se tratara de una cena con poca gente. Nada de miles de invitados ni orquesta ni interminables pilas de regalos oficiales. Su boda no podía ser más distinta a la de Zara, como tampoco podía serlo su matrimonio.

Cleo estaba decidida a sacar el mejor partido de la situación, tanto por ella como por el bebé. Una vida desgraciada sin duda haría daño a su hijo.

Así que avanzó despacio por el pasillo hacia el altar, dispuesta a casarse con un hombre que no la amaba. La ternura que le había mostrado por la mañana le daba un pequeño soplo de esperanza. Si al menos encontrara la manera de seguir el sabio consejo de Sabrina… Pero Cleo no tenía ni la más remota idea de cómo conseguir que un hombre como Sadik se arrodillara ante sus pies.