Capítulo 10
ADUCIENDO que estaba exhausta, Cleo se escapó de la fiesta poco después de cenar. No podía evitar comparar su pequeño banquete, organizado a toda prisa, con la recepción que siguió a la boda de Zara. Desde luego no podía culpar a nadie que no fuera ella misma de aquellas circunstancias tan diferentes. Zara había sido lo suficientemente inteligente como para enamorarse de alguien que también estaba enamorado de ella. Y como para no quedarse embarazada.
Cleo se detuvo en medio del pasillo sin saber muy bien qué dirección tomar. Entonces recordó que uno de los criados le había informado de que trasladarían sus cosas a la suite del Príncipe durante la ceremonia. Esperaba que nadie hubiera abierto las cajas que habían llegado de Spokane y se preguntó qué cara pondría Sadik si viera su colección de ositos de peluche. No era algo que pegara demasiado con su exquisita decoración de interiores.
Cleo giró a la izquierda en el siguiente pasillo y se detuvo frente a la puerta de Sadik. Su puerta también a partir de aquel momento, recordó. Su mundo. Su vida.
Entró y cerró tras ella. Había visto el salón de la suite al menos una docena de veces y seguía resultándole extraño. Se fijó en los muebles oscuros, en las pinturas originales de la pared y en las vistas, que eran parecidas a las de su antiguo dormitorio. Sabía que aquella suite tenía una disposición distinta. Constaba de tres dormitorios en lugar de dos. La habitación principal era más grande y había dos estancias pequeñas al otro lado del salón.
Cleo fue hacia allí. En la habitación de la izquierda se había instalado un despacho. La ausencia de papeles en el escritorio y el polvo que tenía la pantalla del ordenador daban a entender que Sadik no trabajaba allí. Su despacho actual estaba a menos de cinco minutos andando, por lo que era lógico que fuera hasta allí cuando tenía que trabajar.
La segunda habitación estaba situada en una esquina del palacio que tenía vistas al mar y a los jardines. Estaba completamente vacía a excepción de un armario de doble cuerpo. En las paredes tampoco había nada. Cleo no recordaba haber estado nunca allí, pero sabía que la habían vaciado para el bebé. Se llevó la mano al vientre y lo acarició con suavidad mientras se giraba para echarle un vistazo al lugar. Era fácil imaginarse una cuna apoyada en la pared del fondo y un cambiador entre las ventanas. A la larga, cuando tuvieran más hijos, y no tenía ninguna duda de que Sadik querría tener muchos, tendrían que trasladarse a una de las suites familiares. Pero por el momento aquello sería su hogar.
Cleo se acercó a la pared y acarició la suave superficie. ¿Qué color sería más adecuado? Tal vez un amarillo pálido. O quizá debería dejarla en tono crema y colocar una tira de papel pintado. Tal vez de ositos, para que pegara con su colección.
Cerró los ojos e imaginó el sonido de los suspiritos de su hijo. Aspiró el dulce aroma de su piel y de los polvos de talco, sintió la suavidad de las sabanitas de algodón. Se apretó suavemente el vientre con los dedos como si pudiera tocar a su hijo.
– Te prometo que estaré aquí para ti -susurró.
Sabía que aquello era la cosa más importante que podía hacer por su hijo: darle un padre y una madre que lo quisieran.
Aunque dudara mucho de la capacidad de Sadik para amarla estaba segura de que sería un buen padre. Si para darle a su hijo el mejor comienzo posible tenía que renunciar a su propia felicidad, lo haría.
– Me preguntaba dónde te habías metido.
Cleo escuchó las palabras de Sadik un instante antes de que él viniera por detrás y la rodeara con sus brazos.
– ¿Cómo estás? -preguntó colocándole las manos sobre el vientre.
– Cansada -reconoció ella-. Y confusa.
– ¿Qué se siente al ser la princesa Cleo?
Ella percibió el tono sonriente de sus palabras, pero a ella aquella pregunta no le resultaba divertida.
– Nada de esta situación me parece real así que no puedo contestarte -respondió echando fuego por los ojos.
– Tienes todo el tiempo del mundo para acostumbrarte a tu nuevo estado -aseguró Sadik dándole la vuelta y mirándola con preocupación-. Ahora estamos casados. Eres mi esposa.
Esposa. Cleo le dio vueltas a la cabeza a aquella palabra, pero no fue capaz de asimilarla. No se sentía su mujer, ni una princesa ni nada más que un fraude. Un fraude embarazado.
– Como puedes comprobar he pedido que sacaran los muebles de la habitación de nuestro hijo. Se te proporcionará todo lo que necesites para él. Tenemos decoradores que están familiarizados con el palacio y en la ciudad hay varias tiendas especializadas en bebés. Si quieres también puedes encargar las cosas por catálogo.
Cleo trató de no pensar en el dolor que sentía en el corazón y trató de concentrarse en la sensación de estar entre sus brazos. AI estar cerca de Sadik siempre sentía como si le perteneciera. Si pudiera capturar aquella sensación y mantenerla tal vez no estaría tan perdida.
– Todavía no tengo ideas concretas -dijo apartándose de él para observar el espacio vacío-. Pensaré en ello. Tal vez mire algunas revistar para sacar ideas. ¿Quieres que te consulte antes de tomar ninguna decisión?
– Si quieres podemos hablarlo, o si lo prefieres toma tú las decisiones.
Cleo tuvo la sensación de que Sadik sabía que estaba triste y estaba tratando de mostrarse comprensivo. El problema era que la comprensión no casaba bien con un príncipe arrogante.
– Ya que hablamos del tema me gustaría que redecoraras toda la suite -dijo acercándose a ella y tomándola de la mano-. Tranquilamente, por supuesto, a tu ritmo. Pero estas habitaciones deberían ser nuestras, no sólo mías.
– Por supuesto -murmuró Cleo.
Apreciaba mucho que Sadik tratara de agradarla, pero aun así le resultaba imposible sonreír.
Pensó en las cajas apiladas en el salón y en sus cuatro trapos colgados en el inmenso armario. ¿Cómo demonios iba a encajar allí? Era la persona menos adecuada del mundo para haberse casado con Sadik.
– ¿En qué estás pensando? -le preguntó el Príncipe con amabilidad.
– En que todo esto es muy extraño -admitió ella-. No pertenezco a este lugar.
– Eres mi esposa -repitió Sadik-. Eres princesa de Bahania. Tu sitio está donde tú quieras que esté.
– Siempre y cuando no intente marcharme, ¿verdad? -preguntó ella con amargura.
– Estamos casados, Cleo -aseguró Sadik soltándole la mano y colocándole las palmas en los hombros-. Sé que hemos tenido problemas, pero es hora de dejar atrás el pasado. Empecemos de nuevo como marido y mujer.
Cleo sintió una oleada de rabia alimentada por una tristeza tan profunda que pensó que podría partirla por la mitad.
– Te agradezco tus palabras. Desde luego tiene mucho sentido. El problema es que yo no puedo olvidar la verdad. Si no estuviera embarazada no te habrías casado nunca conmigo. Cuando me marché de aquí no volviste a pensar nunca más en mí. Nunca me llamaste ni trataste de ponerte en contacto conmigo. Dejé de existir para ti.
Lo que no dijo, aunque lo estuviera pensando, era que Sadik esperaba que ella dejara atrás el pasado mientras que él no tenía intención de hacer lo mismo. Kamra seguía viva en su mente.
– ¿Qué quieres de mí? -le preguntó Sadik.
«Quiero que me ames o que me dejes marchar».
Cleo suspiró. No tenía sentido tratar de contestar aquella pregunta.
– No importa -dijo sintiéndose muy cansada.
– A mí sí.
– No, a ti no te importa -insistió ella librándose de su contacto-. Para ti no soy una persona. Soy el recipiente que lleva a tu hijo.
– Eso no es verdad.
Sadik se acercó a ella, pero Cleo dio un paso atrás. Él suspiró.
– Con el tiempo te darás cuenta de que eres una parte importante de mi vida. Entenderás que me he casado contigo con la intención de cumplir los votos que he hecho. Te respetaré y te desearé todos los días de mi vida.
Cleo no sabía qué decir así que decidió quedarse callada. Cuando Sadik le pasó la mano por los hombros se dejó guiar fuera de la habitación. Sin duda el Príncipe pensaba que el problema estaba resuelto, que todo saldría bien a partir de aquel momento.
Cleo caminó hacia el salón y vio que Sadik había traído comida. Había varios platos tapados sobre un carrito.
– Ya hemos cenado -le recordó.
– Tú no has comido nada. Vamos. Te darás cuenta de que he pedido tu comida favorita.
El sólo hecho de pensar en comer le provocó un nudo en el estómago.
– No tengo hambre -aseguró-. Estoy cansada, Sadik. Quiero irme a la cama.
El Príncipe la miró fijamente. Cleo imaginó que se daría cuenta de que en sus ojos no había precisamente una invitación. Seguro que Sadik esperaba que aquella fuera una noche salvaje. Después de todo sólo habían hecho el amor una vez desde que ella regresó a Bahania y aquélla era su noche de bodas.
Sadik observó la debilidad que mostraban los ojos de Cleo. No le sorprendía que estuviera cansada. Había habido muchos cambios durante las últimas semanas. Lo que le preocupaba era la desesperanza que reflejaba su mirada. Quería que fuera feliz por el bien del bebé. Tanta tristeza no podía ser buena.
Su primer impulso fue ordenarle que sonriera, pero le pareció tan ridículo que ni lo intentó. Podía obligar a Cleo a que hiciera lo que él quería, pero sabía que era inútil hacerla sentirse como se le antojara.
Paciencia, se dijo para sus adentros. Esperaría. Ella acabaría por entrar en razón.
La besó tiernamente en los labios luchando contra la pasión que se despertó en él al instante.
– Vete a la cama -le dijo-. Esta noche no te molestaré.
Cleo apretó los labios, asintió con la cabeza en señal de agradecimiento y se encaminó al dormitorio. Al verla marchar Sadik cayó en la cuenta de que iba a ocupar la única cama de la suite, lo que lo colocaba a él en la incómoda posición de novio sin lugar para dormir.
Cuando se quedó solo echó un vistazo alrededor en busca de algo con lo que entretenerse. No tenía apetito ni tampoco ganas de ver una película ni de leer. Caminó con indolencia por el salón y luego salió al pasillo que daba a las otras habitaciones. La primera de ellas sería para el niño. Trató de imaginarse a su hijo durmiendo en una cuna. Sadik frunció el ceño y se concentró para pensar en su hijo haciendo cualquier cosa. No tenía ningún contacto con bebés ni con niños pequeños ni tampoco sabía casi nada del embarazo de Cleo. Ni siquiera estaba seguro de la fecha prevista de parto.
Se dirigió a la segunda habitación con el ceño todavía más fruncido. Hacía tiempo que no utilizaba aquel despacho, pero el ordenador le sería de utilidad para su propósito porque tenía conexión a Internet.
En cuestión de segundos lo cargó y tecleó la palabra Embarazo en un buscador. Aparecieron muchísimas páginas Web. Eligió algunas al azar y comenzó a leer. Una hora más tarde ya sabía que había mucho que aprender. Llevó el ratón hacia una librería virtual y buscó en su bibliografía. Encargó media docena de libros sobre embarazo y parto y luego regresó a las páginas Web para leerlas.
Cleo se despertó poco después de la madrugada. Había dormido toda la noche, descansando más de lo que lo había hecho en las últimas semanas. Seguía sin gustarle su situación actual, pero conocer su destino le había permitido al parecer relajarse.
Sabía que había llegado el momento de sacar el mejor partido posible de la situación. La tristeza no le convenía en absoluto al bebé y si se deprimía lo único que conseguiría sería sentirse todavía peor. Sadik y ella estaban casados. En su caso la frase «para lo bueno y para lo malo» parecía haber comenzado por el final, por lo malo. Pero tenía un lugar donde vivir, comida y un hombre que deseaba desesperadamente aquel hijo. Ambos tenían salud y un futuro asegurado. Teniendo en cuenta todos aquellos factores el sueño del amor verdadero sería pedir demasiado.
Sadik tenía razón cuando señaló que entre ellos había pasión y mutuo respeto. Y amistad. La mayor parte del tiempo se llevaban bien. A ella le gustaba su compañía y tenía la impresión de que a Sadik le pasaba lo mismo. El hecho de que la hubiera dejado marchar una vez sin pensar en ella ni una sola vez era irrelevante.
Había destinos mucho peores que casarse con un príncipe guapo y millonario que no la amaba.
Con la decisión tomada, Cleo se levantó y se cepilló los dientes. Estaba dudando entre desayunar o ducharse primero cuando llamaron a la puerta del dormitorio.
Sadik entró antes de que ella pudiera pensar en qué hacer. El Príncipe miró la cama vacía.
– Ya te has levantado -constató con cierto tono de decepción.
Cleo estaba demasiado concentrada en la bandeja que tenía entre las manos como para responder.
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