– Te he traído el desayuno -dijo-. Por favor, vuelve a la cama. Te lo serviré.
Cleo estaba tan sorprendida que casi perdió el equilibrio.
– ¿Me lo vas a servir tú?
– Sí. Lo haré todas las mañanas mientras estés embarazada -aseguró él colocando la bandeja sobre la mesilla de noche-. A menos que esté de viaje de negocios. Entonces haré que te lo sirva uno de los sirvientes.
Cleo pensó en la posibilidad de señalar que era perfectamente capaz de levantarse y caminar hasta una mesa de desayuno. Sobre todo teniendo en cuenta que había una en la misma suite. Pero el detalle de Sadik le había tocado la fibra sensible y notó que le habían entrado unas ganas irreprimibles de llorar.
En lugar de iniciar una conversación que pudiera provocar aquellas lágrimas decidió meterse en la cama y taparse con el embozo hasta la barbilla.
Sadik le mostró la bandeja con la gracia y el estilo de un mago haciendo un número.
– Fruta fresca recogida al alba en los jardines de palacio. Y bollos. Sé que te gustan.
Cleo no quería pensar en el pasado, pero aquel comentario le trajo a la memoria recuerdos imposibles de olvidar. La primera noche que habían pasado juntos se había convertido en su primera mañana. Como habían estado demasiado ocupados coqueteando la velada anterior no habían comido nada y se habían despertado hambrientos. Sadik había pedido el desayuno no sin antes pedirle a Cleo que eligiera entre varias posibilidades. Ella había enloquecido con los bollos. De hecho el Príncipe adquirió la costumbre de conseguir favores de ella con la promesa de recompensárselos con bollos.
Cleo deslizó la mirada desde el plato lleno de dulces hacia un vaso de cristal alto que contenía una bebida de color púrpura. El estómago le dio un vuelco al mirarlo.
– ¿Qué es esto? -preguntó.
– Una bebida proteínica -respondió Sadik-. Encontré la receta anoche en Internet. Contiene muchos de los nutrientes que tanto el niño como tú necesitáis. También lleva jengibre, que sirve para aliviar las náuseas matinales.
– Me sentía muy bien hasta que he visto ese brebaje -murmuró Cleo-. ¿Por qué tiene ese color?
– El color es lo mejor de todo -respondió el Príncipe con aire ofendido.
– Entonces bébetelo tú.
En lugar de responder Sadik le tendió el vaso. Ella dio un sorbo. En realidad no estaba tan malo.
Estaba a punto de comentárselo cuando él se colocó de rodillas al lado de la cama. Cleo casi derramó la bebida por la sorpresa. Estaba claro que el Príncipe no había terminado de sorprenderla aquella mañana.
Sadik apartó suavemente las sábanas y se las bajó hasta los muslos. Luego le levantó el camisón y le colocó las manos en el vientre desnudo.
Se lo acarició suavemente con dedos cálidos. Temiendo que aquello comenzara a gustarle demasiado y se pusiera a ronronear como un gato Cleo le dio otro sorbo a la bebida.
– He sido muy negligente con nuestro hijo – le dijo Sadik mirándola a la cara un instante antes de volver a concentrarse en el vientre -. Los científicos no se ponen de acuerdo respecto a si pueden escuchar y comprender desde que están en el vientre materno. Como sé que nuestro hijo será en gran medida superior en inteligencia creo que cuando nos dirigimos a él se dará cuenta. Al ser mi primogénito tendrá que conocer muchas cosas. Me ahorraré tiempo si comienzo a educarlo desde ahora.
Cleo no podía hablar. Trató de hacerlo pero sus labios no se movieron. Miró fijamente a Sadik, que se inclinó para acercarse más a su barriguita.
– Bienvenido, hijo mío. Tu madre y yo esperamos tu llegada con impaciencia. Pero como faltan todavía algunos meses para tenerte entre nosotros quiero aprovechar este tiempo para hablarte de tu herencia, de la tierra y de la gente. Eres muy afortunado por nacer en el seno de la familia real de Bahania. Perteneces a una estirpe muy antigua de sabios gobernantes.
El Príncipe se aclaró la garganta antes de continuar.
– La historia documentada de Bahania se remonta dos mil años atrás. La familia de tu padre subió al trono en el año 937. Antes de eso muchas tribus nómadas lucharon por hacerse con el control de estas tierras.
Sadik habló con naturalidad de la historia de su gente y de su tierra. Cleo lo escuchaba mientras se iba tomando la bebida. Trató de mantener las distancias, pero era imposible no sentirse unida al hombre que estaba de rodillas al lado de su cama. ¿Cómo iba a ser capaz de resistirse si seguía actuando así? Sintió que se enamoraba todavía más de él.
– Los caballos han sido siempre de vital importancia en el desierto -continuó el Príncipe-.Hay gente que piensa que los camellos son más importantes, pero ya discutiremos de eso mañana, hijo mío.
Sadik le besó el vientre antes de bajarle el camisón y arroparla con las sábanas.
– ¿Y si es una niña? -preguntó Cleo sacudiendo la cabeza.
Él hizo un gesto con la mano restándole importancia al comentario y le dio un mordisco a uno de los bollos.
– Soy el príncipe Sadik de Bahania.
– Ya te he dicho que el título no es ninguna novedad para mí. Sólo me pregunto qué harás si tenemos una niña.
– No la tendremos -aseguró con una seguridad que provocó en Cleo por un lado deseos de estrangularlo y por otro de estrecharlo con fuerza entre sus brazos.
– Supongo que desde el día en que te conocí ya supe que eras un príncipe arrogante -respondió con un suspiro.
– Estabas encantada -dijo él sonriendo con picardía.
– No exactamente.
Sadik la besó en la boca antes de dirigirse hacia la puerta.
– Lo estabas entonces y lo estás ahora.
Cleo no pudo evitar soltar una carcajada mientras él se marchaba. Sadik la volvía loca. Provocaba en ellas muchas cosas, pero la principal era que aquel hombre la tenía encantada. Maldito fuera.
Cleo se levantó, se duchó y se vistió como para su primer día de princesa de verdad. A excepción de una lluvia fina, casi imperceptible, no parecía haber ninguna diferencia entre aquel día y el anterior. También estaba el anillo, pensó mirando el impresionante zafiro que descansaba al lado de su alianza de oro.
Aquélla era la prueba de que Sadik y ella estaban realmente casados. Ahora el palacio era su hogar.
Cleo no podía ni pensar en aquella frase sin sentir deseos de salir corriendo en busca de refugio. ¿Cómo demonios se suponía que tenía que afrontar aquello?
– No pienses en ello ahora -dijo en voz alta.
Dirigió sus pasos hacia el salón donde le esperaban las cajas de su vida anterior. También había varios catálogos encima de la mesa. No recordaba haberlos visto antes así que alguien debía haberlos traído. Cleo se sentó en el sofá y hojeó los catálogos de bebés. Había cunas y cambiadores, armarios, mecedoras, ropa, juguetes y docenas de accesorios de los que nunca había oído hablar. Los precios eran también increíbles, pero la familia real no estaría probablemente acostumbrada a comprar en las rebajas.
Al fondo de la pila encontró un catálogo de papel de pared y comenzó a pasar las hojas preguntándose si su hijo preferiría dibujos de conejitos o de ositos. No había ninguna duda de que Sadik presionaría para que escogiera un motivo masculino. Ella tendría que mantenerse firme y recordarle que había al menos una pequeña posibilidad de que fuera una niña.
Antes de que pudiera tomar ninguna decisión respecto al papel de pared sonó el teléfono. El corazón le dio un vuelco dentro del pecho haciéndola sentir al mismo tiempo viva y algo estúpida. Se recordó a sí misma que no se trataba de Sadik aunque eso sería lo que a ella le gustaría.
– ¿Diga?
– Princesa Cleo, soy Marie. Soy una de las responsables del servicio de limpieza de palacio. Llamo para preguntarle sus preferencias respecto a la limpieza de la suite. Puedo mandar a una persona cuando usted lo desee. Puede ser de manera flexible o establecer un horario regular. También he hablado con cocina. Me han pedido que le recuerde que por supuesto puede usted solicitar una cena privada siempre que lo desee. Después de todo, está de luna de miel -concluyó Marie con tono amigable.
– Yo… creo que sería estupendo cenar en la suite -dijo Cleo sin saber muy bien qué pensar.
– ¿Quiere que telefonee al chef o prefiere hacerlo usted misma?
Cleo no tenía la menor idea de qué pedir de cena ni qué posibilidades tenía así que pensó que sería mejor hacer antes algunas averiguaciones.
– Creo… creo que llamaré yo misma.
– Muy bien. ¿Y respecto a la limpieza?
– ¿Podemos olvidarnos de ella hoy? Pensaré en lo que más me conviene y volveré a llamarla por la mañana.
– Como desee. Por favor no dude en llamarme para cualquier cosa que necesite. Será un placer servirle, princesa Cleo.
– Gracias.
Colgó el teléfono sintiéndose igual de desconcertada que si hubiera mantenido una conversación con un grupo de alienígenas. Era imposible que aquel fuera ahora su mundo. Qué locura. Estaba claro que el palacio era una maquinaria muy bien engrasada. Tendría que mantenerse alejada de los engranajes para evitar ser atrapada por el mecanismo.
Cleo dejó a un lado el catálogo y se acercó a la ventana. El cielo y el mar estaban grises por culpa de la lluvia. Apretó los dedos contra el cristal y se preguntó qué diablos estaba haciendo ella allí. ¿De verdad creía que tenía alguna posibilidad de encajar en aquel lugar? ¿Ella? Era la última persona del planeta que debería haberse casado con un miembro de una familia real.
Se dio la vuelta y observó las cajas de cartón apiladas en una esquina. Sabía lo que encontraría dentro de ellas al abrirlas. Viejos animales de peluche y libros de segunda mano. Habría ropa que no volvería a ponerse y algunas fotos. Recuerdos sin importancia de una vida discreta.
Siempre había pensado que habría algo más. Que encontraría de alguna manera la forma de hacerse notar. Pero al parecer aquello no había ocurrido. Ahora era la esposa de Sadik y pronto sería la madre de su hijo. Tenía la sensación de haberse perdido a ella misma a lo largo del camino.
Una llamada a la puerta interrumpió sus pensamientos. Esta vez su corazón se mantuvo en su sitio. Sadik nunca pediría permiso para entrar en sus propias habitaciones.
Cleo se levantó y abrió. En el umbral había una mujer joven con un jarrón lleno de flores. Se las entregó a Cleo, hizo una pequeña reverencia y se marchó.
Cleo se la quedó mirando. Sentía más curiosidad por la reverencia que por las flores. ¿De verdad iba a hacer la gente aquel movimiento delante de ella a partir de ahora? Eso sería una pesadilla. Escribió una nota mental para recordar que tenía que llamar a Marie y hablar del asunto con ella. Luego llevó las flores al salón y las colocó en el centro de la mesa. Tras admirar los aromáticos capullos buscó la tarjeta colocada entre las hojas.
Será un placer recibirte para tomar el té a última hora de la mañana.
La nota iba firmada por el rey Hassan. Cleo miró el reloj. Eran casi las once. Pensó que lo mejor sería mover el trasero rápidamente hacia la sección de negocios de palacio. Le extrañaría mucho que el rey de Bahania le hubiera enviado esa invitación por casualidad.
Cinco minutos después el asistente del Rey la escoltó hasta su despacho privado. Había un servicio de té preparado sobre la mesa y el Rey la esperaba sentado en uno de los sofás. Cuando la vio entrar alzó la vista y dejó a un lado el informe que estaba leyendo. Luego se levantó y avanzó hacia ella con los brazos abiertos.
– Bienvenida, hija mía -dijo abrazándola y besándola en las mejillas -. Éste es tu primer día como miembro de la familia real. ¿Cómo te sientes?
– Todavía estoy algo confusa -reconoció Cleo tomando asiento al lado de la mesa.
– Enseguida andarás de un lado a otro de palacio como si hubieras pasado aquí toda tu vida.
– Me estoy poniendo demasiado gorda como para andar de un lado a otro -aseguró ella palpándose suavemente el vientre-. Tal vez cuando el niño haya nacido.
Cleo se acercó a la tetera y sirvió el té en dos delicadas tazas. La porcelana tenía motivos orientales y estaba segura de que pertenecía a un juego antiguo y cargado de historia.
– Ahora que vivo aquí supongo que tendré que aprender algunas cosas del país -dijo un instante antes de sacudir la cabeza-. Lo siento. No quería decir exactamente eso. De hecho estoy muy interesada en la historia de Bahania.
– Hay libros maravillosos en la biblioteca de palacio -aseguró el Rey para echarle una mano mientras ella le tendía la taza-. O también puedo pedirle a alguno de nuestros historiadores nacionales que venga a darte clases.
– Creo que me voy a perdonar las lecciones privadas -se apresuró a decir Cleo alzando las manos-. Todo lo que necesite saber lo aprenderé por mí misma ya sea leyendo o visitando algún museo.
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