– Como tú quieras -dijo el Rey-. Te sugiero que empieces visitando la ciudad. Hay muchos lugares históricos maravillosos. Te rogaría que no te aventuraras por tu cuenta hasta que conozcas bien las carreteras -le pidió frunciendo el ceño-. Te asignaré un chófer.

Cleo no estaba muy convencida de querer que la escoltaran, pero los comentarios del Rey sobre la necesidad de conocer la ciudad tenían sentido. Lo último que necesitaba era perderse.

– Se lo agradezco -le dijo.

– Todos queremos tu felicidad -aseguró Hassan sonriendo-. Sé que las circunstancias que han rodeado tu boda no son las que te hubieran gustado, pero estoy convencido de que Sadik y tú podéis ser felices juntos.

Cleo prefirió darle un sorbo a su taza de té en lugar de contestar. No creía que a su regio suegro le gustara su respuesta.

– Te resultará más fácil el cambio si te construyes una vida propia -continuó diciendo el monarca-. Sadik cree que te bastará con ser sólo madre, pero yo tengo la impresión de que necesitas algo más. ¿Qué cosas te interesan, Cleo? Bahania tiene muchas cosas recomendables.

Ella agradecía el apoyo y el interés, pero le parecía que aquella pregunta era un desafío.

– No tengo ningún interés específico. Nunca he sido persona de hobbys ni de aficiones y no toco ningún instrumento musical.

– ¿Y no hay nada que te hubiera gustado hacer y nunca has podido?

– Sé que Zara es la inteligente de la familia – se atrevió a decir tras pensárselo unos segundos-, pero siempre me he lamentado de no haber ido a la universidad cuando tuve la oportunidad de hacerlo. Cuando estaba en el instituto no era una buena estudiante. Iba a clase por obligación. Ahora creo que disfrutaría aprendiendo cosas.

Hassan dejó su taza sobre la mesa y abrió los brazos.

– ¿Y por qué no lo intentas y ves qué te parece? Te concertaré una cita con el decano de la universidad. Esta tarde puedes ir a ver el campus.

Cleo sintió como si se hubiera subido sin darse cuenta en una cinta transportadora que se moviera muy deprisa.

– No necesito reunirme con el decano -se apresuró a decir-. ¿No podría caminar por el campus y luego tal vez presentar una solicitud como una estudiante cualquiera?

– Niña, tú eres muchas cosas maravillosas, pero desde luego no eres cualquiera en ningún aspecto. Ya no. Eres la princesa Cleo de Bahania – aseguró el Rey con una sonrisa-. No te preocupes. Te acostumbrarás al título.

«No en esta vida», pensó para sus adentros. En aquellos momentos se sentía más asustada por haberse casado de lo que lo había estado antes de entrar en la habitación. Una cosa era preocuparse de si su marido la amaba o no. Y otra era lidiar con la responsabilidad de ser una princesa. El título conllevaba expectativas y obligaciones que no se había parado a considerar.

– Estoy empezando a pensar que va usted arrepentirse de haberme invitado a unirme al equipo -murmuró.

El Rey negó con la cabeza.

– Sospecho que dentro de unos meses todos nos preguntaremos como nos las habíamos arreglado antes para estar sin ti.

Cleo esperaba que aquello fuera verdad… especialmente para Sadik.

Capítulo 11

AQUELLA noche Cleo se sentía sorprendentemente contenta. De hacho estaba deseando ver a Sadik y cuando él entró en la suite corrió a su encuentro para saludarlo.

– He tenido un día maravilloso -aseguró con alegría-. Al principio pensé que iba a ser espantoso porque estaba lloviendo y no soy precisamente una fan de la lluvia. Además no tenía nada que hacer, pero al final las cosas han salido bien. ¿Qué tal tú?

En lugar de contestar, Sadik se limitó a mirarla fijamente. Cleo bajó la vista para comprobar si tenía alguna mancha en su vestido premamá.

– ¿Qué pasa? -preguntó sintiéndose súbitamente insegura.

Estaban a menos de un metro de distancia y desde el día anterior eran oficialmente marido y mujer. ¿Acaso esperaba Sadik que lo abrazara y le diera un beso? Después de todo, preguntarle qué tal había pasado el día era también un comportamiento propio de una esposa.

– No pareces triste -dijo finalmente Sadik.

– No lo estoy.

– Siempre te había visto apesadumbrada desde que me enteré que estabas embarazada. Creía que se te había olvidado incluso cómo se sonreía.

Cleo no sabía si estaba bromeando o hablaba en serio. Suspiró.

– Sé que he estado un poco difícil últimamente. No era mi intención. Es sólo que…

Cleo vaciló un instante. ¿Acaso había alguna manera de explicar cómo le habían robado la vida? Y teniendo en cuenta que Sadik era el ladrón y que todavía no había mostrado el más mínimo sentimiento de culpabilidad, Cleo pensaba que no estaría dispuesto a ver las cosas desde su punto de vista.

– ¿Tienes hambre? -preguntó entonces el Príncipe pasándole el brazo por los hombros y guiándola hacia el sofá-. Marie me ha dicho que has pedido la cena en la suite. ¿Quieres que la sirvan ya?

– Puedo esperar.

Cleo se sentó a su lado. Todavía no podía creerse que estuvieran casados de verdad. Así que aquélla era su primera conversación como marido y mujer después de un día de trabajo… ¿Debería ofrecerse a traerle las zapatillas de estar por casa?

– ¿Marie se ha limitado a informarte de mi decisión o quería comprobar si tú estabas de acuerdo? No estoy tratando de crear problemas en nuestra primera noche -se apresuró a aclarar Cleo levantando la mano-. Sólo intento comprender cuál es mi situación.

– Tenía que hablar con ella de otro asunto – aseguró Sadik con normalidad-. Entonces le pregunté si había hablado contigo y ella me dijo que sí. He sido muy injusto contigo, Cleo -dijo de pronto poniéndose serio.

Ella sintió como si la hubieran golpeado sin previo aviso en la cabeza. Le vinieron a la mente miles de respuestas, algunas de ellas incluso graciosas, pero ya que Sadik acababa de reconocer que había hecho algo mal lo mejor que podía hacer era escucharlo con atención.

– ¡Ah! ¿A qué te refieres? -preguntó como quien no quiere la cosa fingiendo estar muy interesada en un hilo que se le había escapado del vestido.

– No hemos hablado de la luna de miel.

Cleo no había tenido tiempo para tratar de imaginar cuál sería la respuesta de Sadik, pero tenía serias dudas de que se le hubiera ocurrido en algún momento que fuera aquélla.

¿Luna de miel? A Cleo le pareció que era un detalle muy dulce por su parte haber pensado en ello.

– No pasa nada. El embarazo está bastante avanzado y supongo que no podré viajar.

– En eso tienes razón. Pero tenía que haber pensado en la imagen que daríamos.

La delicada burbuja de felicidad de Cleo estalló haciendo un ruido casi perceptible.

– Estupendo. Así que no te interesa ir de viaje conmigo. Lo que te importa es qué dirán los vecinos.

– Yo no he dicho eso.

– Eso es exactamente lo que has dicho y creo que es muy mezquino por tu parte. Toda esta historia de la boda ha sido idea tuya y si ahora no estás contento al único al que puedes culpar es a ti.

Sadik suspiró como si estuviera sufriendo mucho y la atrajo hacia sí. Daba igual lo bien que se sentía entre sus brazos, daba igual el calor que desprendía su cuerpo pegado al suyo. Cleo se negó a sentirse ni relajada ni impresionada.

– De acuerdo -reconoció Sadik-. No me he expresado correctamente. No quiero provocar ningún cotilleo que al final acabaría perjudicándote a ti. Además te diré que me gustaría salir de viaje contigo. Pero tu preocupación por la salud de nuestro hijo te honra. Tal vez cuando haya nacido podremos ir de luna de miel.

Cleo emitió una especie de sonido gutural que no quería decir ni que sí ni que no. No quería que Sadik pensara que podía salirse con la suya así de fácil.

– Hablando de médicos -dijo para cambiar de tema-, mañana tengo una cita con uno de ellos. Y lo he arreglado todo para que envíen mi historial médico.

Sadik la soltó inmediatamente y se dirigió hacia el teléfono.

– ¿A qué hora tienes la cita?

– Alas once.

– Bien.

El Príncipe marcó cuatro números y luego esperó. Cuando contestaron al otro lado de la línea se identificó y le pidió a su secretaria que cancelara sus compromisos desde las diez y media hasta la una.

– No tienes por qué hacerlo -dijo Cleo cuando él colgó el teléfono-. Soy perfectamente capaz de ir sola.

– No lo dudo, pero me gustaría hablar con el médico. Me interesan todos los aspectos de tu embarazo, de tu salud y de la salud de nuestro hijo – aseguró Sadik dirigiéndose de nuevo hacia el sofá-. Y hay algo más de lo que tenemos que hablar. En un principio yo me encargué personalmente de todo. Pero lo he pensado mejor. Tu carácter no es tan complaciente como a mí me gustaría.

– Si estás intentando decirme que soy muy obstinada no es ninguna novedad. Y si no, no sé de qué estás hablando.

– Ahora eres una princesa, Cleo -contestó Sadik-. Y mi esposa -añadió suavizando inconscientemente la expresión-. Todo lo tuyo me parece hermoso y deseable.

– Lo sé -murmuró ella-. Tengo que admitir que ésa es tu mayor virtud.

– Es hora de que te vistas de acuerdo con tu situación -dijo el Príncipe con una sonrisa.

Sus palabras no le impresionaron ni le dolieron. Sabía desde hacía tiempo que tenía que ir pensando en cambiar su modo de vestir. El hecho de estar embarazada podría complicar su paso de mero mortal a princesa moderna, pero eso no cambiaba las cosas.

– Así que según me cuentas hay tiendas especializadas en vestir a princesas embarazadas…

– Sí.

– ¿Quién lo habría imaginado?

– Le diré a mi secretaria que te proporcione el nombre y el número de teléfono por si prefieres concertar una cita personal con ellos. Por supuesto, el director de la boutique vendrá a palacio.

– Por supuesto.

Cleo se puso en pie y se acercó a la ventana. No había llovido por la tarde, pero después de la puesta de sol la lluvia había regresado de nuevo.

– Es muy emocionante -aseguró sin darse la vuelta-. Me refiero al hecho de tener ropa nueva y vestir con diseños de alta costura.

– No pareces muy contenta -dijo Sadik observándola de cerca.

Cleo se encogió de hombros.

– Recuerdo la primera vez que estuve aquí con Zara. Nos prestaron unos vestidos fabulosos para asistir a una cena de estado. Para mí era un juego, pero ella no lo veía bajo ese punto de vista. Supongo que la diferencia estaba en que yo iba a regresar a casa y ella no. Para Zara la situación era muy real.

– ¿Es ahora real para ti?

Cleo asintió ligeramente con la cabeza.

– Estoy muy agradecida y todo eso, pero yo nunca planeé ser una princesa.

– Has sobrevivido al primer día. Por cierto, no me has contado en qué has ocupado tu tiempo. Creo recordar que has dicho que habías tenido un día maravilloso. Dime cuál ha sido la razón.

Cleo vaciló un instante. No estaba muy segura de querer compartir su nuevo descubrimiento con Sadik. ¿Y si pensaba que no debía hacerlo? Pero se recordó a sí misma que no le importaba su opinión. Tal vez no estuviera tan preparada como le hubiera gustado, pero estaba dispuesta a trabajar duro.

– He ido a la universidad -dijo mirando al suelo en lugar de a los ojos de Sadik-. El Rey me sugirió que diera una vuelta por la ciudad y en el itinerario estaba incluido el campus.

El entusiasmo de Cleo fue creciendo a medida que recordaba los altos edificios de estilo moderno. En cada rincón que miraba había encontrado un tesoro: pequeños jardines situados entre los patios, fuentes, bancos para sentarse y estudiar…

– Di una vuelta por fuera y luego entré. La biblioteca es impresionante. Un hombre muy amable me hizo de guía y me enseñó manuscritos de más de mil años de antigüedad. También me…

Sadik se puso en pie y la miró fijamente.

– ¿Fuiste tú sola a la ciudad en coche, entraste en la universidad y hablaste con un hombre que no es miembro de esta familia?

No había ninguna duda de que estaba enfadado. Cleo se puso en jarras y lo miró fijamente.

– En primer lugar no estaba sola. Me llevó un chófer. Una persona escogida por el Rey, así que más te vale no seguir por ese camino. En segundo lugar, hablé con el encargado principal de la biblioteca. Hablas como si me hubiera dedicado a bailar desnuda por los pasillos de una cárcel.

– Eres mi esposa -anunció Sadik como si eso lo explicara todo.

Cleo no podía creérselo. Había pensado que tal vez Sadik se burlara de ella por intentar sacarse un título, pero ni siquiera habían llegado a aquel punto de la conversación. Él se había quedado enfurruñado con la idea de que hubiera hablado con un hombre desconocido.

– Necesitas entrar en el mundo de este siglo -le dijo a su marido, como otras veces le había repetido-. Tengo una noticia que darte: los tiempos del harén se han terminado. No puedes tener a las mujeres encerradas. Nos hemos ganado el derecho a movernos de aquí para allá. Y además – concluyó llevándose la palma de la mano a la frente y suspirando exageradamente-, incluso podemos pensar por nosotras mismas.