– Cleo, no le veo la gracia -aseguró él frunciendo el ceño.
– Seguro que no. Pero tengo otra noticia más para ti. No me importa tu opinión a este respecto. Porque mi visita a la biblioteca ha sido sólo el principio. Acostúmbrate a la idea, Alteza. Tal vez esté casada contigo y vaya a ser la madre de tu hijo dentro de unos meses, pero no estoy dispuesta a quedarme encerrada en este palacio. Tengo pensado salir de aquí y hacer algo con mi vida.
A juzgar por la expresión de Sadik parecía que Cleo le hubiera golpeado la cara con un pescado húmedo.
– ¿A qué te refieres exactamente? -preguntó pronunciando cada palabra como si estuviera dando órdenes en el servicio militar.
– Voy a empezar a ir a clase. Quiero conseguir un título universitario -aseguró inclinándose hacia él-. No intentes impedírmelo, Sadik. Soy más obstinada de lo que puedes ni siquiera imaginarte.
Estaba claro que lo había pillado completamente fuera de juego. Sadik no dijo nada, no habló. Se limitó a mirarla fijamente. Finalmente sacudió la cabeza y se giró.
– Te lo prohíbo.
– Al menos podías intentar no ser tan predecible -dijo Cleo a sus espaldas-. Prohibido o no, pienso hacerlo de todas maneras.
Sadik se giró rápidamente hacia ella y la miró con expresión furiosa.
– Eres mi esposa y pronto serás la madre de mi hijo. Eso es suficiente para cualquier mujer.
– Para mí no lo es. Si pensabas que te habías casado con una mujer complaciente sin ningún pensamiento propio en su vacía cabeza no podías estar más equivocado. Puede que seas mi marido, pero no eres mi amo ni mi señor. Te sugiero que lo asumas.
Sadik no supo qué decir. No le sorprendía la actitud de Cleo. Había sido una mujer difícil desde el principio. Lo que lo había sorprendido era su descripción de una mujer con la cabeza vacía sin una opinión propia. Era injusto, pero había pensado instintivamente en Kamra.
Sadik se puso tenso. No quería tener pensamientos tan poco respetuosos respecto a ella. Había sido la perfección absoluta, siempre de acuerdo con él, siempre buscando su aprobación sin cuestionar jamás sus opiniones.
Una vocecita traidora que tenía dentro de la cabeza le susurró que con el tiempo la devoción de Kamra habría resultado cansina. Al menos Cleo sería siempre un desafío.
Sadik apretó los puños. El no quería que lo desafiaran. Su prometida había sido la más perfecta de las mujeres. Perderla había supuesto la desgracia más grande de su vida. No tenía ningún derecho a ponerlo en duda ahora.
– Hablaré con el decano de la universidad – le dijo a Cleo-. Cuando lo haya hecho dejarás de asistir a clase.
– No, no hablarás con él -aseguró su mujer con suavidad aunque estuviera echando fuego por los ojos-. Porque eso significaría admitir que tienes un problema con tu mujer y ambos sabemos que no quieres hacerlo. Tendrás que controlarme tú mismo, Sadik. Y como eso no va a ocurrir tendrás que conformarte.
Él podía sentir el calor que emanaba del cuerpo de Cleo. Llevaba el cabello rubio y corto peinado con sus habituales picos. No se trataba de un estilo clásico, pero en ella quedaba delicioso. Sadik la miró a los ojos, grandes y azul marino y luego desvió la mirada hacia la boca. Incluso en aquel momento, cuando lo desafiaba, la deseaba. Tal vez le hubiera entregado el corazón a Kamra, pero deseaba a Cleo más de lo que había deseado nunca a ninguna mujer. Con una certeza que no estaba dispuesto a admitir, Sadik supo que la desearía hasta el último día de su vida.
La agarró del brazo y la atrajo hacia sí. Antes de que Cleo pudiera protestar y apartarse posó los labios sobre los suyos y la besó con urgencia.
Sadik tenía el factor sorpresa de su parte. Ella se suavizó al instante entre sus brazos, incapaz de resistirse a la pasión que había entre ellos. Le echó los brazos al cuello y apretó el cuerpo contra el suyo. Sadik sintió sus pechos llenos aplastándose contra su torso y su vientre redondeado rozándole el estómago. El cuerpo de Cleo había cambiado en las últimas semanas. A medida que el embarazo progresaba podía ver las diferencias casi diariamente. Recordó que aquella misma mañana le había acariciado el vientre mientras hablaba con su hijo.
Pero en lugar de recordar las palabras que le había dicho o los movimientos de su hijo, de lo único que fue capaz de acordarse fue del dulce aroma de su piel y de su suavidad.
La deseaba.
Por su parte, Cleo se perdió en la sensación de tener la boca de Sadik sobre la suya. Aquel hombre sabía cómo besar. Dedicaba toda su atención al acto de hacer el amor y amaba lentamente y con una intensidad que la satisfacía más allá de cualquier cosa.
Incluso algo tan sencillo como un beso cobraba más significado cuando era él quien besaba. Le exploraba los labios con la lengua, lamiéndole las comisuras. Antes de que abriera la boca para admitirlo en ella o, más humillante todavía, para suplicarle que la besara más apasionadamente, Sadik le mordisqueó el labio inferior. Los leves mordisquitos de amor la hicieron estremecerse de deseo.
Las manos del Príncipe, largas y fuertes, le recorrían la espalda de arriba abajo como si la estuviera redescubriendo. Cleo era consciente de que estaba en su quinto mes de embarazo, pero no le avergonzaba que la viera desnuda. Sadik tenía muchos defectos, pero que no valorara su cuerpo no estaba entre ellos. Si ella pudiera…
Cleo lo apartó de sí y lo miró fijamente.
– ¿Qué crees que estás haciendo? -le inquirió.
– Iba a empezar a besarte en el cuello -respondió él con tranquilidad, como si estuvieran hablando de ir a ver una película después de cenar-. Luego tenía pensado lamerte el interior de la oreja y morderte el lóbulo. Y después quería empezar a quitarte la ropa.
Las palabras de Sadik crearon en su mente una imagen perfectamente nítida. Una imagen que la obligó a tragar saliva y le nubló la cabeza de tal manera que le resultaba difícil recordar por qué se suponía que tenía que estar enfadada.
– No vas a distraerme de mi propósito -aseguró con menos fuerza de la que le hubiera gustado.
Pero era imposible generar rabia cuando todo su cuerpo estaba en proceso de derretirse ante las caricias de aquel hombre.
– ¿Qué propósito es ése? -preguntó Sadik.
Cleo tardó un segundo en recordarlo.
– No vas a seducirme para que me olvide de que quiero conseguir un título universitario. Es un error por tu parte tratar de privarme de una educación.
– No estoy intentado distraerte -aseguró él atrayéndola de nuevo hacia sí-. Te estoy seduciendo para que podamos consumar nuestra relación. Ya va siendo hora.
– ¿Y qué pasa con mi…?
Sadik la silenció con un beso.
– Luego -murmuró con los labios sobres los suyos-. Luego.
A Cleo se le pasó fugazmente por la cabeza que debería protestar. Pero entonces Sadik se dispuso a continuar con el plan que le había contado y ella imaginó que podrían pelearse en cualquier otro momento. En aquel instante no estaría tan mal dejarse llevar por sus insistentes atenciones.
Sadik se inclinó y la besó desde el escote hasta debajo justo de la mandíbula. Luego le lamió el interior de la oreja. Ella se estremeció y exhaló un suspiro. Mientras su cuerpo se calentaba y se preparaba para el inevitable acto de amor que vendría después, pensó que su matrimonio con Sadik tenía sus compensaciones. La parte física de su unión sería siempre placentera.
Pero él nunca la amaría.
Aquel pensamiento surgió de la nada. Cleo lo apartó de sí con firmeza. No quería pensar en ello precisamente en aquellos momentos. Porque si pensaba que nunca llegaría a importarle a su marido tanto como le había importado su anterior prometida, el dolor ahuyentaría por completo el placer del momento. Cleo sentía como si hubiera estado sola durante mucho tiempo. Sadik le ofrecía calor y un techo seguro. ¿Era tan malo dejarse llevar?
Las manos del Príncipe deslizándose desde su espalda hasta los pechos fueron respuesta suficiente. Lo deseaba. Se sentía torpe y pesada, pero sabía que ninguna de las dos cosas le importaba a Sadik. Por alguna razón que no alcanzaba a comprender él la veía como un ser maravilloso.
Los dientes de Sadik se cerraron sobre su lóbulo al mismo tiempo que le cubría con las manos los pechos. Desde que estaba embarazada aquella parte de su cuerpo se había vuelto exquisitamente sensible. Sus pezones se irguieron nada más sentir su contacto.
– Si te hago daño dímelo -susurró él mordisqueándole la oreja-. He leído que durante el embarazo hay mujeres cuyos pechos se vuelven tan sensibles que les duelen con sólo tocarlos.
A ella le latían los pechos, pero no del modo en que él decía. Si no se los seguía acariciando se moriría.
– Estoy perfectamente -consiguió decir a duras penas, ya que el deseo era tan intenso que le costaba trabajo hablar-. Hace un par de semanas que he dejado de estar tan sensible.
– Así que no pasa nada si…
– No -aseguró ella acaloradamente.
Incapaz de contenerse, colocó las manos encima de las suyas para urgirlo a seguir. Sadik le recorrió los pezones erectos con los pulgares. Ella gimió al sentir por todo el cuerpo una oleada de placer.
Se perdió en la sensación de notar sus dedos acariciándola y apretándola suavemente. El fuego se apoderó de todo su ser, navegando desde el centro de su cuerpo hasta acomodarse entre las piernas. Ya estaba húmeda. Podía sentir que estaba preparada y los dulces latidos que expresaban su necesidad de alivio.
Sadik la rodeó con sus brazos y la atrajo hacia sí. La besó apasionadamente, deslizando la lengua entre sus labios y rozando la de ella. Se embistieron el uno al otro, invadiéndose, jugando, bailando, necesitándose. Cleo se abrazó a él. Deseaba todo lo que pudiera ofrecerle. Sadik tenía la habilidad de llevarla siempre al límite de la cordura en el terreno sexual. Aquella noche ella necesitaba olvidarse del mundo real y perderse en la pasión que compartían.
Apenas fue consciente de que el Príncipe la estaba llevando al dormitorio. Una vez dentro cerró la puerta y dejó de besarla el tiempo suficiente para tenderla sobre la cama. Con la facilidad de un hombre confiado en sus habilidades, se colocó detrás de ella y le bajó la cremallera del vestido.
El vestido se le deslizó por los brazos, pero Cleo se lo sujetó a la altura de la cintura. De pronto era consciente de los cambios que había experimentado su cuerpo.
– Estoy embarazada -le dijo sin poder evitar que las mejillas se le sonrojaran.
– Lo sé -respondió él con una mueca-. Soy yo el responsable de tu estado.
Entonces su sonrisa se desvaneció. La rodeó con sus brazos y le agarró una de las manos. Ese movimiento permitió que Cleo siguiera sujetándose el vestido a la altura del vientre y experimentara al mismo tiempo la sensación de sus besos calientes en la palma de la mano.
– Es mi semilla la causante de tu redondez – susurró contra su piel-. Observo cómo cambias y cada día me siento más fascinado por tu belleza femenina.
Sadik le soltó la mano y se puso de rodillas en el suelo frente a ella. La ayudó a quitarse las sandalias y tiró suavemente del vestido hasta que ella lo soltó. La tela cayó a sus pies.
Cleo se había negado a dejar de utilizar sus braguitas habituales, pero en lugar de ponérselas en las caderas se veía obligada a llevarlas debajo del estómago. Se sentía ridícula en ropa interior con aquel vientre prominente, pero a su marido no parecía importarle. Le besó la piel tirante y le lamió el ombligo. La tumbó delicadamente sobre la cama y se arrodilló entre sus piernas. La ayudó a quitarse el sujetador y luego le sacó las braguitas.
Cuando estuvo desnuda comenzó un baile sensual y lento específicamente pensado para volverla loca. Le lamió los pechos hasta que Cleo tembló de deseo. Con la punta de la lengua bailó alrededor de sus pezones, obligándola a retorcerse. Cuando la respiración de Cleo se volvió más caliente y agitada, se deslizó más abajo. Le recorrió el estómago con las yemas de los dedos, trazando con ellos senderos que no tenían más propósito que hacerla suya. Fue descendiendo más y más cada vez, pero sin llegar a rozar aquel rincón de su cuerpo que deseaba más que ningún otro su cercanía.
Sadik se apartó un instante y salió de la cama para quitarse la chaqueta del traje, los zapatos, los calcetines, la corbata y la camisa. Se quedó sólo con los pantalones y los calzoncillos y regresó a la cama, pero se quedó a los pies. Cleo sabía que no tenía de qué preocuparse. Enseguida volvería a dedicarle sus atenciones por completo. Ella tendría su orgasmo, probablemente varios de ellos. Sadik creía en el trabajo bien hecho.
No la decepcionó. El Príncipe se inclinó sobre ella y le levantó ligeramente la pierna para poder besarla en la cara interior del tobillo. Desde allí continuó camino hacia la rodilla. La parte más interna de su feminidad tembló de deseo. Quería que la acariciara allí, que la llevara al paraíso una y otra vez.
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