– No pongas en duda tu belleza -dijo Sadik con voz ronca y grave.

Sin soltarle el tobillo le llevó el pie hacia la prueba de su excitación. El arco del pie de Cleo descansó sobre la dureza de su deseo. Cuando ella comenzó a moverlo el Príncipe cerró los ojos un instante y gimió.

– Eso, más tarde -prometió.

Ella sonrió.

– ¿Te he confesado alguna vez que una de mis fantasías sexuales es hacerte perder el control?

Sadik abrió los ojos de golpe. Una expresión deliciosa le cruzó el rostro de lado a lado.

– Cuéntame detalles de tu fantasía.

Cleo se encogió de hombros, fingiendo indiferencia ante la pregunta.

– No se trata de nada especial. Sólo tú y yo juntos haciendo el amor.

– Sigue -le pidió él con los ojos brillantes.

Cleo se dio cuenta de que le había soltado el pie y se estaba abriendo camino entre sus piernas.

– Los dos estamos desnudos -continuó diciendo ella al tiempo que la mano de Sadik acariciaba su zona más caliente.

– ¿Y?

– Y yo empiezo a acariciarte.

Al pronunciar aquellas palabras, Cleo se puso rígida un instante al sentir dos dedos en su interior. El dedo pulgar de Sadik acariciaba al mismo tiempo el punto sensible creado únicamente para el placer femenino. Lo recorrió con movimientos lentos y circulares.

– ¿Por dónde iba? -preguntó Cleo tragando saliva.

– Me estabas hablando de caricias.

Si la intención de Sadik era aportar refuerzos para hablar de fantasías sexuales desde luego estaba haciendo un buen trabajo, pensó Cleo, tratando a duras penas de concentrarse. Estaba haciendo magia entre sus piernas, entrando y saliendo de ellas sin dejar de acariciarla con el pulgar. Tantas atenciones juntas la hicieron ponerse tensa pensando en el orgasmo. Podía sentir cómo aumentaba la presión y el…

– ¿Cleo?

– ¿Cómo? Oh, lo siento -se disculpó sacudiendo la cabeza-. Yo… yo te acaricio con la mano y luego con la boca.

– Me gusta que me hagas eso.

– Lo sé.

Cleo aguantó la respiración al ver que Sadik aumentaba la velocidad. Dentro y fuera, una y otra vez, representando el acto amoroso que tendría lugar después.

– ¿Y cuándo pierdo yo el control? -preguntó él.

– Me obligas a detenerme -respondió Cleo, incapaz casi de terminar la frase-. Me agarras del pelo y me llevas la cabeza hacia atrás. Luego te sumerges en mí.

El Príncipe no se detuvo, pero ella vio cómo fruncía el ceño.

– Es una fantasía, Sadik.

– Yo nunca te tiraría del pelo.

A pesar de la tensión que sentía crecer en su interior, Cleo sonrió.

– No se trata de eso.

– Oh, sé muy bien de qué se trata.

Sadik dejó de acariciarla. Ella estuvo a punto de gritar en señal de protesta, pero antes de que pudiera decir una sola palabra él buscó la cremallera de sus pantalones. Se los bajó y se quitó la ropa interior. Su excitación quedó al aire. Había algo oscuro y animal en su mirada.

– Tu fantasía es que yo no puedo esperar – dijo apretándose contra ella-. Que te encuentro tan irresistible que me olvido de mí mismo y mando a la porra los buenos modales.

Sadik introdujo los dedos entre ellos. Mientras la cubría se movía sobre el punto más sensible de su cuerpo. La combinación resultaba insoportable por lo deliciosa.

– No puedo esperar -dijo mirándola a los ojos-. Voy a tomarte ahora mismo.

Cleo no estaba segura de si aquello tenía algo que ver con su fantasía o con el hecho de que escuchársela contar lo había excitado. Pero no le importaba. Ella misma estaba totalmente fuera de control. La combinación de sus dedos y de su fuerte erección dentro de ella era más de lo que podía soportar. La presión creció hasta que no hubo manera de evitar la explosión.

Las contracciones comenzaron poco a poco. Cleo arqueó la espalda y gritó su nombre. El orgasmo se apoderó de su cuerpo, creciendo más y más mientras Sadik entraba en ella una y otra vez. La pregunta de si Sadik sería capaz o no de contenerse había quedado completamente respondida. Le resultaba imposible. No podía hacerlo si la tocaba. Cleo se sentía completamente abierta, no sólo de cuerpo sino también de corazón. Cuando el Príncipe la hizo suya, la había hecho suya completamente, aunque estaba decidida a no hacérselo saber jamás.

Sadik se estremeció y luego se quedó muy quieto. Cleo lo sintió mientras buscaba su propio camino hacia el paraíso. Lo que no sabía era qué haría cuando él encontrara el camino de regreso.

Capítulo 12

A LA mañana siguiente Cleo encontró en la mesa de comedor de la suite algo más que el desayuno. Había un carné de conducir de Bahania, varias tarjetas de crédito a su nombre, una chequera con un valor inicial de doscientos cincuenta mil dólares y algo de dinero en efectivo. No se molestó en contarlo.

Agarró el carné de conducir, una de las tarjetas de crédito y la mitad del dinero y los metió en el bolso. Diez minutos más tarde entraba en el despacho de Sadik con la intención de ponerlo en su sitio. Tal vez fuera lo suficientemente estúpida como para haberle entregado su corazón, pero no estaba dispuesta a que le arruinara también la vida. Sobre todo si su idea de la esposa perfecta le exigía que fuera silenciosa, obediente y fértil.

– Buenos días -la saludó Sadik levantándose de la silla para saludarla.

Se acercó hacia ella y le agarró el rostro con delicadeza para besarla en los labios. El mero roce de sus labios bastó para encender de nuevo en ella la pasión, aunque no estaba dispuesta a admitirlo delante de nadie, ni siquiera de ella misma.

– ¿Cómo te sientes? -le preguntó cuando dejó de besarla, indicándole con un gesto para que se sentara.

– No, gracias. Prefiero quedarme de pie – aseguró ella con voz cortante.

– ¿Por qué estás enfadada conmigo? -preguntó Sadik con expresión confusa.

– No puedes comprarme, Sadik -dijo Cieo por respuesta echando sobre la mesa el dinero que sacó del bolso-. Sea cual sea la cantidad que dejes voy a ir esta misma mañana a matricularme en la universidad y no podrás impedírmelo.

– Ya te dije anoche que te lo prohíbo -respondió el Príncipe mirándola con los ojos entornados.

– No te estoy pidiendo permiso, Sadik -se apresuró a contestar Cleo aguantándole la mirada-. Pensé que te había quedado claro ayer. No puedes comprarme y no voy a cambiar de opinión. Tengo la sensación de que voy a pasarme la vida cediendo en otros asuntos, pero éste no es negociable así que te sugiero que lo vayas asumiendo.

Dicho aquello Cleo se dio la vuelta sobre los talones y salió del despacho. Sadik se quedó más tieso que un poste, pero ella no estaba dispuesta a dar su brazo a torcer. Para ella era importante. No sólo quería conseguir un título universitario: también quería demostrarle algo a su marido y a ella misma: ambos necesitaban saber que hablaba en serio.

Cleo se dirigió a la puerta del palacio en la que ya le estaba esperando el conductor. A Sadik le daría un ataque al corazón si supiera que había decidido que aquella mañana se pondría ella al volante. Conducir por la ciudad sería la única manera de familiarizarse con ella. Si los cielos se abrían sólo porque una princesa se atreviera a tener vida propia entonces todos tendrían que acostumbrarse a la lluvia.


– Nuestras fiestas de Navidad son únicas -le dijo el rey Hassan a Cleo cuando se reunió con ella en sus jardines -. En nuestro país conviven varias religiones y cada una tiene su celebración. Ya comprobarás que la ciudad se engalana como para una gran fiesta.

Hassan le indicó con un gesto un banco que había bajo unas palmeras. Aquél era su lugar preferido para descansar durante los paseos que compartían dos veces por semana.

Cleo tomó asiento y se colocó la mano sobre el vientre. Lo tenía muy prominente a pesar de que todavía le faltaban más de dos meses para dar a luz.

– A mí lo que me gustaría sería tener un árbol de Navidad en la suite -aseguró con una sonrisa-. Me encanta el olor a pino.

– Eso es algo de lo que carecemos en estas tierras -respondió su suegro-. Pero ya lo tengo hablado para que conviertan el palacio en un maravilloso paisaje nevado para que tú lo disfrutes.

– Me mimáis demasiado -aseguró Cleo, conmovida por el cariño del Rey.

– Eso me gusta. Además, vas a ser la madre de mi primer nieto -aseguró Hassan inclinándose para acariciar a uno de los gatos de palacio que pasaba por el sendero-. Hablame de tus estudios.

– Van muy bien -respondió Cleo girándose para adoptar una postura más cómoda-. Me figuro que, siendo realistas, no podré acudir a clase hasta el próximo otoño. Cuando nazca el niño tendré que acostumbrarme primero a ser madre. Pero hasta que llegue el momento estoy trabajando duro. De hecho en este momento tengo tres tutores.

– ¿En cuántas asignaturas te has matriculado? -preguntó Hassan alzando las cejas.

– Es algo complicado -respondió Cleo revolviéndose algo incómoda-. Alice es mi tutora principal. Me ayuda con los conocimientos generales y me enseña técnicas de estudio. Estoy aprendiendo a leer un libro de texto y comprender los puntos principales y a tomar apuntes. Ha empezado a hablarme de la historia de Bahania. Yo la encuentro realmente interesante, pero ella no se considera a sí misma una experta, así que una vez a la semana me reúno con Luja. Es una mujer que ha vivido la mayor parte de su vida en la parte vieja de la ciudad. Creo que debe tener casi cien años. En cualquier caso lo conoce prácticamente todo sobre Bahania, así que hablamos de historia y de política.

– Estoy muy orgulloso de ti, niña -aseguró Hassan tomándola de la mano

– Sí, bueno… -respondió Cleo inclinando la cabeza-. Lo hago porque me resulta interesante.

– Me parece muy sabio por tu parte que te intereses en la historia de tu nuevo país. ¿Y quién es tu tercer tutor?

– Eso es lo mejor de todo. Alice me dio un par de clase de matemáticas y me he dado cuenta de que me gustan mucho -dijo Cleo sacudiendo la cabeza.

Todavía estaba impresionada por el descubrimiento que había hecho sobre sí misma.

– Lo cierto es que además no se me dan nada mal. Así que me consiguió una tutora de matemáticas. Shereen me está enseñando nociones de álgebra y en seguida nos meteremos con la geometría. Estoy deseándolo.

– Así que Zara no es la única cerebrito de la familia…

– Supongo que no.

Costaba trabajo creerlo pero así era, pensó sintiéndose feliz por ello. Años atrás no había querido darle ninguna oportunidad a la escuela. Su vida habría sido muy distinta si hubiera descubierto entonces algo que se le diera bien. Tal vez entonces no habría cometido tantos errores en su vida personal.

– Y hablando de otra cosa ¿Ya tenéis preparada la habitación para cuando llegue mi nieto?

Cleo no se molestó siquiera en insinuarle a su suegro la posibilidad de que pudiera tratarse de una niña. Se había cansado de librar aquella peculiar batalla.

– Ya casi hemos terminado -aseguró con una sonrisa melancólica-. Aunque lo cierto es que sigue vacía ya hemos pedido lo que necesitamos y yo he elegido personalmente algunas piezas del almacén de palacio. Me las están preparando.

– Percibo un rastro de tristeza en tus ojos – dijo Hassan acariciándole el rostro-. Estás pensando en mi hijo…

Aquella afirmación debería haberla sorprendido, pero Cleo se había acostumbrado al hecho de que su suegro era una persona muy perceptiva.

– Estoy contenta -aseguró -. Es un buen hombre y un buen marido. Se preocupa mucho por nuestro hijo. Disfrutamos mutuamente de nuestra compañía. Nos tenemos respeto, ¿Acaso no es suficiente? Desear algo más sería como pedir la luna.

– Qué oscura sería la noche sin la luz de la luna.

– Pero la luna sigue su propio curso y no se le puede ordenar que aparezca.

– Estás aprendiendo la sabiduría del desierto -dijo el Rey con una sonrisa.

Estaba aprendiendo porque todas las mañanas Sadik le hablaba cariñosamente a su hijo y le enseñaba los usos y costumbres de Bahania. Para Cleo era algo parecido a lo que hacía con ella su tutora. Gracias a Sadik había aprendido cosas sobre el linaje de los famosos sementales de Bahania y cómo averiguar dónde había agua por los movimientos circulares de los pájaros en el cielo.

– El desierto es ahora mi hogar -le recordó Cleo al Rey-. Debo conocer sus costumbres y respetarlas.

– ¿Y qué me dices de la tristeza de tus ojos?

Cleo no quería pensar en aquello.

– Irá desapareciendo con el tiempo.

– ¿Porque llegarás a amarlo menos?

A Cleo no le sorprendió que hubiera averiguado su secreto.

– Con el tiempo llegaré a acostumbrarme a la situación.

– ¿Te acostumbrarás a que no te corresponda?

Aquella pregunta tan directa la pilló desprevenida.