Después se levantó, se acercó a la ventana y miró hacia fuera. No había ningún signo de tormenta en el horizonte, y sin embargo no podía sacudirse la sensación de tensión que flotaba en el aire. Algo había cambiado… y para mal.
Cleo.
Se dirigió a toda prisa al ala privada de palacio, pero antes incluso de entrar en la suite supo que se había marchado. Sin embargo cruzó el salón y entró en el dormitorio. La mayoría de la ropa estaba colgada en el armario, pero faltaban un par de conjuntos informales y también sus cremas. Sadik le echó un vistazo a la mesilla de noche y comprobó que tampoco estaban las vitaminas.
Maldiciendo entre dientes, el Príncipe dirigió sus pasos al despacho de su padre. ¿Sería demasiado tarde? No, se dijo. Estuviera donde estuviera la encontraría.
Entró en la oficina del Rey sin llamar a la puerta. Uno de los guardias dio un paso adelante y un asistente se puso inmediatamente de pie, pero Sadik los ignoró a los dos. Fue directamente a la puerta doble y entró sin llamar.
El rey Hassan estaba sentado detrás de su escritorio. No pareció sorprendido de ver a su hijo y les hizo un gesto al guardia y al asistente antes de indicarle a Sadik con un gesto que se sentara.
El Príncipe rechazó la invitación con un movimiento de cabeza. Se acercó al escritorio y colocó las dos manos encima.
– Le dijiste que podía marcharse.
Fue una afirmación más que una pregunta. Su padre clavó los ojos en su mirada enfurecida.
– Sí. Se lo dije.
– ¡No tenías derecho! -aseguró golpeando la mesa con el puño-. ¡Es mi esposa!
Hassan se puso en pie y lo miró fijamente.
– Tiene el corazón roto. No pienso quedarme viendo cómo se va apagando por culpa de la infelicidad. No fuiste capaz de reconocer el tesoro que tenías y ahora la has perdido.
¡No! Aquello no podía ser cierto. Sadik trató de respirar hondo pero no tenía fuerzas. Tal vez se debiera a que de pronto sentía un tremendo agujero en el pecho.
– Estaba contenta. Me ama. Ella misma me lo dijo.
Eso había ocurrido sólo tres días atrás. Sadik recordaba el momento con claridad. Por primera vez desde que supo lo del bebé había tenido la seguridad de que Cleo no se iba a marchar. Al confesarle su amor le había dado la oportunidad de relajarse. Si lo amaba se quedaría. Siempre estarían juntos. Las mujeres enamoradas eran felices. Siempre había sido así.
– Al parecer no le basta con amarte -dijo Hassan enfadado-. Ella esperaba más, y yo también.
– ¿Qué otra cosa esperabais? -preguntó Sadik frunciendo el ceño-. He sido un marido atento y cariñoso. A Cleo no le ha faltado de nada. La atiendo todas las mañanas y he aprendido todo lo que he podido sobre embarazos y partos.
– Pero no has aprendido la lección más importante -aseguró su padre sacudiendo la cabeza-. Sé lo que pasaste después de la muerte de Kamra y sé lo que prometiste entonces. Pero estás equivocado, Sadik. Siempre has estado equivocado. No amar a nadie no te mantiene a salvo. Para lo único que sirve es para que te quedes solo.
El monarca volvió a sentarse.
– No haré nada para ayudarte. Cleo se ha marchado. Cuando nazca mi nieto iremos a verla a ella y al bebé. Sólo entonces hablaremos de lo que hay que hacer -aseguró entornando los ojos-. No tengo intención de mantenerte alejado de tu hijo. Pero Cleo necesita tiempo. Te prohíbo que vayas tras ella.
Sadik se marchó sin decir nada más. Su propio padre se había puesto en su contra. Y Cleo había huido de él. Dio un paso, luego otro, y por último se detuvo. Sentía un dolor agudo y molesto en el pecho. No podía respirar, no podía pensar. Sólo era capaz de notar el inmenso vacío que sentía dentro.
Aquella sensación le resultaba familiar. Rebuscó en la memoria y recordó que había sentido lo mismo cuando perdió a Kamra. Pero aquel dolor había sido un pellizco comparado con la herida abierta que estaba experimentando ante la pérdida de Cleo. Sentía como si lo hubieran partido por la mitad. ¿Cómo podía existir un mundo en el que ella no estuviera? ¿Cómo iba él a sobrevivir? Cleo era el sol y la luna en su cielo oscuro. Lo había acusado de preocuparse sólo del bebé, pero estaba equivocada. El niño era un regalo inesperado. Ella lo era todo para él.
Sadik se obligó a sí mismo a seguir andando. Los recuerdos se sucedían en su mente, cada uno más acusador que el anterior. Había dado por seguros el amor y el cariño de Cleo. Nunca le había dicho lo que ella necesitaba tan desesperadamente escuchar. Estaba seguro de que podría evitar el dolor si no admitía sus sentimientos, pero las palabras no cambiaban lo que sentía por dentro.
– Cleo.
Sadik susurró su nombre. El hecho de pronunciarlo en voz alta le dio fuerzas. Sabía lo que tenía que hacer.
Corrió por los pasillos de palacio. El camino más corto hacia el garaje pasaba por la zona abierta al público, así que atravesó por el medio de una visita guiada. Escuchó la voz sorprendida del guía cuando lo identificó delante de los turistas y el sonido de docenas de cámaras de fotos eternizando aquel momento.
Cuando llegó a la parte de atrás se dirigió al garaje y se colocó al volante del más veloz de sus coches. No tenía mucho tiempo. Cíeo saldría en el jet familiar, así que no podía contar con que el vuelo se retrasara.
Corrió por la circunvalación que llevaba a la ciudad. Un destello de luz en el espejo retrovisor captó su atención. ¡Lo perseguían los guardias!
Sadik decidió ignorarlos y pisó a fondo el acelerador. Quince minutos más tarde entró en la autopista que llevaba al aeropuerto. «Deprisa, deprisa, deprisa…» Aquella palabra le retumbaba en el cerebro una y otra vez. Apretó con fuerza el volante y obligó al coche a ir todavía más rápido. Oía a lo lejos las sirenas de los guardias que iban tras él pero no les hizo caso. Lo único que le importaba era encontrar a Cleo.
Transcurridos cinco minutos pensó que sería mejor llamar e intentar retrasar el vuelo. Pero no fue capaz de contactar con la torre de control. Al parecer su padre estaba haciendo lo imposible para impedirle que trajera a Cleo de vuelta a casa. Tendría que…
Sadik frenó de golpe. Las ruedas chirriaron en señal de protesta. El coche se balanceó hacia un lado antes recuperar de nuevo la dirección. Le dolía tanto el pecho que no podía respirar.
Un coche negro, como los que utilizaban los miembros de la familia real, estaba volcado en el arcén de la autopista. Varios equipos de rescate se arremolinaban en torno al automóvil accidentado. Parecía como si el pasado hubiera regresado para colocar de nuevo a Sadik en un momento que ya había vivido. Así era como había encontrado a Kamra.
Muerta en el arcén de la carretera.
El Príncipe paró el coche. Si hubiera podido hablar habría gritado de dolor. Se sentía atravesado por una agonía indescriptible. Quería clamar justicia. No podría vivir sin Cleo. ¿Es que nadie podía entenderlo? ¿Cómo era posible que la hubiera perdido?
No supo cuánto tiempo estuvo allí sentado. Tenía la sensación de que hubiera transcurrido toda una vida, pero tal vez pasaron sólo unos minutos hasta que un agente de policía golpeó con los nudillos la ventanilla del coche.
– ¿Hay algún problema, príncipe Sadik?
Sadik bajó la ventanilla y sacudió lentamente la cabeza.
– El accidente -consiguió decir a duras penas con un hilo de voz-. El ocupante…
El agente consultó su libro de notas.
– Era alguien de la embajada. Estaba borracho, por supuesto. Por suerte sólo ha habido destrozos en el coche y supongo que en su orgullo.
Sadik miró fijamente al hombre, incapaz de asimilar aquellas palabras.
– ¿No había una mujer?
– No. Sólo iba el conductor, señor.
Sadik trató de darle las gracias, pero no sabía qué decir. Lo único que sabía era que Cleo no estaba muerta. Todavía tenía una oportunidad. Si era demasiado tarde para alcanzarla en el aeropuerto recorrería el planeta entero hasta encontrarla. La llevaría a casa, costara lo que costara convencerla.
Enfiló hacia la autopista. Los guardias de palacio estaban ahora mucho más cerca. Podía ver sus coches por el retrovisor. El policía dio un salto hacia atrás cuando Sadik aceleró a toda pastilla.
Unos minutos más tarde divisó el aeropuerto. Rodeó las terminales principales para dirigirse al hangar privado que albergaba la flota real. Al fondo distinguió uno de los coches de palacio deteniéndose en aquel instante frente a una pequeña terminal. Detrás de él, los guardias ganaban terreno. Ya estaban cerca.
Sadik pisó el acelerador rumbo a la terminal. En aquellos momentos Cleo salió del coche para dirigirse a la entrada. El Príncipe se acercó todo lo que pudo con el coche, después pegó un frenazo, apagó el motor y se bajó como una exhalación.
– ¡Cleo, espera! -gritó mientras corría hacia ella.
Una docena de guardias iba tras él pisándole los talones.
Cleo contempló el espectáculo. Su marido, tan propio, tan principesco corría en su dirección como si lo persiguiera el mismísimo diablo. Estaba claro que había descubierto que se marchaba y pretendía impedírselo. Cleo no conocía sus intenciones. Lo único que sabía era que estaba demasiado dolida como para escuchar sus argumentos sobre la necesidad de que estuvieran juntos por el bien del niño.
– Cleo, por favor…
Ella le dio la espalda y se dirigió a la terminal. Si no hubiera pasado por la consulta del médico para asegurarse de que podía viajar sin problemas, en aquellos momentos ya no estaría allí.
El sonido de un rifle cargándose captó su atención. Cleo se quedó paralizada. Luego se dio la vuelta para mirar a Sadik. Estuvo a punto de caerse redonda de la impresión.
El príncipe Sadik de Bahania, segundo hijo del Rey, estaba rodeado por un grupo de guardias armados. Sadik se defendió como pudo, pero uno de los guardias lo inmovilizó. Otro de ellos le estaba apuntando con el rifle.
– Estamos cumpliendo órdenes, Alteza -dijo el guardia que lo apuntaba-. No puede usted interferir en nada de lo que haga la princesa Cleo.
Cleo parpadeó. Aquello no podía estar pasando de verdad. Desde que llegó a Bahania había visto muchas cosas absurdas, pero aquello… aquello era una locura.
Estaba claro que no iba a poder marcharse con la discreción que hubiera deseado. Sadik estaba allí y parecía muy decidido. Tendría que hablar con él.
Dejó en el suelo su bolsa de mano y avanzó hacia su marido. Estaba impresionada por el hecho de que hicieran falta cuatro guardias para reducirlo, pero no pensaba decírselo a él. Observó aquel rostro tan hermoso, aquella boca que había besado la suya con tanta ternura y deseó con todo su corazón que las cosas hubieran sido de otra manera entre ellos. Cleo habría cambiado la rotación de la tierra por él… si Sadik la hubiera amado.
– No me marcho para siempre, Sadik -dijo con suavidad tratando de no pensar en los guardias que lo rodeaban-. Necesito tiempo para pensar y para alcanzar la paz interior. Sé que vamos a tener un hijo juntos. Tú y yo tendremos que llegar a un acuerdo sobre cómo vamos a criarlo. El Rey me ha concedido una tregua, no me ha dado permiso para desaparecer.
Sadik la miró fijamente con una expresión que ella no le había visto nunca. La intensidad de su mirada la hizo sentirse incómoda, igual que la presencia de los guardias. Se giró hacia el que lo estaba apuntando.
– ¿Hay alguna posibilidad de que lo suelten?
Para su sorpresa, el guardia asintió con la cabeza y dio un paso atrás. Sadik quedó libre al instante. Cleo parpadeó.
– ¿He sido yo la que lo ha hecho? -preguntó.
Sadik se alejó de los guardias y se estiró la chaqueta.
– Al parecer mi padre les ha dado orden de seguir tus instrucciones. Te agradezco que no les hayas pedido que me disparen.
El Príncipe la tomó de la mano y la guió hacia la terminal.
– ¿Me concedes unos minutos antes de marcharte?
Cleo seguía demasiado impresionada por lo que acababa de ocurrir con los guardias como para protestar. Pero cuando se vio en una pequeña habitación privada se dio cuenta de que Sadik iba a tratar de convencerla para que se quedara. Cleo suspiró. ¿Cuándo se daría cuenta de que todas las palabras del mundo, aunque fueran las más sensatas, no servirían con ella? ¿Cuándo se daría cuenta de que…?
– Estás viva -susurró Sadik estrechándola entre sus brazos-. Pensé que te había perdido, primero cuando te marchaste y después cuando vi aquel coche en el arcén. No podría vivir sin ti.
Aquello no tenía ningún sentido. Cleo forcejeó para librarse de su abrazo.
– ¿De qué estás hablando, Sadik?
Él la tomó suavemente del rostro y se lo cubrió de besos. Cuando sus labios rozaron los suyos a Cleo se le hizo muy difícil mantener una distancia emocional. Se obligó a sí misma a apartarse.
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