– No pienso volver a caer en lo mismo -le aseguró dando un paso atrás.
– No lo comprendes -aseguró Sadik agarrándola suavemente de los brazos-. Pensé que estabas muerta. Creí que había vuelto a sucederme. Sólo que esta vez el horror era todavía más grande, mucho más grande, porque si tú te ibas sabía que perdería lo más precioso de mí mismo.
– No entiendo nada -reconoció ella sacudiendo la cabeza-, ¿Irme a dónde? ¿En el avión?
Sadik la besó. Cleo intentó primero impedírselo y luego dejó de intentarlo. Porque por muy convencida que estuviera de que tenía que dejar a Sadik no quería hacerlo.
– He ocultado la verdad -murmuró él sobre su boca-. Pensé que si no lo confesaba ni siquiera a mí mismo no podría hacerme daño. Me negué a decirte lo que sentía por ti. Tenía la intención de no reconocer mis sentimientos para mantener las distancias contigo.
Los oscuros ojos de Sadik brillaban de emoción.
– Perder a Kamra fue doloroso. Pero perderte a ti me destrozaría, Cleo. Tú eres mi mundo. Por eso fingí que no me importabas. Porque si no me importabas y te ibas, no me dolería.
– Sadik… -murmuró ella tragando saliva.
Él le apartó el pelo de la cara.
– Te amo, Cleo. No podría vivir sin ti. No se trata de nuestro hijo, se trata de ti. Sólo de ti. Me conquistaste desde el principio. Aquellos primeros días de pasión me cambiaron para siempre. Pero estaba decidido a resistirme. No quería que una mujer me dominara.
Cleo deseaba desesperadamente creerse aquellas palabras. Sobre todo porque no tenía elección.
– ¿Por eso no me llamaste ni trataste de ponerte en contacto conmigo cuando regresé a Spokane?
– Tenía algo que demostrarme a mí mismo – respondió Sadik con una sonrisa.
– ¿Y lo hiciste?
– No. Pasarme todo el día tratando de no pensar en ti es exactamente lo mismo que pensar en ti todo el día. Sabía que regresarías para la boda así que decidí esperar. También estaba decidido a tenerte -aseguró besándole la palma de la mano-. En mi cama y en mi vida.
Cleo se apoyó contra él y permitió que sus palabras le curaran las heridas.
– ¿Crees que podrás dejar que Kamra se vaya?
– Hace mucho que se fue -aseguró Sadik con un suspiro-. La utilicé como una excusa para mantenerte alejada. Lo cierto, amor mío, es que lo nuestro iba a ser un matrimonio pactado. Llegamos a una especie de acuerdo entre nosotros. Nos teníamos cariño. Pero comparar mis sentimientos hacia ella con lo que siento por ti es como comparar un vaso de agua con el océano. Te amo.
Cleo le echó los brazos al cuello y trató de estrecharse contra él. Algo bastante complicado con su barriguita de por medio.
– Por favor, quédate -le suplicó Sadik.
Ella cerró los ojos tanto para tratar de retener aquel momento de felicidad como para intentar serenarse.
– Siempre te amaré -prometió el Príncipe-. Te lo demostraré cada día. Te juro por mi honor que para mí eres la persona más importante del mundo. Tienes que quedarte aquí conmigo. Por favor, Cleo.
Era demasiado ver a su hermoso príncipe de rodillas. Lo besó en la boca.
– Me quedaré -le dijo con el corazón henchido de felicidad-. Y te amaré hasta… hasta que terminemos de contar los granos de arena del desierto de Bahania.
Epílogo
C
ANSADA pero feliz, Cleo apretó contra su pecho a su hija.
– Ya veis -dijo Sadik con tanto orgullo que parecía que la inmensa habitación del hospital se le quedara pequeña-. Una niña. Lo dije desde el principio y yo nunca me equivoco.
Cleo miró a Sabrina y a Zara. Las tres mujeres pusieron los ojos en blanco.
– Dijiste que sería niño -le recordó Cleo a su marido con expresión radiante de felicidad-. Era yo la que decía que nuestro bebé podría ser niña.
– No. Lo que pasa es que no te acuerdas -dijo Sadik acercándose a la cama para acariciar la mejilla de su hija-. Es preciosa. Igual que su madre.
A pesar de la incomodidad que sentía después del parto, Cleo no recordaba un momento de su vida más perfecto que aquél. Después de tantos años sin encontrar un sitio donde encajar había dado por fin con su lugar en el mundo. ¿Quién habría pensado que se trataría de un palacio?
Era todo gracias a Sadik. No pasaba ni un solo día sin que le declarara su amor al menos una docena de veces. No podía ser más atento ni más cariñoso. Había momentos en que seguía siendo un arrogante, pero Cleo estaba empezando a acostumbrarse. No siempre era fácil estar casada con un príncipe, pero tenía sus recompensas.
– Esposa mía, serás honrada entre todas las mujeres -aseguró Sadik besándola en la frente.
– Me conformaría con un cojín suave para sentarme y dormir un ratito -aseguró ella riéndose.
Hassan entró en la habitación seguido de dos de las princesas.
– Vengo de felicitar a la doctora por haber traído al mundo a mi primer nieto. Creo que estaba aliviada.
Cleo imaginaba que la doctora Johnson se habría sentido un poco presionada durante el parto.
Hassan se acercó a la cama.
– Mi nieta perfecta -susurró antes de darle a su hijo una palmada en la espalda-. Una niña, tal y como habíamos dicho.
Cleo se recostó sobre las almohadas.
– Tu padre y tu abuelo son unos mentirosos -le canturreó a la niña-. Sí que lo son.
Hassan y Sadik se rieron. El Rey se giró entonces hacia Reyhan, su tercer hijo.
– Tus hermanas están embarazadas. Sabrina dará a luz en seis meses y Zara un mes después. Tú todavía no has tomado esposa. Creo que ha llegado el momento. Arreglaré tu matrimonio.
Reyhan, que era tan alto, moreno, atractivo y arrogante como sus hermanos, se aclaró la garganta. Cleo se sorprendió al comprobar que el Príncipe parecía incómodo.
– No será necesario, padre.
– Tienes que casarte -aseguró Hassan frunciendo el ceño-. Necesitamos más herederos.
– Sí, lo comprendo -dijo Reyhan carraspeando de nuevo. Sin embargo, dadas las circunstancias…
Se hizo un silencio absoluto en la habitación. Incluso el bebé parecía estar escuchando. Reyhan se encogió de hombros.
– Hay una chica de la universidad a la que hace seis años que no veo. Pero lo cierto es que ella y yo… estamos casados.
SUSAN MALLERY
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